a v a DIVINIDAD, CONGRUENCIA Y LIBERTAD: LUCRECIO Y SAN PABLO. GUILLERMO CERVANTES Número 131 Octubre 2006 Coordinación de Investigación Científica n c e s 1 a Comité General Editorial del ICSA: Servando Pineda Jaimes Víctor Orozco Orozco Beatriz Rodas Rivera Patricia Barraza de Anda Jorge Alberto Silva Silva Lourdes Ampudia Rueda Ramón Chavira Chavira Consuelo Pequeño Rodríguez David Mariscal Landín Miriam Gutiérrez Otero Directorio Jorge Mario Quintana Silveyra Rector David Ramírez Perea Secretario General Martha Patricia Barraza de Anda Coordinadora General de Investigación Científica Francisco Javier Sánchez Carlos Director del Instituto de Ciencias Sociales y Administración Consuelo Pequeño Rodríguez Coordinadora de Investigación Científica en el ICSA Universidad Autónoma de Ciudad Juárez Instituto de Ciencias Sociales y Administración H. Colegio Militar # 3775 Zona Chamizal C.P. 32310 Ciudad Juárez, Chihuahua, México Tels. 688-38-56 y 688-38-57 Fax: 688-38-57 Correo: [email protected] v a n c e s 2 a v a n c e s 3 Por Guillermo Cervantes, para la clase de Pensamiento Social Clásico del programa de Doctorado de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, impartida por el Dr. Federico Ferro Gay (requiescat in pace) Divinidad, congruencia y libertad: Lucrecio y San Pablo. Es mi intención presentar dos posturas un tanto opuestas, pero sobre todo innovadoras para su época; escojo a Lucrecio y a San Pablo, quienes separados cronológicamente por escasos cien años presentaron su propuesta a, prácticamente, el mismo pueblo romano. El filósofo-poeta romano Tito Lucrecio Caro (99-55 a.c.) fue un pregonador resuelto de la libertad humana para cuestionar e indagar y un opositor del sobrenaturalismo. En De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas) insistía en que los humanos debemos desatarnos de la superstición, de los miedos irracionales y de piedades huecas; debemos ejercer la razón y adoptar un punto de vista más científico. A veces podría pensarse que Lucrecio fue ateo; sin embargo no creo que lo fuera, al menos no exactamente; Lucrecio no negaba la existencia divina, y él mismo manifestaba creer en la divinidad; solo que Lucrecio tenía una concepción muy peculiar e inusual: los dioses en que él parecía creer no eran en si dioses como nosotros lo entenderíamos ahora. Los dioses de Lucrecio no crearon el universo, ni regían el mundo a su antojo, no escuchaban ni respondían a plegarias, no recompensaban la virtud o castigaban el vicio, no inspiraban textos sagrados, no visitaban nuestro mundo; ni aparentemente parecían estar al tanto de nuestra propia existencia. a v a n c e s 4 Lucrecio parecía querer eliminar concepciones mentales que oscurecen la realidad y exponía los puntos débiles en algunas de las creencias comunes acerca de los dioses. Para comenzar, parecía mofarse de la noción antropocéntrica de que los dioses crearon la tierra para los humanos, diciendo que el terreno y el clima no eran precisamente de lo más hospitalarios para nuestros cuerpos mortales; para Lucrecio, los animales fueron más favorecidos que los humanos al ser provistos de una forma de sobrevivir en el mundo que les permite no tener la necesidad de armas, herramientas, ropajes, capaces de sobrevivir incluso a las pocas horas de haber nacido, al contrario de los bebés humanos que requieren años de cuidado antes de estar en condiciones para hacerse cargo de si mismos. No consideraba probable el que nosotros fuéramos creados por los dioses, y en caso de ser así los dioses serian sádicos o poco cuidadosos en sus acciones, ya que un niño es como un marinero al capricho de las olas, indefenso ante las dificultades que le esperan a lo largo de su vida. Lucrecio se refiere a la creación desde un punto de vista más práctico: ¿para que? ¿qué posible beneficio pueden obtener seres inmortales y gloriosos con nuestra creación? ¿de qué manera contribuyen a su grandeza nuestras posibles muestras de agradecimiento? ¿o de que manera nuestra ingratitud se refleja en detrimento de su gloria? Expresa que ningún mal nos habría sucedido si no hubiéramos sido creados, es decir los dioses no nos concedieron ningún beneficio con la creación: ¿cómo puede sufrir por amor a la vida, alguien que no conoce la vida, que no ha sido creado? Lucrecio separa la naturaleza de la divinidad, y la enuncia como libre de orgullosos