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Filosofía – Sexto año
Nicolás Olesker – 2015
Repartido 2 - G.W. Leibniz1
Datos biográficos e introductorios
Gottfried Wilhelm Leibniz nace en 1646 y muere en 1716. Filósofo, científico, matemático, jurista,
historiador, diplomático y teólogo alemán, nacido en Leipzig, es uno de los más importantes representantes del
racionalismo junto con Descartes y Spinoza2.
Dotado de una inteligencia extraordinaria y precoz, a los ocho años aprende latín y poco después
griego. Estudia filosofía en Leipzig, matemáticas en Jena y derecho en Altdorf, donde se doctora en 1666 con
la tesis “Sobre casos enigmáticos en derecho”. El mismo año publica “De arte combinatoria”, su primer
escrito importante, verdadero precedente de la lógica matemática moderna.
De 1672 a 1676 reside en París, donde desempeña una misión diplomática en la corte de Luis XIV
orientada a evitar la guerra con Holanda, en la que fracasa. Conoce, no obstante, en esta época a Arnauld y Malebranche, filósofos
cartesianos y al científico Christian Huygens. En Londres, a donde se desplaza en 1673, es nombrado miembro de la Royal Society 3 y
trata a científicos como Boyle. En 1676, entra al servicio del duque Juan Federico de Hannover, como consejero áulico, historiógrafo y
bibliotecario; regresa de nuevo a Londres, donde traba conocimiento con otros grandes personajes, aunque no con Newton, y viaja
después a La Haya, donde conoce a Spinoza y tiene ocasión de leer su Ética. Se establece definitivamente en Hannover, aunque sus
cargos como historiador de la familia del elector le obligarán, de 1687 a 1690, a efectuar viajes por Alemania, Austria e Italia; en uno de
estos viajes rechaza la oferta de ser nombrado director de la Biblioteca Vaticana.
En 1682 descubre el cálculo infinitesimal, de modo independiente y paralelo a Newton, aunque por otra vía, y lo publica en
1684; promueve la fundación de la Academia de Ciencias de Berlín, de la que en 1700 es nombrado presidente vitalicio. Pasa sus
últimos años envuelto en discusiones con la Royal Society sobre la paternidad y prioridad del cálculo infinitesimal y en polémica
correspondencia epistolar con Clarke, defensor de Newton en su enfrentamiento.
Muere a los 70 años de edad, olvidado por todos. Según se dice, a su funeral solo asiste su secretario Eckhart.
La mayoría de obras de Leibniz, que publica en revistas de la época, son breves y de temática ocasional; su elaboración no
exigía, pues, demasiado tiempo, del que Leibniz no dispuso en medio de tantos viajes y ocupaciones. Añádase la considerable cantidad
de cartas cruzadas con los personajes notables de su época: Arnauld, Bernouilli, Bossuet y Clarke, en especial.
Su obra filosófica, redactada en latín o en francés, consta principalmente de: Discurso de metafísica (escrito en 1686, pero
publicado en 1846), Nuevo sistema de la naturaleza (1695), Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el
origen del mal (1710), Principios de la naturaleza y de la gracia (1714) y Monadología (1714). La correspondencia Leibniz-Clarke se
publicó al año de su muerte (1717), así como los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (1765), escritos ya en 1703 y no
publicados por pensar que ya no tenían interés al haber fallecido Locke en 1704, de cuyo Ensayos sobre el entendimiento humano eran
una crítica.
