Posibles soluciones al conflicto político actual en Venezuela

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Posibles soluciones al conflicto político actual
en Venezuela
Juan Alberto Berríos Ortigoza
Maracaibo, 2011
País Portátil le preguntó a Juan Berríos y a Edgar
Rodríguez sobre las «Posibles soluciones al conflicto
político». Abogado y politólogo se debaten entre la
negociación del conflicto o la imposición de un modelo, y
la renovación del contrato social actual.
Considero que el conflicto se solucionará cuando las circunstancias obliguen a
los agentes del conflicto a negociar o a imponerse de un modo definitivo. Lo
primero puede ocurrir si la tendencia del gobierno nacional a perder espacios de
poder se consolida en las próximas elecciones regionales y municipales de 2012.
El otro escenario puede suceder si la oposición sufre un revés tan importante
que fracture su coyuntural, frágil y artificial unidad —cuestión que deriva de los
orígenes de esa unidad, conformada con la idea de derrotar a Chávez a partir de
la coalición de disímiles grupos carentes de base ideológica.
Debe quedar claro, en todo caso, que el conflicto es inherente a la competencia
política. Si la democracia como situación en la que hay libre competencia
política tiene como premisa el disenso, alentado por el pluralismo, es normal
que el conflicto exista. O aún más, es necesario que exista para considerar que la
competencia política es libre. El problema ocurre cuando el conflicto —como
parece ser el caso de Venezuela— no se resuelve, sino antes bien empeora, en el
sentido de que también afecta la convivencia social, y fomenta un contexto de
intolerancia, y de desconocimiento al otro, al que piensa distinto —sea de parte
de quien gobierna como de aquellos que no detentan poder.
Como se apuntó al principio, la solución no devendrá de la voluntad de quienes
tienen el poder de decidir, sino por la necesidad de sobrevivir y mantenerse en
esas posiciones de poder. De hecho, la negociación nunca parte de la voluntad
pura de los agentes en conflicto, sino de circunstancias que obligan a actuar.
En estos momentos se observa que poco se hace por la resolución del conflicto
político. Y ello es así porque se estima que los resultados electorales de 2012 son
claves para el futuro del país. Esta idea puede resultar inconveniente, porque se
plantea la resolución de los problemas a partir de la idea de la imposición y no
de la negociación, en el entendido de que aún se cree que la elección de un
presidente cambiará todo, y lo cambiará porque quien quiera que resulte electo
hará sentir su máximo poder. Sin embargo, esa es una falsa creencia, puesto que
sólo el gobierno tiene esa posibilidad, que aún en su caso es remota.
Quizá sea una fortuna que las elecciones presidenciales coincidan con las
elecciones regionales, en el sentido de que celebrándose o no en la misma fecha,
reconfigurarán los espacios políticos. El escenario más proclive a una
negociación del conflicto es el de un gobierno nacional débil, aun cuando gane la
elección presidencial. Esto es, que se consolide su tendencia a perder espacios
políticos en las regiones, y que su ventaja en el ámbito nacional no sea tan alta
como en años anteriores. Está claro que si el gobierno gana la elección
presidencial parte con una ventaja en la negociación, pero teniendo menos
crédito que en oportunidades anteriores, lo que lo obligará a enfrentarse a
circunstancias muy similares a las de 1998. El conflicto también puede
resolverse —forzado por los acontecimientos antes que por las voluntades y una
estrategia que tenga como objetivo su resolución— si la oposición sufre una
derrota tal que la fracture. O al menos, que la derrota sea traducida como un
resultado muy negativo, que implique la asunción de la idea de que el poder
obtenido no es suficiente para competir o chantajear al gobierno. En ese caso, la
solución vendrá dada por la imposición de un modelo, una visión homogénea de
cómo debe conducirse el país y, en consecuencia, la consolidación de una idea
que, más allá de ser conveniente o inconveniente, será la que demarque el
principio de una nueva etapa en Venezuela.
-OEdgar Rodríguez Martínez
[Politólogo]
Trujillo, 2011
Antes de abordar lo referente a las posibles soluciones al conflicto político
actual en Venezuela, Rodríguez responde sobre las consecuencias sociales de la
demagogia política partidista.
Tomando en cuenta que la pregunta alude centralmente lo social, y si se mide el
desarrollo integral del cuerpo desde la perspectiva de su capital social, su
estabilidad política, la paz y el éxito institucional para aminorar la pobreza y
reducir las desigualdades culturales, se tiene que las consecuencias focales
derivadas de la demagogia partidista se combinan en: asistencialismo y
clientelismo político que afianza la pobreza, aparejado con la fractura de la
paz y la cohesión social. La fractura de la paz se refleja en la violencia personal,
social, institucional y mediática, expresada en las actuales estadísticas sobre
homicidios y hechos de agresión en la sociedad venezolana. La falta de cohesión
social se muestra en la estresante polarización inter-partidista, mientras que el
asistencialismo partidista estatal se proyecta en la amputación de las
capacidades de mucha gente y sus iniciativas para escapar de la pobreza.
