El efecto placebo de la religión

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La imagen de la izquierda es una versión modificada de la original, y la de la derecha
forma parte de la pintura Madonna del rosario de Michelangelo Caravaggio. Ambas
imágenes son de dominio público.
El efecto placebo de la religión
Silvia Zenteno
Existen muchas leyendas urbanas acerca de la religión, pero las más
trascendentales son aquellas historias de resistencia y superación del dolor
físico gracias al poder de las creencias religiosas, como es el controversial
caso de Alexia, quien murió de cáncer en la columna vertebral a los 14
años y se hizo famosa en España, su país natal, por su “fortaleza, paz y
alegría durante su enfermedad, gracias a su confianza en Jesús”. Esto ha
sido tema de películas (como Camino, que es la versión cinematográfica
de
la
vida
de
Alexia,
también
muy
controversial),
novelas,
series,
telenovelas y hasta de dibujos animados.
EL efecto placebo de la religión / CIENCIORAMA 1
Con base en este tipo de historias se ha propuesto que las creencias
religiosas tienen un potencial efecto analgésico. De ser así, éste podría, en
algunos aspectos, ser similar al efecto que las creencias tienen en
procesos cognitivos de alto nivel, como es el caso de los placebos. Los
procesos cognitivos de alto nivel son los que procesan la información
mediante la búsqueda, selección, jerarquización, organización y aplicación
de los datos adecuados en la solución de problemas. Por ejemplo, la
formación del concepto “gato”: a pesar de que existen gatos tanto
pequeños como grandes, negros, atigrados, blancos o grises, peludos, muy
peludos o hasta calvos, sabemos lo que es un gato cuando lo vemos,
porque en nuestra mente el concepto es una idea simplificada de la gran
variedad de gatos que existen.
Desde hace tiempo se sabe que las creencias pueden influir en la
cognición, las emociones y los procesos psicológicos. De hecho, se ha
visto que fenómenos tan complejos como las creencias religiosas y sus
prácticas pueden estar
mediadas por
factores psicológicos generales
relacionados con la experiencia del dolor, tales como la ansiedad y el
deseo de librarse de él. Sin embargo, hasta ahora ha habido muy pocos
estudios
científicos
sobre
cómo
es
que
las
tradiciones
y
prácticas
religiosas y culturales podrían suscitar tales formas de modulación del
dolor que permitan a los practicantes lidiar con él.
La salvación entra por los ojos
Para ver si las creencias religiosas ayudaban a reinterpretar el significado
emocional
del
dolor,
es
decir,
si
los
creyentes
lograban
separarse
emocionalmente de él, se llevó a cabo un estudio en la Universidad de
Oxford, Inglaterra. Para realizarlo, reclutaron 24 voluntarios: la mitad de
ellos eran católicos practicantes —que atendían a misa semanalmente y
rezaban a diario— y la otra mitad eran personas no religiosas ni
espirituales.
EL efecto placebo de la religión / CIENCIORAMA 2
A los dos grupos se les aplicó un estímulo eléctrico doloroso en el dorso
de la mano de manera repetida —con el consentimiento de todos ellos,
por supuesto—, mientras les mostraban una pintura de la Virgen María o
una pintura parecida pero sin una connotación religiosa (ver figura 1). Las
dos imágenes se mostraron, en dos experimentos separados, a ambos
grupos 30 segundos antes y durante la estimulación. Antes de empezar se
comprobó que todos los participantes tuvieran umbrales de dolor normales
en el sitio donde se aplicaría el estímulo para asegurar que el grupo
religioso no fuera menos sensible al dolor per se.
Figura 1. A la izquierda la imagen religiosa: la Vergine Annunciata de Giovanni da
Sassoferrato y a la derecha la imagen no religosa: Lady with a Ermine de Leonardo Da
Vinci. Ambas pinturas son de dominio público.
Al final de la prueba, los participantes evaluaron la intensidad de dolor
que percibieron y cuánto fueron afectados, positiva o negativamente, por
las pinturas. Resultó que efectivamente los del grupo religioso percibieron
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menos dolor ante la pintura de la Virgen María, pero no así con la pintura
no religiosa. En cambio, el grupo ateo percibió el dolor con igual
intensidad con ambas pinturas.
Pero, ¿cómo es que al ver una imagen religiosa el dolor se atenuó en el
grupo católico?, ¿es eso siquiera lógico? Para responder tenemos que
repasar qué es realmente el dolor.
