Santillán, Rosana y otros c/ Estado Nacional

Anuncio
Santillán, Rosana y otros c/ Estado Nacional - Ministerio de Defensa - Estado Mayor
General del Ejército s/ daños y perjuicios
A la cuestión planteada, el señor Juez de Cámara doctor EDUARDO VOCOS CONESA
dijo:
I.- El ex soldado conscripto Antonio Otelo Famulari, que participó desde el comienzo hasta
el final en la Guerra del Atlántico Sur (abril-junio 1982), evidenció al regreso alteraciones
psíquicas de importancia (reacción depresivo postraumática ansiosa), por lo que el Estado
Mayor General del Ejército lo calificó I.T.S., con una incapacidad del 66% relacionada con
los actos del servicio y le concedió un haber indemnizatorio equivalente al 100% del
sueldo de Cabo con dos años simples (confr. M. de D., Res.183/96).
No obstante sus trastornos psicológicos, Antonio O. Famulari formó una familia y tuvo tres
hijos (nacidos el 6.4.87, el 19.6.88 y el 16.7.91), cursó la carrera de perito mercantil
especializado -que culminó con éxito- y se anotó para estudiar abogacía (confr. fs.42 y 69,
respectivamente), desempeñándose mientras tanto como dependiente de la Municipalidad
de General Pueyrredón, planta permanente (confr. fs.44).
Empero, como su afección psíquica (reitero: reacción depresivo postraumática ansiosa),
requería atención especializada, concurría periódicamente al Servicio de Psicopatología y
Salud Mental del Hospital Central de Campo de Mayo -donde tras una internación en el
año 1992- continuó con controles ambulatorios hasta noviembre de 1994 (confr. peritación
del doctor Arocha, fs.589/603; ver, por ej., fs.240, 243, 248, 250, 386, 388/396).
Luego de algunas dificultades en su matrimonio (confr. fs.405, 411, 413, 413 vta., 450,
480, 491), el 7 de abril de 1995 concurrió al HCCM (Servicio de Salud Mental), donde se
indicó su internación por exaltación de su humor depresivo (fs.413 vta.), siendo destacado
en el informe del mismo día por el psicólogo Girini que refería ideas de autoeliminación,
ideas suicidas e intentos de suicidio (confr. fs.454). Ideas ésas que fueron corroboradas,
el mismo 7 de abril, por el Coronel médico Covello, por cuyo motivo indicó la internación
(ver fs.480).
Hallándose internado en el aludido establecimiento asistencial, con su afección psíquica y
rondando en su mente ideas suicidas, Antonio O. Famulari -de 33 años de edad- no
concurrió a comer y, sin que nadie escuchara detonación alguna de arma de fuego, dos
horas más tarde fue encontrado en su cama, muerto, con un disparo de arma de fuego en
la sien. El joven veterano de Malvinas se había quitado la vida en el Servicio de
Psicopatología y Salud Mental del Hospital Central de Campo de Mayo, fruto de su
"reacción depresivo postraumática ansiosa"; trastorno que, según el indicado Servicio de
Salud Mental, frecuentemente lleva al consumo de sustancias psicoactivas, al alcoholismo
y al suicidio (confr. informe de fs.401) y cuyas complicaciones más frecuentes, dijo el
perito médico doctor Arocha, son el alcoholismo y el suicidio (confr. fs. 592).
Por la naturaleza de la afección psíquica que aquejaba a Famulari, tanto teórica como
prácticamente, la posibilidad de que se suicidara -manifestada su voluntad en ese sentido
el mismo día de la internación del 7.4.95- no era algo remoto sino una contingencia
factible, como lo aseveró el psiquiatra doctor Arocha sin controversia de las partes (véase
fs.601/603); máxime si se considera que esa idea de autorreproche y eliminación afectaba
al ex soldado de Malvinas -herida y memoria eterna de la Patria- desde setiembre de
1992 (confr. Exposición de fs. 405).
Si la reacción depresiva postraumática exigía, de suyo, cuidados especiales (informe de
fs.401 y peritación médica en fs.601), ninguna duda cabe que éstos debieron ser
extremados en el caso, toda vez que el paciente había expresado reiteradas veces la idea
de su autoeliminación (confr. fs.405, 430, 454 y 480). No se trataba, como afirma la
representante del Estado Nacional en la expresión de agravios de fs.679/680, de un
hecho imprevisible sino de una situación que, obrando con el cuidado que exigían las
circunstancias de tiempo, modo y lugar, presentábase como un riesgo latente, posible,
capaz de ser previsto en términos de razonabilidad (arts.5l2 y 902 del Código Civil).
Y tanto más resultaba previsible si, obrando con el deber de cuidado que pesaba sobre el
establecimiento asistencial (confr. esta Sala, causas 1633/93 del 30.7.93, consid. II y sus
citas y 56.711/95 del 11.4.96), se hubiesen cumplido las directivas de requisa de los
elementos personales que traían los futuros internados (con retención de todos los que
pudieran entrañar un peligro para sí o para terceros) y también con el control en forma
cotidiana (pues deambulaban por los jardines) -confr. informe de fs.401-.
