LA EFICACIA DE LA AYUDA: UN CAMPO DISCUTIDO JOSÉ ANTONIO ALONSO Catedrático de Economía Aplicada Director del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI) El estudio sobre la eficacia de la ayuda internacional ha logrado, con el tiempo, hacerse un creciente espacio en el ámbito académico de la investigación sobre el desarrollo. A través de su esfuerzo por dotar de creciente fundamentación micro­ económica a sus hipótesis y del recurso a un instrumental estadístico y económe­ trico cada vez más sofisticado, este tipo de análisis ha logrado asentar conclusiones y recomendaciones de interés acerca del impacto que cabe atribuir a la ayuda inter­ nacional al desarrollo. Por supuesto, semejantes avances no han disuelto la con­ troversia subyacente a este campo de análisis: como sucede en otras áreas discipli­ narias, la creciente depuración del análisis se ha demostrado compatible con la presencia de resultados ambiguos o, incluso, abiertamente contradictorios. Lo que no hace sino alimentar la polémica, si bien con niveles crecientes de exigencia analítica: tal es lo que se supone que debe hacer la práctica científica. En todo caso, si hubiera que extraer una conclusión acerca de la tendencia a la que parecen con­ ducir los estudios, ésta sería la de incrementar el grado de confianza con que se observa la capacidad transformadora de la ayuda, aun cuando se trate de una con­ clusión sujeta a poderosos condicionantes. Dicho de otro modo, la ayuda puede ser eficaz, pero este resultado no es inmediato ni robusto, lo que sugiere la necesidad de estudiar más en profundidad los canales a través de los que opera en el seno de 15 JOSÉ ANTONIO ALONSO las sociedades receptoras. Una exigencia que es de interés no sólo para los investi­ gadores y estudiosos del desarrollo, sino también para los gestores de la ayuda, en tanto que puede proporcionar indicaciones útiles para una orientación más eficaz de los recursos y para un diseño más adecuado de sus intervenciones. Esta conclusión conecta, más de una década después, con el tono de opinión derivado de los estudios sobre la eficacia de la ayuda desde hace más de tres déca­ das. Porque lo cierto es que, desde entonces, este tipo de estudios ha alimentado un notable escepticismo entre políticos y académicos respecto al impacto de la ayuda: las estimaciones parecían confirmar la existencia de relaciones débiles, cuando no contradictorias, entre los recursos recibidos y los objetivos de desarrollo del receptor. La cuidadosa revisión de la literatura no respalda una opinión tan pesi­ mista, pero ciertamente ése es el tono dominante de la opinión sobre este tema. No ha cambiado la opinión, pero se ha avanzado en el modo de estudiar la ayuda y en el tipo de factores que condicionan su eficacia. Para discutir este aspecto y revisar dónde nos encontramos en la actualidad, puede no estar de más hacer un recorri­ do sucinto por las diversas etapas por las que atravesó este campo del análisis1. LA EFICACIA DE LA AYUDA: ANTECEDENTES En la revisión de los estudios sobre la eficacia de la ayuda, es posible distinguir cuatro etapas diferenciadas. En la primera, durante los años cincuenta y sesenta, domina una imagen complaciente de la ayuda: su impacto positivo sobre el creci­ miento del receptor se consideraba un ámbito no problemático. La inyección de recursos financieros en términos concesionales (que eso es la ayuda) se suponía que necesariamente debía comportar un efecto beneficioso sobre economías, como las de los países en desarrollo, siempre necesitadas de capital. Autores como Nurkse o Rosestein-Rodan habían insistido en el papel clave que la limitada capacidad de aho­ rro tenía en la circularidad de factores paralizantes que alimentaban el subdesarro­ llo: a través de la ayuda podía aportarse el capital requerido para romper esa circula­ ridad viciosa y poner en marcha una senda de crecimiento. Los recursos de la ayuda se consideraban, por tanto, plenamente complementarios a los recursos domésticos disponibles para financiar la inversión. La estimación realizada por RosesteinRodan sobre la aportación de recursos internacionales necesaria para poner en mar­ cha una dinámica de crecimiento sostenido en los países en desarrollo es un buen exponente de la visión optimista