Sentido ético del morir - Universidad de Granada

Anuncio
95
SENTIDO ÉTICO DEL MORIR
ENRIQUE BONETE PERALES
Catedrático de “Filosofía Moral” (Universidad de Salamanca)
Voy a ofrecer una síntesis de la nueva rama de la Bioética que en
diversos foros académicos y en mis escritos recientes estoy proponiendo,
cuya denominación de inspiración griega, por obvios motivos etimológicos, queda fijada en Tánato-ética. ¿Cuál es el objetivo general de
este campo del saber? Así lo tengo resumido en el primer esbozo que
ofrecí de esta nueva disciplina o rama en un libro reciente: “Establecer
principios éticos y criterios morales para orientar en las decisiones que
se han de tomar en torno al que está próximo a morir por parte de los
profesionales sanitarios, la familia, e incluso el propio enfermo. Además,
esta nueva disciplina ha de entrar también en objetivos más filosóficos:
reflexionar, apoyándose en la historia del pensamiento occidental, sobre
el significado ético de la realidad mortal del hombre” (Éticas en esbozo.
De política, felicidad y muerte, Desclée de Brouwer, Bilbao, p.197).
Según se deriva de este párrafo, dos partes complementarias componen la Tánato-ética. Una de carácter práctico, que ha de contribuir a
iluminar las decisiones de los agentes implicados en procesos de morir
(personal sanitario, familiares y pacientes). La otra, más teórica, analiza
la incidencia en el pensamiento ético y en la vida moral del hecho antropológico de ser mortales. Mis reflexiones, en esta ocasión, desarrollan
esta segunda línea filosófica, pero no por ello menos existencial. Me
propongo desvelar qué significa, desde un punto de vista descriptivo
—no carente de presupuestos— “vivir” y desde ahí indagar el sentido
ético del proceso humano de “morir”.
96
ENRIQUE BONETE PERALES
En esencia, pretendo superar la afirmación socialmente difundida de
que la muerte es absurda y por ello la vida, indirectamente, también.
Desde una reflexión ponderada tal concepción negativa y pesimista del
morir no se ajusta a la realidad de lo que es la persona en tanto que sujeto
libre. Por ello, si la muerte es contemplada por muchos como aplastante
y fatal destino que hemos de sufrir los humanos, ello sólo es explicable,
a mi juicio, por presupuestos antropológicos infundados y ausencia de
meditación ética. De ahí la urgencia de volver, en este contexto cultural
un tanto desnortado, a la concepción clásica de la filosofía moral, según
la cual, la misión que tan digno saber ha de desarrollar hoy (como lo hizo
en la era greco-romana) no puede obviar la tarea de contribuir a ejercer
la libertad y capacidad de bien incluso en los momentos últimos.
Analizar con honestidad la existencia es una de las mejores terapias
para espantar el temor irracional a la muerte. A lo largo de los siglos
algunos filósofos (Platón, Epicuro, Séneca, S. Agustín, Montaigne,
Pascal, Kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche, Wittgenstein, Camus…)
mostraron una concepción práctica del pensar, una visión de la filosofía
como “forma de vida” que comporta como misión principal ahuyentar
del alma el horror a la muerte y fomentar las actitudes morales idóneas
para asumir con entereza el principal trance que el hombre ha de atravesar en este mundo. Por ello, la Tánato-ética investiga qué nos enseña
la muerte respecto del mejor modo de vivir y obrar y desvela cuáles
son las repercusiones en nuestra vida moral del hecho de ser mortales.
Pensar anticipadamente en el morir no origina tormentos innecesarios,
como supone la cultura dominante. Al contrario, y así lo afirmaron Séneca, Montaigne, entre otros sabios, el hombre encuentra cada vez más
serenidad al familiarizarse con la idea de la cercanía de la muerte. Sólo
así podremos vivir sin engaños ni tapujos y meditar con seriedad sobre
la vida y sobre el sentido moral derivado de la certeza de morir.
