¿Es legítimo un planteo moral en el ámbito científico?

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Editorial
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¿Es legítimo un planteo moral en el ámbito científico?
EDGARDO F. SECCHI
Director del Departamento de Bioética, Facultad de Ciencias Médicas. Universidad Nacional de Córdoba.
Dirección postal: Pabellón Chile. Ciudad Universitaria. (5000) Córdoba.
Lograr que el progreso científico se transforme en progreso humano constituye el corazón del desafío bioético
actual.
La Bioética, como disciplina que estudia la conducta en el campo de la vida y la salud a la luz de principios y
valores morales, plantea cuestiones de honda reflexión humana que deben ser encuadradas dentro de una
línea de pensamiento trazada por una acción reveladora de la Moral.
Cuestiones sobre el verdadero sentido de la vida, el misterio de la muerte, entre otras, deben encontrar
respuestas que muchas veces están por encima de todo principio o ley surgidos de la observación o de la
especulación científica. El gran valor de la Bioética lo constituye el modo de exponer los aspectos prácticos de
la Medicina aun en cuestiones que parecieran ser triviales pero que representan la trama constante de nuestra
vida diaria. Los principios de la ley moral deben encarnarse en nuestra vida afectando a la totalidad de nuestra
conducta, tanto en lo grande como en lo aparentemente insignificante.
La Moral es un valor por antonomasia y abarca de un modo integral la actividad humana. Ninguna otra
disciplina puede jerarquizar tanto los valores humanos como la Moral. Toda ciencia es autónoma pero, al
mismo tiempo, toda ciencia como actividad humana, es decir, realizada por y para el hombre en una
dimensión histórica existencial, no puede escapar a los límites que impone la Moral. Y esto es así porque el
objetivo de la Moral es el hombre, y éste, como sujeto de finalidad inmanente y trascendente, es un valor
supremo, superior a cualquier valor que pueda proporcionar la ciencia o la técnica.
Hay quienes sostienen que la Medicina, como ciencia, podría encontrarse al margen de lo propiamente ético,
moral y/o religioso. Pero estar al margen no significa estar en contra o ser contrario. El científico debe respetar
las leyes y los deberes morales, tiene que poseer una orientación moral. Cuando hablamos de orientación
moral en la Medicina no nos referimos específicamente a la ciencia médica como tal sino a sus
representantes y cultores, y por ello sostenemos que la persona del médico y toda su actividad científica se
mueve en el campo de la Moral.
No es lógico hablar de oposición entre Medicina y Moral; esta última no entraña peligros ni obstáculos para el
interés de la ciencia.
La Moral en Medicina no se refiere a los límites de las posibilidades y conocimientos teóricos y prácticos sino
a los límites de los deberes y derechos del científico como persona; se refiere a la forma en que se alcanzan y
se utilizan estos conocimientos.
Para poder entender esto debemos aceptar que en la raíz de todo fenómeno humano existe la libertad, que el
hombre es un ser libre. Entendiendo que libertad quiere decir, entre otras cosas, poder de dominio sobre sus
propias acciones; poder que le es otorgado por su capacidad intelectual, por la soberanía de la inteligencia
que le permite autodeterminarse.
Esto nos debe conducir a tener conciencia de que siendo dueños de nuestros actos es nuestra la oportunidad
de encauzarlos con un criterio elevado hacia una meta verdadera y que, debiendo responder en nuestra doble
condición de profesionales y miembros de la sociedad, estamos dispuestos a asumir dicha responsabilidad
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ocupando nuestro lugar del modo debido, con plena convicción en el valor de nuestra respuesta.
El otro aspecto fundamental de este análisis es que el hombre no puede ser ni estar aislado. Así como a
veces la soledad vivifica, el aislamiento mutila y paraliza la imagen humana.
El aislamiento es inhumano porque trabajar o vivir humanamente es vivir sintiendo al hombre, sus grandezas y
miserias, experimentando la solidaridad que nos vincula en una vida estrechamente común.
Tenemos, entonces, pilares fundamentales sobre los cuales se asienta el hecho moral. Por un lado la libertad
que deposita sobre la persona la responsabilidad. Tenemos, además, los fines trascendentes e inmanentes
del hombre que exigen una respuesta adecuada. Y, finalmente, por el hecho de no estar solos en el mundo,
no podemos ni debemos actuar desentendiéndonos de los otros seres que lo habitan.
Por su libertad y por la soberanía de sus actos, el hombre puede llegar a adueñarse de lo que existe, incluso
de la vida de otras personas. Pero esa posibilidad tiene un límite, no siempre físico pero siempre moral:
respetar lo que no puede pertenecerle. Este respeto límite es el fundamento del hecho de que alguien más
que uno mismo pueda tener en cuenta lo que cada uno hace, sea como bien o sea como mal. Este respeto
límite es lo que llamamos responsabilidad moral.