que caracterizó esta primera etapa. Una visión que fue la que inspiró, en definitiva, la propuesta, contenida ya en el Informe Pearson, de 16 PRÓLOGO finales de los sesenta, de dedicar 0,7 por ciento del PIB de los países ricos como ayu­ da necesaria para promover el desarrollo en los países en pobres. Este enfoque quedó en entredicho a comienzos de la década de los setenta, cuando tanto desde posiciones liberales (Bauer o Friedman) como radicales (entre otros, los dependentistas) se cuestionó la eficacia de la ayuda. Aun cuando las posi­ ciones no eran enteramente coincidentes, ambas corrientes compartían sus dudas acerca de la adecuada utilización final de los recursos de la ayuda. Se consideraba que los recursos inicialmente dirigidos a combatir la pobreza terminaban perdién­ dose en las tramas de las poderosas burocracias estatales o en las elites sociales de los países receptores. Se asentaba, de este modo, la idea de fungibilidad, temprana­ mente enunciada por Singer, que aludía a la capacidad de manejo discrecional de la ayuda por parte de quien la recibe. Aunque el donante se esfuerce por precisar los ámbitos a los que se debe aplicar la ayuda, la recepción de recursos externos motiva una liberación de los recursos domésticos, que se pueden emplear en aque­ llo que el receptor desee, con independencia de los propósitos originarios de la ayuda. En estos casos, la ayuda se comporta como sustitutiva, más que como com­ plementaria, de los recursos domésticos comprometidos por el beneficiario en la promoción del desarrollo. Uno de los primeros autores en exponer las consecuen­ cias de la fungibilidad fue Griffin (1970), quien sostuvo que una buena parte de los recursos recibidos a través de la ayuda pasaban a nutrir el consumo del país recep­ tor, y no a fortalecer la inversión como teóricamente se argumentaba. Dicho de otro modo, la ayuda terminaba por desplazar parte del esfuerzo doméstico en tér­ minos de ahorro relativo. El planteamiento de Griffin era excesivamente simple como para resultar concluyente: descansaba en una identidad contable, sin apenas referencia a rela­ ciones de comportamiento económico, y no contemplaba el impacto dinámico que la ayuda podía tener sobre la renta de la economía beneficiaria y, por tanto, sobre el volumen de ahorro subsiguiente. Pese a ello, su crítica tuvo un serio efecto so­ bre la comunidad académica, que trató de comprobar la validez de la relación dis­ cutida, abriendo así una segunda etapa en los estudios sobre la eficacia de la ayuda. En esta segunda etapa dominan los trabajos que tratan de identificar la rela­ ción entre la ayuda y el ahorro nacional, ambos expresados habitualmente como proporción del PIB. Bajo esta relación subyace el marco analítico que sugiere la modelización del crecimiento debida a Harrod. Se supone que la tasa de inversión determina el crecimiento del PIB, condicionado por la relación capital-producto vigente en la economía; y, al tiempo, se considera que la inversión se nutre de diversas fuentes de financiación, entre las que se encuentra la ayuda internacional. 17 JOSÉ ANTONIO ALONSO Dicho de otro modo, la ayuda contribuye a financiar el ahorro, que, a su vez, ali­ menta la capacidad inversora de la economía y, a través de ella, se estimula el cre­ cimiento. A lo largo de esta época, que domina los años setenta y primeros ochen­ ta, se produce una aceptable colección de estudios destinados a comprobar esa relación, entre ayuda y ahorro doméstico. La conclusión dominante a la que se accede a partir de estos trabajos es que la ayuda no logra amplificar el ahorro en una proporción equivalente a los recursos que moviliza. Es decir, la ayuda desplaza, al menos parcialmente, el esfuerzo de acumulación doméstica, lo que viene a confir­ mar, al menor parcialmente, el fenómeno de la fungibilidad. Ahora bien, el grado en que se produzca esa fungibilidad es crucial para saber el impacto final de la ayuda. Pues, en efecto, para que el impacto sobre el creci­ miento sea negativo no basta con que desplace parte del ahorro doméstico, es necesario que el efecto de desplazamiento sea por un volumen igual o superior al de la ayuda invertida. Si se adopta este criterio más exigente, los resultados son notablemente más favorables a la eficacia