Según el Coronel médico Covello le consta que Famulari fue requisado (fs.480) y lo propio
afirman las enfermeras que habrían tenido a cargo esa tarea (G. Ojeda, fs.486, y D.N.
Chávez de Martínez, fs.491). Mas no cabe aquí otra conclusión que la requisa y el control
diario (recuérdese que el extinto tuvo el arma de fuego en su poder cuatro días) no fueron
realizados con adecuada diligencia, pues en tal caso no debió pasar inadvertida a
enfermeras especializadas en pacientes psicóticos o con severos traumas psicológicos e
ideas suicidas.
Si el ex soldado Famulari ingresó el revólver -que era de su propiedad- es porque no fue
requisado apropiadamente. Y si lo mantuvo en su poder cuatro días es porque el control
diario careció de la eficacia requerida por las circunstancias.
En uno u otro caso, el deber de cuidado no fue cumplido, sea que se lo considere como
un deber de resultado -conclusión poco discutible en el plano de la responsabilidad
contractual- o ya sea que, por tratarse de una demanda "iure proprio", las condiciones del
hecho demuestran que ha existido culpa, ya que el incumplimiento del deber de seguridad
configura culpa en los términos del art.512 del Código Civil. Y es tal -como lo señaló mi
estimado excolega doctor Quintana Terán en la causa 1633/93 antes citada- aun
ubicándonos en la hipótesis de que la seguridad que debe brindar el establecimiento
asistencial fuera sólo un deber de prudencia y diligencia, correspondiendo extremar el
rigor en la apreciación de los hechos o "afinar" el sentido de la culpa (confr. J.A. 1980-III,
ps.523 y ss., voto del doctor Durañona y Vedia), expresión ajena obviamente a la
admisión de la teoría de la prestación de la culpa.
En el estado en que se decidió la internación del occiso (fase depresiva, alta irritabilidad y
agresividad), el médico psiquiatra doctor Arocha consideró como "medidas de seguridad
imprescindibles" ante todo su internación en un servicio especializado y la observación
constante por parte de enfermeros especializados. Un buen aislamiento bajo estricto
control en donde no pueda autoagredirse... vigilancia y observación permanente" (confr.
fs.600 y coincidencia del consultor técnico doctor Ramos, fs.605).
Mas tales recaudos "imprescindibles" no fueron tomados, a punto tal que el cuerpo sin
vida del ex soldado Famulari fue encontrado dos horas después de haberse disparado en
la sien, y sin que enfermero o paciente alguno oyera la detonación del arma de fuego. Es
evidente, pues, que Famulari no estaba bajo la observación constante de enfermeros
especializados. Más todavía, desde el gabinete donde estaba ubicada la enfermería no se
podía ver siquiera el box de Famulari (a 20 metros de distancia), pese a que lo
aconsejable era tenerlo cerca para su mejor control (confr. doctor Arocha, fs.595).
En definitiva, repitiendo conceptos expuestos por el doctor Quintana Terán en la causa
1633/93 del 30.7.93, tanto en el orden de la responsabilidad contractual -que no es el
caso- como en el de la extracontractual -plenario "Ríos Cirila c/EFA"-, aunque en este
último el incumplimiento deba ser valorado no como exigencia del contrato sino con un
carácter más genérico o deber de prudencia y diligencia, es indudable que sobre la
Clínica pesaba un deber de "seguridad" (conf. A.J. BUERES, "Responsabilidad civil de las
clínicas y establecimientos médicos", Bs.As. 1981, n° 36, ps.174/179; J. BUSTAMANTE
ALSINA, "Responsabilidad civil de los médicos en el ejercicio de su profesión", L.L. 1976C, Cap.III, ps.63 y ss., y "Teoría General de la Responsabilidad Civil", n°s. 959 y 962,
p.342 y n° 1431 quater en p.471; H. y L. MAZEAUDA. TUNC, "Tratado teórico práctico de
la responsabilidad civil delictual y contractual", trad. de L. Alcalá Zamora y Castillo, Bs.As.
1961, T.I, vol.1, n° 159-2, ps.236/237; CNFed., Sala I, E.D. 103-578; CNCiv., Sala "B",
J.A. 1982-II, p.313; Sala "D", J.A. 1982-I, p.688, etc.), resultando manifiesto que dicho
deber fue incumplido, pese a que -dado el carácter psiquiátrico del nosocomio y la índole
de los pacientes internados- revestía singular acento.