No quisiera extenderme más de lo necesario. Concentraré por ello en
una docena de puntos ordenados con cierta coherencia, algunas líneas de
argumentación que, según mi parecer, ha de seguir la vertiente filosófica
de la Tánato-ética. De este modo, cualquiera podrá captar con rapidez
el meollo de las reflexiones que, con interminables monólogos, he ido
debatiendo conmigo mismo durante estos últimos meses y que aquí es
imposible desarrollar.
En aras de articular una exposición clara, voy a distinguir cuatro
niveles de argumentación. El núcleo de cada uno es de carácter ético.
Pretendo mostrar con el conjunto un proceso discursivo que partiendo
SENTIDO ÉTICO DEL MORIR
97
del contexto social desembocará en las experiencias más subjetivas del
morir. Así podrían denominarse los cuatro niveles a los que me refiero:
a) sociocultural, b) antropológico, c) personalista y d) existencial. Están
conectados entre sí por sus presupuestos éticos e incidencias morales.
Aunque un tanto artificial resulta la separación, me parece oportuna en
orden a desvelar cuál es el tronco que unifica las diversas ramas entreveradas que crecen en la dimensión filosófica de mi Tánato-ética. Sin
más preámbulos les transcribo ya las doce tesis que concretan algunos
temas capitales de esta línea de investigación ético-existencial.
1. NIVEL SOCIOCULTURAL
1.1.- Cualquier análisis de las sociedades más avanzadas puede constatar la pretensión de ocultar y eludir la muerte que las instituciones más diversas difunden. La Tánato-ética se opone a tal cultura
dominante, por cuanto considera que dificulta pensar con seriedad
la vida y la muerte; es más, tal huida colectiva acaba acrecentando
una visión negativa del morir y un terror irracional a situarnos de
cara a la realidad de nuestro perecer. El punto de partida no es otro
que comprender por qué el hombre huye a través de mecanismos
sociales de la consciencia del morir. Desde ahí propone la necesidad de que las instituciones sociales asuman e integren la muerte
en el desarrollo de sus diversas funciones y se impliquen en las
dimensiones médicas, familiares, culturales, educativas, económicas,
e incluso religiosas, para contribuir a que los ciudadanos atrapados
en el implacable proceso de morir lo vivan con dignidad moral y
ánimo sereno.
1. 2.- Las ciencias sociales nos ofrecen una visión un tanto distorsionada de la muerte al percibirla especialmente como un evento
social en el que se manifiestan las creencias y los modos culturales
de enfrentarse a la desaparición de los seres humanos (actitudes
ante los moribundos, ritos funerarios, vivencias exteriorizadas
del duelo…). Mas también se contempla la muerte en nuestro
contexto como hecho social cuantificable en estadísticas, cifras,
datos, gráficos, índices... Y por supuesto, igualmente es estudiada
por la medicina y la biología como un proceso bioquímico que
padece nuestro organismo, explicando qué es aquello que acontece, científicamente hablando, en el cuerpo cuando está muerto.
98
ENRIQUE BONETE PERALES
Siendo estas perspectivas científicas necesarias para calibrar los
impactos demográficos, económicos o biológicos de la muerte, la
Tánato-ética, por el contrario, acentúa la dimensión antropológica,
personal, existencial y moral del morir, destacando la relevancia
significativa que comporta tal acontecimiento para cada biografía
y los límites que la interpretación científica mantiene para atisbar
el sentido del proceso de “dejar de ser”.
