El camino del Kaizen: Un pequeño paso puede cambiar tu vida

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EL CAMINO DEL KAIZEN:
Un pequeño paso puede cambiar tu vida
«NO ME SIENTO CON EL VALOR SUFICIENTE PARA
HACERLO». CÓMO DISUELVE EL KAIZEN LA
RESISTENCIA
Todas las Nocheviejas, millones de personas elaboramos
una lista de objetivos para el año siguiente: queremos perder
peso, organizamos, aprender a dominar el estrés, etc., y
tenemos la intención de hacer estos cambios, íntegramente,
justo a partir del día siguiente.
Sin embargo, en incontables ocasiones, no conseguimos
reunir la fuerza de voluntad necesaria para provocar una
reforma brusca y colosal, al menos no durante mucho
tiempo.
Las encuestas sugieren que el típico buen propósito para el
Año Nuevo se repite durante diez años seguidos, y que la
cuarta parte de las personas lo abandonaron durante las
primeras quince semanas para volver a formularlo al año
siguiente. El Kaizen ofrece una alternativa a este ritual anual
de fracaso.
Hace muchos años, oí a un famoso especialista del dolor dar
una conferencia ante un público numeroso.
Aunque el dolor no siempre puede eliminarse con medicación
y otras terapias médicas, las técnicas mentales como la
meditación pueden reducirlo de un modo significativo.
Este especialista en el dolor animaba a todos sus oyentes a
meditar en casa durante un minuto diario. Muy sorprendido,
lo abordé después de la charla y le pregunté por qué creía
que un minuto de meditación podía hacer algún bien a
alguien.
En un tono de voz paciente, él me preguntó cuánto hacía que
existían las técnicas de meditación.
—Dos o tres mil años —respondí yo.
—Exacto —dijo él—. Por tanto, es muy probable que la
gente que me ha escuchado ya sepa lo que son. Aquellos a
quienes les gusta la idea ya habrán encontrado un profesor o
un libro y estarán practicando. Para el resto de los oyentes,
la meditación significa algo muy aburrido. Prefiero que se
vayan a casa y mediten durante un minuto a que no lo hagan
durante treinta. A lo mejor les gusta. A lo mejor se olvidan de
parar y siguen meditando.
Y estoy convencido de que tenía razón. El estudio de
técnicas persuasivas demuestra fehacientemente el poder
del Kaizen para disolver incluso las resistencias más fuertes.
En un estudio bastante gracioso, un grupo de voluntarios
preguntó a los residentes de un barrio del sur de California si
estarían dispuestos a exponer en una de las ventanas de su
casa un pequeño cartel que decía: «Conduzca con
prudencia».
Casi todos ellos accedieron. En cambio, los voluntarios no
hicieron esta misma petición a los habitantes de otro barrio
escogido por su similitud con el primero.
Al cabo de dos semanas, preguntaron a los vecinos de
ambos barrios si permitirían que instalaran en su jardín una
valla publicitaria con el mismo mensaje.
Les enseñaron fotografías donde era patente que su vivienda
quedaría empequeñecida por la valla. Para restar incluso
más atractivo a la petición, las letras de la valla estaban mal
pintadas.
El grupo al que no habían pedido que expusiera el
pequeño cartel se negó en el 83 % de los casos a que
instalaran la valla publicitaria; en cambio, el grupo que
había dado un paso pequeño en el primer barrio accedió
en el 76 % de los casos.
Aquel pequeño paso había multiplicado por cuatro
la probabilidad de que dieran uno más grande.
Otros estudios han confirmado estos resultados, mostrando
que una pequeña acción inicial (llevar la insignia de una
asociación benéfica, vigilar las pertenencias de un
desconocido en la playa) disipa casi todas las objeciones
para llevar a cabo una acción de mucha mayor envergadura
(hacer donativos económicos a la asociación benéfica,
intervenir si alguien roba las pertenencias al desconocido).
Así pues, imagine con qué eficacia las acciones pequeñas
pueden derribar su resistencia a los cambios que usted
quiere realmente hacer.
Yo he utilizado el Kaizen en multitud de ocasiones con
personas que tienen la intención de mantener su propósito
de adelgazar, organizarse o relajarse más, pero se oponen a
los cambios necesarios en su rutina.
En la consulta médica de la UCLA, por ejemplo, he visto a
personas que sencillamente no quieren o no pueden
limpiarse los dientes con seda dental.
Saben que corren el riesgo de desarrollar caries y gingivitis, y
opinan que tendrían que habituarse a hacerlo, pero parecen
incapaces de traducir ese conocimiento en acción.
Por tanto, yo les pido que se limpien un solo diente con seda
dental todos los días. Estas personas encuentran este paso
minúsculo mucho más fácil.