de la ayuda: la mayor parte de los estu­ dios confirman que el desplazamiento es sólo parcial, lo que hace que el país dis­ ponga de una capacidad de acumulación superior tras la recepción de la ayuda que antes de recibirla. En suma, esta primera colección de estudios conduce a un resul­ tado ambiguo: frente a los más optimistas, confirma que no toda la ayuda pasa a incrementar el ahorro disponible del receptor; pero también confirma, frente a los más pesimistas, que en la mayor parte de los casos la ayuda parece amplificar el total de los recursos de que se nutre la inversión. A medida que se avanza en la década de los ochenta, se van haciendo más com­ plejos los modelos en los que se inserta la ayuda. Se entra así en una tercera etapa en la que se producen diversos avances metodológicos: se dispone, en primer lugar, de datos más amplios y de más calidad; se adopta una modelización econó­ mica del crecimiento más compleja y flexible, incorporando supuestos compati­ bles con la propuesta teórica de Solow; se incorpora una mínima estructura tem­ poral en las estimaciones, aceptando la presencia de retardos en el efecto de la ayuda, y se hacen los primeros intentos de tratar la endogeneidad de la ayuda. Al tiempo que se registran estos avances, se produce un cambio en la orienta­ ción de los estudios, más centralmente concernidos por investigar la relación direc­ ta entre ayuda e inversión o, en su caso, entre ayuda y crecimiento, sin necesidad de detenerse en el papel intermediario del ahorro. Por lo que se refiere a la primera de las relaciones considerada (entre ayuda e inversión), una visión de conjunto de las investigaciones realizadas en este periodo arroja un resultado notablemente coincidente: en la mayor parte de los casos se encuentra una relación positiva, aunque 18 PRÓLOGO de limitada dimensión. Semejante resultado es conforme con las conclusiones obtenidas al estimar la relación entre la ayuda y el ahorro, proyectando una imagen un tanto alejada del tono pesimista que dominaba la literatura sobre esta materia. Menos concluyentes son, sin embargo, los estudios que investigaron la rela­ ción directa entre ayuda y crecimiento. Apenas existen estudios que otorguen un impacto negativo a la ayuda, pero suponen una proporción importante los que no detectan relación significativa alguna. El hecho de que una buena parte de los estu­ dios no pudiese detectar relación robusta alguna entre ayuda y crecimiento ali­ mentó la sombra de escepticismo que dominó este campo de análisis a finales de los ochenta. Un escepticismo que se acentúa al reparar en los estudios más influ­ yentes de esta tercera etapa (el de Mosley et al. (1987) puede ser el caso), que son los que, en mayor medida, trasladaron las dudas acerca del signo y la dimensión del efecto de la ayuda sobre el crecimiento. Como advierten Hansen y Tarp (2000), las conclusiones serían otras si se considerase con más detenimiento el fundamento de esos estudios. Pues, para concluir que la ayuda no tiene efecto sobre el crecimiento, habría que aceptar que cuando menos el ahorro doméstico debiera tener ese efecto. En caso contra­ rio, si ninguna de las dos variables fuesen significativas, habría que convenir que el modelo logra captar debidamente la lógica de financiación del crecimiento. Pues bien, algo más de la mitad de los estudios que son incapaces de detectar relación alguna entre la ayuda y el crecimiento, también fallan a la hora de iden­ tificar la relación entre ahorro y crecimiento, lo que cuestiona la solidez de su enfoque. Esta constatación les permite a Hansen y Tarp (2000) acceder a la tran­ quilizadora conclusión de que buena parte de los estudios más sólidamente fun­ dados parecen atribuir un efecto positivo a la ayuda sobre el crecimiento del receptor; y entre aquellos que no detectan relación alguna, dominan los de dudo­ sa especificación. En los años noventa se abre una cuarta etapa en los estudios sobre la eficacia de la ayuda. Entre los avances que se producen en esta etapa, cabría destacar los cuatro siguientes: • • En primer lugar, se mejoran notablemente las bases informativas, lo que permite incorporar series temporales en la estimación (y no sólo análisis transversales), a través del recurso a paneles de datos. En segundo lugar, el marco teórico desde el que se considera el efecto de la ayuda integra los supuestos que se derivan de la nuevas modelizaciones del crecimiento endógeno. 