1.3.- La ciencia médica, con los avances tecnológicos como soporte,
ha conseguido prolongar la vida de determinados pacientes, hasta el
punto de que antes de la muerte biológica se produce una especie
de muerte social. El proceso de morir implica que el sujeto que
lo padece se halla aislado totalmente de sus familiares y amigos,
y depende por completo de una técnica en la que los aparatos y
artilugios médicos le desposeen de la consciencia de su morir, o
le arrinconan hasta el grado de que tal proceso se presenta como
algo peor que la misma muerte. La Tánato-ética, en su vertiente
más práctica (que no es la que, como ya he indicado, expondré en
este marco) muestra cuáles son las situaciones que empujan a una
excesiva hospitalización, medicalización y tecnificación del fallecer
que han de ser evitadas cuando contribuyen a una pérdida de la
dignidad humana (sobre este particular puede consultarse el tercer
capítulo de mi ensayo ¿Libres para morir?, Desclée de Brouwer,
Bilbao, 2004). Por ello reivindica un nuevo marco cultural que
haga del morir un acontecimiento más natural e incluso familiar
—menos angustioso— que el promovido por las sociedades tecnológicamente desarrolladas.
2. NIVEL ANTROPOLÓGICO
2.1.- Desde un punto de vista antropológico, se suele apuntar por
determinadas corrientes filosóficas que si la muerte es un hecho natural
que implacablemente afecta a toda la realidad —también a la especie
humana— no cabe ser considerada desde un ángulo ético en el que juegue algún papel la libertad. Es algo que se impone al hombre en contra
de su voluntad, por lo que en este marco de fatalidad el obrar moral no
tendrá nada que ver con la muerte. Si bien es cierto que ésta, a primera
vista, puede considerarse como un proceso biológico y necesario, por
otro lado, dada nuestra constitución antropológica, es posible también
SENTIDO ÉTICO DEL MORIR
99
interpretar la muerte como un acto humano. ¿Por qué? Porque los actos
no sólo son los productivos (aquellos que yo inicio), sino también los
receptivos (aceptados) o reyectivos (rechazados). Por tanto, por mucha
adversidad contra la voluntad o fatalidad inesquivable que suponga el
morir, no por ello al hombre se le impide tomar una posición moral, ni
se obstaculiza del todo el ejercicio de la libertad. Los actos de aceptación y de repulsa —que también ejecuta la persona— juegan un papel
determinante a la hora de interpretar el proceso de morir desde un punto
de vista moral.
2.2.- Otro problema antropológico que se suscita es si la muerte puede ser apropiada e integrada en nuestros proyectos y posibilidades de
existencia a través de una “pre-ocupación” o anticipación de su llegada,
o, al contrario, ha de ser considerada como algo extraño y ajeno a la
realidad humana, puro azar, fatalidad que aplasta absurdamente nuestro
ser y con ello corta de raíz y frustra con brusquedad cualquier tipo de
proyectos que los individuos emprendamos. Se presentan en este contexto dos posiciones que presuponen, a mi juicio, modelos de hombre
bien definidos: a) la muerte es una especie de a priori antropológico
con el que se ha de contar para orientar libremente nuestra existencia
hacia un sentido (dirección o significado); b) la muerte es una especie
de fuerza bruta externa al hombre que constituye la suprema negación
de la libertad y, por ello, la máxima manifestación del absurdo inherente
al vivir y morir. Simplificando en exceso, se podría afirmar que para la
primera posición el hombre sólo puede ser auténticamente libre si acepta
y se apropia el personal perecer durante la realización de los proyectos
de su vida. Para el segundo modelo antropológico, por el contrario, el
hombre sólo puede ser en verdad libre si rechaza y expulsa la muerte
de la realización de los proyectos, pues, siendo la causa del absurdo,
imposible resulta para cada individuo integrarla en la existencia cotidiana. El presupuesto antropológico más fecundo para la Tánato-ética
se encuentra, a mi juicio, en la primera posición (más cercana a las
tesis de Heidegger que a las de Sartre), aquella que postula la conexión
estrecha entre libertad y mortalidad, constitutivos ambos de nuestra
estructura antropológica.
2.3.- Por otro lado, y conectado con el punto anterior, cabe afirmar que
cada ser humano, dada su abierta constitución antropológica, ha de construirse temporalmente una personalidad a través de las acciones morales.
