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LA IMAGEN DE DIOS
Por: Rev. Leslie J. Thompson
Director y Fundador de la Facultad Latinoaméricana de Estudios Teologicos (FLET)
La Biblia nos indica que Dios creó a Su imagen y a Su semejanza
(palabras que se usan intercambiablemente, la última explicando a la
primera). Si Dios nos hizo como El, y El es perfecto, el primer hombre y la
primera mujer tienen que haber sido perfectos también. Pero, ¿cómo hemos
de entender la idea de "imagen"?
Cuando Dios creó al hombre y a la mujer los creó seres racionales, con
almas inmortales, dotados de conocimiento, justicia, y verdadera santidad, y
con capacidad para tener dominio sobre los animales. Los creó con Su
carácter grabado en sus corazones y con la habilidad innata para obedecerle.
A la vez les dio libertad, con la posibilidad de transgredir sus mandatos, ya
que los hizo seres libres o autodeterminantes.
Por "imagen y semejanza" con Dios entendemos que nuestros padres,
Adán y Eva, fueron hechos como Dios, seres racionales con espíritus
personales. Esa semejanza indica también que fueron creados perfectos en su
ser, en su naturaleza, y en sus conocimientos (Cl.3:10), y en justicia y
santidad(Ef.4:24).
La Biblia no tiene lugar para esas ideas modernas de que los primeros
hombres fueron unos seres toscos, semi-animales, arrastrándose sobre la
tierra, incultos, brutos, sin capacidad intelectual. Al contrario, nos muestra
que Adán era un ser tan capaz, dotado de tanta habilidad que Dios pudo darle
la tarea de estudiar la naturaleza (Gn.2:19). Además, tenía la capacidad de
poder comunicarse inteligente y directamente con el omnisciente Dios
(Gn.2:16,17;3:8-10).
Igualmente la mujer es mostrada con la capacidad de hablar y razonar
con inteligencia (Gn.3:1-6;4:1). Por esa perfección de su creación, Dios
pudo culparles plenamente por desobedecerle. Al comer de la fruta
prohibida, sabían perfectamente lo que hacían.
Nosotros, por ser hijos de Adán y Eva, también nos parecemos a Dios -y Dios a nosotros. Tal realidad nos hace pensar. Si tú y yo retenemos cierto
parecido con Dios, ¿será Dios un ser temible, vacilante, y hasta malo como lo
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somos nosotros? O, al contrario, si Dios es bueno, perfecto y santo, ¿nos pasó
algo a nosotros para distanciarnos de Dios, ya que ni somos buenos ni
santos?
La pregunta consecuente es: ¿Qué nos pasó? Si en realidad llevamos
la imagen de Dios, y él es perfecto, ¡algo hemos perdido, pues tú y yo somos
muy imperfectos! ¿Cómo pues podemos interpretar la imagen de Dios en
nosotros? ¿Dónde está? Si hemos perdido el todo o por lo menos algo de esa
imagen divina, ¿qué hemos perdido? ¿Habrá manera de recuperar la totalidad
de esa imagen con que fueron dotados nuestros primeros padres?
Como hemos leído, la raza humana se originó de un acto creador
especial de Dios (Gn.1:26,27;2:7). El hombre fue creado al final de todas las
otras obras de Dios, y desde aquel acto final divino no ha habido ninguna otra
especie añadida a este globo terrestre. Además, la narración de los actos
creadores de Dios (como se presenta en Génesis 1 y 2) nos da a entender que
el hombre en sus cualidades intelectuales, morales, religiosas, y en su
capacidad para crear su propio progreso, es asombrosamente distinto de los
animales. Aun los que niegan la existencia de Dios conceden que hay un
abismo casi infinito que separa a un hombre de un animal.
Podemos añadir que el hombre, tal como lo indica la Biblia y se
demuestra en la historia, es un ser destinado a ejercer dominio. Esto lo
vemos en la política, en el comercio, en el mismo hogar. Tal como lo indica
Génesis 1:27, el hombre ejerce dominio sobre todas las criaturas y la
naturaleza. La superioridad humana sobre los animales y el resto de lo
creado es demostrable (Sl. 8:6-8). El hombre, pues, no puede ser meramente
un producto de la misma naturaleza, como reclaman las teorías
evolucionistas. Si la naturaleza lo formó, el hombre es inferior a la
naturaleza, como es evidenciado por su control sobre ella, el hombre por
necesidad tiene que haber tenido un origen aparte de la naturaleza
Somos "criaturas de Dios", enseña la Biblia. Ese hecho conlleva
parentesco con Dios y nos hace especiales. Aunque tenemos que conceder
que hay aspectos de la imagen y semejanza con Dios que hemos perdido,
todavía retenemos características importantísimas. Por ejemplo, vemos en la
historia de la humanidad que Dios actúa en formas especiales para castigar,
para proteger, o para bendecir a la humanidad. Todo el fascinante relato del
plan de redención del hombre muestra que el hombre es algo muy superior al
resto de la creación, algo digno de ser redimido.
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