En la mente más que en las manos
El dolor es una experiencia consciente que resulta de interpretar los
estímulos que pueden ser dañinos. Es percibido por unas neuronas
receptoras llamadas nociceptores, que se encuentran en articulaciones,
huesos y órganos —como la piel y las vísceras—, y sirven para detectar,
de manera preventiva, cambios térmicos, mecánicos y químicos extremos
con un potencial dañino. Entre más intenso es el estímulo, mayor es la
frecuencia con la que las neuronas nociceptoras disparan sus potenciales
de acción, lo que aumenta la intensidad del dolor.
Pero el dolor que sentimos no sólo depende de la información que los
nociceptores envían a nuestro cerebro. Se sabe que en él influyen los
recuerdos, las emociones y factores patológicos, genéticos y cognitivos;
además, el umbral de dolor varía de persona a persona. De hecho, las
diferentes regiones del cerebro que participan en el procesamiento del
dolor
tienen
un
papel
más
o
menos
activo
en
diferentes
tiempos
dependiendo de la interacción que haya entre estos múltiples factores,
muchos de ellos basados en la experiencia personal. Es la integración de
todo esto lo que define la forma en la que es percibido, por lo que el
dolor resultante no está necesariamente relacionado de manera lineal con
el estímulo.
Por si fuera poco, hay otras cuestiones que complican todavía más la
percepción del dolor físico, como el hecho de que, aunque éste es una
ventaja evolutiva, existen casos, como el de las personas que sufren dolor
crónico, donde no aparece solamente como una función protectora, sino
EL efecto placebo de la religión / CIENCIORAMA 4
también como resultado de un daño o malfuncionamiento del sistema
nervioso. Incluso se sabe ahora que puede haber dolor sin un estímulo
dañino que lo provoque —el llamado dolor psicogénico—, y que la forma
en que una persona responde a él depende de lo que es apropiado o
posible para cada quien en cada situación. Todo esto convierte al dolor
en una experiencia sumamente subjetiva, lo que dificulta tanto su estudio
como su tratamiento. Como pueden ver el asunto del dolor es bastante
complejo.
Después
de
saber
esto
ya
no
resulta
tan
inverosímil,
o
incluso
sorprendente, que las creencias religiosas puedan tener un efecto en la
percepción del dolor.
No son sólo dimes y diretes
Sin embargo, probablemente los más escépticos todavía nos estamos
preguntando si debemos creerle a lo que un grupo de católicos dice.
¿Cómo saber que no hacían trampa para hacer que los científicos creyeran
en el poder de la religión? Bueno, pues en principio a ninguno de los
participantes se les explicó el objetivo del estudio, pero como en la ciencia
nada es suficiente —o al menos no debería serlo—, también se midió el
efecto de las pinturas en el procesamiento neuronal del dolor con Imagen
por Resonancia Magnética funcional (o fMRI, por sus siglas en inglés), una
técnica que sirve para medir y mapear la actividad cerebral.
La MRI funciona explotando el hecho de que los núcleos de los átomos de
hidrógeno se comportan como pequeños imanes: cuando se les aplica un
campo magnético generan una señal de radiofrecuencia que depende del
tejido al que pertenecen, y las diferentes señales son convertidas en
imágenes (ver figura 2). Pero, ¿cómo es que dichas señales nos hacen ver
qué partes del cerebro están activas? Bueno, en realidad la fMRI no
detecta directamente la actividad neuronal, sino el incremento en el flujo
sanguíneo. Las neuronas requieren oxígeno para trabajar, el cual es
transportado desde los pulmones por la sangre, y la fMRI puede distinguir
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la
sangre
rica
en
oxígeno
porque
ésta
posee
propiedades
electromagnéticas diferentes a las de la sangre pobre en oxígeno. Esto se
debe a la combinación entre el hierro de la hemoglobina y el oxígeno, de
manera que cuando la sangre está más oxigenada la señal es más fuerte
(ver figura 2).
Figura 2. Ejemplo de un escaneo fMRI que muestra las regiones que se activan en el
cerebro cuando se hacen tareas relacionadas con la memoria.
Esta imagen es de dominio público.
La fMRI reveló que la corteza prefrontal ventrolateral (VLPFC, por sus siglas
en inglés) derecha se activaba cuando el grupo religioso miraba la pintura
religiosa, pero no con la pintura no religiosa ni en el grupo de ateos con
ninguna de las pinturas. La corteza prefrontal es la que recibe la
información sensorial de todos los sentidos, pero en específico, la VLPFC
derecha está involucrada en la regulación de las emociones y conduce los
circuitos que sirven para inhibir del dolor; por lo tanto, tiene un gran papel
en la modulación de éste. Entonces, podría decirse que al menos algunos
creyentes religiosos son capaces de aminorar la intensidad percibida del
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estímulo doloroso cuando se les presenta una imagen religiosa, al iniciar
un proceso en la VLPFC derecha, pues en la condición en la que ésta se
activa es en la que se observa una reducción del dolor.
