Cuadernillo 43 - Parroquia Inmaculada Concepción de Monte Grande

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43 – Historia de la Iglesia
BONIFACIO VIII
La Iglesia está nuevamente en manos de
políticos ambiciosos. Pero aún hay hombres
que saben escuchar... Carlos de Anjou y
Pedro de Aragón discuten continuamente. A
veces echan mano a las armas. Pedro de
Aragón, valeroso como es, consigue derrotar a las tropas francesas en varias ocasiones. Hay intentos de paz, por medio de
acuerdos y legaciones, pero la afición a las
armas parece oscurecerlos. ¿Quién solucionará el problema planteado por estos dos
soberanos?
EL PRIMER AÑO SANTO
Ante este importantísimo anuncio, por toda
Europa resuena el grito de: «¡A Roma, a
Roma!» Millares y millares de peregrinos se
ponen en camino. La capital del cristianismo se ha transformado completamente. El
puente Milvio es incapaz de contener el
aflujo de tantas personas y se destruye un
trozo de la muralla para favorecer el ingreso
de los fieles a la ciudad.
Ambos reyes olvidan que su terco orgullo
puede acarrear a la muerte a millares de
inocentes. Interviene de nuevo la Iglesia a
través del cardenal Benedicto Caetani, que
se dirige a los dos soberanos, venciendo su
loco orgullo. Cuando en el año 1294 se
reúne el cónclave para elegir un nuevo pontífice, sale elegido el cardenal Benedicto
Caetani, que toma el nombre de Bonifacio
VIII.
Indulgencia y perdón de sus pecados era lo
que buscaban aquellas muchedumbres de
peregrinos que se agolpaban en torno al
sepulcro de san Pedro. Entre los peregrinos
hay hombres humildes, nobles, sacerdotes,
reyes y poetas. Todas las escalas sociales
están representadas en esa riada de gente.
Entre ellos destaca Dante Alighieri, el gran
poeta italiano, autor de La divina comedia.
Bonifacio VIII es el primer pontífice que
adopta la espléndida «tiara de doble corona», símbolo de los poderes espiritual y
temporal. Después de la coronación, el Papa
se dirige montado a caballo hacia San Juan
de Letrán. la catedral de Roma. Todo el
pueblo le aclama entusiasmado. Dos reyes
conducen las riendas de su cabalgadura:
Carlos II y su hijo Carlos Martel, rey de
Hungría. El 22 de febrero de 1300 el Papa
anuncia a todo el mundo la indulgencia
plenaria para cuantos visiten las basílicas de
los Santos Apóstoles en Roma Es el primer
«año santo».
Bonifacio VIII muere en el año 1303. Su
corazón ha sufrido lo indecible por la conducta de dos facinerosos que se han atrevido
a abofetearlo. Le sucede Benedicto XI,
dispuesto a entregarse por completo para
restituir al mundo la paz y la justicia. Pero
otra grande prueba le espera a la Iglesia: el
destierro de Aviñón: los tristes años en que
los pontífices residen fuera de Roma.
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FELIPE EL HERMOSO
Un rey está dominando Europa, Felipe IV el
Hermoso, rey de Francia, soberano sin escrúpulos, dispuesto a pisotear los intereses
de la Iglesia y de la misma cristiandad con
tal de actuar su propia y ambiciosa política.
Fueron sus hombres los que ofendieron de
forma tan gravísima al papa Bonifacio VIII
en Anagni. Para afrontar las invasiones
francesas, los Cardenales se han apresurado
a elegir un pontífice animado por los más
profundos sentimientos de justicia: Benedicto XI.
CONCLAVE EN PERUGIA
¿Para llegar a realizar sus ambiciones Felipe
el Hermoso medita un asesinato? La historia
no ha podido decirlo con certeza, pero Benedicto XI muere repentinamente en Perugia después de haber comido unos higos que
habían sido envenenados. Ahora el rey de
Francia desea ver en el trono pontificio a un
hombre débil. «Influiré sobre los cardenales
del cónclave. Les haré pensar en su patria»,
piensa Felipe.
La elección no satisface al prepotente Felipe
aun cuando el Papa, esperando conducirle a
la lealtad, le perdona sus muchas culpas. Lo
mismo hace con el príncipe Colonna que
tantos desórdenes está sembrando en Roma.
Italia entera, por desgracia, sigue siendo un
inmenso campo de batalla. Florencia sufre
las terribles luchas entre blancos y negros.
El cardenal de Ostia ha intentado vanamente
pacificarlos.
Puede hacerlo. En efecto, muchos cardenales son franceses y ceden a la ambición de
ver a su patria en el primer puesto de las
potencias europeas. El cónclave se reúne en
Perugia en el año 1304. Pasan once meses y
los cardenales no se deciden. Irritados, los
habitantes de Perugia imponen a los conclavistas comidas muy escasas. «¡Tal vez el
ayuno les haga decidir!», confían los buenos
ciudadanos. Y no están muy equivocados.
Felipe IV el Hermoso tiene mucho interés
en fomentar estos desórdenes en la península italiana. Espera asustar al Papa y llevarlo
a su parte a cambio de honores y vanagloria.
Pero Benedicto XI no se deja lisonjear. ¡La
pompa de la corte no le impresiona! Se
cuenta que viendo un día a su propia madre
vestida con preciosos trajes para asistir a
una ceremonia, dijo: «Esta no es mi madre,
porque siendo pobre no viste de seda».
Los cardenales eligen un Papa de origen
francés: Bertrand de Goth, que toma el
nombre de Clemente V. De carácter débil,
tal vez demasiado unido a su patria, Clemente V, en lugar de dirigirse a Roma para
ser coronado, parte para Francia ya que la
ceremonia tendrá lugar en Lyon. Es la primera señal de la tempestad que está a punto
de caer sobre la Iglesia, sobre Italia y, especialmente, sobre Roma.
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