Los miedos que me habitan. Camino hacia la liberación cuaresmal

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 Los miedos que me habitan. Camino hacia la liberación cuaresmal ORACIÓN INICIAL. Señor Dios, enséñame cómo y dónde buscarte, dónde y cómo encontrarte… Tú eres mi Dios, Tú eres mi Señor, y yo nunca te he visto. Tú me has modelado y me has remodelado, y me has dado todas las cosas buenas que poseo, y aún no te conozco… Enséñame cómo buscarte, porque yo no sé buscar a no ser que Tú me enseñes, ni hallarte si Tú mismo no te presentas a mí. Que te busque en mi deseo. Que te desee en mi búsqueda. Que te busque amándote. Y que te ame cuando te encuentre. (San Anselmo de Canterbury) INTRODUCCIÓN Y PRESENTACIÓN DEL RETIRO Estamos en plena cuaresma, tiempo de gracia y conversión, en el que caminamos a la Pascua de manera existencial: la pasión, muerte y resurrección de Jesús se encarnan en nuestra experiencia para que se dé el proceso de conversión que nos lleva de la muerte a la vida en todo momento y circunstancia. El CG 27, que nos ocupa especialmente en este año, nos dice: “Se nos pide un camino de conversión, que no podemos programar; podemos desear que ocurra pero no podemos asegurar que se va a realizar. La conversión es obra del Espíritu que nos cambia la mente, el corazón, la vida. A cada uno de nosotros y a cada comunidad les incumbe la responsabilidad de estar atentos y disponibles para lo que el Espíritu nos inspire (…) La conversión es el objetivo que el CG 27 nos fija a todos nosotros; una conversión tanto personal como comunitaria” (Presentación del Rector Mayor del CG 27, en CG 27, p. 10-­‐11) Por tanto, a nosotros nos toca la tarea de encontrar las condiciones que favorezcan la conversión espiritual, fraterna y pastoral. La conversión es el objetivo que el CG27 nos fija 1 todos nosotros; una conversión tanto personal como comunitaria. Una conversión que ha de traducirse en ser testigos de la radicalidad evangélica, como reza el título del propio Capítulo. Uno de los elementos que nos impide afrontar con fuerza el proceso de conversión son nuestros miedos. Y en ellos queremos centrar el tema del retiro: "Los Miedos que nos habitan”. La tarea de liberarnos de nuestros miedos, que impiden una auténtica conversión, es ardua. No podremos llevarla a cabo por nosotros mismos, necesitamos de la Gracia. Colaborando con ella, quedaremos "libres de temor y arrancados de la mano de nuestros enemigos para que le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días” (Benedictus). 1.-­‐ “Tengo miedo” El miedo es experiencia universal independientemente de culturas y edades; nos visita en forma de sensaciones y sentimientos profundos que nos ahogan y paralizan como cadenas invisibles que obstaculizan nuestra capacidad de amar y ser amados. Hay que aclarar que existe un miedo nacido de la prudencia humana como virtud, que es positivo, ya que a través de él descubrimos la sabiduría para orientarnos en la vida responsablemente. Pero el miedo del que aquí tratamos es maligno, se alimenta de la inseguridad interior: de la dependencia infantil en los demás, y de la desorientación que puede sumergimos en la depresión. El colmo es cuando -­‐además-­‐ lo proyectamos en los demás, con premoniciones de acontecimientos negativos, que inyectan en ellos nuevas dosis de miedo. La persona mie-­‐
dosa es agorera de desventuras, se aferra al "más vale malo conocido que bueno por cono-­‐
cer", y crea desconfianza. El enemigo del amor no es la venganza, la violencia, el resentimiento o el enfado. Su verda-­‐
dero enemigo es el miedo. Este enemigo actúa por dentro y merma nuestra capacidad de amar: La Palabra de Dios nos lo dice claramente: "No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor; porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor” (1 Jn 4,18). El miedo nos ata el corazón, lo congela, lo paraliza. Nuestros miedos, sobre todo los que son más inconscientes, crean resistencias al cambio, justificaciones y parapetos internos que nos llevan a vivir a la defensiva. Como consecuencia se desatan la ira y el odio en nuestro interior. Por eso tendemos a buscar una falsa seguridad fuera de nosotros mismos, nos ven-­‐
