Él llama La vocación es una respuesta libre y enamorada al llamado de Alguien que me trasciende, a entregarme con generosidad y alegría. La vida es maravillosa porque es una entramada de llamadas y respuestas. Es Dios que llama y el hombre que responde a ese llamado particular. Dice Jesús: “No son ustedes los que me eligieron a mi sino yo el que los elegí a ustedes para que vayan y den fruto” (Jn 15, 16) Mi llamado es Don, es hoy, y es sobrenatural. Jesús me llama: “Ven y sígueme” (Mt 9, 9). La llamada es de siempre y para siempre. Misteriosamente Él elige y convoca a discípulos para que lo sigan al servicio del Reino. La vocación a la vida misionera es algo muy grande e implica una entrega totalizante. Por eso se intuye que la relación de Jesús con sus discípulos se caracterizaba por una especial amistad, confianza e intimidad. Esto lo vemos a lo largo de toda la vida pública de Jesús. Un ejemplo es cuando pasa la noche entera en oración antes de convocar a los doce (Lc 9, 1) o en la Resurrección cuando se les aparece en Jerusalén (Hch 1, 3). Esta relación particular de Jesús con sus discípulos la vemos en Lucas 8,10 cuando comienza a hablar por medio de parábolas y ellos le piden que les explique la finalidad de las mismas y el Señor les dice: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios”… Cuando resucitó a la hija de Jairo y no permitió que nadie entrara con él solo Pedro, Santiago y Juan (Lc. 8, 51) Cuando los llevó consigo luego de que ellos volvieron de misionar y “se retiró a solas con ellos” (Lc. 9, 10). O en Lucas 9, 18 que Jesús oraba a solas y dice la Palabra que “sus discípulos estaban con él”… Jesús llama a algunos a dedicar sus vidas a Él y a Su Reino. La respuesta es libre y personal. “Dios y mi alma…” decía San Agustín. Silencio y oración Ahora bien, Jesús sabe lo que hay en nuestro corazón y en nuestro espíritu. Decía San Juan Pablo II: “No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre; Solo Él lo sabe! Tantas veces hoy el hombre no sabe qué lleva dentro, en lo profundo de su alma, de su corazón. Tan a menudo se muestra incierto ante el sentido de su vida sobre esta tierra. Esta invadido por la duda que se convierte en desesperación. Permitid, por tanto – os ruego, os imploro con humildad y con confianza – permitid que Cristo te hable. Solo Él tienen palabras de vida, ¡Sí! De vida eterna” Para poder escuchar la Voz del Maestro que llama tenemos que aventurarnos en el silencio. Como el profeta Elías que “oyó el rumor de una brisa suave, y al oírla se cubrió el rostro con su manto” porque había escuchado la Voz de su Señor (1 Reyes 19, 9-13). También el profeta Isaías supo escuchar: “el Señor me ha abierto los oídos para hacerme oír su voz, cualquier cosa que me diga, yo no le hago resistencia ni me vuelvo atrás” (Is 50, 5) Orar es escuchar y en la oración podrás encontrar a Jesucristo que te habla con Amor. Jesús habla en el silencio y es ahí donde su Palabra cobra verdaderas dimensiones. Dice Romano Guardini en las “Cartas de auto-formación” “Solo el silencio abre nuestros oídos a la música que resuena en todas las cosas… Callar no quiere decir ser mudo; de ningún modo. El verdadero silencio es el correlativo vivo del recto hablar. Están relacionados como la inspiración y la expiración ¿Acaso se puede dar una sin la otra? El hablar crea comunidad; por la palabra recibimos y compartimos. Sin lenguaje el mundo interior nos oprimiría. La verdadera palabra libera. Pero debe ser verdadera y estar en relación vital con el silencio. El silencio es la fuente del hablar… Lo que procede del silencio es pleno, rotundo como el canto matinal de un corazón regocijado. Es vigoroso y fresco como las flores que crecen en las alturas. Fíjate cuán claras son sus formas; cuán firmes son sus tallos y sus hojas; y el color de sus flores cuán profundo e intenso al mismo tiempo. Así son las verdaderas palabras” Es la fuente del río que se encuentra en parajes elevados, el río en su principio no pasa de ser un torrente que desciende de las montañas, antes que llegue a fertilizar los valles y desembocar en el mar. Así son los fundamentos de la oración, viene de arriba, de Él, que conoce, convoca, forma y envía. Semillas de vocación Para ir descubriendo lo que Dios quiere de nosotros podemos percibir, intuir como semillas de vocación. Son pequeños signos que van orientando el corazón a una vida particular. Semillas de vocación a la vida misionera que van germinando poco a poco e incluso dando sus frutos. Jesús nos convoca a hacer lo que amamos, Él no cancela nuestra naturaleza. A Pedro que era un pescador no le dijo: “Sígueme y deja de hacer aquello que sabes hacer”, sino que le dijo: “Tu eres pescador, bien, sígueme y te haré pescador de hombres, de almas para esta vida y para la Vida Eterna”. Jesús asume lo que Pedro sabe hacer, y ama, y lo eleva a un nivel inimaginable para él. Así con nosotros. Lo mismo hace con sus elegidos, los eleva a una situación nueva e inimaginable. Por eso es sano y orientador preguntarse: ¿Qué cosas amo hacer? ¿Por qué o por quién daría mi vida? ¿Cómo me gustaría ser el día de mi muerte? ¿Qué estilo de vida me esperanza más? ¿Me imagino viviendo como un apóstol de Jesús itinerante y misionero?... Si imagino mi humanidad plenificada: Virtudes humanas, testimonio siendo más luminoso… Si la percepción de pertenecer a una comunidad, a algo mas grande, a algo que me trasciende a mi mismo me entusiasma. Etc. “Cristo vive en mi” (Gal 2, 20) Jesús asume nuestra humanidad y la plenifica. Sin embargo no nos convoca solamente