19 JOSÉ ANTONIO ALONSO • • En tercer lugar, las estimaciones consideran de una forma más plena la potencial endogeneidad de la ayuda, aceptando que no sólo la ayuda influye sobre los niveles de desarrollo de los receptores, sino también que esos mismos niveles condicionan el proceso de la asignación de la ayuda. Finalmente, se considera la posibilidad de que la relación entre ayuda y crecimiento sea no lineal, admitiendo la presencia de rendimientos decre­ cientes en la ayuda o la interacción entre la ayuda y alguna otra variable (preferentemente relacionada con las políticas aplicadas por el receptor). El trabajo de Boone (1994 y 1996), que analiza el efecto de la ayuda de acuer­ do con los regímenes políticos vigentes en el receptor2, constituye el primer estu­ dio que cabría situar —con ciertas peculiariedades— en esta cuarta etapa. A partir de una construcción analítica singular basada en el desarrollo de una función de utilidad de la clase política, acorde con un marco doctrinal propio de elección pública, estudia el efecto de distorsión que el régimen político impone al efecto de la ayuda. Sus resultados son notablemente pesimistas: “[...] la ayuda incrementó el consumo, pero sin que tal incremento del consumo beneficiara a los pobres”. Según los resultados de Boone, la propensión marginal al consumo de la ayuda no era significativamente distinta de uno y la propensión marginal a invertir no era significativamente distinta de cero: una conclusión que confirmaba las previsiones más pesimistas de Bauer y Friedman acerca de la eficacia de la ayuda. Al tiempo, Boone señalaba que en la modulación de estos resultados podía tener influencia el régimen político vigente, siendo mayor la eficacia de la ayuda en términos de reducción de la pobreza en aquellos regímenes con menor opresión política u opresión de género. El estudio más influyente de esta etapa, sin embargo, es el debido a Burnside y Dollar (2000), que, además de su efecto sobre la comunidad académica, dio soporte doctrinal a la propuesta estratégica del Banco Mundial, contenida en su documento Assessing Aid, What Works, What Doesn´t and Why. Consideran Dollar y Burnside que la eficacia de la ayuda depende de las condiciones en que se produce la asignación de los recursos, sin que quepa suponer una relación de signo único. Entre las condi­ ciones relevantes, es el marco institucional y de políticas aplicado por el beneficia­ rio el que de forma más central determina la eficacia de la ayuda. Al fin, se supone que cuanto mayor sea la calidad institucional y más sólidas sean las políticas aplica­ das por el receptor, menor espacio existirá para la fungibilidad de la ayuda. Para estudiar el marco de políticas aplicadas, Burnside y Dollar recurren ini­ cialmente a un índice construido a partir de tres indicadores macroeconómicos 20 PRÓLOGO fácilmente disponibles —déficit público, inflación y apertura exterior—; más ade­ lante enriquecen este índice, incorporando dimensiones relacionadas con el ámbito institucional y con el entorno social y político. Su estimación arroja un coe­ ficiente positivo, como cabía esperar, para el índice expresivo de la calidad de las políticas aplicadas por el receptor, un coeficiente para la ayuda no significativa­ mente distinto de cero y un coeficiente positivo y significativo para el término interactivo (de la ayuda con las políticas aplicadas). Estos resultados fueron inter­ pretados en el sentido de que el impacto de la ayuda es imperceptible salvo que se dé en un entorno de políticas adecuado. La conclusión que el Banco Mundial extrae de este estudio es relevante: los donantes deben ser notablemente más exigentes en la selección de los receptores de la ayuda, orientando los recursos hacia aquellos países que disfrutan de un marco de políticas adecuado. Debiera, pues, practicarse una mayor selectividad a la hora de elegir los países hacia los que se dirija la ayuda, si se quiere que ésta tenga un impac­ to apreciable sobre los receptores. La selectividad sugerida supone sustituir la condi­ cionalidad ex-ante que caracterizó a la política de ayuda en el