LOS LANZAMIENTOS Y LAS RECEPCIONES Tomado de Fernández García, E. (Coord..) (2002): Didáctica de la Educación Física en la Educación Primaria. Madrid: Síntesis. Páginas 82-85. Los lanzamientos Lanzar es una habilidad motriz que permite incidir sobre el entorno mediante un impacto con un objeto. Entre los 5 y los 7 años los varones aprenden, en el mejor de los casos, a lanzar con aplicación del tronco, coordinación cruzada o con un saltito intermedio, pero aún no logran realizar una combinación correcta de la carrera de impulso con el lanzamiento. Esto sólo se obtendrá en los años posteriores, como resultado de la ejercitación correspondiente, ya que de no ser así se podrá observar un atascamiento en este estadio de desarrollo, sobre todo en el caso de las niñas (Schreiter, 1963). Esto conlleva diferencias importantes a lo largo de la Educación Primaria, principalmente por considerables diferencias específicas sexuales: las niñas de 8 años alcanzan sólo el 60% de los rendimientos logrados por los varones y estas diferencias aumentan incluso hasta los 11-12 años de edad. Blume (1966), encontró esencialmente tres etapas de aprendizaje o de desarrollo de esta habilidad. La primera se caracteriza por el hecho de que el lanzamiento se ejecuta durante la carrera. En la segunda etapa, la carrera y el lanzamiento se realizan de forma sucesiva pero con poca fluidez. Mientras que en el tercer estadio aumenta este grado de fluidez, aunque muchas veces aún se realiza de forma entrecortada. El lanzamiento exige una coordinación adecuada de los diferentes segmentos corporales implicados al objeto de alcanzar la máxima distancia posible, llegar de manera precisa a un blanco, o ambas cosas a la vez. Para ello es necesario un correcto control de los apoyos, una actitud suelta y flexible del eje corporal, una independencia funcional de brazos con respecto al tronco, y la transmisión integral de las fuerza de todos los grupos musculares, así como su ajuste preciso. Desde un punto de vista formal el lanzamiento puede ser: bilateral, cuando ambas partes del cuerpo trabajan de manera simétrica, lateral, cuando se realiza con una parte del cuerpo, y predominio lateral, cuando el sujeto utiliza el lado del cuerpo con el que es más hábil o fuerte. Teniendo en cuenta estos aspectos, vemos que los lanzamientos mantienen una relación evidente con el proceso de lateralización. A los 4 años de edad el niño prefiere un lado de su cuerpo para lanzar. A los 6 años, aproximadamente, ya utiliza su lado genéticamente fuerte o hábil cuando las situaciones lo requieren. En este sentido, los lanzamientos pueden ayudar al niño a descubrir su predominio genético, así como a afirmar la lateralidad, y es también un medio útil para comprobar ese proceso. Los lanzamientos, además, se pueden realizar con o sin impulso previo. En este último caso es necesario realizar una transición correcta de los desplazamientos previos al momento exacto de la salida del implemento de la mano. También pueden variar los puntos de apoyo en el momento de lanzar (con apoyo de una pierna, con apoyo de las dos piernas, o en suspensión), así como sus posibles combinaciones con las extremidades superiores (lanzamientos contralaterales y homolaterales). Esta habilidad implica también la necesidad de anticipar la trayectoria y la velocidad para que el móvil alcance su punto de destino, lo que exige que el niño represente mentalmente coordenadas espacio-temporales. A su vez, el punto de destino puede ser fijo o móvil. En los lanzamientos también están directamente implicadas la capacidades físicas, fundamentalmente la flexibilidad articular, la elasticidad muscular, la fuerza, la velocidad y la potencia muscular. El lanzamiento es, por tanto, una habilidad fundamental que conviene educar durante estas edades, ya que de no ser así se estanca o se desarrolla muy poco. Se deben trabajar tanto los lanzamientos de distancia como los lanzamientos de precisión con y sin impulso previo, variando los puntos de apoyo, el brazo de lanzamiento y sus combinaciones. También es necesario variar el implemento (pelotas de tenis, pelotas medianas, balones medicinales, etc.), el punto de destino (fijo o móvil), y las distancias, trayectorias y velocidades del lanzamiento. Más adelante se deben introducir otras variables en el proceso de lanzar que exijan combinar esta habilidad con otras, para terminar con juegos en los que intervengan compañeros y adversarios, al objeto de desarrollar también otros procesos de anticipación que conlleven la necesidad de diseñar y contrastar hipótesis de acción más elaboradas. Las recepciones La recepción es una habilidad motriz que