Todo hombre, sin excepción, posee esa responsabilidad, pero en grado distinto según las funciones que
desempeñe y los bienes que esté obligado a conservar y salvaguardar.
Entre los valores, el más grande es la vida, especialmente para todos aquellos que, de una manera u otra, en
el ejercicio de su profesión, se encuentran en contacto con el misterio de la vida y de la muerte.
Podemos concluir diciendo que el imperio de los valores morales en el ejercicio de todas las profesiones que
de una manera especial hacen entrar en juego la dignidad de la persona, es cada día más necesario. Y
mientras más elevadas sean las normas que orientan una profesión, más digna e importante será dicha
profesión, recordando que el verdadero concepto de vida y salud está referido a la justa jerarquía de la
persona.
La Bioética nos invita y nos desafía a provocar un impacto transformador de la realidad científica actual y,
además, a buscar una visión de alternativas creativas que hagan más plena la vida del médico y le permitan
construir una sociedad más justa y humana.
Gran parte de la situación actual se debe a que hemos dividido al hombre y nos ocupamos tan sólo de los
aspectos materiales y mentales. Aplicamos una medicina que busca la salud física y mental, dejando de lado
la salud moral y espiritual de las personas. Eso ha traído como resultado una medicina drogada por la técnica
que ha cosificado a la persona, en la cual el diálogo médico-paciente, de naturaleza humana y personal, que
debe constituir una unidad sustantiva con un reconocimiento y respeto mutuo, se ha transformado en una
apresurada conversación burocrática manejada por una dictadura administrativa, en la que se olvida al
hombre-persona, transformándolo en un individuo anónimo de una colectividad masificada.
El retroceso moral del mundo médico ha empeorado el estado sanitario de los pueblos.
El médico debe aprender que los dramas morales son tan reales como los fenómenos físicos y su importancia
es mucho mayor. La autoridad moral del médico constituye la clave del éxito terapéutico. La técnica sola
nunca podrá penetrar hasta la profunda raíz de ese ser misterioso llamado hombre, que tiene necesidades
que ni la técnica ni la ciencia pueden satisfacer.
La ley moral nos enseña que la salud es la justa jerarquía de la persona y el hombre, como persona, posee un
proyecto existencial con un destino eterno junto a una conciencia creadora que no está referida únicamente al
mundo biológico sino también al mundo moral que él mismo puede entrever en las experiencias de su vida.
Por desgracia observamos con demasiada frecuencia a médicos que viven atrapados en una sola dimensión
en la que prevalece lo material, haciendo culto de la dinerolatría, transformándose en comerciantes de la
salud, verdaderos opresores de los enfermos.
La ley moral también nos enseña que es una persona libre y abierta no solamente al mundo material sino
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también al mundo de los valores morales. En Bioética hablamos de la libertad interior de la persona, que le
permite desarrollar un conocimiento constante y creciente de lo bueno y verdadero. Libertad como un don que
no se puede conservar si no se desarrolla. Los médicos necesitamos de esa libertad para poder pensar, sentir
y actuar en nuestra profesión, sin condicionamientos que no sean los justos. No podemos ni debemos
someternos a ideologías que degradan la condición humana, promovidas por indolentes cuyos dioses son el
bolsillo y el poder.
Necesitamos médicos que conozcan la realidad de la vida: la propia y la de sus enfermos. Que sean
auténticos y honrados. Libres y responsables. Que sepan ver al hombre como algo mayor y más rico que un
simple objeto. Que tengan valor para pensar, decir y hacer algo nuevo y diferente. Que tengan esa singular
fantasía creadora que les permita avanzar por caminos no explorados pero llenos de contenido humano. Que
no sean egoístas, porque el egoísmo transforma a la sociedad en un conglomerado agresivo y desintegrado
de unidades individuales que termina destruyendo todo. Que sean capaces de una entrega espontánea y
generosa, buscando no solamente prestigio o reputación sino el bien de los demás. Los médicos que no
tienen un corazón propenso a la abnegación y el sacrificio son falsificadores de su ministerio.
De esta manera tendrán una nueva orientación y actitud frente a la vida que les permitirá actuar de una
manera más auténtica y humana; nuevas motivaciones que les posibilitarán ser verdadero y honestos, aunque
esto los pueda perjudicar en lo económico; nuevas disposiciones y acciones que buscarán transformar al
hombre y a la sociedad; un nuevo sentido y una nueva meta en la realidad última de la existencia que les
permitirá asumir no sólo lo positivo de la vida sino también lo negativo; un nuevo sentido frente al dolor, la
enfermedad y la muerte.
"La Moral -escribe Zwiebel- no es una teoría que se demuestra, sino una vida que se muestra."
Tope
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