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El legado Cambó
a -rceRona
Quizá cuando aparezcan estas líneas
el legado Cambó, vuelto felizmente a
nuestra patria después de un éxodo
azaroso, estará expuesto ya al público
en el gran salón del Tinell.
Con la incorporación de sus cuadros
al Museo de nuestra ciudad, Francisco
Cambó habrá realizado para su país
l o que acaso ningún otro ciudadano de
este siglo haya logrado: darnos a leer
en nuestra lengua la fuente inagotable,
base de auténtica cultura, los clásicos
griegos y latinos, y legar al Museo de
Barcelona medio centenar de obras
de los grandes maestros de l a pintura,
desde Giotto hasta el pasado siglo.
Adquirir, en pleno siglo XX, cincuenta cuadros certificados de los mejores pintores, representa un esfuerzo
extraordinario de búsqueda, aparte
de su coste excepcional; pero reunirlos
con l a sola intención de legarlos a la
Ciudad, cuyo museo, el primero del
mundo en arte románico, es más bien
pobre en pintura que podríamos denominar del gran período, es un gesto
de auténtico mecenas, con un sentido
de su misión ante la historia que pocos
son hoy capaces de sentir.
Esta ciudad nuestra, donde apenas
hay ocasión de admirar originales de
los grandes pintores, verá ahora enriquecer su Museo con dos pequeñas tablas de l a escuela de Giotto, una gran
Madonna con santos de Ghirlandajo,
no se sabe si de Domenico, el florentino que nos ha legado un retrato tan
magnífico desu época, o de su hermano
Roberto. Otra Madonna al fresco de
Perugino y l a encantadora Virgen con
el Niño y ángeles, tan graciosos, que
si l a gracia, l a de mejor especie, Lastara, fra Filippo (dice Berenson) sería
quizá el mayor de los pintores florentinos anteriores a Leonardo. Esta Virgen. en muy buen estado de conservación, es una de las mejores obras de la
colección.
El pequeño San Juan, de tonos tinos,
atribuido a Botticelli, un retrato femenino de Rafael y el discutido y ya
célebre Antonello de Mesina, inferior a
los del Louvre y colección Trivulzio.
Y continuando con Italia, podremos
admirar los grandes venecianos: el
cuadro de Tiziano, casi idéntico al del
Louvre, con l a indolente serenidad de
l a bella Lauro Dianti; el retrato de
viejo de Tintoretto, granate y piel
blanca como hay otros parecidos. El
retrato de dama de Sebastiano del
Piambo, el veneciano que supo apropiarse la elegancia y grandiosidad de
Miguel Angel; un Veronés de menos
calidad, retocado sin duda; y los tres
Tiepolos, tan hábiles y en magnífico
estado, muestra del último veneciano,
menos profundo y algo teatral.
Y encontraremos el Flandes detallista con Metsys y el Flandes opulento con el retrato de lady Arundel
de Pablo Pedro Rubens. Y Holanda con
el retrato de Titus el hijo de Rembrandt,
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retrato impresionante pintado, se dice,
por un discípulo de Rembrandt, pero
donde acaso asome la mano del maestro maravilloso que supo, con la magia
de la luz, mostrar el alma de los seres
y la íntima poesía de las cosas. Un retrato portentoso de Murillo.
Y encontraremos el amable siglo XVIII, con un retrato femenino de
Gainsborough, y dos cuadros de estaciones de Pater. el discípulo de Watteau,
y en fin Goya. Éstos, con otros muchos
cuadros que no podemos citar, constituyen el legado Cambó.
Quede esta nota en ((Cuadernos de
Arquitectura)) como expresión del recuerdo agradecido que elevarán en el
fondo de su corazón todos cuantos vayan a contemplar el regalo maravilloso
que Francisco Cambó nos ha dejado.
I.M. S. G., Arqto.
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