A MODO DE CONCLUSIÓN Es necesario diferenciar claramente

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A MODO DE CONCLUSIÓN
Es necesario diferenciar claramente incapacitación e
internamiento. La declaración de incapacidad no conlleva,
per se, el ingreso hospitalario, y viceversa. Mientras una
persona no sea judicialmente declarada incapaz, su capacidad de obrar se presume a todos los efectos y sus actos
jurídicos son válidos.
La gravedad de la medida de incapacitación deriva, no
solo del cambio que supone en el estado civil, sino porque alcanza a bienes y proyecciones muy valiosas de la personalidad, a la dignidad y, sobre todo, a la libertad del afectado; no
olvidemos que hay muchas cosas que antes podía hacer y
después de la incapacitación le estarán vedadas. Es por ello
que, una medida tan trascendental, sólo puede producirse,
por una parte, en casos en los que realmente se considere, de
forma previsible, que el trastorno padecido por el presunto
incapaz es de carácter persistente y de una entidad tal que le
impide su autogobierno; y, de otro lado, el procedimiento debe cumplir estrictamente las garantías establecidas
El reconocimiento por el juez, tanto en el procedimiento de incapacitación como en el expediente de internamiento, constituye, no sólo el más valioso dato probatorio,
sino una garantía, en prevención de abusos y maquinaciones, que persigue, no que el Juez describa hechos, sino que
forme su propia convicción acerca de la personalidad de
aquel a quien se pretende internar, sus circunstancias personales y familiares , así como el estado de su enfermedad.
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El volumen de trabajo y la escasez de medios de los juzgados es un handicap real y evidente; pero estos asuntos en
que están en juego derechos fundamentales personalísimos están a la cabeza de las prioridades. La reforma llevada a cabo por la Ley 13/1983, de 24 de octubre, introduce
la figura del Juez como garante de los derechos del enfermo mental, pero, si no se le provee de medios para cumplir
tal función el sistema corre el riesgo de devenir utópico ante la imposibilidad de cumplirlo.
Un estudio comparativo realizado entre los procedimientos de incapacidad y los de internamiento, confirma
nuestra tesis acerca del elevado número de internamientos
en relación con el de incapacitaciones. No parece lógico,
en consecuencia, que el Código Civil dedique sendos Títulos a la incapacitación y a la tutela mientras el internamiento viene regulado parcamente en un solo precepto.
A mayor abundamiento, a lo largo del análisis del sistema establecido por la Ley 13/1983, de 24 de octubre, hemos ido constatando las insuficiencias del artículo 211 del
Código Civil; si bien, es justo reconocerlo, la Ley Orgánica
1/1996, de 15 de enero, lo ha mejorado notablemente al
darle una nueva redacción de más amplio espectro. Es por
ello que consideramos prioritario el establecimiento de
una nueva y completa regulación, con rango de Ley Orgánica, ya que el ingreso psiquiátrico involuntario supone la
privación de libertad del afectado por la medida. Tratándose, además, de la imposición coactiva de una terapia, dicha regulación podría integrarse en la de los tratamientos
sanitarios obligatorios, pues una normativa específica independiente podría resultar estigmatizante y contraria a
las directrices integradoras de la Ley General de Sanidad.
Debemos tener presente que estamos ante un problema
de considerables proporciones, pues el número de enfermos psíquicos, según nos muestran los países más avanzados, se incrementa con el paso del tiempo y el sistema de
vida que conlleva el progreso.
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Por lo que respecta a su naturaleza, el internamiento
psiquiátrico es un acto esencialmente médico, y es, por
tanto, al facultativo, a quien corresponde asumir el papel
director en el proceso curativo y decidir, tanto acerca del
ingreso como de la salida del centro hospitalario. Pero, al
incidir dicho proceso en aspectos jurídicos sustanciales de
la persona, el control judicial debe ser ejercido rigurosamente, porque constituye la máxima garantía de los derechos del afectado por la medida, sin que dicha garantía
pueda limitarse a otorgar la autorización para el ingreso.
Del tenor de la norma se deduce que estamos ante un
sistema de garantías judiciales de la hospitalización psiquiátrica involuntaria, no en un sistema de internamientos
judiciales. Consecuentemente, el Juez no ordena, sino que
autoriza el ingreso.
Podría contribuir a la fluidez del intercambio de las notificaciones entre el Juzgado y el centro hospitalario, que
todos los establecimientos que pueden acoger a este tipo
de pacientes dispusieran de protocolos médico-legales —al
menos a nivel de Comunidad Autónoma—. Ello, además
dé facilitar el cumplimiento de esta obligación legal, serviría para unificar criterios en todos los centros existentes en
el territorio de cada una de las Comunidades.