En la filosofía de Leibniz se refleja la influencia de los grandes contemporáneos, Descartes, Spinoza, Huygens, de los avances
crecientes de la ciencia moderna y hasta de las matemáticas, a cuyo desarrollo contribuye activamente. Sin dejar de ser, no obstante, un
filósofo cristiano consecuente, extrayendo su cosmovisión de la aceptación de la existencia de un dios omnisciente y eterno:
“La noción de Dios más admitida y más significativa que tenemos, está bastante bien expresada en estos términos: que Dios es
un ser absolutamente perfecto; pero no se consideran suficientemente sus consecuencias, y para avanzar en ellas es conveniente hacer
notar que en la Naturaleza haya perfecciones diversas y muy diferentes, que Dios las posee todas juntas y que cada una le pertenece en
el grado más soberano. (...) El poder y la ciencia son perfec-ciones y, en tanto que pertenecen a Dios, no tienen límite alguno. De donde
se sigue que, poseyendo Dios la sabiduría suprema e infinita, obra de la manera más perfecta, no solamente en sentido metafísico sino
también moralmente hablando y que puede decirse, en lo que a nosotros concierne, que cuanto más informados e iluminados estemos
acerca de las obras de Dios, más inclinados estaremos a encontrarlas excelentes y totalmente conformes a cuanto se hubiera podido
desear. ”4
Las mónadas: elemento constitutivo de lo real
El concepto de mónada ya lo utilizaban los pitagóricos para designar la unidad aritmética, la unidad fundante y
constitutiva de todo lo real, también Platón llamo mónadas a las ideas y algunos neoplatónicos cristianos, como Plotino,
designaron a dios, la unidad esencial, con tal nombre. A partir del renacimiento el concepto volvió a ocupar un lugar
importante en la filosofía, y si bien lo utilizaron varios antes que Leibniz (Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, Henry More)
es su monadología la más importante y completa de su época.
Según Leibniz la realidad tiene un principio subyacente de carácter metafísico al que denomina Mónada. El
“universo leibniziano” no es más que un conjunto infinito de mónadas con diversos grados de perfección.
1
El presente texto, con excepción de las citas textuales está bajo una licencia libre de Creative Commons CC-BY-SA 4.0, por lo cual puede ser
copiado, modificado e impreso libremente, siempre y cuando se comparta con el mismo licenciamiento. El texto completo de la licencia puede
leerse en http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/legalcode
2
Recuérdese que el racionalismo es la actitud filosófica de confianza en la razón, las ideas o el pensamiento, que exalta su importancia y los
independiza de su vínculo con la experiencia. Sosteniendo que el punto de partida del conocimiento no son los datos de los sentidos, sino las ideas
propias del espíritu humano.
3
La Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural) es la más antigua
sociedad científica del Reino Unido y una de las más antiguas de Europa.
4
Leibniz, G.W., Discurso de metafísica, §1
1
Esto significa, que las mónadas son el verdadero elemento constitutivo de la realidad, su fundamento último y que
las restantes propiedades que usualmente atribuimos al mundo (materia o extensión, figura, movimiento, etc.) no son más
que manifestaciones fenoménicas de las mónadas. “Fenoménico” hace referencia a fenómeno, término de origen griego, que
etimológicamente significa tanto lo que aparece y se hace presente a la percepción, como lo que es mera apariencia. En este
sentido, Leibniz quiere significar no que la materia sea falsa o irreal sino que no es lo verdaderamente real, es una apariencia
respecto a la mónada, es producto de la existencia de las mónadas. Del mismo modo que el mundo sensible en Platón es una
realidad de orden inferior proveniente de un principio metafísico anterior. Debe marcarse una diferencia fundamental: las
mónadas leibnizianas no son algo separado de las cosas sino que son parte misma, elementos constitutivos de cada cosa. Así
como decimos que el color gris de una piedra no es algo separado de la propia piedra pero sin embargo tampoco podemos
decir que es “la” piedra, la materia no es algo separado de la mónada pero es esta última la que constituye “el ser” de las
cosas.
Es necesario recordar que ésta es una concepción metafísica sobre la realidad y Leibniz sostiene que el principio de
todo lo existente se halla en las mónadas inmateriales y lo demás que podamos atribuir a cada ser proviene de ésta. Lo que
existe es: o sustancia o fenómeno; mónadas, unas e indivisibles, o compuestos y agregados extensos. Realizada esta
distinción podemos comenzar a analizar cuáles son las propiedades que Leibniz les atribuye.
El término “mónada” proviene del griego “monás” que significa unidad. Como se dijo ya son para Leibniz los
elementos constitutivos de todas las cosas existentes siendo incluso definidas como los “verdaderos átomos inmateriales de
la naturaleza”. El átomo (término que proviene del griego y significa “sin partes”) es entendido por la física de aquel
momento como la mínima porción de materia concebible a partir de la cual se compone todas las cosas existentes. La
materia es, entonces, resultado de un compuesto de átomos. Leibniz compara su mónada-metafísica con el átomo-material
puesto que ambos son la mínima unidad indivisible a partir de la cual se genera la realidad. Sin embargo, la mónada es
inmaterial. Dirá Leibniz que solo lo inmaterial puede constituir verdaderamente una unidad, algo indivisible. Todo lo
extenso (material) es susceptible de dividirse en partes. La mónada, sin embargo, es indivisible absolutamente, no puede ser
separada ni analizada en partes: es un punto metafísico.