Al cabo de un mes de limpiarse un solo diente cada día, han
obtenido dos cosas: un diente limpísimo y el hábito de utilizar
la seda dental.
Un diente limpio es un logro en sí mismo, pero casi todos mis
clientes descubren que no quieren dejarlo en este punto.
Algunos comienzan a limpiarse dos dientes durante el
próximo mes, pero la mayoría observa que su nuevo hábito
está instaurándose con tanta fuerza (y como además ya
están delante del espejo con un trozo de seda dental en la
mano) que se limpian tres o cuatro dientes.
En un plazo de seis a diez semanas, casi todos ellos ya
utilizan la seda dental para la limpieza de toda la boca.
(Cuando mis clientes se olvidan de limpiarse un diente a
diario, les pido que añadan otro paso Kaizen: atar un trozo de
seda dental en el mando a distancia o pegarlo con cinta
adhesiva al espejo del cuarto de baño como recordatorio.)
También he visto a demasiadas personas fracasar en su
intento de hacer ejercicio con regularidad y padecer
enfermedades graves por esa causa.
A menudo se trata de personas que trabajan demasiado,
tienen demasiados compromisos y están demasiado
estresadas. A estos pacientes les parece imposible hallar la
forma de hacer ejercicio durante la media hora diaria
recomendada.
La vida puede antojárseles tan dura que no se ven a sí
mismos complicándosela todavía más con unos ejercicios
que hacen sudar. Tal vez teman analizar sus otros hábitos
desde una perspectiva nueva y más saludable. Las
comprendo perfectamente.
Para estas personas, el carácter indoloro y fácil del Kaizen
encierra un atractivo especial.
Las personas que detestan profundamente el ejercicio
pueden comenzar como hizo Julie, andando sin moverse del
sitio delante del televisor durante un minuto diario.
Pronto, crean un hábito y están dispuestas a sumar unos
cuantos minutos a su rutina, y luego unos cuantos más,
hasta terminar dedicadas con entusiasmo a un programa de
ejercicio completo y saludable.
En una ocasión, conocí a una mujer que quería hacer
ejercicio e incluso se había comprado una costosa cinta sin
fin para su casa. Aun así, seguía evitando hacer ejercicio.
“No tengo el valor suficiente para hacerlo”, pensaba. Así que
recurrió al Kaizen.
Durante el primer mes, se quedó de pie en la cinta, leyendo
el periódico y tomándose un café. Durante el siguiente mes,
tras terminarse el café, anduvo en la cinta durante un minuto,
sumando un minuto cada semana.
Durante estos primeros meses, la mayoría de la gente habría
encontrado ridículas aquellas acciones tan pequeñas. Sin
embargo, no lo fueron. Aquella mujer estaba desarrollando
una tolerancia al ejercicio.
¡Pronto, sus «ridículas» pequeñas acciones se
convirtieron en el firme hábito de correr más de un
kilómetro diario!
Fíjese en que esta forma gradual de proceder en lo que
respecta al ejercicio es exactamente la contraria del patrón
habitual, según el cual una persona comienza con una
explosión de actividad durante unas cuantas semanas, pero
luego regresa a su mullido sofá.
Cuando se plantee qué pasos pequeños debe usted dar para
cambiar, tenga presente que a veces, por muy bien que los
programe, se topará con un muro de resistencia. ¡No se
rinda!
En lugar de ello, intente reducirlos todavía más. Recuerde
que su objetivo es eludir el miedo y dar pasos tan pequeños
que apenas acuse el esfuerzo.
Si sus pasos son lo bastante fáciles, su mente asumirá por
lo general el mando y superará los obstáculos que le
separan de su meta.
De vez en cuando, el Kaizen tarda más en producir un
cambio, requiriendo que todos los pasos entre los puntos A y
B sean pequeños.
Si se siente decepcionado por la lentitud del cambio,
pregúntese: “Tardar en cambiar, ¿no es mejor que lo que
he experimentado hasta ahora..., que es no cambiar en
absoluto?”
Un simpático ejemplo de esta estrategia queda ilustrado por
una mujer que se crió en Inglaterra.
A los trece años, advirtió que las cuatro cucharaditas de
azúcar que se ponía en el té todos los días no estaban
haciéndole ningún bien. Gracias a su fuerza de voluntad y
autocontrol, fue capaz de reducirlas a una cucharadita, pero
su hábito de ponerse esa cucharadita estaba muy arraigado.
Cuando advirtió que no tenía tanta fuerza de voluntad como
para renunciar a aquella última cucharadita, probó a quitarle
un solo grano de azúcar antes de añadirla al té. Al día
siguiente, probó a quitarle dos.
Continuó así, quitándole uno o dos granos todos los días.
¡Tardó casi un año en vaciarla! Tenía cuarenta y cinco años
cuando me contó esta historia, y seguía tomándose el té sin
azúcar.
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