señores, actuando según su propio acuerdo, libre de la ayuda de los dioses. También a v a n c e s 5 indica que el temor a ser castigados por los dioses produce un temor a la muerte y a los fenómenos naturales, ya que estos se vuelven agentes de justicia divina. Lucrecio veía el Hades como una extensión maligna de las dificultades terrenas, asegurando que todas las cosas fabulosas que se encontrarían allí ya se encontraban en esta vida; que es en esta vida donde el temor a los dioses oprime a los mortales sin causa alguna, y que los castigos temidos no son otras cosas más que las disposiciones del azar. Lucrecio estimaba que las partículas diminutas que forman el alma y el cuerpo son inmortales; pero estas al separarse terminan con la vida, con el alma, el cuerpo, etc. por lo tanto estos últimos si son mortales y finitos, aun cuando las partículas inmortales que una vez los conformaron se hayan dispersado por el mundo, hasta que se vuelvan a unir y crear nuevas entidades, ya sean animadas o inanimadas. Para el filosofo, el temor a la muerte emanaba de falsas concepciones acerca del dejar de existir, como si las personas pensaran que al morir conservarían sus capacidades sensitivas corpóreas y por lo tanto extrañarían los placeres de la vida, olvidando que ya ninguna pasión los podría poseer. La existencia eterna era un privilegio exclusivo de los átomos y del espacio vacío entre ellos. Lucrecio y sus predecesores (Demócrito y Epicuro) eran materialistas, todo se limitaba a la interacción de los átomos, quienes se configuraban en diferentes cantidades, proporciones y concentraciones para crear desde cuerpos hasta ideas. A pesar de su materialismo, Lucrecio no era un determinista estricto y enunciaba que las partículas que forman la mente podrían sufrir movimientos sin causa que se traducían en la voluntad humana. a v a n c e s 6 Para Lucrecio, la creencia en dioses creadores tenía como origen la ignorancia humana. Al atribuir a los dioses la causa de todos los fenómenos naturales, las personas así se evitaban el esfuerzo de buscar e indagar las causas reales de tales sucesos; por ejemplo, al no poder el hombre explicar la causa del orden de las estaciones, que año con año llegaban invariablemente, se refugia en la creencia y en la comodidad de dejar todo en las manos de los dioses como autores de tales cambios estacionarios. Estimaba que el creer que los fenómenos naturales eran obra de los gestos y caprichos de dioses era erróneo y perjudicial para la raza humana y que dichas creencias así mismo se convertirían en una herida para la humanidad y serían motivo de lágrimas para las generaciones venideras. Para Lucrecio la piedad no consistía en cubrirse la cabeza para postrarse ante figuras o esculturas de piedra, no consistía en humillarse y salpicar sangre de animales a manera de sacrificio en altares, si no que la verdadera piedad se basaba en nuestra habilidad de examinar e inspeccionar todas las cosas con una mente tranquila; dejando a un lado presuposiciones y cuando un hecho novedoso se manifieste cierto ante nosotros, incluso si esto implica la derrota de nuestras ideas anteriores debemos adoptarlo y defenderlo inmediatamente. Para concluir, Lucrecio tenía la firme convicción de que el universo podía ser comprendido y la felicidad alcanzada sin recurrir a agentes sobrenaturales. No negando su existencia, más aceptando su indiferencia, propone al hombre realizar su vida sin tener en cuenta a los dioses, y buscar su felicidad con base en una tranquilidad mental producto de una honestidad intelectual, es decir una felicidad más científica. a v a n c e s 7 Para el cristianismo, según el evangelio y las epístolas del apóstol San Pablo, la divinidad, en este caso Jesucristo, como Hijo de Dios, vuelve a ocupar un papel central en la vida humana. San Pablo critica la tendencia humana de adaptar y medir la divinidad en términos materiales, de interpretar lo sobrenatural con base en la experiencia mundana, atribuyendo a Dios comportamientos humanos y cambiando “la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles1.” San Pablo apóstol, como representante del cristianismo, expone una concepción de divinidad diferente, Dios no es un ente sobrenatural caprichoso e indiferente a los padeceres humanos, sino que es un creador responsable y preocupado por su creación, al punto de haber mandado a su Hijo para