Careciendo de partes pueden nacer únicamente por creación y morir por aniquilamiento. No pueden llegar al ser o
dejarlo por partes, porque no las poseen, en un acto único habrán de nacer y dejar de existir.
Pero Leibniz plantea una propiedad más fuerte en la mónada y es la inalterabilidad ante cualquier otra mónada del
exterior. Entre las diferentes mónadas no existe interacción posible, ninguna altera o es alterada por otra, se encuentran
“cerradas” en sí mismas. “Las mónadas no tienen ventanas”, nada entra y nada sale en ellas. Pero entonces, ¿cómo es
posible que exista esta aparente interacción entre los distintos seres?, e incluso ¿cómo es posible que cuando la mónada de
mi alma/mente piense en “levantar un brazo” las mónadas de mi cuerpo “respondan” levantándolo? La respuesta está en la
teoría leibniziana de la armonía preestablecida que se explicará más adelante y que es uno de los aspectos centrales en la
cuestión de la libertad humana en este autor.
Las mónadas poseen cualidades diferentes y es necesario que así sea. Es un hecho que existen cosas son distintas, y
puesto que, según el filósofo, son un compuesto de mónadas, sus propiedades diferentes solo pueden provenirles de sus
partes simples, las mónadas, que, por tanto, deben ser diferentes.
No existen dos mónadas iguales (mientras que los átomos son todos iguales), es necesario que cada una sea distinta a
toda otra; Leibniz sostiene así el principio de la identidad de los indiscernibles, según el cual, dos seres no pueden tener
todos iguales sus caracteres y ser a la vez numéricamente distintas; si son absolutamente iguales, si son indiscernibles, son
idénticas y son la misma cosa
Pero todo lo creado está sujeto al cambio necesariamente -y esto lo asume Leibniz como algo dado-, por lo cual, la
mónada creada también cambiará y estos cambios han de venir de un “principio interno” ya que ninguna causa externa
puede influir en su interior
El grado de perfección de una mónada consiste en su fuerza de representación o percepción (esto es lo que las hace
diferentes): cada mónada es un reflejo de todo el universo, un mundo completo, algo así, dirá Leibniz, como una misma
ciudad vista de diferente manera según cada perspectiva. En el Discurso sobre metafísica afirma que cada mónada conlleva
la sabiduría infinita y la omnipotencia divina, imitándolo en cuanto es capaz, expresando confusamente todo cuanto sucede
en el universo, tanto en el pasado como en el presente y el futuro. Y este grado de confusión será diferente según la clase de
mónadas. Esto significa que: la jerarquía de las mónadas, no está dada porque posean más o menos realidad sino por su
capacidad de percibirla claramente. Cada mónada contiene en sí misma todas las leyes del universo; si yo pudiera
adentrarme en el conocimiento total de cualquier mónada, podría comprender que ella es un acto de la creación divina
reflejando en sí misma la totalidad de las relaciones del mundo. Virtualmente está contenida toda la creación del mundo,
todo el funcionamiento de la realidad, en cada una. Algunas de ellas tendrán una percepción más clara sobre estas leyes y
otras una percepción mas bien confusa, y allí radican sus diferencias.
La actividad de las mónadas no se explica por el principio de causalidad, sino que están teleológicamente orientadas,
su fuerza se halla en la tendencia a actuar, en su apetito: “La acción del principio interno que realiza el cambio o el paso de
una percepción a otra puede llamarse apetición”
Por lo tanto, las mónadas son definidas como percepción y apetición. La percepción es el conocimiento de cada una,
con diversos grados de parcialidad e imperfección. Siendo la apetición, su principio de acción, es el del cambio de
percepciones. El apetito o voluntad que hay en la mónada permite el pasaje de una a otra percepción. Todo lo creado está
sujeto al cambio necesariamente, por lo cual, la mónada siendo creada también cambiará y estos cambios han de venir de un
2
“principio interno” ya que ninguna causa externa puede influir en su interior. Cambio es igual a cambio de una a otra
percepción.