demos a la ley, o simplemente a la pasividad emocional que domestica la alegría de vivir y la convierte en mediocridad y falta de pasión. 2 No sabemos exactamente cómo ni por qué se instaló pero ahí está el miedo como fantasma que distorsiona la realidad, como dragón que lentamente devora lo mejor de nosotros mismos. Aprendimos el miedo de personas significativas que representaban autoridad en nuestra niñez, del entorno social, la cultura, la educación recibida, y de experiencias pasadas todavía no bien integradas ni sanadas. Y, si nos descuidamos, seguimos aprendiéndolo y alimentándolo al no escuchar y obedecer la voz de nuestra autoridad interna. Por eso tendemos a buscar una falsa seguridad fuera de nosotros mismos, nos vendemos a la ley, o simplemente a la pasividad emocional que domestica la alegría de vivir y la convierte en mediocridad y falta de pasión. El miedo nace también de la inseguridad existencial a perder el amor, o a no ser correspondidos en el amor que damos. Inconscientemente se desata en nosotros la dinámica de la compraventa emocional: doy para recibir a cambio, recibo y me siento en la obligación de dar "para no quedar mal". Y así me olvido de que no hay nada fuera de mí que sea mejor que lo que ya llevo dentro. Y así me monto la película de que "tengo que"… debo estar a la altura de... no puedo fallar...", y así mis acciones se basan en el miedo compulsivo, aunque no me atreva a confesarlo. Nos liberamos del miedo aprendiendo a dar gracias por todo, especialmente cuando las cosas no marchan bien, desconectando toda dependencia malsana con los demás, aprendiendo a pensar siempre en positivo, Aunque los demás no cambien, algo "nuevo" va surgiendo en nuestro interior. 2.-­‐ "No tengas miedo" 2.1.-­‐ Es el mensaje de la Palabra de Dios Jesús vino a disipar nuestros miedos y temores en los avatares de la vida; vino a traernos la paz. "No tengáis miedo", dijo el ángel a los pastores cuando nació el Mesías en Belén. La resurrección subraya incluso con más fuerza este mensaje de Paz: "No tengáis miedo, Él no está aquí: ha resucitado”. Y en el entreacto de su vida, Jesús es un hombre de paz que desea despertar a las personas del letargo de sus miedos. Quiere que vivan conscientes de una realidad que, si se descubre, cambia la perspectiva vital que encamina hacia la Vida: es su Reino, es la Verdad que nos libera. Jesús mismo es ese Reino y esa Verdad. Y quien lo descubre, entiende sus palabras: "Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia”. Pero si vivimos aletargados y somnolientos, atrapados por la mediocridad de la sin-­‐pasión, desmentimos el mensaje de Jesús, lo desvalorizamos. La frase más repetida en la Biblia de parte de Dios es: "No tengáis miedo". Aparece 365 veces, tantas como los días del año. Porque Dios nos lo susurra siempre al oído: "No tengas miedo". Jesús lo repite constantemente, directa o indirectamente, para que poco a poco nos vayamos conectando con la imagen divina que llevamos dentro. El miedo me enjaula. Jesús ha venido a librarnos del temor absurdo que en lugar de ayudarnos a centrarnos en la 3 gratuidad y la espontaneidad, nos conduce a la sospecha y a la condena sistemática de nosotros mismos y de los demás. Por eso el mensaje de Jesús nos parece demasiado hermoso para ser verdad. Él quiere que yo viva despierto. Desea que yo viva para amar; que me dé cuenta de que del amor he salido, en el amor camino y hacia la plenitud del amor me dirijo. Puesto que amor y miedo se contraponen, la conclusión es que cuando avanzamos en el amor, nuestros miedos, ansiedades y tristezas disminuyen. ¿Cómo vivo todo esto? Es importante que nos demos cuenta de las coordenadas vitales en que nos encontramos. Dios no desea que estemos "domesticados" por el miedo, sino que lo venzamos en un proceso de libertad progresiva que nace de la experiencia del Espíritu. "Hasta el día de hoy, cuando leen a Moisés, un velo les cubre la mente. Pero al que se convierte al Señor se le cae el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad” (2 Cor 3, 16-­‐17). La libertad a la que Pablo alude es la trasformación que el Resucitado va operando en quien cree en Él y se deja llevar por su Espíritu que, como Jesús a la hija de Jairo, constantemente dice: "Talitha qumí, chiquilla, te lo digo a ti, ¡levántate!” (Mc 5,43). 2.2.-­‐ La espiritualidad desmonta a nuestros miedos Para levantarnos por encima del miedo debemos conectarnos con la roca de nuestra auténtica naturaleza, destruyendo viejas creencias de pensamiento pervertido que nos hicieron creer que somos lo que realmente no somos. Hemos de aprender a pensar de manera diferente. Así crearemos actitudes nuevas abiertas a la vida. Estas actitudes se cristalizarán en acciones concretas que, repetidas muchas veces y en circunstancias variadas, irán constituyéndose en hábitos. Y los hábitos finalmente irán dando nacimiento al auténtico ser en un proceso de maduración y conversión guiado por el Espíritu del Señor. Y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad (2 Cor 3,18). Para liberarnos del miedo hemos de aprender a estar en contacto con él, llamarle por su nombre. Retarle y desmontar su mentira, que impide nuestro crecimiento humano y espiri-­‐