que la verdad fuera conocida y los errores del pasado corregidos. Dios no es la encarnación de fuerzas naturales fuera del entendimiento humano, el mensaje del evangelio deja atrás supersticiones y sacrificios destinados a complacer a la naturaleza. San Pablo presenta una divinidad de la que el hombre puede participar. El cristianismo no presenta a Dios como medio para conocer la verdad acerca de las leyes naturales y materiales sino como medio que facilite la convivencia humana, creando una atmósfera de armonía que acerque a todos los seres humanos; es decir establece un aura de libertad y de igualdad, una libertad de pensamiento y una igualdad espiritual. El cristianismo no es únicamente un sistema de creencias, no es una serie de reglas destinadas a normar nuestros pensamientos ni es exclusivamente el hecho de 1 Epístola de San Pablo a los Romanos I, 23 a v a n c e s 8 estar consciente de la existencia de un Dios creador; sino por el contrario, es todo un estilo de vida, es una doctrina practica, para la que resulta más importante la acción que la apariencia, donde el hecho debe ser congruente con la intención. Para San Pablo no es suficiente exteriorizar la pertenencia a la doctrina sino regirse por la doctrina; es decir, no es suficiente manifestar que se conoce una verdad, sino que es preciso vivir de acuerdo a tal verdad. Considera estéril la noción hipócrita de aparentar ser justo ante los hombres únicamente en la espera de recibir un reconocimiento por parte de estos. Una doctrina practica que no es exclusiva ni privativa de unos cuantos, es decir no es patrimonio de una elite; a esta doctrina todos tienen acceso, independientemente de su origen, acceso otorgado por sus acciones y estilo de vida: “…la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra2...” En el cristianismo la igualdad no es social, ni material, en el sentido socialista; la igualdad es espiritual y ante la divinidad, no ante la autoridad. Las jerarquías mundanas sirven para guardar un orden, y el cristianismo no pretende ir en contra de ese orden sino marchar de forma paralela. San Pablo pretende acabar con la angustia resultante de la superstición y la noción de estar a disposición de fuerzas caprichosas, y para tal propósito propone el amor, no entendido únicamente como amor a Dios, sino como amor a la humanidad, creando un estado de consciencia en el que todos somos iguales por ser criaturas de Dios, y en consecuencia debemos tratarnos así los unos a los otros, amando a los demás como a nosotros mismos; reemplazando así la angustia frente lo sobrenatural con la tranquilidad interior que es producto del saber que se realizó lo correcto, no necesariamente lo deseado o esperado, más lo correcto. Despojándonos, entonces, de 2 IDEM II,29 a v a n c e s 9 ataduras egoístas que persiguen beneficios materiales o sociales, no propone que todos tengamos lo mismo, pero si que nos ayudemos los unos a los otros de acuerdo a nuestras posibilidades y vivamos en armonía. No es finalidad del cristianismo entender al mundo ni a las fuerzas físicas o naturales, ni complacer a dioses caprichosos por medio de ofrendas o sacrificios de animales; la piedad cristiana no consiste en guardar una vida de apariencias, consiste en sacrificios, pero en sacrificios del ego y del interés personal, consiste en anteponer una serie de valores de carácter colectivo, tales como la humildad, la caridad y el amor al yo y al beneficio personal y de esta manera agradar a Dios, a través del trato que se da a los semejantes, no a través de la observancia de rituales o protocolos vacíos. Las normas para agradar a Dios no tienen como finalidad exclusiva el satisfacer a la divinidad, son más que nada consejos prácticos que acercan a los hombres con sus semejantes y se traducen en una vida terrenal y material armoniosa, pacífica, tranquila. El conocer la ley no es tan importante como el llevar una vida justa, como el realizar el bien no por obligación sino por convicción. En el cristianismo, el mérito reside en la convicción personal sincera. Los valores cristianos son propuestos, no impuestos; las epístolas invitan a seguir el ejemplo y apegarse a un estilo de vida desinteresado, alejado de beneficios personales, que de realizarse se traduciría en beneficios colectivos, tanto materiales como espirituales. El cristianismo es acción, es vivir de acuerdo a