Los seres de la naturaleza serán más o menos perfectos según sus mónadas posean percepciones más o menos claras
sobre el orden del mundo. Leibniz establece la siguiente jerarquía:
Minerales y vegetales: se encuentran en el escalón más bajo de los seres, dado que sus representaciones son confusas
e inconscientes. Son llamadas por Leibniz las “mónadas desnudas”.
Animales: a diferencia de los anteriores, cuentan con memoria que les posibilita la unión de diferentes percepciones
(como ejemplifica el autor en la actitud de un perro que ha sido previamente golpeado) y evidencian por lo tanto una mayor
complejidad.
Los hombres: agregan, a la memoria, la conciencia de sus estados mentales, lo que el autor denomina apercepción,
que se suma entonces en el alma humana (a la que llama “la mónada reina”) a la percepción y apetición, otorgándole a ésta
una claridad mayor que el resto de las cosas creadas, aunque siendo aún una claridad imperfecta. Solo dios, la única mónada
increada, refleja todas las cosas con absoluta claridad y adecuación. Él conoce a la perfección el orden y las leyes del
universo, de todo tiempo.
El hombre: percepción, apetición y apercepción
Dentro de los seres creados se diferencia así el hombre por su capacidad de pensamiento y reflexión. Puede llegar a
comprender parte del funcionamiento del universo y al propio dios. Leibniz clasificará el conocimiento humano en dos
clases: verdades (o juicios) de razón y verdades (o juicios) de hecho.
Los juicios5 de hecho son los que refieren a sucesos de la experiencia. Como tales son contingentes, esto es, podrían
haber sido de otro modo. Para saber si estos juicios son verdaderos, debo recurrir a la naturaleza.
Esto ocurre porque el predicado no está incluido en el sujeto, agrega nueva información sobre el mismo. Por ejemplo
“César cruzó el río Rubicón” o “Adán es pecador”. Del simple análisis del sujeto no puede saberse que le corresponde tal
predicado.
Los juicios de razón, en cambio, son independientes de la experiencia. Su verdad se fundamenta en principios
lógicos del entendimiento. A diferencia de los de hecho, estos son necesarios, se manifiesta una identidad entre el sujeto y
predicado de tal modo que negar esa unión es un acto contradictorio. Decimos entonces, que el predicado se encuentra
“virtualmente contenido” en la noción del sujeto. En estos juicios, los predicados no agregan nueva información respecto al
sujeto, simplemente explicitan una característica ya contenida en el mismo. Por ejemplo “Todos los triángulos tienen tres
ángulos”, “tener tres ángulos” es una propiedad inherente a la noción de triángulo. Afirmar “existe un triángulo que no tiene
tres ángulos” es en sí mismo un juicio contradictorio (y por lo tanto falso).
Análogamente el entendimiento humano posee dos principios para el análisis y búsqueda de estas verdades: el
principio de razón suficiente y el principio de no-contradicción.
Puesto que las verdades de hecho son contingentes, podrían haber sido de otro modo, no pueden explicarse
recurriendo a la no-contradicción, pues “César cruzó el Rubicón” es tan plausible como su contrario “César no cruzó el
Rubicón”. Debe existir, dice Leibinz, en cada cosa una razón suficiente para explicar por qué fueron de este modo y no de
otro. Todo lo que ocurre tiene una razón. En la sucesión de “razones”, agrega el filósofo, no puede haber una regresión de
causas contingentes al infinito; ha de haber una primera causa necesaria que, naturalmente, identificará con dios, razón
suficiente no solo de la existencia de las cosas, sino también de su esencia.
Las verdades de razón, en cambio, se rigen por el principio de no-contradicción, según el cual: “Una cosa no puede
ser ella misma y su contrario, en el mismo aspecto y en el mismo momento”. En tanto en los juicios de razón el predicado
está contenido en el sujeto, si el predicado niega una propiedad del sujeto, entraría en contradicción y ese enunciado es
absurdo. Así por ejemplo si yo expresara “Esta mesa existe pero no existe” o “El hombre está vivo y muerto” aplicaría
predicados contradictorios a un mismo sujeto, lo cual es manifiestamente falso. Así “El triángulo tiene cuatro ángulos”
afirma que el triángulo tiene, a la vez, tres y cuatro ángulos. El propio análisis de los conceptos me muestra que este
enunciado es falso, pues viola el principio de identidad que rige a estos juicios.