Aunque estos resultados, con un tamaño de muestra tan pequeño, deben
ser interpretados con cuidado, este estudio despierta muchas preguntas
interesantes, como, por ejemplo, si los sistemas de regulación emocional y
de control del dolor están superpuestos.
¿Distraído o reevaluando?
Ahora que ya sabemos no solamente que es posible, sino que hay
evidencia “tangible” que lo respalda, podemos intentar responder cómo es
que el grupo religioso pasó de ver unas imágenes a interpretar el estímulo
doloroso como menos intenso.
Los investigadores creen que ver a la Virgen María permitió al grupo de
católicos reevaluar la experiencia negativa del dolor. La reevaluación es un
proceso de reinterpretación del significado de un estímulo que lleva a un
cambio subjetivo en la respuesta emocional de la persona. Algo así como
un
caso
del
poder
de
la
mente
sobre
el
cuerpo.
De
hecho,
los
participantes religiosos reportaron haber permanecido en un estado de
calma
meditativa
acompañado
de
pensamientos
y
sentimientos
de
contenido religioso cuando se les presentaba la pintura religiosa: “Me sentí
calmado y tranquilo”, “Sentí que me estaban cuidando”, “Sentí compasión y
apoyo”, “Me sentí seguro”. En cambio, ambos grupos describieron la
experiencia de la pintura no religiosa con términos estéticos; por ejemplo,
en
el
grupo
religioso
dijeron:
“Me
gustó
la
pintura
y
me
pareció
interesante”, “Me gustaron las características de la cara”, y en el no
religioso: “Su boca parecía petulante”, “Se veía atractiva”.
Y aunque aún falta saber si los católicos reevaluaban la experiencia
dolorosa o simplemente suprimían la respuesta emocional al ver la pintura
religiosa, el proceso cognitivo de la revaloración es tan efectivo que
incluso
existe
algo
en
la
psicología
llamado
Terapia
Cognitiva
del
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Comportamiento (TCC). Este tratamiento fue desarrollado por el Doctor
estadounidense Aaron Beck en los años 50 y usa, junto con las otras
terapias tradicionales, la reinterpretación del significado de un evento a
través de la búsqueda de pensamientos automáticos y creencias centrales
sobre el mundo para tratar personas con diversos desordenes: desde
ansiedad y depresión hasta esquizofrenia, bipolaridad, fibromialgia y dolor
crónico.
Por otro lado, sin excluir la hipótesis de la revaloración, se ha mostrado
que la presentación de imágenes placenteras durante la aplicación de un
estímulo doloroso aumenta el umbral de dolor y ayuda a los individuos a
tolerarlo mucho más. Entonces se podría argumentar que las pinturas
simplemente distrajeron a los participantes del estímulo doloroso, y que el
efecto de la distracción es más fuerte cuando la imagen es más atrayente
para el individuo, manteniendo el dolor fuera de la mente. Incluso existen
estudios neurofisiológicos que muestran que la atención al dolor puede
modular la activación de varias partes del cerebro dedicadas a procesos
nociceptivos.
Placebo y nocebo
La reevaluación y la distracción no son las únicas formas cognitivas de
modulación el dolor que se han demostrado, también hay otros procesos
cognitivos de mayor nivel, como la analgesia inducida por placebos, el
desapego emocional o el sentir que se tiene control sobre él. Todos ellos
inducen
una
reducción
del
dolor
al
generar
expectativas,
dar
interpretaciones alternativas o cambiar el dictamen del dolor, y no sólo
eso, también activan la VLPFC (corteza prefrontal ventrolateral) derecha:
Por ejemplo, durante el bastante conocido efecto placebo, en el que las
personas dejan de sentir dolor por el sólo hecho de asumir que les han
suministrado un “medicamento” para aliviarlas, esta zona se activa incluso
antes de tomarlo. Esto indica que la sola anticipación de la liberación del
dolor dispara los mecanismos que reducen la amenaza percibida. Incluso
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podría decirse que, al igual que con las imágenes religiosas, el efecto
placebo involucra la atención, la antelación y la reevaluación como
mecanismos básicos para modular el dolor. Esto sucede porque los
placebos hacen que el dolor se experimente como algo más controlable y
menos amenazador. A tal grado llega, que se ha visto que las píldoras de
placebo rojas tienen una mayor probabilidad de actuar como estimulantes,
comparadas con las píldoras de placebo azules, simplemente porque el
color rojo usualmente tiene el significado implícito de “caliente” o “peligro”.
Así,
el
placebo
induce
expectativas
particulares
dependiendo
de
su
apariencia incluso antes del efecto que se supone que tendrá.