100
ENRIQUE BONETE PERALES
El proceso de morir posibilita el ejercicio supremo de la libertad, al ser
el más intransferible, personal y solitario que cabe experimentar. Afecta
también, retrospectivamente, a nuestras decisiones pasadas y modos de
vida. La muerte, en tanto que intrínseca a nuestra realidad humana, tiene
la virtud de fijar de modo definitivo la construcción de toda personalidad
moral. El hombre es un ser que —a diferencia del resto de los animales— ha de poseerse a sí mismo, ha de definir su personalidad a través
de las decisiones libres, lo cual consigue apropiándose posibilidades
“mientras” vive. De ahí que la muerte, al definir de modo irreversible la
personalidad de cada uno, ofrece también un sentido ético a la existencia
y posibilita (aunque no siempre, pero sí en numerosas biografías) que lo
más propio, genuino y auténtico de un sujeto se manifieste con especial
sensibilidad en tal situación límite.
3. NIVEL PERSONALISTA
3.1.- Uno de los rasgos más relevantes de lo que significa ser persona
se encuentra, sin lugar a dudas, en la capacidad de amar. De tal modo es
así que resulta impensable qué es una persona sin su condición amorosa,
como el filósofo Julián Marías acertadamente ha expuesto en numerosos
escritos. Ser persona equivale a “ser amante”. Desarrollamos nuestra
existencia viviendo con otros y adquiriendo la propia identidad del yo
en relación íntima con los demás. Llegar a ser persona es imposible sin
amar y ser amado. Y esta particularidad de llegar a ser un quien a través
de la relación con otros es clave para comprender la dimensión moral
del proceso de morir.
En primer lugar, porque la misma muerte, al provocar la ruptura del
afecto con gran sufrimiento para los que permanecen vivos, nos está
“enseñando” —si cabe hablar así— que lo principal y más valioso de
la existencia humana es la relación interpersonal, la experiencia del
amor, el considerar al otro —en términos kantianos— como fin en sí
mismo, portador de dignidad intrínseca. De ahí que la soledad venga
a ser el núcleo del impacto que produce en mí la desaparición del ser
querido. La muerte, al ser el mayor enemigo del amor (más que de
la vida, que necesariamente la incluye), al “matar” al ser querido, me
transmite, aunque con dolor y pena, cuál ha sido, es y será el sentido
de mi global existencia: amar y ser amado. Y en esto consiste lo que
podría denominarse “valor educativo” del morir. Por ello la muerte suele
SENTIDO ÉTICO DEL MORIR
101
ser percibida, en un primer impacto a-reflexivo, como la manifestación
más clara del absurdo de la vida: destruye físicamente el amor entre las
personas, origen de toda humana felicidad.
En segundo lugar, constata la Tánato-ética igualmente que la experiencia de amor se madura y perfecciona no sólo durante el proceso de
morir del ser querido, sino incluso tras la separación definitiva que la
muerte ocasiona. Lo cuál, si no llega a ser del todo un consuelo (he de
señalar que la Tánato-ética no busca directamente consolar, sino ayudar
a pensar sobre el sentido ético del morir), si no es un consuelo –digo-,
sí es un foco de meditación que fomenta, de modo indirecto, serenidad
de espíritu ante la cercana muerte.
3.2.- Otro rasgo que cualquier observador de la vida puede destacar,
no menos importante que el anterior, se refiere a la dimensión proyectiva
que en su obrar manifiesta toda persona. Como bien mostró Ortega, vivir
consiste en tener que proyectar qué hacer en cada momento y, sobre todo
proyectar qué hacer con mi global existencia, sometida a plazos. Así
pues, el ser humano es por naturaleza futurizo; siendo consciente de su
desde donde (nacimiento, circunstancia) diseña un futuro, un hacia donde
quiere ir en libertad. Pero he aquí que su propia limitación corporal y
temporal le exige tener en cuenta la certeza de su muerte, a pesar de la
incertidumbre respecto al cuando. De lo contrario, los proyectos que se
proponga realizar carecerán de seriedad, realismo y autenticidad.