Agrega Leibniz una observación interesante: para un ser con conocimiento infinito, como Dios, toda verdad es una
verdad de razón. Él no debe esperar a “que ocurra” para saber su verdad, el propio análisis de “Adán” tiene ya contenido,
para una percepción infinitamente clara, el predicado de “pecador”. La noción de César incluye que necesariamente éste
cruzaría el Rubicón. Aparece aquí la idea de que cada mónada encierra en sí misma de una vez y para siempre la totalidad de
su desarrollo; este es otro de los puntos que será central y polémico en lo referente a la libertad humana.
Dios, la mónada increada, y el mejor de los mundos posibles
Dios es la única mónada increada, lo que significa que siendo conocimiento absoluto, un ser eterno, ha sido creador
de todas las mónadas existentes. Evidentemente se constituye como el máximo grado de realidad, es un ser supremo y
perfecto. En la Monadología, Leibniz lo caracteriza como “no sólo el origen de las existencias sino también el de las
esencias”, es decir que los seres no solo existen a causa de dios, sino que además son lo que son gracias a dios.
Dios es, por lo tanto, el creador del universo. Como posee un conocimiento infinito en su entendimiento se
encuentran todos los mundos posibles. Dios tiene en su mente a los infinitos “Adanes posibles”, expresión que viene a
5
Recuérdese que llamamos juicio a una oración de carácter informativo donde se afirma o niega un estado de cosas.
3
representar en cada Adán un posible desarrollo determinado de la historia de la humanidad, cada uno de estos Adanes
representa un posible primer hombre, con sus acciones, su descendencia y los sucesos consecuentes.
Sin embargo, uno solo de estos mundos posibles, ha pasado a la existencia, el nuestro. Dios tiene una razón para
elegir crear éste y no cualquier otro. Es lo que el filósofo llama el principio de conveniencia, puesto que dios es bondadoso y
solo puede actuar según lo mejor, al elegir éste elige el mejor de los mundos posibles. “Y esa es la causa de la existencia de
lo mejor; y que la sabiduría hace conocer a Dios, su bondad lo elige, y su poder lo produce”. Es decir, al “momento” de
crear al mundo, Dios en su omnisapiencia divina, concibe todos los mundos posibles, pues conoce el desarrollo ulterior de
todas las historias que podrían haber sido.
Esto se ha interpretado como el optimismo leibniziano y ha recibido algunas críticas, muchas veces malinterpretado
su doctrina. Que sea el mejor de los posibles no significa que sea un mundo óptimo, sino que es el que tiene mayor grado de
perfección posible, tomando la realidad en su conjunto.
Aquí se muestra que dios se constituye como la razón suficiente última de todas las cosas que existen; en los hechos
empíricos hay un encadenamiento de causas, de tal manera que un hecho tiene una razón para ser así, que me retrotrae a otro
hecho y así a otro hecho. Pero esta cadena no es infinita sino que encuentra su último eslabón en la voluntad de dios. Es por
esto, que afirmábamos, que lo que para nosotros son verdades de hecho para dios son verdades de razón puesto que él ya
conoce todo el desenvolvimiento de los hechos, sus causas y sus consecuencias. Dios conoce con antelación a los hechos
todos los predicados de cada uno de los sujetos, por lo tanto, para él, es necesario y no contingente que César cruzara el
Rubicón, o que Adán fuese pecador.
La armonía preestablecida
Podemos explicar, por último, la teoría de la armonía preestablecida, que explica cómo es posible la aparente
interacción entre las diversas mónadas, a pesar de que éstas “no tienen ventanas”. Dios ya conoce desde el momento de su
acto de creación el desenvolvimiento de todas las cosas y sus deseos, así las crea de tal modo que actúen armoniosamente.
Piénsese por ejemplo en la relación mente-cuerpo. Nuestro cuerpo responde a leyes mecánicas, hechas con tal precisión por
dios de tal manera que cuando nuestra mente quiere que nuestro cuerpo levante el brazo, dios ya ha determinado que el
cuerpo así lo haga “como si” existiera una interacción. Dios ha establecido desde el principio a cada ser de modo tan
perfecto y regulado, tan precisamente que, aún siguiendo solo sus propias leyes, concuerden sin embargo con las otras como
si existiese algún tipo de contacto o mutua influencia.
