The bankers who broke the world

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Lords of Finance
The bankers who broke the world
Liaquat Ahamed
El colapso de la economía mundial
entre 1929 y 1933, ahora llamado “La
gran depresión”, constituyó el evento
económico seminal del siglo XX. Nin‑
gún país escapó a sus consecuencias
económicas y sociales. En la década
anterior al inicio del colapso, cuatro
directores de los principales bancos
centrales conformaron lo que en su
momento se consideró “el más exclu‑
sivo club del mundo”. El enigmático
Montagu Norman, del Banco de In‑
glaterra; el xenofóbico y sospechoso
Émile Moreau, del Banco de Francia;
el arrogante, aunque brillante, Hjalmar
Schacht, del Reichsbank de Alemania;
y el hombre de acción, representativo
de una nueva generación, Benjamin
Strong, del Federal Reserve Bank of
New York. Ellos asumieron el trabajo
de reconstruir la maquinaria financiera
mundial después de la Primera Guerra
Mundial.
El libro de Liaquat Ahamed describe
los esfuerzos de estas cuatro perso‑
nalidades, cabezas de los principales
bancos centrales del mundo de la
época, para reconstruir el sistema
financiero mundial después de la Pri‑
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Liaquat Ahamed
mera Guerra Mundial, y muestra cómo,
por un breve período en la mitad de
la década iniciada en 1920, tuvieron
éxito. Las monedas se estabilizaron, el
capital volvió a fluir libremente, el cre‑
cimiento económico surgió de nuevo.
Pero subyacente al boom de prosperi‑
dad, los cracks empezaron a aparecer
y el patrón oro, que se consideraba
como el paraguas de la estabilidad, se
tornó en una camisa de fuerza.
El libro está dividido en cinco partes.
La primera parte, denominada “ La
tormenta inesperada”, abarca los
acontecimientos entre 1914 y 1919 y
está dedicado a describir las persona‑
lidades y sus carreras ascendentes en
el mundo financiero, del extraño, eso‑
térico y solitario Montagu Norman; del
joven genio Hjalmar Schacht, producto
típico del Kaiserreich, incuestionable‑
mente nacionalista y profundamente
orgulloso de su país, y de sus logros
intelectuales y materiales; del seguro
y dominante Benjamin Strong; del ins‑
pector de finanzas, élite administrativa
fundada por Napoleón para realizar
la auditoría a las finanzas del Estado
francés, Émile Moreau.
La segunda parte del libro se titula
“Después del diluvio”, y comprende
el período 1919-1923. El autor dedica
esta parte a analizar tres temas centra‑
les: 1) La determinación del monto de
las reparaciones exigidas a Alemania,
por las consecuencias de la guerra;
2) La aparición del Tío Rico, Estados
Unidos, país que se había convertido
en el acreedor mayor de los países
europeos; y 3) los intentos por volver a
la “bárbara reliquia” del patrón oro.
En noviembre 11 de 1918 la Primera
Guerra Mundial llegó a su fin como
se había iniciado, con total sorpresa,
pero sus consecuencias fueron graves:
Once millones de muertos, veintiún
millones de heridos, muchos mutilados
por el resto de sus vidas. Casi todas las
economías de Europa se contrajeron;
Alemania y Francia, en un 30%. Pero el
más pernicioso legado de cuatro años
de batalla fue la montaña de deuda
de Europa. Los gobiernos europeos
gastaron 200 billones de dólares y
consumieron más de la mitad de su
producción en destrucción mutua. Pero
la guerra representó un boom para
Estados Unidos, ya que experimentó
una masiva expansión de exportacio‑
nes que representaron un gigantesco
impulso a su economía. Antes de la
guerra su PIB era aproximadamente
equivalente al de Inglaterra, Francia
y Alemania conjuntamente. En 1919
era un 50% más grande. La guerra
terminó pero los conflictos no se de‑
tuvieron, por el problema asociado a
las reparaciones que Alemania debía
cancelar. La conferencia de paz inicia‑
da en enero de 1919 fue escenario de
propuestas de reparación exageradas
por parte de Inglaterra y de Francia,
y de posturas moderadas como la de
Estados Unidos. Irónicamente no fue
Alemania el más duro opositor a las
exageradas exigencias de reparación.