pasado, asociada a la aceptación de los programas de ajuste estructural por parte del receptor, por una suer­ te de condicionalidad ex-post, al reservar la ayuda sólo para aquellos países que, de hecho, pueden demostrar que están ya aplicando un buen marco de políticas. Las impli­ caciones de esta recomendación son trasladas al análisis por Collier y Dollar (2002), quienes estiman la eficacia en la reducción de la pobreza que se derivaría de un mode­ lo de asignación de la ayuda coherente con el criterio de selectividad antes aludido. Los resultados obtenidos por Burnside y Dollar, y las recomendaciones deri­ vadas por el Banco Mundial, suscitaron un muy intenso debate. En concreto, la crí­ tica se centró en los siguientes tres aspectos: • • En primer lugar, se cuestionó el sentido de lo que el Banco Mundial deno­ mina un buen marco de políticas. En concreto, se criticó el modo de compo­ sición del índice de políticas, la pertinencia de las variables que lo integran y el sentido de las relaciones que se presuponen entre estos componentes y el crecimiento económico. De hecho, la literatura sobre el crecimiento no permite ser demasiado categórico respecto a las variables que se suponen, de modo inequívoco, están relacionadas con el crecimiento. Es más, una buena parte de la opinión económica cuestiona que exista un único modelo de políticas correcto al que todos los países deban acogerse. En segundo lugar, se discute la especificación de la ecuación estimada y los procedimientos seguidos en la estimación, que se consideran poco robustos 21 JOSÉ ANTONIO ALONSO • (muy sensibles, por tanto, a la composición de la muestra). La obtención de resultados distintos al repetir el ejercicio con pequeñas variaciones en la especificación o en la muestra fortalecieron este juicio crítico; al tiempo que advirtieron acerca de la discutible capacidad de un organismo tan influyen­ te como el Banco Mundial para trazar recomendaciones de política econó­ mica (en este caso sobre la ayuda) a partir de un estudio de tan frágiles con­ clusiones. Por último, se criticaron las recomendaciones derivadas del estudio por considerarlas poco realistas y altamente costosas para los países en desa­ rrollo con problemas de gobernabilidad y de gestión económica. En con­ creto, se cuestiona que se pueda utilizar un índice de políticas como el suge­ rido a modo de criterio automático de asignación de la ayuda, sin tener en cuenta las condiciones del país y de los esfuerzos que realiza en materia de gestión económica y social. Y se considera que la selectividad propuesta, si se aplica de modo exigente, puede tener elevados costes para muchos paí­ ses que requieren del estímulo de la ayuda para hacer viable y efectiva una política solvente o para aquellos otros que precisan generar las condiciones sociales e institucionales previas para el diseño y puesta en marcha de las políticas adecuadas. APORTACIONES MÁS RECIENTES La publicación del trabajo de Burnside y Dollar motivó una cierta reactivación de los estudios sobre la eficacia de la ayuda. Aunque hechas en un marco doctrinal relativamente semejante, las nuevas investigaciones aportan matices de interés que conviene comentar. Todos los estudios parten de asumir como marco teórico la nueva teoría del crecimiento endógeno; en todas las estimaciones se recurre a bases de datos con dimensión temporal; y en buena parte de ellas se supone la exis­ tencia de no linealidad en la relación entre ayuda y crecimiento, si bien captada de diversos modos. Así, en una buena parte de los estudios la no linealidad se expre­ sa a través de una variable que intenta captar la existencia de rendimientos decre­ cientes en la ayuda y no tanto a través de la interacción entre la ayuda y las políticas aplicadas. Las razones que se aportan para suponer la existencia de rendimientos decrecientes de la ayuda varían según los casos, suponiendo que es consecuencia bien de un síndrome de tipo “enfermedad holandesa” que se genera por la entra­ da excesiva de recursos externos, bien motivado por la limitada capacidad de 22 PRÓLOGO absorción del receptor, bien como resultado de la destrucción institucional que motiva la alta dependencia de la ayuda. De entre los estudios a los que se alude, en todos cuantos se ha incorporado una