El alma y el cuerpo actúan como si el otro no existiese y, no obstante actúan como si influyesen sobre el otro. Así
“el alma obedece sus propias leyes y el cuerpo tiene sus leyes. Ambos están hechos el uno para el otro en virtud de la
armonía preestablecida entre todas las substancias”. Alma y cuerpo siguen así su actividad independiente, pero creada con
tal precisión por dios cual dos relojes que independientes uno del otro marcan, igualmente, la exacta misma hora, de tal
modo que a cada actividad física corporal corresponde exactamente una análoga actividad psíquica del alma.
Explica su teoría, así como la de Descartes y Malebranche, mediante esta analogía con dos relojes coincidentes:
“Figuraos dos relojes en perfecta correspondencia. Pues bien, esta correspondencia puede tener lugar de tres maneras. La
primera consiste en la influencia mutua de un reloj sobre otro; la segunda, en el cuidado de un hombre que se ocupa de
ellos; la tercera, en su propia precisión. (...) La tercera manera, en fin, consistirá en construir desde un principio estos dos
péndulos con tal arte y precisión que permita asegurar su concierto posterior. Ésta es la vía del concierto preestablecido.
Póngase ahora el alma y el cuerpo en el lugar de estos dos relojes. Su concierto o simpatía tendrá también lugar de una de
estas tres maneras.”6
La primera manera, es la de la filosofía cartesiana, pero es imposible, a juicio del filósofo, que existan partículas
materiales o cualidades inmateriales que puedan pasar de una sustancia a la otra. La segunda manera representa el
ocasionalismo de Malebranche, que implica un dios actuando ante cada evento cuando éste no debería intervenir más que
como lo hace con todas las otras cosas de la naturaleza. Así, pues, concluye el autor que no queda otra vía que la de la
armonía preestablecida, esto es, que dios haya establecido desde el principio cada sustancia de modo tan perfecto y regulado
tan precisamente que, aún siguiendo solo sus leyes, concuerden sin embargo con las otras como si existiese algún tipo de
contacto, mutua influencia o un dios interventor entre ellas.
6
Carta a M.D.L.., citado a través de Cortés Morató, J y Martinez Riu, A. (autores y selección de texto) Diccionario Herder de filosofía
4
Anexo: Selección de fragmentos de “Monadología” de Leibniz
1. La mónada, de la cual hablaremos aquí, no es otra cosa que una sustancia simple que penetra en los compuestos; simple
quiere decir sin partes (...)
2. Ahora bien, allí donde no existen partes, no podrá existir ni la extensión ni la figura ni la divisibilidad. Y estas Mónadas
constituyen los verdaderos Átomos de la Naturaleza, y en una palabra, los Elementos de las cosas.
6. Puede decirse, por lo tanto, que las Mónadas no podrían comenzar ni terminar sino de una sola vez, es decir, que solo
pueden comenzar por creación y terminar por aniquilamiento; mientras que lo que es compuesto comienza y termina por
partes.
7. Asimismo, no existe forma de explicar cómo una Mónada pueda verse alterada o transformada en su interior por alguna
otra criatura; ya que nada puede trasponerse a ella ni concebirse en sí misma ningún movimiento interno que pueda ser
excitado, dirigido, aumentado o disminuido en su interior; tal como es posible en los compuestos, donde existen cambios
entre sus partes. Las mónadas carecen de ventanas por las que algo pueda entrar o salir. (…)
8. Es necesario que las Mónadas posean algunas cualidades, pues de otro modo no serían siquiera seres. Porque, si las
sustancias simples no difiriesen en nada por sus cualidades, no habría medio de apercibirse de ningún cambio en las cosas,
puesto que lo que se halla en lo compuesto no puede resultar más que de sus ingredientes simples; y si las Mónadas
careciesen de cualidades, serían indistinguibles unas de otras ya que estas no difieren en cantidad: y así un estado de cosas
sería indiscernible de otro.(...)
9. Y hasta es preciso que cada Mónada sea diferente de otra. Pues no existe en la naturaleza dos seres que sean
perfectamente iguales uno de otro (…)
10. Doy también por sentado que todo ser creado se encuentra sujeto al cambio y, en consecuencia, que la Mónada también
es creada, y asimismo que dicho cambio es continuo en cada una.
