La educación en Platón Platón concibe la educación en función de su ideal político. Hay una vinculación en el pensamiento platónico entre lo que debe ser la educación de los individuos y el ideal de justicia que debe regir la polis. En La República se presenta la idea de que la recta educación del individuo supone la realización de la justicia en sí mismo y será aquella la que garantice la realidad del Estado justo. La base de este principio hay que asentarla sobre la concepción antropológica platónica, de la que se derivará su doctrina ética y su correspondiente correlato en el ámbito político. Platón vuelve la vista al alma del hombre en La República, para forjar sobre ella la doctrina del hombre justo y feliz y la del buen gobierno de la ciudad. La imagen de la caverna es una imagen del “estado en que se halla la naturaleza humana en relación con la educación o la falta de ella”. El hombre pertenece, como ser natural, al mundo sensible, pero, en este mundo es un ser imperfecto, su vida en este mundo es antinatural en la medida en que está encarcelado en lo sensible y corporal. El ser humano está compuesto de un alma y de un cuerpo ontológicamente heterogéneos (dualismo antropológico). El alma es, principio vital que anima al cuerpo (por tanto, “superior” a él) y principio del conocimiento. Ambas funciones son desempeñadas por facultades o potencias diferentes y que son fuentes de “deseos” diferentes. La parte apetitiva: es fuente de los deseos relativos a la nutrición y la generación; la parte irascible: es fuente de los deseos y pasiones nobles; la parte racional: fuente de los deseos de aprender, de saber y comprender la verdad. La virtud (areté) consistirá en la armonía entre las tres partes de modo que, sin que ninguna sea anulada, prevalezca la parte racional. La verdadera educación (paideia) es el medio o camino por el que la naturaleza humana alcanza el bien, la perfección o excelencia que le son propios. La educación hará posible el retorno a la auténtica naturaleza del hombre, abandonando el “estado” en que nos lo presenta Platón en el Mito de la caverna, proporcionándole el conocimiento de la verdad acerca de cómo debe vivir. La concepción platónica de la educación es diametralmente opuesta a la de los sofistas. Según éstos, la educación consistía en inculcar a los alumnos ciertos saberes necesarios para alcanzar el poder, el éxito en una sociedad determinada; de manera que el conocimiento tenía para ellos un valor utilitarista y convencional, limitado a situaciones concretas. Frente a ellos, Platón entiende la educación como un auténtico arte de conducir el alma hacia la verdad. El saber es, pues, una actividad animada por el deseo (eros) de búsqueda en una asociación entre lo conocido y lo que todavía no se conoce, una anamnesis, en cuanto poseemos una comprensión implícita de todo lo que alguna vez llegaremos a comprender. El texto fundamental de la educación griega en tiempos de Platón eran los poemas de Homero, los cuales no sólo proporcionaban relatos literarios de extraordinaria belleza, sino también todo un sistema de normas de comportamiento. Sin embargo Platón creía que los efectos morales y teológicos de estos poemas dejaban mucho que desear, y ello debido a dos razones fundamentales: la antropomorfización de los dioses no proporcionaba modelos dignos de ser imitados y, por otra parte, contenían una cantidad de fragmentos que podían inducir al joven a una conducta poco deseable. Platón pretende realizar en su sistema educativo una censura de toda la literatura en la que los fines estéticos estén por encima de los fines morales; esto es debido a que considera que el progreso intelectual debe implicar a la vez un proceso de purificación moral; el verdadero objetivo de la educación es el conocimiento de la verdad y el conocimiento de la verdad es la garantía de una vida buena y feliz. Platón pretende en su proyecto educacional combinar el ejercicio físico y la música a fin de conseguir con ello un desarrollo equilibrado del individuo, pero tanto la música como la gimnasia son meras técnicas y por ello se encuentran lejos de la verdad. El alma necesitará para acceder a la verdad del auxilio de otras ciencias. ¿Cuáles son estas disciplinas que sí podemos considerar verdadera ciencia?: Las matemáticas y la dialéctica. El pensamiento matemático (dianoia) constituye la máxima aproximación al conocimiento de las Ideas, pero no llega a conseguir su captación final. La dianoia ocupa una posición intermedia entre la opinión (doxa) y el conocimiento filosófico (noesis). De la misma forma, los objetos matemáticos son algo intermedio entre las Ideas y las cosas sensibles; pueden ser considerados como “particulares inteligibles”, constituyendo una clase especial de inteligibles, superiores a los sensibles particulares, pero inferiores a los verdaderos universales o formas. Por ello la matemática no llega a ser “dialéctica” y se queda a nivel de la dianoia o pensamiento hipotético. Este tipo de razonamiento ayuda a la mente a desligarse de lo sensible y habituarse a lo inteligible pero no le permite alcanzar verdadero conocimiento. Para ello es preciso ir más allá de las hipótesis sometiéndolas a prueba a la luz de los primeros principios, y no descansando hasta alcanzar una verdad suprema a partir de lo cual se pueda explicar todo lo demás. La dialéctica, que sí cumple aquella función, es presentada por Platón como la última etapa de su proyecto educativo, a la que sólo podrán acceder aquellos que habiendo dominado las ciencias matemáticas, se encuentren ejercitados en pensar. A diferencia del conocimiento matemático, que partiendo de hipótesis no fundamentadas argumentaba hasta llegar a una conclusión; la dialéctica se nos muestra como un tipo de pensamiento que remonta los supuestos matemáticos dirigiéndose hacia los primeros principios y culminando con la comprensión del Bien, primer principio no hipotético. Platón le da carácter de viaje ascensional desde las cosas hasta las Ideas y sus interrelaciones hasta llegar a la Idea de Bien. Platón denomina al conocimiento dialéctico con la palabra noesis: captación por la mente de lo universal por encima de lo particular, comprensión de las realidades universales. Al que llega a poseer este conocimiento de lo verdadero y lo bueno, no le queda sino intentar que el mundo sensible se acerque lo más posible al ideal contemplado, por eso la dialéctica es también un proceso dinámico de actuación sobre el mundo. En cuanto una persona conoce la bondad, necesariamente ha de hacer lo que pueda para “usarla como un ejemplo mediante el cual ordenar su propia vida y la de su ciudad”. La dialéctica es, así un doble proceso ascendente y descendente. Esto es lo que hace el prisionero cuando, habiendo visitado el mundo exterior, baja de nuevo a la caverna para ayudar a sus compañeros a reconocer las sombras cuyos originales ha visto. El auténtico saber dialéctico tiene, pues, fundamentalmente una dimensión práctica: contribuir al bien común. Platón asigna, según vemos, a la filosofía una dimensión política, en virtud de la cual la culminación del proceso de conocimiento no se queda en la ascesis hacia la contemplación del Bien, sino que debe continuar en la utilización de todos los conocimientos adquiridos por el filósofo para construir una sociedad justa. La educación del filósofo tiene el cometido de que éste vuelva a la caverna y ponga sus conocimientos al servicio de la comunidad. Así el Estado podrá estar gobernado por hombres sabios que realicen el ideal de justicia en la comunidad política, gobernando ésta “en la vida privada como en la pública”.