Con lo cual la Tánato-ética manifiesta que es el hecho de nuestra futura
y segura mortalidad lo que convierte nuestra vida personal en una especie
de trama argumental (con principio, nudo y desenlace final), es decir,
en una biografía narrativa. Gracias a la muerte la vida adquiere sentido
(dirección) y significado (valor). Además de marcar la meta definitiva
hacia la que ineludiblemente se encamina cada existencia personal, la
muerte otorga significado, entidad y sabor a todo aquello que decidamos
con nuestra libertad emprender y concluir cada día, cada mes, cada año.
Es necesario ser conscientes (aunque resulte difícil imaginar) de que sin
el horizonte de la muerte la vida moral resultaría tan caótica como el
ejercicio de la libertad absurdo. Defender el sentido ético del morir, en
este contexto, equivale a iluminar el hecho de que, por paradójico que
parezca, sin nuestra mortalidad la vida entera se nos revelaría como una
gran farsa donde ningún compromiso moral podría ser tomado en serio.
El principio de la dignidad de la persona, los deberes y derechos morales,
las decisiones libres, etc. no tendrían relevancia alguna.
102
ENRIQUE BONETE PERALES
Por tanto, la muerte, indirectamente, ilumina: a) la irreversibilidad
de la vida temporal y argumental (lo que le otorga originalidad), b) el
“milagro” de la existencia humana, precaria, frágil y contingente (lo
que exige defender su dignidad), así como c) el valor de las personas
—gracias a las cuales tocamos algo de la humana felicidad— por encima
de cualquier otro bien (oficio, propiedades, dinero...) que ante el cercano
morir pierde gran parte de su valía, revelándose impotente para otorgar
sentido a la existencia. Sin muerte, vivir indefinidamente nuestra condición
corporal sería lo más terrible que cabe imaginar, el hastío absoluto, la
indiferencia total, la condena suprema. La Tánato-ética rescata del olvido
esta evidente verdad que ha de ser asimilada e integrada en nuestros
proyectos personales más auténticos: la muerte concede un sentido ético
a la vida, como la vida moral dignifica el morir humano.
3.3.- Es evidente que la característica más destacable de lo que significa ser persona la encontramos en la constitutiva dimensión moral. Ser
persona equivale a ser capaz de realizar el bien y el mal. La libertad,
como bien expuso Kant, es la condición de posibilidad de la moralidad.
No es posible juzgar ni valorar las acciones morales si no son ejecutadas
desde la libertad. Y ser libre, simplificando, implica tanto capacidad de
realizar el mal extremo (provocar dolor y muerte a otros) como facultad
para luchar contra el dolor innecesario y la muerte provocada. La acción
moral, en esencia, persigue el bien del otro, siempre de modo precario,
en medio de una existencia temporal y finita. Y es aquí, en esta capacidad, donde es posible encontrar el núcleo de la victoria humana sobre
el poder de la muerte.
Según lo indicado en un punto anterior, nuestra personalidad se
desarrolla junto a personas, recibiendo su influencia, especialmente
aquella referente a virtudes, valores, pautas de comportamiento. Esta
vertiente moral de las relaciones interpersonales no puede ser del todo
aniquilada por la muerte, mientras habiten personas en este mundo. La
destrucción del cuerpo y de la presencia física de quien ha vivido y sido
con nosotros, no atañe directamente a las virtudes o valores que encarnó
durante su existencia. Si un hombre original crea cultura (por ejemplo,
Mozart) y por ello incide en la vida de los receptores de su música tras
su muerte, también resulta acertado afirmar que más intensa es todavía
la influencia moral de cualquier persona fallecida en quienes durante la
vida le rodearon. La obra moral, como dijo Kant, es exigible a todos,
no la creación cultural. A pesar del dolor y sufrimiento que ocasiona
SENTIDO ÉTICO DEL MORIR
103
el morir de la persona querida, una de las vertientes más profundas del
sentido de la existencia se encuentra en las acciones morales, ya sean
las del sujeto viviente, o las de quien ya ha fallecido. De este modo, la
muerte llega a ser dignificante, tanto para quien la asume con serenidad,
como para los vivos que descubren a su trasluz la nobleza moral del
fallecido (agigantada incluso tras su desaparición).