11. Se sigue de lo que acabamos de decir que los cambios naturales en las Mónadas provienen de un principio interno, ya
que ninguna causa externa podría influir en su interior.(...)
14. El estado transitorio no es otra cosa que la llamada percepción, la cual debe distinguirse de la apercepción (o
conciencia), como se verá seguidamente.(…)
17. Por ello (en la mónada) no puede hallarse nada más que las percepciones y sus cambios. Y solo en esto pueden consistir
también todas las acciones internas. (...)
18. Hay en ellas una auto-suficiencia que las transforma en fuente de sus acciones internas. (…)
19. Admito que el nombre general de Mónadas resultará suficiente para las sustancias simples que solo posean percepción y
que se llame Almas solamente a aquellas cuya percepción es mas nítida y acompañada de memoria.
20. En nosotros mismos experimentamos un estado tal en el que nada recordamos ni tenemos ninguna percepción distinta;
como cuando caemos en un desmayo o cuando nos vemos alcanzados por un profundo sopor, sin tener sueño alguno. En
este estado, el alma no difiere de una simple Mónada, pero dado que tal estado no es permanente, y el alma se repone de
ello, entonces es necesario que el alma sea lago más que una simple Mónada. (...)
24. Y se advierte que por ello que si no tuviésemos en nuestras percepciones nada de distinguido estaríamos continuamente
en estado de aturdimiento. Y tal es el estado de las mónadas desnudas.
25. Así vemos que la naturaleza ha dado a los animales percepciones elevadas, por el cuidado que ha tenido al proveerlos de
sus órganos que reúnen varios rayos de luz o numerosas ondulaciones de aire, y por la unión de aquellos, adquieran así una
mayor eficacia. (…)
26. La memoria provee a las almas una especie de consecución que imita a la razón, pero de la que debe distinguirse. Así
vemos que los animales cuando perciben un objeto del cual ya han tenido anteriormente una percepción semejante,
aguardan, por una representación de su memoria, que ocurra aquello que estuvo ligado a la percepción precedente, y se
sienten conducidos a experimentar sentimientos semejantes a los que entonces habían tenido. Por ejemplo, si a un perro se le
enseña un palo, recuerda el dolor que le ha causado, aúlla y huye corriendo. (…)
28. Los hombres actúan como los animales, en tanto sus percepciones responden al principio de la memoria (…). No somos
sino empíricos [guiados por la experiencia] en las tres cuartas partes de nuestras acciones. Por ejemplo, cuando esperamos
que mañana haya un nuevo día, actuamos empíricamente, porque así ha ocurrido hasta ahora. (...)
29. Pero el conocimiento de las verdades necesarias y eternas es lo que nos distingue de los simples animales y nos hace
poseer la razón y las ciencias, elevándonos hasta el conocimiento de nosotros mismos y de Dios. Y esto es lo que en
nosotros se llama Alma racional o mente.[Los hombres poseen, además, apercepción].
30. Es también por medio del conocimiento de las verdades necesarias y por sus abstracciones que nos elevamos hacia los
actos reflexivos que nos hacen pensar en lo que llamamos el “yo” y considerar que esto o aquello se halla en nosotros; y así,
al pensar en nosotros mismos, pensamos en el Ser, en lo inmaterial y en Dios mismo, concibiendo que lo que en nosotros es
limitado en Dios no posee límites. Y estos actos reflexivos nos proveen los principales objetos de nuestros razonamientos.
5
31. Nuestros razonamientos se fundan en dos grandes principios: el de contradicción, en virtud del cual juzgamos falso lo
que encierra contradicción y verdadero lo que es opuesto a lo falso.
32. Y el de razón suficiente, en virtud del cual consideramos que ningún hecho puede ser verdadero o existente sin que
exista en ello una razón suficiente para que sea de ese modo y no de otro, aun cuando esas razones nos puedan resultar, en la
mayoría de los casos, desconocidas.
33. También existen dos clases de verdades: las de Razón y las de Hecho. Las verdades de razón son necesarias y su opuesto
es imposible; y las de hecho son contingentes y su opuesto es posible. Cuando una verdad es necesaria puede hallarse su
razón por medio del análisis, resolviéndola en ideas y verdades más simples hasta poder llegar a las primitivas.