Quien más se opuso fue un joven de
Cambridge llamado John Maynard
Keynes, autor del libro Las consecuen-
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cias económicas de la paz, en el que
puntualizó que exigir reparaciones a
Alemania por un monto que superaba
sus posibilidades, era equivalente a
solicitarles que exportaran más de lo
que importaban, y ello supondría un
desequilibrio en el comercio mundial,
del cual los más afectados serían In‑
glaterra, Francia y Estados Unidos.
Mientras Alemania trataba de negociar
las cargas por las reparaciones exigi‑
das, su situación interna era pésima
como consecuencia de agitaciones
sociales, débiles coaliciones de go‑
bierno, enormes gastos para atender
pensiones a veteranos y a viudas
como consecuencia de la guerra. El
déficit fiscal, el desempleo y una hi‑
perinflación galopante completaban
el escenario. En 1914 el marco se
negociaba a 4,2 por dólar. En 1923 el
dólar era 620.000 veces más valioso
que el marco. La inflación transformó
la estructura de clases en Alemania
como ninguna revolución podría ha‑
berlo hecho.
La tercera parte del libro se titula “Sem‑
brando un nuevo viento”, y comprende
el período 1923-1928. Pareció abrirse
un puente entre el caos y la esperanza
cuando en noviembre 30 de 1923 la
Comisión de Reparaciones anunció
el nombramiento de dos comités de
expertos internacionales, uno para
considerar el tema del balance pre‑
supuestal de Alemania y estabilizar
su moneda, en ese momento prácti‑
camente sin valor. El segundo y más
importante, que buscaba el estable‑
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cimiento de una nueva arquitectura
financiera mundial, estaba conformado
por diez personas, dos de cada uno
de los siguientes países: Estados
Unidos, Inglaterra, Francia, Bélgica e
Italia. El líder de esta delegación fue
Charles Gates Dawes, un banquero
de Chicago. El trabajo de la comisión
Dawes se centró en la determinación
del monto de las reparaciones, tema
sobre el cual se venía discutiendo
desde 1919, en un proceso desgas‑
tante, por parte de Alemania. El punto
significativo del trabajo de la comisión,
antes que la determinación del monto
de las reparaciones, fue la propuesta
sobre la forma como se manejaría el
valor determinado. A fin de que éste
no se diluyera por la situación precaria
del marco, se propuso la creación de
un fondo especialmente administrado
y cuyo valor podría ser trasladado al
exterior si las circunstancias internas
de Alemania provocaban un deterioro
de la moneda alemana. Sobre el pa‑
pel, el plan Dawes pareció funcionar y
recuperar la confianza. Pero vendrían
otros hechos.
La cuarta parte del libro se titula “Cose‑
chando otro torbellino”, y comprende el
período 1928-1933. La burbuja bursátil
se inició como todas, precedida de un
mercado alcista sustentado en altas
ganancias corporativas. Los beneficios
crecieron entre 1922 y 1927 más de
un 75%. Desde 1920 se inició la bifur‑
cación entre las empresas ubicadas
dentro de la vieja economía (textiles,
acero, carbón, ferrocarriles) y las per‑
tenecientes a la nueva economía (au‑
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tomóviles, radio e incipiente transporte
aéreo). Se detallan los antecedentes
al 23 de octubre de 1929, cuando el
mercado bursátil cayó 20 puntos en las
dos últimas horas de negociación
Quizá la más perversa consecuencia
de la burbuja consistió en que por los
mecanismos de los flujos internaciona‑
les de capital, una horda de banqueros
americanos llegaron a Berlín para
presionar a las empresas alemanas y
al gobierno para que tomaran grandes
préstamos, ante la solicitud todavía
vigente de Francia e Inglaterra para
atender las reparaciones de la guerra.
La quinta parte del libro se titula “Las
consecuencias”, y comprende el perío‑
do 1933-1944. El autor describe cómo
el patrón oro, la bebida alcohólica que
contribuyó al desastre, fue paulatina‑
mente abandonado. Inglaterra lo hizo
en 1931; Estados Unidos, en 1933;
Francia, años más tarde. La produc‑
ción de Estados Unidos, Inglaterra y
Alemania empezó a crecer a partir de
1933. En esta parte el autor hace la
descripción de las medidas tomadas
por el presidente Franklin Delano
Roosevelt para reactivar la economía.
