Salario emocional y gestión de la felicidad

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Salario emocional y gestión de la felicidad
Karina Narbona- Investigadora de la Fundación SOL
10 de Febrero de 2011/ El Mostrador
La felicidad se ha transformado en el tópico del siglo XXI y quienes lo han
instalado son los empresarios más ricos y personas más influyentes a nivel
mundial. Por primera vez en la historia, en el foro económico mundial de Davos
en Suiza se dio inicio a la pregunta: ¿Cómo hacer más felices a los
trabajadores? ¿Cómo encontrar, a través de la felicidad del personal, un
rendimiento sin precedentes en las empresas? Y la reflexión ha continuado en
Chile, en encuentros como el de Icare “Sensatez y Sentimiento”, y otras
múltiples conferencias lideradas por gurús y líderes espirituales en lugares
como Espacio Riesco, Casa Piedra y el Hotel Ritz.
.Una de las reflexiones más consensuadas al respecto ha sido la de potenciar
la vertiente psicológica y cultural en el manejo de las personas, de manera de
desarrollar sus capacidades únicas y retener el talento humano por la vía
subjetiva. “Las personas necesitan más que un salario para motivarse con una
organización”, concluyen.
El salario emocional es uno de los tantos inventos usados para estos fines y ya
está en Chile: son todos aquellos beneficios y disposiciones no monetarios/as
(casas de veraneo, descuentos, masajes, medallas, chapitas, reconocimientos
públicos, concursos de innovación, buzones de sugerencias, uso de léxico
amigable e igualitario con los empleados, como “colaboradores”) que permiten
que las personas se sientan satisfechas, establezcan un vínculo emocional con
la empresa y le dediquen una lealtad a prueba de fuego, alejándose de
conductas reivindicativas.
De poco sirve el otorgamiento de masajes o mañanas deportivas, el baile
entretenido o las “facilidades” para adecuar la vida familiar con la empresa,
cuando el ritmo al que se somete a las personas genera intensos sufrimientos
en el proceso mismo de trabajo.Como se recomienda: “el costo económico de
esta opción es nulo o no muy alto”….y las personas a cambio entregan lo mejor
de sí, internalizan la cultura de la empresa y obtienen desempeños excelentes.
Negocio redondo.
No obstante, aún cuando se acierta en el diagnóstico de que se necesita más
que una retribución material para ser feliz y dar significado a la vida, es
importante que estas pomposas reflexiones sobre el salario emocional no
desvíen la atención de una deuda que difícilmente se resolverá con “subir el
ánimo”: el hecho de que a los trabajadores se los tenga con un nivel salarial
que los obliga a endeudarse hasta el cuello para sobrevivir y sin posibilidades
de maniobra a futuro. Como indican datos de la Asociación de Bancos e
Instituciones Financieras (ABIF), de cada 100 pesos que ingresan al hogar, 63
están comprometidos en deudas, y según datos de CASEN 2009 procesados
por Fundación SOL, el 69% de los asalariados del sector privado que trabaja
jornada completa, gana menos de $300 mil mensuales.
Lo importante también es que con estos mecanismos no se busque pintar de
rosa la experiencia de trabajo en las grandes empresas, cuando en paralelo a
la entrega de beneficios se van triplicando las exigencias productivas.
Efectivamente, de poco sirve el otorgamiento de masajes o mañanas
deportivas, el baile entretenido o las “facilidades” para adecuar la vida familiar
con la empresa, cuando el ritmo al que se somete a las personas genera
intensos sufrimientos en el proceso mismo de trabajo: con salarios según
metas que se incrementan constantemente, con múltiples funciones y con
fórmulas de trabajo en “equipos” que promueven la competencia y presión
entre los propios compañeros, conduciendo a alarmantes cuadros de estrés. A
lo anterior se suma la inestabilidad psicológica y vulnerabilidad social que
emanan de la flexibilidad laboral y del subempleo.
Por último, se debe considerar que lo que la empresa da como “salario
emocional” lo puede quitar en cualquier momento, si no está sujeto a un
contrato colectivo. Y las nuevas técnicas de implicación no dicen nada acerca
de la potenciación del sindicato como interlocutor, todo lo contrario, señalan
que en esta nueva era de cooperación obrero – patronal, se puede prescindir
de esa institución del pasado.
¿No sería acaso más razonable preguntarle a los trabajadores, a través de sus
representantes, qué los haría más felices? Sería más razonable, sí, pero
también más riesgoso.
Ciertamente hay trabajadores “claves”, con alto poder de incidencia, que
reciben mejores salarios – aunque se suele desestimar su alta carga laboral-,
para quienes los estímulos emocionales llegan como un gratificante
complemento. Pero el problema es que la combinación de poder de decisión,
justicia distributiva y comodidad, es algo poco extensible a los trabajadores
más periféricos, es poco funcional. Para la gran mayoría, llegan los discursos
de moda sin mejoras materiales, con técnicas infantilizantes de motivación y un
aceleramiento continuo de las tareas
En resumidas cuentas, la noticia no tan novedosa es que los gestores de
grandes empresa están en las nubes, juntándose en seminarios elitistas de
más de $300 mil diarios para hablar de la felicidad de los trabajadores -sin
tocar el tema de la repartición de las ganancias-, mientras que los trabajadores
comunes y corrientes quedan marginados del debate, sin derecho a opinar
sobre sus vidas y sometidos a las más delirantes especulaciones de los gurús,
con experimentos en sus ambientes de trabajo. A ellos, se les dedica una
broma de mal gusto.
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