variable referida a los rendimientos marginales, se confirma que el impacto de la ayuda desciende a medida que se incrementa el grado de dependencia que el receptor tiene de ese flujo internacional. Éste es, por ejemplo, el caso del trabajo de Hansen y Tarp (2001) que, además de confirmar la existencia de rendimientos marginales decrecientes, detectan que la ayuda es eficaz por sí misma, con inde­ pendencia del impacto adicional que puedan tener las políticas aplicadas, negan­ do, de este modo, los resultados obtenidos por Burnside y Dollar (2000). En la misma línea debieran situarse los trabajos de Durbarry et al. (1998), Lensink y White (2001) o Dalgaard y Hansen (2000): en todos ellos el efecto positivo de la ayuda sobre el crecimiento se detecta con independencia de cuáles sean las políti­ cas aplicadas por el receptor. Adicionalmente, Hansen y Tarp (2001), junto con Dalgaard et al. (2004), incorporan una dimensión geográfica en su análisis, en línea con los estudios del crecimiento promovidos por Sachs. Su resultado confir­ ma la importancia que estos aspectos tienen en la determinación de las condicio­ nes de salubridad de la población, de fecundidad de las tierras o de costes de los transporte, condicionando las posibilidades de desarrollo de los pueblos. En con­ creto, constatan que la eficacia de la ayuda se revela positiva sólo en el caso de que el país no esté ubicado entre los trópicos. Finalmente, Roodman (2003) somete a análisis de sensibilidad a tres de los estudios más relevantes sobre eficacia de la ayuda, confirmando el grado de robustez de dos (Dalgaard et al., 2004, y Hansen y Tarp, 2001) de los que sugieren el impacto positivo de la ayuda, sin condiciona­ miento por parte de las políticas aplicadas. No obstante, junto a esta línea de trabajo, otros estudios trataron de seguir los planteamientos de Burnside y Dollar (2000), incorporando alguna variable relati­ va a las circunstancias políticas por las que atraviesa el país. Los propios autores Burnside y Dollar (2004) confirmaron sus conclusiones previas, incorporando nuevos datos a su serie y mejorando el indicador de la calidad del clima institucio­ nal del receptor. Otros estudios se refieren, sin embargo, a condicionantes alter­ nativos al de la calidad institucional, como puedan ser un shock en los precios de exportación de los países afectados (Collier y Dehn, 2001), un cambio en los tér­ minos de intercambio que afecte al comercio (Guillaumont y Chauvet, 2001; Chau­ vet y Guillaumont, 2002) o las condiciones de violencia del país (Collier y Hoeffler, 2002). En todos estos trabajos se confirma la eficacia de la ayuda condicionada a las circunstancias políticas del receptor. Pese a este resultado coincidente, tanto 23 JOSÉ ANTONIO ALONSO Roodman (2003) como Easterly et al. (2004) ponen en cuestión lo robusto de algu­ no de los resultados que condicionan la ayuda a las políticas aplicadas. Por último, a esta colección de estudios se han sumado dos aportaciones recientes, relativamente innovadoras, pero de resultados contradictorios. Por una parte, Clemens et al. (2004), en un ambicioso estudio, descomponen la ayuda en sus diversos componentes y tratan de captar los efectos de corto plazo de sus moda­ lidades más relacionadas con el desarrollo. Los autores parten de la idea de que no toda la ayuda es de naturaleza similar: una parte de sus componentes (como la ayu­ da humanitaria) no tienen relación alguna con los objetivos de crecimiento del receptor, por lo que es necesario depurar los flujos de ayuda para estudiar adecua­ damente su impacto. Sus conclusiones apuntan a una muy sólida y robusta relación positiva entre ayuda y crecimiento en el corto plazo (en tramos inferiores a los cua­ tro años) del receptor: una relación que es resistente a múltiples especificaciones y a diversos periodos. Ese resultado es, además, independiente de la calidad de las políticas aplicadas y de otras variables de control. Frente a este resultado se encuentra el derivado de los estudios recientes de Rajan y Subramanian (1995 a y b) que, a partir de un trabajo cuidadoso, son inca­ paces de encontrar relación robusta alguna entre ayuda y crecimiento; y ello a pesar de intentar depurar el procedimiento estadístico empleado a través de diversas