para que seamos la mejor versión de nosotros mismos, como una fotocopia ampliada. Jesús quiere prolongar su vida en nosotros. Esa vida, no es una vida teórica, sino que es una vida real ya sucedida. Es la vida de Jesús. No es una vida de manual sino una vida concreta. No es que quiere hacerte más bueno, más paciente… No. Quiere hacerte más Cristo, y por ende más bueno y más paciente. La vida misionera es una prolongación de la vida pública de Jesús. Jesús quiere vivir su vida en nosotros, es un llamado particular y específico. Jesús quiere orar, amar, vivir, salvar en nosotros. Y nosotros queremos vivir en Él, orar en Él, sanar, salvar en Él. En la Sociedad San Juan queremos dedicar todas nuestra fuerzas a la Nueva Evangelización con el mensaje de que en Cristo se da una nueva situación (de vida / existencial). Modelamos nuestra vida en la vida pública de Jesús. Recorriendo ciudades y pueblos, que en su celo misionero, sale a buscar las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Entre los estudiantes secundarios y universitarios y los profesionales, para formar una dirigencia capaz de transformar la realidad según los valores del reino. Y entre lo más humildes, para que la Buena Noticia sea anunciada a los pobres, suscitando entre ellos líderes capaces de animar comunidades y ser levadura en su ambiente. El Padre San Alberto Hurtado expresa muy bien la vida en Cristo en su libro “Un disparo a la Eternidad”, dice: “Mirarlo a Él, penetrar en sus sentimientos, en sus motivos de obrar, y en la manera de realizar sus actos para poner en nuestras vidas esos mismos rasgos. La suprema aspiración de nuestra vida debe ser parecernos a Cristo, ser como Cristo, el “ya no vivo yo sino que es Cristo que vive en mi” que constituía la grandeza incomparable de Pablo de Tarso (…) Seré mucho si consiento en perderme en Cristo, en abandonarme en Él, en ser Él” Vivir por Cristo, con Cristo y en Cristo. Injertados en Él como la vid y los sarmientos. Una vida nueva en mí. Real. Que me plenifica y sabe sacar lo más auténtico de mi ser. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él da mucho fruto” (Jn 15, 5) Nosotros no somos Cristo, nos vamos apropiando de Cristo por la vocación recibida, por la vocación a la vida cristiana, la llamada al Bautismo y por la vocación a la vida consagrada. Vamos alcanzando esa madurez, esa estatura en Cristo, de a poco, y vamos siendo cada vez más auténticos en lo que somos. Queremos ser como una nueva encarnación de Cristo en el mundo, esa misma luz que traspasó la humanidad de Jesús, que se nos da a nosotros por la acción del Espíritu Santo. Determinación Habrá luchas por supuesto, y son de esperar. Dice el Eclesiastés: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón y sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia. Únete al Señor y no te separes” (2, 1) El primer sí es el inicio de un camino. No es el sí definitivo, ya que los años de formación son también tiempo de discernimiento. Y aunque no es el sí más fácil, ni el más certero, vale la pena intentarlo con todas las fuerzas. Tal y como nos dice el autor espiritual llamado Kempis: “Graba en tu mente esta breve y perfecta sentencia: déjalo todo y lo hallarás todo” Y Jesús es claro en esto también: “Quien pierda su vida por mí y por la Buena Noticia la encontrará” (Mc 8, 35) Entonces, si bien es cierto que la vocación es un llamado de Dios que solo la persona y Dios pueden escuchar y atesorar, y que nadie puede responder en nuestro lugar, también es cierto que necesitamos de alguien que nos acompañe en nuestro discernimiento vocacional. Para esto un sacerdote, un director espiritual es fundamental. Es el que más nos ayudará a decidirnos. A decidirnos con valentía y con arrojo. Dice la Palabra en Lucas 9, 51 que “Jesús se encaminó decididamente a Jerusalén”, es decir con determinación… Como decía San Ignacio: “es necesaria una determinada determinación, que es personal. Pero siempre necesitamos de alguien que nos confirme, nos oriente y fortalezca. Amor en acción Jesús antes de comenzar su vida pública se fue al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días y cuarenta noches. Luego de esa experiencia, dice la Palabra que “volvió con el poder del Espíritu”. Así debe hacer quien se experimenta convocado por el Señor. Con serenidad, sin temor. Con valentía y fe. Dejándose llenar por el Espíritu Santo, que está más que interesado en mostrarnos la Voluntad Divina. Ser sacerdote misionero, de la Nueva Evangelización hoy. Es una Gracia. Un Don. El sacerdote es el amor de Dios en acción. Enviado a llevar “la Buena Noticia del Reino a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18) El Señor habla, no juega a las escondidas. Jesús habla, impulsa. Hay un movimiento real de vida y dinamismo. Está en nosotros el decir sí: es la actitud de quien confía en el poder de Dios. En la fuerza del que llama. Del que convoca a una vida de servicio, de entrega, en rescate por una multitud. “¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?... Podemos” Así debemos decir. “Con tu Gracia puedo, heme aquí, serviré.” Dice Jesús: “Ustedes serán felices si sabiendo estas cosas las practican” (Jn 13, 17) Jesús quiere nuestra felicidad, está más interesado que nosotros mismos en nuestra felicidad, Él quiere hacernos partícipes del Reino, aquí en la tierra. Vida nueva ahora: “Les aseguro que el que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos, por el Reino de Dios, recibirá mucho más en este mundo, y en el mundo futuro recibirá la Vida Eterna” (Lc 18, 28)