El sistema opera siempre por su misma naturaleza funcional y psicología grupal
e ideal, como un sistema de choque social; generador de división, polarización,
descrédito a personas y su interesado clientelismo político; factores que han
terminado por estrangular al sistema, convirtiéndose, además, en los
principales obstáculos para el desarrollo integral de la sociedad venezolana. Al
analizar las consecuencias de la demagogia y la deficiente praxis partidista, no
se puede obviar el fenómeno de los financiamientos ocultos y la galopante
corrupción administrativa; esta última presente tanto en el sector público como
en el privado. El soborno y la comisión operan notoriamente.
Los partidos han sido elementos fundamentales para la participación política y
la calidad del desempeño democrático; pero esto ya no es una constante. La
demagogia partidista como uso de la palabra discursiva y la promesa
gubernamental sin hechos que la sustenten, al final genera unos niveles de
frustración y malestar social retro-alimentadores de un resorte de violencia,
reflejada en las diarias y múltiples protestas sociales, y en algunos tramos de la
historia venezolana, en revueltas sociales turbulentas y desgarradoras.
A todo esto se suma el carácter anti-plural y avasallador del método electoral
mono-grupal de poder (y su tiranía electoral de la mayoría)desde el cual se
consiente o permite la excesiva concentración de poder en un minúsculo sector
de la sociedad. Tras ello, la democracia se des-democratiza, toda vez que el
grupo de turno secuestra los recursos públicos, define e impone a su manera los
tipos de leyes al resto de la sociedad y aplica drásticamente un rumbo ético,
cultural, educativo y económico según su visión.
Los efectos más devastadores que esta suma de factores negativos provocados
por la demagogia partidista genera, vienen a ser, por una parte, la parálisis
paradigmática (ingobernabilidad), a la vez que el círculo vicioso de la pobreza, y
no sólo material sino política(intolerancia, dependencia partidista, miedo y
sumisión), socio-moral-espiritual-cultural («caos de vicios», drogadicción, baja
y/o mala educación), todo en medio de una desesperanza ejercitada e
intergeneracional. Suma de síntomas espinosos y suficientes como para afirmar
que existe una grave crisis moral, junto al vencimiento del «Contrato sociopolítico» demo-liberal de partidos; entre otras cosas, por inoperante, deficiente
e ineficaz para superar tan descomunal, múltiple, compleja y generalizada crisis.
Si al profundizar el análisis sobre los efectos de la demagogia partidista y su
deficiente praxis estatal y social, se reconociera que el «Contrato socio-político»
demo-liberal partidista que existe en Venezuela, muestra síntomas suficientes
de vencimiento dada la suma de males y, sobre todo, la parálisis paradigmática
que sufre, se podría concluir que la solución a esta grave crisis moral, social,
económica y política actual, demanda la renovación del «Contrato sociopolítico» en general.
Si se partiera de la premisa de que el «Contrato socio-político» está vencido,
sería como reconocer que el caso venezolano demanda no una salida electoral
con el simple triunfo de un partido o unión de partidos distintos al de turno, o la
continuidad del grupo en el poder, sino una «Propuesta de País», distinta a las
dos proposiciones actuales, pues, gane quien gane se enfrentará con la Matrona
de todas las crisis: un sistema inoperable, agotado y una sociedad en crisis
general. Esto explica el porqué habiendo ensayado todas las ideologías, líderes,
grupos, programas y colores, el cúmulo de dificultades es mayor. De allí que sea
inminente una renovación del actual Contrato social.
En el libro Policracia: un nuevo orden social y de gobierno [de mi autoría
independiente, publicado en Caracas, a principios de diciembre 2010, con el
auspicio de varias instituciones entre las que está la Universidad Católica Cecilio
Acosta de Maracaibo], se propone precisamente renovar el contrato social
actual, promoviendo centralmente la superación del sistema demo-liberal de
partidos, con miras a lograr la desmonopolización del poder.
Características de la solución: Con el propósito de desconcentrar el poder
mono-grupal y lograr redistribuirlo, se recomienda como fórmula alternativa,
aplicar el método electoral uninominal personal, de manera que la competición
electoral en torno al poder se dé entre personas y no entre partidos; consciente
de que la gobernabilidad no depende de un partido sino de la institución pública
en sí misma, por lo cual se estaría sólo cambiando la forma de escoger los
representantes a cada institución pública. De esta manera se logra,
automáticamente, impedir que algún grupo de la sociedad secuestre el poder y
con ello los recursos, las leyes, el rumbo cultural y económico de todo el cuerpo.
La Policracia y la coparticipación sociológica: La coparticipación sociológica es
también una fórmula que permitiría a los demás sectores sociales organizados
del país, tener una representación política en los escenarios de gobierno. Ésta
consistiría en elegir, además de la tradicional representación política por
circuitos electorales locales, regionales o nacionales una representación
adicional que provenga del resto de sectores de la sociedad, permitiendo que las
grandes federaciones gremiales y las organizaciones fundamentales de la
sociedad civil no partidista, elijan en su seno una representación sectorial ante
los organismos públicos.
Una propuesta que permitiría que Venezuela logre la integración social con la
cual atenuar la división del cuerpo, y unida impulsar la superación de la
demagogia, el clientelismo y la violencia institucional polarizante, con lo cual
dedicarse en cuerpo entero a atender a los más débiles, a los más pobres en
medio de la reconciliación y la paz integral.
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