En cuanto a la competencia territorial, si la función judicial consiste en autorizar y controlar una decisión adoptada por el médico, donde mejor se llevará a cabo ese cometido será en el lugar en que se ha tomado tal decisión y
dónde se encuentran, tanto el paciente ingresado como el
facultativo que le atiende.
El internamiento psiquiátrico debe basarse esencialmente en consideraciones médicas y parece lógico que, eri
los hospitales, el objetivo prioritario sea lograr la rehabilitación del paciente por medio de una asistencia sanitaria
del mejor nivel técnico. Pero es, asimismo, importante que
dicha asistencia se lleve a cabo dentro del respeto a los de509
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rechos del enfermo y que las garantías para la protección
de su libertad sean escrupulosamente respetadas.
La mayor responsabilidad exigida de las instituciones y
profesionales médicos persigue una mayor eficacia de sus
acciones; pero, un criterio excesivamente riguroso para la
determinación de la responsabilidad de las instituciones
psiquiátricas, atenta contra el interés de los propios pacientes, ya que la posibilidad de condenas indemnizatorias
tenderá a reforzar el sistema custodial en detrimento del
terapéutico. Ello da lugar a la psiquiatría defensiva y deteriora la relación médico-paciente que resulta especialmente perjudicial en esta especialidad.
Queremos dejar constancia de nuestro desacuerdo con
lo previsto en la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del
Régimen Electoral General, por entender que, un auto de
internamiento, no puede pronunciarse sobre la privación
de un derecho que supone una incapacitación de facto circunscrita al derecho de sufragio.
Por lo que se refiere al traslado del enfermo mental, como el de cualquier otro enfermo, es responsabilidad del
Sistema Sanitario y debe hacerse del modo menos traumático posible, encargando tal labor a personal sanitario
especializado y evitando la intervención de la Policía, salvo en caso de peligro cierto para las personas, en que las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad estarían obligados a prestar la ayuda necesaria.
Estimamos que la fijación de un plazo, inicialmente
breve, en la resolución judicial autorizante, constituiría un
control más eficaz que la revisión semestral establecida en
la normativa vigente. Ese plazo debería ser objeto de prórrogas sucesivas, en caso de continuidad del internamiento. La alternativa sería que Juez y Ministerio Fiscal compartiesen el control semestral, de forma que éste quedase
reducido a la mitad. Este control, obviamente, debe extenderse, tanto a los centros psiquiátricos públicos como a los
privados, y a las residencias de la tercera edad.
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También debería fijarse un plazo máximo para que el
Juez emita la resolución, aprobando o denegando el internamiento urgente, a fin de evitar que, enfermos ingresados
por esta vía, abandonen, en ocasiones, el centro psiquiátrico, sin otra garantía que la comunicación al Juez del Hecho
del ingreso.
La autorización de internamiento es válida, únicamente,
en el caso concreto para el que se ha solicitado; no caben
aquí autorizaciones genéricas. Teniendo en cuenta, además,
que la resolución judicial no mantiene su vigencia más allá
dé un breve plazo, no estaría de más que el Órgano Judicial
fijara, en el auto de internamiento, un plazo preclusivo para
llevarlo a cabo, con la advertencia de que, pasado el mismo;
la eficacia de la autorización decaería.
En cuanto a los internamientos voluntarios, deberían,
a nuestro juicio, ser contemplados en la Ley, estableciendo
la! obligatoriedad, en todo caso, de constancia escrita de la
aceptación de quien va a ser ingresado.
Armonizar la defensa de los derechos fundaméntales
con la coerción que supone el internamiento psiquiátrico
conlleva una gran dificultad. Lo esencial es, a nuestro juicio, considerar que la privación de libertad sólo puede producirse cuando el no ingreso pueda ser causa de deterioro
grave o irreversible en el estado del paciente y no haya ningún tratamiento alternativo con el que pueda conseguirse
su rehabilitación.
! No podemos olvidar que la enfermedad psíquica supone
una etiquetación spcial negativa, es estigmatizante y, la resolución que de algún modo la consagra, más; pero tampoco, que, en ocasiones, el retraso en la hospitalización puede
ser fatal. El enfermo psíquico ¡tiene derecho a su libertad, pero también a verse libre de alucinaciones y delirios, de los
que, en cierto sentido, también está preso y difícilmente podrá salir sin la ayuda de un tratamiento adecuado.
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Por otra parte, una completa regulación, sin fisuras, y
el control judicial ejercido rigurosamente impedirán que
se produzcan ingresos indebidos y vulneraciones de los derechos de estos enfermos.