pruebas. La razón que explica, en su criterio, la ausencia de relación tie­ ne que ver con el efecto que la ayuda tiene sobre la competitividad del país recep­ tor. De algún modo, la ayuda contribuye a una reasignación productiva en el seno del país receptor a favor de los sectores orientados a los mercados domésticos, dificultando el aprovechamiento más pleno de las capacidades dinámicas del mercado internacional. LA NECESIDAD DE PROSEGUIR EN EL ESTUDIO El recorrido realizado es suficiente para confirmar que nos encontramos ante un campo de análisis apasionante, en el que resulta difícil extraer conclusiones defi­ nitivas. La acumulación de estudios con resultados de signo diverso sugieren la necesidad de explorar más intensamente los canales a través de lo que opera la ayu­ da. No se trata sólo de saber si la ayuda influye sobre las posibilidades de creci­ miento de los países que la reciben, sino también cómo lo hace, a través de qué canales opera. En la medida en que se avance en ese estudio, se estará en mejores condiciones para incrementar la capacidad transformadora de la ayuda. 24 PRÓLOGO Por lo demás, los estudios podrían sugerir que, tal vez, no sea la dimensión de los recursos el factor determinante en el impacto, sino el tipo de incentivos que la ayuda promueve. Lo que si, por una parte, explicaría lo indeterminado de las con­ clusiones hasta ahora obtenidas, por otra, subrayaría la necesidad de investigar más a fondo los canales a través de los que opera la ayuda. Pese a su interés, en España son pocos los que se han asomado a esta tradición analítica: apenas un puñado de personas han hecho trabajos referidos a este ámbito de reflexión. Ahora el lector tiene entre sus manos una obra que hace una presentación clara y ordenada de esa tradición analítica, poniendo al alcance de todos los interesa­ dos una exhaustiva relación de los principales estudios en la materia. Una presenta­ ción que, además, se realiza a partir de la previa contextualización del propósito de los estudios analizados y de los principales resultados obtenidos en cada caso. En un momento en que la cooperación española está emplazada a incrementar su dimensión y nivel de eficacia, esta aportación resulta especialmente oportuna, pues es difícil mejorar la capacidad transformadora de la ayuda si no se tienen en cuenta las conclu­ siones de esta ya abundante literatura. Por lo demás, como se ha visto en páginas ante­ riores, lo relevante no es sólo conocer el impacto final de la ayuda sobre las posibilida­ des de desarrollo de los países, sino también estudiar los canales a través de los cuales opera la ayuda. Desde esta perspectiva, el estudio de Manuel Iglesia Caruncho resulta ejemplar, ya que de una forma ordenada presenta las diversas vías a través de las cua­ les la ayuda incide sobre la realidad económica y social del país receptor, discute sus fundamentos y comenta los resultados derivados del trabajo empírico. El rigor con el que se exponen las principales aportaciones, la claridad con que se presenta la literatura especializada y la ambición del recorrido realizado con­ vierten a esta obra en un producto singular en el panorama bibliográfico español. Un libro de utilidad para todos los interesados en conocer la eficacia de la ayuda y un material de consulta obligada tanto para analistas como para gestores de la coo­ peración internacional. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ALONSO, J.A. (1999): “La eficacia de la ayuda: crónica de decepciones y esperanzas”, en J.A. Alonso y P. Mosley, La eficacia de la cooperación internacional al desarrollo: evaluación de la ayuda, Ed. Civitas, Madrid. BURNSIDE, C. y D. DOLLAR (2000): “Aid, policies, and growth”, American Economic Review, 90 (4): 847-68. BURNSIDE, C. y D. DOLLAR (2004): “Aid, policies, and growth: Revisiting evidence”, Policy Research Paper, 2834, World Bank. CAHUVET, L. y P. 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Boone distingue entre regímenes elitistas, en los que el gobierno maximiza el bienestar de una coalición de gobierno; regímenes igualitarios, en los que el gobierno maximiza el bienestar de la parte de la población de menor renta; y regímenes liberales, en los que la ayuda trata de reducir las distorsiones fiscales del receptor. 26