tual, pues se adueña de nuestro pensamiento, de nuestro sentir y obrar. Si nos diésemos cuenta de que el miedo es como un perro atado con cadenas que ladra en la noche, y que por tanto no puede dañarnos, seguiríamos haciendo lo que estamos haciendo en cada momento y se cansaría de ladrar. Muchas veces vivimos condicionados por nuestras autolimitaciones, por lo que piensan y dicen los demás. Pero cuando aprendamos a vivir en autonomía comprendemos la libertad profunda a la que Dios nos llama. Algo quedó anclado en mi memoria y me hace sufrir, me ata emocionalmente al pasado y, al recordarlo, siento inseguridad, amenaza y temor: Jesús me quiere libre del temor. Así lo proclamamos cada día: "Para que libres de temor; arrancados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos en santidad y justicia, todos nuestros días” (Lc 1, 74-­‐75). 4 El miedo es fruto de nuestra desconexión con la realidad auténtica, sin prejuicios, sin aña-­‐
didos ni substracciones. Cuando “me monto la película" y actúo de acuerdo al “guión imaginario” se desatan un sinfín de consecuencias negativas. Pero si me atrevo a desmontar el mundo de mis preconceptos llego a darme cuenta de que viví un espejismo que me llevó al autoengaño. Cuando rompo ese espejismo con la fuerza del Espíritu de Jesús vivo, entonces vivo en "la realidad". Dios es amigo y aliado incondicional de lo real. Él habita en la realidad. La realidad es vivir siempre y en toda circunstancia "en Cristo": así lo escribió San Pablo en sus cartas. 2.3.-­‐ El regalo de la paz Antes de la comunión, en la Eucaristía, la palabra más repetida es "paz": "concédenos la paz en nuestros días", "Señor Jesús, tú dijiste a tus apóstoles la paz os dejo, mi paz os doy.. , concédenos la paz y la unidad", "la paz del Señor esté siempre con vosotros", "démonos un signo de paz", "la paz sea contigo". Y es que la Paz es el ambiente en el que se comunica el Señor, en el que nos da lo mejor de sí mismo, se nos da a sí mismo. "Él es nuestra Paz” (Ef 2,14). El Resucitado deseó a los apóstoles, y a nosotros también, "Paz". Es el regalo pascual por excelencia de donde brota la alegría incontenible de saber que Él ya no muere, que vive para siempre en mí y por mí. En la oración litúrgica de la eucaristía: "Líbranos, Señor, de todos los males… para que vivamos siempre protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo", el misal inglés traducía, hasta hace poco, perturbación por ansiedad. La ansiedad es el miedo profundo que nos asalta sin saber por qué. Por tanto la ansiedad no es voluntad de Dios en nuestras vidas. Por eso la exorcizamos antes de la comunión con esa oración. El miedo maligno, la ansiedad, vienen del Malo. Si poco a poco nos liberamos del temor, emergerá desde dentro la capacidad ilimitada que Dios ha puesto de amar y ser amados. El Evangelio está lleno de frases como éstas: "No tengáis miedo…, no os aflijáis…, no os preocupéis…” Pero si lo que hacemos con el Evangelio es teorizarlo y llevarlo al nivel de mero pensamiento, entonces el miedo es nuestro ídolo, y adoramos a un Dios a imagen del ídolo-­‐miedo. Acabamos creyendo en el Dios del temor y el castigo. Cuando San Juan XXIII se dirigió a la Iglesia Universal a través de los Obispos presentes en el Vaticano en la apertura solemne del Concilio, invitó a todos a la esperanza. Fue un mensaje que exorcizaba el miedo con la fuerza de la fe y la confianza: “Así la Iglesia se enriquecerá espiritualmente, ganará fuerzas y renovará sus energías. Y mirará al futuro sin miedo… Nosotros estamos en desacuerdo con los profetas de mal agüero que siempre pronostican desastres, como si el fin del mundo estuviera a punto de llegar… Nuestra obligación es dedicarnos con determinación y sin miedo a la tarea que nuestra era nos exige” (Primer mensaje de Juan XXIII al abrir el Concilio Vaticano II). 