lo que se cree y no creer de acuerdo a lo que se vive, desechando tibiezas o dudas, como base en la libertad personal, invita a los hombres a ser sinceros consigo mismos, a hacer a un lado hipocresías, no a v a n c e s 10 aparentar creencia si no la hay y prefiere a alguien considerado malo a alguien indeciso e indefinido ante sí mismo. Tanto Lucrecio como San Pablo presentaron un punto de vista alternativo a la concepción de divinidad que se tenía en la época, para los romanos los dioses eran entes sobrenaturales humanizados, con pasiones e inclinaciones mundanas y carnales similares a las que cualquier persona podría experimentar tales como ira, lujuria, excesos y caprichos; a pesar de los cuales, y bajo influencia de los mismos tenían injerencia sobre lo que sucedía en el mundo. El Dios del Antiguo Testamento era un Dios sanguinario, autoritario y cruel, sediento de gloria y alabanza, que favorecía y castigaba a un pueblo elegido de acuerdo a su comportamiento en la tierra. Lucrecio propone el alejarse de una divinidad que es indiferente ante el ser humano; buscar entender el mundo a través de la razón y volverse, a su vez, indiferentes ante los mismos dioses. San Pablo cambia la noción de Dios autoritario por la noción de Dios de amor, comprometido y preocupado por la humanidad; y en su misma preocupación disponible para todos quienes quieran creer, independientemente de castas o clases sociales. Tanto Lucrecio como San Pablo ofrecen una idea de libertad inusual para su época. Lucrecio presenta una libertad consistente en despojarse de la noción de lo sobrenatural, tener como única ley la naturaleza y la razón y aquello que sea producto de la interacción de estas dos, y huir de la superstición y el sentimiento de estar a merced de fuerzas oscuras e inexplicables. Para San Pablo, la libertad consiste en la capacidad de cada individuo para aceptar por convicción propia un nuevo sistema donde nada es impuesto, tendiendo como base la creencia sincera de que el nuevo a v a n c e s 11 sistema es para bien; consiste en la voluntad y determinación de hacer el bien únicamente por lo que hacer el bien significa, independientemente de reconocimientos o beneficios personales. La libertad cristiana es una libertad inclusiva, de puertas abiertas, que ofrece a quien e acerque la oportunidad de comenzar de nuevo, independientemente de su creencia anterior o de su origen, libera a los hombres de clases sociales, al menos ante Dios. Para ambos personajes la congruencia es un vector primordial e indispensable; Lucrecio propone una esperanza absoluta en el conocimiento y en la verdad revelada por medio de la razón; conocimiento y razón deben regir la vida del individuo, y el individuo debe procurar su felicidad liberándose de temores y angustias a través de la razón misma. A su vez, San Pablo habla de congruencia entre creencia y acción, haciendo a un lado toda apariencia, para San Pablo es lamentable una creencia que no se refleja en un estilo de vida, y es reprobable un estilo de vida falso en el que se expresa una creencia que no se tiene. Considero necio insistir en el alcance que han tenido ambas propuestas hasta nuestros días, sobretodo cuando nuestro mundo occidental retóricamente aparenta regirse por valores cristianos y al mismo tiempo trata de hacer a un lado cualquier concepto de divinidad. Vivimos en una sociedad hipócrita, que es capaz de recurrir a cualquier teoría con tal de justificarse a si misma, una sociedad que se caracteriza por una doble moral, que en su juego de palabras puede censurar en otros los mismos actos que ella realiza. Tenemos como base un sistema al que se recurre para reprobar las acciones ajenas y del que nos olvidamos al momento de evaluar las nuestras. En otras palabras, no nos medimos con la misma vara con la que medimos al prójimo. a v a n c e s 12 Bibliografía Anonymous (1940) La Biblia trad. Torres Amat. 1958. México; Gustavo S. Lopez. Anonymous (1952) Great books of the Western World Encyclopedia Britannica, Inc., in collaboration with the University of Chicago; Robert Maynard Hutchins, editor in chief. Chicago: W. Benton: Encyclopedia Britannica. Anonymous (1975) Biblia de Jerusalem. 1975. Nueva edición totalmente revisada y aumentada. edn, Bilbao : Desclee de Brouwer. 8433000225. Anonymous (1978) The Bible. 1978. 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