permite recoger, atrapar, controlar o despejar un objeto con cualquier parte del cuerpo; para ello es preciso anticipar la trayectoria del móvil y ajustar a la misma los movimientos de los diferentes segmentos corporales. Esto es posible gracias a la capacidad para acomodar los datos provenientes del entorno, que sitúan el objeto en unas coordenadas espacio-temporales, con las sensaciones kinestésicas de músculos y articulaciones que también sitúan y determinan el espacio corporal. El tipo de recepción más estudiado ha sido el de atrapar una pelota de medio tamaño dirigida al pecho del niño. En el comienzo de la Educación Primaria esta capacidad está relativamente bien desarrollada, siempre que el lanzamiento se realice de forma bastante precisa. Incluso los niños son capaces de contrarrestar pequeñas desviaciones laterales o verticales del vuelo de la pelota. A pesar de que todavía no poseen una capacidad de anticipación muy desarrollada, prevén la trayectoria del balón, extendiendo los brazos en dirección a la pelota en vuelo, separan las manos en consonancia con el diámetro de la misma y los dedos de las manos se colocan levemente separados capturando la pelota y llevándola al cuerpo. Asimismo, y para posibilitar una recepción suave del objeto, los niños realizan una amortiguación con las articulaciones de la cadera y de las rodillas. En un estudio realizado por Sánchez Bañuelos (1975), a los 8 años de edad el 100% de los niños son capaces de recepcionar una pelota lanzada contra la pared por sí mismos, sin embargo sólo el 34% es capaz de recepcionar una pelota de goma ligera lanzada por otra persona hacia el pecho a velocidad media. Los resultados son menos favorables cuando se relaciona el estado de desarrollo de la recepción a otras situaciones de juego. Así, cuando es necesario reaccionar de forma rápida y variable para poder recibir una pelota, como por ejemplo al tener que dar unos pasos, realizar una flexión o extensión del cuerpo o incluso un salto para poder cogerla, los niños entre los 8 y los 10 años sólo poseen esta capacidad de manera reducida (Meinel y Schnabel, 1987). En general, el desarrollo de esta habilidad depende en gran medida de la ejercitación, por lo que encontramos diferencias individuales verdaderamente significativas. La realización de ejercicios sistemáticos de recepción y juego de pelotas mejora la capacidad de anticipar de forma rápida y correcta la trayectoria del móvil, la reacción y adaptación correspondientes a la situación y la recepción exitosa de una forma cada vez más segura y variada. Teniendo en cuenta el componente perceptivo, significativamente importante, el grado de dificultad en la recepción depende directamente del tamaño, la distancia, la trayectoria y la velocidad del móvil. En este sentido, las recepciones se pueden hacer sobre objetos en movimiento, o recepciones propiamente dichas, o sobre objetos que se encuentran parados (recogidas). Entre las primeras, Sánchez Bañuelos diferencia: las paradas (cuando al atrapar el objeto queda retenido en las manos); los controles (cuando sin atrapar el objeto dejamos a éste disponible para ser fácilmente utilizado en una acción subsiguiente), y los despejes (cuando mediante una acción desviamos la trayectoria del móvil). La recepción es también una habilidad que debe ser desarrollada en la Educación Primaria, ya que de lo contrario se estanca o mejora muy poco. Para ello es necesario trabajar la recogida, parada, control y despeje de objetos con diferentes partes del cuerpo, variando el móvil (pelotas de tenis, balones, aros, etc.), y su tamaño (pequeños, medianos y grandes), así como la velocidad, distancia y trayectoria del mismo. También se debe trabajar en este apartado, aunque no se puede considerar como una recepción, la esquiva de móviles o habilidad para evitar que éstos causen impacto en nuestro cuerpo. Asociar la capacidad para atrapar un móvil y luego volver a lanzarlo es otro de los objetivos de esta etapa. A partir de aquí se pueden plantear actividades lúdicas de lanzar y atrapar en las que intervengan varias personas. Juegos de cooperación y competición entre equipos que se disputan la posesión de un balón para, por ejemplo, alcanzar una meta. En este caso, además de anticipar la trayectoria del móvil, el niño tiene que prever otras situaciones y buscar solución a las mismas en un contexto que permita expresar libremente su imaginación, creatividad, capacidad de improvisación, etc. A través de esta habilidad se desarrollan también la capacidades físicas que la posibilitan: velocidad de reacción, velocidad de desplazamiento, agilidad, flexibilidad, potencia y resistencia.