5 Cuando Juan Pablo II fue proclamado Papa el 22 de octubre de 1978, su primer mensaje enlazaba perfectamente con el de su predecesor: "No tengáis miedo". El mismo Juan Pablo II lo explicaba así más tarde: "La exhortación a no tener miedo estaba dirigida a todos los pueblos de la tierra a fin de conquistar el miedo presente en la situación actual del mundo, tanto en el Este como en el Oeste, en el Norte como en el Sur. No tengas miedo a lo que tú mismo has creado, a lo que la humanidad ha producido y que cada día se coinvierte en una amenaza para ella misma. No tengas miedo de ti mismo” (Juan Pablo II, “Atravesando el umbral de la esperanza”). El Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos advierte que “una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos y recordar lo que el Señor dijo a San Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Cor 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal” (nº 85). El "No temáis" de Cristo no es un deseo piadoso ni un mandato moral. Es proyección de su poder a través del cual Él hace nuevas todas las cosas, trayendo serenidad al deprimido, libertad al oprimido, perdón al compungido, alegría al triste, y armonía y orden incluso a las tormentas cósmicas. El "No temáis" de parte de Jesús Resucitado despierta en nosotros un acto de fe y confianza al sabernos seguros en Él. 3.-­‐ “Vencemos al miedo en Aquel que nos ama” Cuando miramos a la vida como si la gente, acontecimientos y circunstancias fueran competidores y enemigos nuestros, nos alineamos con los perdedores, pues vemos todo como un problema para ser resuelto más que como misterio para ser vivido. Pero cuando aprendemos a amar cada acontecimiento y miramos a los demás con ojos puros, cuando entendemos que cada lugar y circunstancia son posibilidades para nuestro crecimiento, entonces somos vencedores, porque nos damos cuenta de que todo es parte de un Misterio, Dios, que queremos descubrir. ¿Quién es un perdedor? Perdedor es el que, guiado por los miedos, permanece paralizado sin atreverse a tomar decisiones. Los perdedores no conectan con su auténtico ser, no saben amar a los demás pues no se aman a sí mismos, no reconocen la presencia divina que llevan dentro. El perdedor generalmente acusa a los demás de sus desgracias, pero es él mismo quien las causa. 6 ¿Quién es un ganador? Ganador somos tú y yo si nos atrevemos a ir más allá del miedo y de los pensamientos auto-­‐limitadores y somos guiados por la bondad y la sabiduría que nos habitan. Somos ganadores cuando confiamos en la vida y en todo lo que contiene. Los gana-­‐
dores liberan su belleza interior y conectan con la belleza que les rodea por doquier. Son especialistas en alabar y agradecer, no en acusar. Conectan con la energía divina del amor revelado en Jesús, cuya presencia misteriosa celebramos litúrgicamente en cada recodo del tiempo; ahora en este tiempo de Cuaresma. Nuestro Fundador se dejó ganar por el Espíritu de Jesús Resucitado y por ello fue ganador, vencedor del miedo, aunque no liberado de sufrimientos múltiples, de la cruz, porque se alineó con Jesús que es la Verdad. La Verdad nos libera y así colaboramos con ella para que muchos lleguen a experimentar lo mismo. Acabamos esta reflexión cuaresmal con las palabras de Pablo: "No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias, y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4, 6-­‐7). PISTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL 1.-­‐ A lo largo de tiempo del que vas a disponer en el retiro procura ponerle nombre a tus miedos, identificarlos y analizar cómo te condicionan y paralizan. -­‐En tu vida de oración y relación con Dios. -­‐En tu relación contigo mismo (personalidad, carácter, historia, futuro, salud,…) -­‐En tus relaciones con los hermanos de comunidad y el resto de educadores salesianos de la obra. -­‐En tu relación con destinatarios (jóvenes, familias,…) -­‐En tu relación con el entorno natural, social, ciudadano,… 2.-­‐ Luego haz de ellos oración. Contrástalos con la Palabra de Dios. Descubre la sombra de pecado que en ellos se esconde. Y déjate empujar hacia adelante por el amor de Dios que libera y anima, que te espera en el sacramento de la Reconciliación. 7 
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