Por las razones expuestas, juzgo que la sentencia de primera instancia -que imputó
responsabilidad al Estado Nacional por la muerte de Antonio Otelo Famulari por
incumplimiento del deber secundario de los establecimientos asistenciales de
proporcionar seguridad a los internados- debe ser confirmada, más allá de algún matiz en
cuanto a los fundamentos jurídicos, que no altera el sentido de la decisión. Añadiré que,
por las características del caso, he examinado el fondo del asunto, pero que dados los
magros planteamientos del demandado bien podría haber considerado desierto su
recurso, por falta de una crítica concreta y razonada de la completa decisión de fs.652/
659.
Cuadra, seguidamente, entrar en el capítulo daños.
II.- En orden a la indemnización del daño material, el impropiamente llamado "valor vida"
consiste en lo que los sobrevivientes (cónyuge y tres hijos menores de edad: 8, 6 y 3 años
a la muerte del causante) dejaron y dejan de percibir con motivo del óbito; indemnización
que -como tantas veces lo hemos resuelto- debe ser fijada prudencialmente atendiendo a
las circunstancias personales de la víctima y de sus causahabientes (edad, cargas de
familia, núcleo conviviente, condición social, estudios cursados, profesión u oficio,
perspectivas de progreso, etc.) y descartando la aplicación de tablas actuariales o
métodos basados en las leyes de los grandes números sobre tiempos probables de vida o
de vida útil. Cabe meritar, por lo demás, que de los ingresos del causante su familia
percibiría una cuota parte mensual y no una suma casi millonaria (contando los intereses)
toda junta, de manera que el resarcimiento debe procurar ser establecido, con particular
afinación de juicio, tratando que la reparación no sea insuficiente ni que consagre un
enriquecimiento que la desnaturalice.
Desde el punto de vista señalado, ponderando la edad del causante a la fecha del óbito
(33 años), la de su cónyuge (varios años menor) y la de los niños Antonella Claudia (6.4.
87), Andrés Horacio (19.6.88) y Abel Ignacio (16.7.91), así como también el sueldo que
percibía neto Antonio O. Famulari en la Municipalidad de General Pueyrredón y la pensión
de cabo con dos años de servicios simples, juzgo razonable fijar la indemnización en la
suma de SETENTA MIL PESOS ($ 70.000) para cada uno de los demandantes, que
invertida -v.gr.- en la compra de un departamento o vivienda puede permitirles una renta
capaz de suplir el aporte de su progenitor computando que, pese a su enfermedad, no le
faltaba aptitud para progresar en su formación profesional o técnica.
III.- En cuanto al daño moral, rubro a cuya indemnización esta Sala ha atribuido desde
antiguo (confr. causa 4412 del 1.4.77 y muchas posteriores) carácter principalmente
resarcitorio, cabe atender para su determinación a las circunstancias específicas del caso;
importando agregar que, a juicio del Tribunal, no existe razón lógica ni jurídica para
proporcionar esta indemnización a la existencia o magnitud de los daños económicos
(confr. causas: 5748 del 13.3.79; 1749 del 12.4.83; Sala I, exp. 306 del 24.3.81; C.S.,
Fallos: 308:698).
Dentro de las obvias dificultades que entraña expresar en dinero un daño no patrimonial,
la edad de los causahabientes y del occiso, estimo equitativo establecer el resarcimiento
del daño moral en la suma de CUARENTA MIL PESOS ($ 40.000) para la cónyuge y en la
de CINCUENTA Y CINCO MIL PESOS ($ 55.000) para cada uno de los hijos.
IV.- Voto, en síntesis, porque se confirme el fallo apelado en lo principal que decide y
porque se lo modifique en cuanto al monto de la condena fijándolo en la suma total de
CUATROCIENTOS OCHENTA Y CINCO MIL PESOS ($ 485.000), a valores de la fecha
de la sentencia apelada y con los intereses en ella dispuestos. En atención al resultado de
los recursos, las costas de alzada correrán del siguiente modo: a) en la apelación de los
actores -ceñida al monto del daño material- al demandado, que resulta vencido (art.68,
primer párrafo, del Código Procesal);; y b) en la apelación del Estado Argentino, que es
perdedor en el tema central de la responsabilidad pero obtiene alguna reducción de la
condena, en un 85% a la Nación y en el 15% restante a la contraparte (art.71 del citado
Código).
La señora Juez de Cámara doctora Marina Mariani de Vidal, por razones análogas a las
aducidas por el señor Juez de Cámara doctor Eduardo Vocos Conesa, adhiere a las
conclusiones de su voto. Con lo que terminó el acto.
Buenos Aires, agosto de 2001.Y VISTOS: por lo que resulta del acuerdo que antecede, téngase por resolución de la Sala
lo propuesto en el punto IV del primer voto.
Déjase constancia de que la tercera vocalía de la Sala se encuentra vacante (art.109 del
Reglamento para la Justicia Nacional).
Regístrese, notifíquese y devuélvase. EDUARDO VOCOS CONESA - MARINA MARIANI
DE VIDAL
Descargar