Creemos que la problemática existente en la materia se
vería atenuada si, en las ciudades importantes, se llevase a
cabo la concentración en un solo Juez de las cuestiones relativas a los internamientos e incapacitaciones de los enfermos mentales; ello daría lugar a juzgados especializados, redundando en un mejor conocimiento y eficacia.
Existe, no obstante, algún inconveniente; sabemos y comprendemos que los jueces son reacios a este criterio porque
reduce su campo de actuación, eliminando lo apasionante
que resulta el estudio y resolución de un nuevo caso. Una
solución alternativa podría ser el establecimiento de turnos , no muy breves, entre los Juzgados.
Estamos claramente a favor del tratamiento rehabilitador y la integración del enfermo en su propio ámbito y, por
tanto, de los avances de la Psiquiatría Comunitaria; pero no
puede negarse, por evidente, que algunas enfermedades evolucionan hacia la cronicidad y requieren un tratamiento
más prolongado. Es necesario que existan formas asistenciales adecuadas, a fin de evitar que estas personas especialmente desvalidas queden abandonadas a su suerte, marginadas y vagabundeando por las calles. Estimamos que el
trabajo, como medio de terapia, es muy beneficioso. La creación de centros ocupacionales es, por ello, fundamental.
A lo largo de la realización de este trabajo, hemos constatado una falta de coordinación importante entre los profesionales integrantes de los dos colectivos protagonistas
en la materia que nos ocupa: juristas y psiquiatras. Pero es
que sus principios y la finalidad que persiguen son bien
distintos. Lo cierto es que siempre ha existido, en mayor o
menor grado, una tensión crítica, que, dentro de unos márgenes razonables, es explicable, porque cumplen funciones
substancialmente diferentes.
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Nos permitimos sugerir la formación, a nivel de Comunidad Autónoma, de una Comisión mixta, integrada por
psiquiatras y juristas, como órgano consultivo y de orientación e independiente de cualquier tendencia o ideología
política, que permitiría el tratamiento compartido de problemas comunes y la unificación de criterios.
En el ámbito de las medidas de seguridad, debemos tener presente que, éstas, al igual que la pena, suponen un|
mal para aquel a quien le son impuestas. Pero, a diferencial
de la pena, el presupuesto de la medida no es la culpabilidad, sino la peligrosidad, y rio es, por tanto, un castigo, si-|
no una respuesta frente a dicha peligrosidad.
No parece acertada la reducción del ámbito de aplicación de la medida, únicamente, a dos categorías, inimputables y personas con imputabilidad ; disminuida, prescindiendo de los delincuentes habituales, un colectivo típico de
aquel ámbito, tanto en la historia, como en el derecho comparado. El artículo 22:8.°, única respuesta en el Código vigente para este supuesto, es, a todas luces, insuficiente;
La aplicación de la medida de internamiento en el ámbito penal tiene una finalidad terapéutica prioritaria, aunque su fundamento se halle en la peligrosidad del afectado
por la medida. El problema que se presenta, si llegado el término continúa el estado de peligrosidad del internado, no
tiene fácil respuesta, y, a nuestro modesto entender, no puede ser una respuesta de blanco o negro, sino de matizadones. Si lo que sustenta la medida de seguridad es la peligrosidad, parece lógico deducir que, mientras subsista ésta, hay
base legal para mantener tal medida. Ahora bien, la naturaleza esencialmente curativa del internamiento, dejaría de
serlo para convertirse en cuasi punitiva cuando el mismo esté contraindicado para el tratamiento del inimputable. Cre1
emos que un control judicial efectivo, fijado taxativamente
en la Ley, contribuiría a eliminar la desconfianza sembrada
por los antiguos abusos y a solventar el problema.
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Es necesario hacer hincapié en la necesidad de creación de establecimientos adecuados a la personalidad del
sujeto peligroso, sin los cuales no debe entrar en vigor la
aplicación de las medidas de seguridad que los requieran.
Sin la necesaria infraestructura y disponibilidad de los recursos materiales y humanos que garantice la asistencia en
centros hospitalarios especiales, como muy bien señala el
nuevo Reglamento Penitenciario, la letra de la Ley puede
convertirse en papel mojado.
Terminamos con una propuesta que defendemos a ultranza, quizás, porque, por deformación profesional o por
experiencia personal o familiar, creemos firmemente en el
poder de la educación. En materia de salud mental, una
educación sistemática y continuada es absolutamente
prioritaria. A estos efectos, sería muy útil comenzar por
una evaluación de las actitudes del público sobre la enfermedad mental. Las campañas a través de los medios de comunicación, al modo de la realizada tan eficazmente en relación con la salud buco-dental, contribuiría, por una
parte, a crear hábitos saludables en la materia, y, por otra
—no menos importante— a suavizar el estigma que conlleva esta patología.
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