Figura 3. “El efecto placebo de los colores”.
Es probable que los pacientes no sólo tengan expectativas sobre los
placebos y un deseo de aliviarse, sino que también experimenten menos
emociones negativas —como ansiedad— en comparación con situaciones
en las que el dolor no es tratado, y que esto también contribuya al efecto.
Se sabe que el humor y las emociones son factores muy importantes en
la precepción del dolor. ¿Quién no recuerda el dolor de cabeza que se
detiene mágicamente en el instante en que la visita que llevábamos
esperando por horas aparece en nuestra puerta?
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Sin embargo, la influencia de las emociones puede ser una espada de dos
filos. Se ha visto que la ansiedad y la anticipación al dolor pueden
exacerbar su percepción —el llamado efecto nocebo—, de la misma
manera en la que un estímulo doloroso puede percibirse con menor
intensidad cuando se anticipa que será menor. También se ha especulado
que la depresión afecta el dolor; por ejemplo, es dos veces más probable
que alguien deprimido y libre de dolor desarrolle dolor crónico que una
persona no deprimida y sin dolor. Otro factor que influye en el dolor es
que la persona misma “catastrofice”, es decir, que exagere el dolor que
siente cuando se queja de él y sea muy pesimista en cuanto a su alivio.
Incluso la personalidad tiene un papel en el dolor resultante. Aunque éste
es comúnmente percibido como amenazador, debido a su carácter de
advertencia,
el
grado
de amenaza
depende de
la
creencia
de los
individuos en sus propios recursos para lidiar con él. Si se cree que éstos
son suficientes, el dolor puede, al menos hasta cierto punto, ser percibido
como controlable.
Finalmente, no podemos ignorar la posibilidad de que nuestros genes
influyan tanto en la manera en que se procesan los estímulos nociceptivos
como en la forma en que el cerebro reacciona a éstos. Igualmente, no
podemos excluir el papel central que tienen nuestras experiencias de vida
en ambos procesos. Se sabe que hay individuos más sensibles al dolor y
otros más tolerantes; la pregunta aquí es si esas diferencias se deben a la
genética o a las vivencias de las personas, una cuestión muy compleja de
contestar, pues ambos son factores muy difíciles de separar y controlar en
los humanos.
La punta del iceberg
Hasta ahora, es mínima la evidencia científica que indica cómo es que las
creencias religiosas y su práctica pueden influir en la percepción del dolor.
Esto debido a que entender cómo
es que influencias conductuales
complejas —como la ansiedad, la depresión, las creencias y la cognición—
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cambian la experiencia del dolor en animales es muy difícil y depende
básicamente de estudios en humanos, en donde muchos factores, tales
como genéticos o emocionales, no pueden ser controlados.
Aunque existe evidencia anecdótica de que los procesos cognitivos pueden
modificar drásticamente la percepción del dolor, el efecto modulante es
generalmente
mucho
más
limitado
y
difiere
considerablemente
entre
personas.
Por otro lado, se necesita hacer mayor énfasis en entender la manera en
la que se integran en el cerebro los diferentes factores que afectan la
experiencia del dolor, tanto espacial como temporalmente, para poder
modelar
este
proceso
tan
complejo
y
entender
a
qué
nivel
del
procesamiento neuronal del dolor tienen lugar las modulaciones cognitivas,
y cómo es que éstas interactúan en salud y en enfermedad.
Para los curiosos… Más del caso de Alexia
1. http://es.wikipedia.org/wiki/Alexia_Gonz%C3%A1lez-Barros
2. La página de su beatificación: http://www.alexiagb.org/web/suvida.htm
3. Sobre Camino (2008), película basada en la vida de Alexia:
http://elpais.com/diario/2008/07/31/revistaverano/1217521301_850215.html
Bibliografía especializada
1. Wiech, K., Farias, M., Kahane, G., Shackel, N., Tiede, W., y Tracey, I. “An
fMRI study measuring analgesia enhanced by religion as a belief system”.
Pain 139 (2), 467-476 (2008).
2. Tracey, I. y Mantyh, P.W. “The cerebral signature for pain perception and
its modulation”. Neuron 55, 377–391 (2007).
3. Wiech, K., Ploner, M. y Tracey, I. “Neurocognitive aspects of pain
perception”. Trends Cogn. Sci. 12, 306–313 (2008).
EL efecto placebo de la religión / CIENCIORAMA 11
4. Wiech, K. y Tracey, I. “The influence of negative emotions on pain:
behavioral effects and neural mechanisms”. Neuroimage 47, 987–994 (2009).
EL efecto placebo de la religión / CIENCIORAMA 12
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