34. Es por ello que en las matemáticas los teoremas y los cánones de la práctica son reducidos, por análisis, a definiciones,
axiomas y postulados. (...)
36. Pero la Razón Suficiente debe encontrarse también en las verdades contingentes o de hecho, es decir, en la serie de las
cosas dispersas por el universo de las criaturas; en el cual la resolución en razones particulares podría llegar a un número
ilimitado de detalles a causa de la variedad inmensa de las cosas de la naturaleza (…)
37. Y como toda razón particular no contiene sino otras contingentes anteriores, cada una de las cuales requiere así mismo,
para dar razón de él, un análisis similar, no hemos avanzado nada. Es preciso, pues, que la razón suficiente o última se
encuentre fuera de la sucesión o serie de contingencias.
38. Y es así que la razón última de las cosas debe residir en una sustancia necesaria y esta sustancia es lo que llamamos
Dios.
39. Ahora bien, siendo esta sustancia una razón suficiente de todo aquel detalle, entonces sólo hay un Dios y este Dios es
suficiente.
40. Puede sostenerse que esa Sustancia Suprema es a la vez única, universal y necesaria (…) y ha de contener tanta realidad
como sea posible. (…)
41. Y allí donde no hay límites, es decir, en Dios, la perfección es absolutamente infinita.
42. Se sigue de ello también que las criaturas derivan sus perfecciones de la influencia de Dios. Mientras que sus
imperfecciones provienen de su propia naturaleza, la cual es incapaz de carecer de límites. Y en esto último es en lo que se
distinguen de Dios.
43. También es verdad que en Dios no sólo reside el origen de las existencias sino también el de las esencias. Y esto es así
porque el entendimiento de Dios es la región de las verdades eternas o de las ideas, de las que dependen, y sin Él no existiría
nada real, y no sólo no habría nada existente sino tampoco nada posible. (…)
47. Así, pues, Dios sólo es la unidad primitiva o sustancia simple originaria y de la cual todas las Mónadas creadas o
derivativas son sus producciones. (…)
48. Hay en Dios Potencia, que es la fuente de todo; luego Conocimiento, que contiene el esquema de las ideas, y, por
último, la Voluntad, que lleva a cabo los cambios o producciones, según el principio de lo mejor.(…) Y esto es lo que se
corresponde en las Mónadas la facultad perceptiva y la facultad apetitiva. Pero en Dios tales atributos son absolutamente
infinitos o perfectos, mientras que en las Mónadas creadas no son sino imitaciones, según el grado de perfección que
alcancen. (...)
51. En las sustancias simples la influencia de una Mónada sobre otra es sólo ideal y ésta no puede ejercer su efecto sino por
la intervención de Dios (…) que al regular las restantes desde el comienzo de las cosas, la tenga en cuenta. Pues, como una
Mónada no puede influir físicamente en el interior de la otra, no hay otro medio sino éste por el que una pueda depender de
la otra.
53. Ahora bien, existiendo una infinidad de mundos posibles en la idea de Dios y no pudiendo existir sino sólo uno, es
necesario que haya una razón suficiente en la elección de Dios que lo determine a uno más que a otro.
54. Y esta razón no puede hallarse sino en la conveniencia o en los grados de perfección que esos mundos contengan. (...)
55. Y esa es la causa de la existencia de lo mejor; que la sabiduría hace conocer a Dios, su bondad lo hace elegir y su poder
lo produce. (...)
78. Estos principios me han proporcionado el medio de explicar de modo natural la unión entre el Alma y el cuerpo
orgánico. El alma sigue sus propias leyes y el cuerpo, así mismo, las suyas, pero convienen entre sí en virtud de la armonía
preestablecida entre todas las sustancias, puesto que todas ellas son representaciones de un mismo universo.
79. Las almas actúan según las leyes de las causas finales, por apeticiones, fines y medios. Los cuerpos actúan según las
leyes de las causas eficientes o de los movimientos. Y ambos reinos, son armónicos entre sí. (...)
81. Según este sistema los cuerpos actúan como si no hubiese ningún alma, y las almas actúan como si no hubiese ningún
cuerpo, y ambos actúan como si el uno influyese en el otro.
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