Por eso, aun sospechando que al final, cuando la muerte acabe con
todos los que recibieron durante generaciones la influencia moral de una
persona fallecida, nada quede en pie, no por ello el esfuerzo moral se
tambalea o nos parece absurdo; al contrario, queda como el único pilar
sólido ante el derrumbe de la existencia. Los seres humanos seguimos
afirmando durante siglos que merece la pena la acción moral, la lucha
por el bien, el combate contra la maldad de quienes imponen dolor y
muerte, violentando así el declive natural de la vida. La Tánato-ética
acentúa esta dimensión olvidada de la persona: vivir moralmente no sólo
otorga sentido a cada biografía, sino que constituye la dimensión de la
persona que la muerte no puede aniquilar.
4. NIVEL EXISTENCIAL
4.1. Seguramente, la experiencia más dramática, iluminadora y
existencial que a algunas personas les es permitido vivir es la plena
consciencia de estar ya muriendo. Cuando la muerte deja de ser algo
abstracto y ajeno a mi cotidianidad y se convierte en un proceso particular en el que estoy ya personalmente inmerso de modo irremediable,
entonces soy en sentido estricto un muriente. Con dicho término, que
la Real Academia de la Lengua no recoge todavía —espero que algún
día sea aprobado— pretendo significar lo siguiente: un agudo nivel de
consciencia que aflora en quien sabe ya que su muerte es inminente y
que por ello no sólo reflexiona sobre su existencia actual y vida pasada,
sino que es capaz de tomar decisiones ante el futuro más inmediato, es
decir, ante el final inevitable de su existencia personal.
La medicina puede diagnosticar con precisión variadas enfermedades
terminales y contribuir a controlar el dolor y el sufrimiento que provocan, de tal modo que el sujeto paciente, pronto o tarde, adquiere plena
consciencia de su morir y reacciona ante la cercana muerte de diversos
modos, según sea su propio carácter, su posición ante la vida, y su
esperanza “más allá” de la muerte. La situación existencial de enfermo
104
ENRIQUE BONETE PERALES
terminal, en tanto que muriente, es quizá una de las peores por las que
puede atravesar el ser humano; pero también, una de las más profundas
que facilita el acceso a la seriedad de la vida, potencia la abertura a la
trascendencia, o provoca, por el contrario, la desesperación más absoluta
que cabe imaginar, ante la cual, las palabras son tan impotentes como
vacías.
Si bien, como indiqué en el primer nivel de mi argumentación, nuestro
contexto social tiende, por lo general, a ocultar la realidad de la muerte
y a desposeer al sujeto de su personal morir, la Tánato-ética propugna
la conveniencia de que tan existencial experiencia no sea ofuscada; al
contrario, en aras de fomentar lo más humano del vivir y encontrar así
un sentido moral al proceso de dejar de ser, la experiencia de muriente
constituye un privilegio gracias al cual algunas personas pueden convertir
su particular morir en la última obra moral que les dignifique a ellos tanto
como a los testigos o espectadores de la “caída del telón”. En tal marco
el muriente podrá asimilar mejor su real situación y tomar ante ella una
actitud (receptiva o reyectiva, e incluso activa, según lo apuntado en el
nivel antropológico), ejercer su autonomía, entablar un diálogo íntimo con
sus seres queridos, repensar su pasado, preparar su futuro más inmediato,
y abrirse a la vida de Dios, si es creyente. Según mi interpretación, el
nuevo concepto de muriente (distinto al de moribundo y complementario al de enfermo terminal) es clave a la hora de comprender la fuerza
significativa que el proceso de morir otorga a cada persona cuando le
ha sido posible experimentar la intransferible consciencia del perecer:
morir serenamente eleva la dignidad de lo humano.
