Cincinato y Benedicto Por: Andrés Hace unos días un amiga me comentó, más o menos así, su opinión sobre la renuncia del Papa: es un acto más de la multinacional más poderosa de la historia (la Iglesia, supongo) con el fin de llamar la atención de los medios y crear una cortina de humo para ocultar la pederastia y la corrupción. Si Benedicto no renunciaba, lo mataban. En aquel momento no pude darle a conocer mi punto de vista, pero aquí está mi respuesta: En los últimos días la extensa historia del papado nos ofreció lo que para muchos no va más allá de una anécdota: la renuncia de Benedicto XVI. A partir del 11 de febrero ríos de tinta han bañado las publicaciones impresas, el tema saturó las redes sociales, expertos (desempolvados, algunos) acapararon los espacios televisivos. Vaticanistas, historiadores, periodistas, sacerdotes y políticos profesionales no han escatimado sus opiniones sobre la dimisión de Joseph Ratzinger. Cada muerte, o renuncia en este caso, de un Papa es un bocatto di cardinale para los aficionados a la conspiración: que Bertone por aquí, que Sodano por allá. Es el momento para elevar las apuestas y hacer cábalas: mejor Ravasi que Scola, preferible Ouellet que Tagle, un estadounidense debe descartarse de tajo, ¡ya es hora de un Papa latinoamericano! La fugacidad de los hechos nos obliga a centrarnos en el cónclave y en la elección de los cardenales sobre el próximo Papa (¿qué nombre elegirá?). La futurología insulsa de los medios de comunicación convida a la superstición, al detalle y a conjeturas que se estrellan contra las puertas de la capilla Sixtina cuando se declare el inicio del cónclave. Los expertos siguen pululando y opinando desde sus tribunales: ¿cuántos cardenales llegaron a Roma? ¿cuál fue el último Papa que renunció? ¿cuál es el perfil ideal del próximo Papa? ¡ahora sí viene un Papa negro! En ese sentido ante la luz fulgurante de los focos que empiezan a ubicarse en las esquinas de la Plaza de San Pedro, la última acción de Benedicto XVI (ahora emérito) lejos de opacarse, llama más la atención desde distintas perspectivas. El ejercicio del poder trae implícita la tentación de perpetuarse, de durar un poquito más. El proceso de individualización en las sociedades occidentales invita a resaltar el “yo” en todas sus dimensiones, a superponer identidades. La dinámica neoliberal del capitalismo conmina a la acumulación sin límite. Los sincretismos espirituales permiten la acumulación de experiencias y mantras para aliviar indigestiones. Así las cosas, no deja de ser interesante que un ser humano que ocupa uno de los puestos más codiciados de la historia, diga en un momento determinado: soy responsable, honro el deber, me retiro. Sin duda alguna, la decisión de Ratzinger es una lección de humildad para el cristiano, pero también es un mensaje claro de compromiso institucional para la burocracia vaticana. Con ingenuidad se podría pensar que el estado de salud de Papa emérito fue la única razón que explica su renuncia, empero, no se pueden omitir las evidentes rencillas internas dentro de la Iglesia católica, la formación de facciones y - para qué callarlo- la inmersión grosera de algunos de sus miembros en asuntos mundanos. Sin embargo, más allá de eso está un hombre reflexionando en su soledad, meditando una opción que cambiaría las vidas de muchas personas, aguantando sobre sus hombros el peso de una institución religiosa y política con miles de años de existencia. En ocasiones se hace un énfasis excesivo sobre la crisis actual de la Iglesia católica. Con seguridad ocurrió algo similar durante el papado de Pio VII y su difícil relación con Napoleón. Claramente en la actualidad se ciernen todo tipo de amenazas sobre la institución católica. A nivel interno, por ejemplo, se destacan de los escándalos sexuales de algunos miembros del clero, los sospechosos movimientos financieros del Instituto de Obras para la Religión y el decrecimiento del número de personas interesadas en ejercer el sacerdocio. A nivel externo no se pueden ocultar los procesos de descristianización en Europa, la islamización en África y el avance del protestantismo en América Latina. La decisión de Benedicto XVI trasciende la coyuntura: “no abandono la cruz”, es decir, su gobierno fue el paso 265 en el avance de una institución que vio caer a las principales monarquías e imperios de Occidente. Otro argumento recurrente en los últimos días afirmaba la falta de “maniobrabilidad política” de Benedicto XVI durante los últimos días de su mandato. La desobediencia de algunos de sus colaboradores impulsó, supuestamente, su dimisión. Las presiones políticas dentro del Vaticano son agudas y van más lejos del típico lugar común que imagina el seno de la Iglesia católica como un foro sin debate porque “todos son conservadores”. Dentro del Vaticano es posible encontrar un sinfín de matices políticos y fragmentaciones que van desde el más recalcitrante conservadurismo hasta el liberalismo moderado. Con respeto a éste último no tenemos que ir muy lejos para encontrar un buen ejemplo: Pablo VI. Ahora bien, desde la perspectiva de un gobernante de edad adulta tampoco la situación era sencilla: se le pedía a un hombre de 85 años llevar el ritmo de político en campaña electoral, se le exigía resistencia física a un anciano con una agenda internacional tan o más apretada como la de un canciller. Benedicto, un hombre forjado en el ámbito académico, tuvo que controlar un ejército de burócratas y romper su carácter tímido en multitudinarias manifestaciones que se concentraban en sus viajes o frente a su apartamento en Roma. Resumiendo, el paso (no a un costado) que tomó Joseph Ratzinger deja las puertas abiertas para la reflexión sobre varios aspectos que (en esto sí coincidimos) no pueden dejarse llevar por las toxinas de la desinformación o las teorías conspirativas. En las sociedades moldeadas por la técnica y alimentadas por el individualismo, un hombre baja los escalones de la pirámide para convertirse en “un simple peregrino”. En un Occidente adicto al showbiz y la saturación de imágenes, un anciano quiere “permanecer oculto para el mundo”. Vendrán luces, reportes en directo y entrevistas con expertos por la próxima elección papal. También aparecerán nuevas disputas internas y escándalos que recaerán sobre la Iglesia. Sin embargo, por coincidencia o por simple asociación resulta interesante una comparación entre las figuras de Benedicto XVI y de Cincinato, el patricio romano que, ya avanzado en edad y honores, tomó un retiro tranquilo como opción para sus últimos días mientras el mundo seguía girando entorno a sus afanes. Una pregunta: ¿debe importarle al cristiano católico la raza de su próximo Papa?