Las principales fueron: recorte de
salarios de empleados públicos en un
15%, reducción del presupuesto en el
25%, creación del cuerpo civil de con‑
servación, para emplear jóvenes en
control de inundaciones, prevención de
incendios, construcción de carreteras y
puentes en áreas rurales. Se estimuló
el aumento del precio de los productos
agrícolas y la construcción de plantas
generadoras de energía. Se aprobó
la ley Glass Steagal, que separó la
actividad bancaria comercial de la de
inversión. El dólar se desvinculó del oro
y se inició un proceso de devaluación
de la moneda de los Estados Unidos.
La cadena de medidas resultó una ex‑
traña mezcla de reformas sociales ba‑
sadas en esquemas cuasisocialistas,
planeación industrial, regulación para
proteger al consumidor, programas
de bienestar, apoyo del gobierno para
cartelizar la industria, salarios altos
para unos, bajos para otros.
Entretanto la economía alemana,
impulsada por una serie de estímulos
del banco central de ese país, dirigido
por Hjalmar Schacht, consistentes en
un masivo programa de obras públicas
financiadas con préstamos del banco
central, y la impresión de moneda,
iniciaba un período de recuperación.
El desempleo cayó de 6 millones al
final de 1932 a 1,5 millones cuatro
años más tarde. A esta situación y al
ascenso del nazismo al poder el autor
lo denomina “las caravanas se mueven
de nuevo”.
El epílogo del libro es dramático: el
autor compara lo ocurrido entre 1929 y
1933 con la fusión de un reactor, pero
económico. El PIB real de las princi‑
pales economías cayó más del 25%,
una cuarta parte de la población adulta
quedó desempleada, los precios de
los commodities se redujeron a la
mitad, los precios para el consumidor
declinaron en un 30%, los salarios se
recortaron en una tercera parte, el cré‑
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dito bancario en los Estados Unidos se
desplomó un 40% y en muchos países
el sistema financiero colapsó. Hubo
default de toda la deuda soberana
de los países desarrollados de Eu‑
ropa central y oriental. La turbulencia
económica creada sacudió todos los
rincones del mundo.
¿Quiénes fueron los responsables?
Para el autor, los primeros respon‑
sables fueron los políticos que pre‑
sidieron la conferencia de paz en
París, quienes trataron de recuperar
los efectos de la guerra por medio de
una gigantesca deuda internacional.
El segundo grupo de responsables lo
conformó el cuarteto de directores de
los principales bancos centrales de la
época, Norman Montagu, Benjamin
Strong, Hjalmar Schacht, y Ëmile
Moreau, particularmente por su error
de política económica de retomar en
1920 el sistema de patrón oro, cuando
existía un desequilibrio entre la oferta
de oro, su distribución y el nivel de
precios.
Más que cualquier otro factor, la Gran
Depresión fue causada por una falta
de voluntad intelectual, por una au‑
sencia de comprensión sobre cómo
opera la economía. Ninguno luchó más
aguerridamente contra las causas y
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la búsqueda de soluciones que John
Maynard Keynes. Siempre creyó que
si solamente se pudiera eliminar el
“pensamiento confuso”, una de sus
expresiones favoritas, en materia eco‑
nómica, la sociedad podría ocuparse
de los temas centrales de la existencia,
las relaciones, el comportamiento y los
valores, y así conseguir y administrar
el bienestar material. Los economistas,
dijo Keynes, son los síndicos, no de la
civilización, pero sí de las posibilida‑
des de la civilización. Quizá el mundo
habría evitado la catástrofe económica
si las palabras de Keynes hubiesen
tenido eco.
Como comentarista de este libro, me
pregunto si los dirigentes políticos y
economistas de los países desarrolla‑
dos no olvidaron el legado de Keynes
durante la crisis económica mundial
iniciada a fines de 2008.
Reseñó:
Jorge Enrique Bueno Orozco
Economista, Universidad del Valle;
Especialista en Finanzas, Universi‑
dad ICESI; MBA, Universidad ICESI.
Docente de planta, Universidad Au‑
tónoma de Occidente. Investigador
Grupo GIED
Correo – e: [email protected]
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