4.2. Teniendo en cuenta lo afirmado, nos podemos preguntar si la
experiencia del proceso de morir equivale a la experiencia de la muerte.
Es evidente que una cosa es estar muriéndome y otra bien distinta qué es
la muerte. Al ser humano sólo le es dado una vivencia del irse muriendo,
en parte igual para todos por la coincidente estructura antropológica, pero
también como algo único y personal que es interiorizado de modo diverso
por cada uno, dependiendo de múltiples factores (sociales, psicológicos,
familiares, religiosos, etc.). Este proceso de interiorización del morir,
su vivencia subjetiva, es relevante por cuanto acentúa de modo especial
en el muriente una serie de interrogantes existenciales (antropológicos
y morales) que requieren de personal respuesta. Quizá la pregunta clave
sea “¿Quién soy yo?”, vinculada a la de “¿Qué va a ser de mí?”, dada la
situación límite en la que se halla el sujeto que en soledad inquietante
SENTIDO ÉTICO DEL MORIR
105
encuentra en su mente con reiteración tan punzantes cuestiones. Aunque
ambas han sido desarrolladas con reflexiones antropológicas de diverso
tenor por destacados pensadores españoles (Unamuno, Zubiri, Marías,
Savater), lo relevante, a mi juicio, es que son aquellas que de modo más
agudo la realidad cercana de la muerte suscita en cada conciencia.
Así pues, desde un punto de vista existencial, se ha de afirmar que el
proceso de morir provoca el interrogante primordial que de modo íntimo,
sincero y libre ha de responderse cada sujeto. Sin embargo, conviene
recordar que es posible anticipar tales preguntas si procuramos integrar
nuestra mortalidad en los proyectos de existencia que emprendamos.
La Tánato-ética promueve esta tarea a fin de que los sujetos morales
tomen en peso la propia vida, reflexionen sobre su narratividad biográfica y capten el sentido ético inherente a la realidad de la muerte. Pero
el particular proceso de morir no sólo suscitará preguntas existenciales
que todo hombre reflexivo ha de plantearse, si no que, cuando introducimos realmente la posibilidad de la muerte en los proyectos de vida
personal, la experiencia del sentido de vivir es más plena, nos capacita
para distinguir entre lo esencial y secundario, lo valioso en sí y lo que
es mero medio. En definitiva, potencia la sensibilidad (el “sentido”) para
gozar con mayor intensidad de las relaciones interpersonales, de nuestra
condición amorosa.
4.3.- Y, por último, no cabe duda de que la experiencia existencial de
la muerte ajena, especialmente de los seres queridos, incide de modo
capital en nuestra percepción de la vida. Aunque es evidente que múltiples
dimensiones del morir ajeno se me escapan, experimento “inferencias
vivenciales” gracias a las cuales me sitúo yo mismo ante la muerte,
capto emotivamente el sufrimiento que ocasiona la separación definitiva,
la soledad en la que me sumerge. Sin embargo, el morir ajeno, además
de originar estas experiencias de tipo afectivo-psíquico, incide también
en la vida moral: impacta en la conciencia de tal modo que provoca la
inquietud de si el ejercicio de mi libertad es el adecuado, si mis proyectos
personales están integrando o no la certeza de morir, si merece la pena o
no los esfuerzos y tareas en los que ando inmerso. Es decir, el impacto
existencial del morir ajeno (amigos, familiares, compañeros de estudio,
de trabajo) en cualquier persona que lo sufra suele provocar cambios
morales (para bien o para mal: dependerá de la actitud y la situación
en la que se halle quien atraviesa tan dramática experiencia). Lo cual
está indicando, por un lado, que en numerosas ocasiones contribuye la
Descargar