Tal vez existan otras formas de pensar como dejar de ser un extranjero en la política, más allá de la irrupción bárbara o del destrozo del complejo y delicado mecanismo del arte del Estado" Nora Rabotnikof La frase anterior se encuentra en un libro llamado En busca de un lugar común, es pertinente para abocarnos a pensar el terreno de la política como esta constante búsqueda. Toda búsqueda tiene un rostro inquisitivo, indaga, elabora siempre el gesto de un cuestionamiento. Me interesa partir de ciertas preguntas desde las cuales la escritura se convierte en un sendero que rodea, como si palpará sobre una superficie oscura vagamente conocida, la posibilidad de las cuestiones planteadas. La reflexión adopta la forma de una espiral que constantemente dará vueltas en torno a inquietudes que son inevitables, no siempre llegando al puerto esperado. Una de las preguntas que la autora se hace en su libro resulta muy adecuada para este espacio que busca pensar cuáles son nuestras formas de participación en la creación de dicho lugar común. La pregunta a partir de la cual se abre este sendero de escritura: "¿Qué pasa cuando la gente vive la política como un territorio extranjero?" De ahí resuena la idea de cómo dejar que la política, finalmente ámbito en el que nos movemos siempre, deje de ser para nosotros un lugar ajeno. Quisiera desarrollar esta primera inquietud con un breve recorrido filosófico (y aquí disculparán mi (de)formación profesional). En el campo de la política y las reflexiones que sobre ella se han elaborado a partir de muchos años, podríamos encontrar dos posturas diferentes sobre cómo acercarse a este ámbito de la vida de los ciudadanos. Estas dos posturas podrían encontrar una buena caracterización en dos personajes distintos; por un lado, tenemos al "moralista político" y por el otro, al "político moral" (la distinción la tomo aquí de Nora Rabotnikof en una revisión que hace de los textos políticos de Kant en el libro mencionado). Observemos de cerca el comportamiento de estos dos individuos. El primero de ellos tiene una visión que podríamos llamar "realista" sobre la política, es decir, no le interesa como ésta debería de ser, sino más bien como es, describe los acontecimientos fácticos de la vida política en vez de proveer una regla o norma moral que se imponga sobre el comportamiento del político, analiza sus estrategias y opciones, su comportamiento, la forma en la que verdaderamente se manejan las alianzas de poder y la adecuación de los intereses en una relación de medios-fines. Si me interesa sacar una ley, y que ésta sea aceptada, veré a partir de que medios logro conseguir el fin deseado. Sin cuestionar la legitimidad o valoración moral de esos medios, los utilizo desde una posición práctica para conseguir aquello que necesito. El pensador político de la tradición que quizá represente de mejor forma esta posición es la de Maquiavelo: no les diré cómo habrían de manejarse los asuntos políticos, sino que les diré como es que suceden, la manera en que se configuran, independientemente del juicio moral que podamos elaborar al respecto. El ámbito de la moralidad se adapta a esta forma de entender y concebir la política, por decirlo de otra forma, la moral se adecua a la política. Por otro lado, tendríamos al "político moral", éste individuo no se interesa tanto por los fines específicos de la actividad política o por los cálculos y estrategias que se han de hacer para conseguir los objetivos planteados por una elección o decisión. El político moral no ve la política desde lo que sucede en la arena, sino que su reflexión la orienta hacia lo que la política debería de ser, esto significa que el político moral está interesado por los principios que dan legitimidad a la actividad política, más allá de sus reglas concretas y modos de operación. Este personaje antepone una norma o regla de carácter moral a la actividad política, la política en este último caso debe estar regulada por la moral. Uno de los pensadores que mejor caracterizan esta posición es la de Immanuel Kant, para el que hay una estrecha relación entre moral y política. Los principios morales, el pensar el sentido de la actividad política, estarían por delante de la acción, decisión o elección. Este ámbito de la moral corrige y dirige la acción, la orienta y la proyecta sobre un escenario, digamos por ahora, "ideal." Nuestras opiniones sobre el terreno de la política estarán tensionadas siempre por estas dos opciones, independientemente de lo matizado que puedan ser o de los sutiles cruces que armemos para intentar reconciliar ambas posturas. De estos dos personajes brevemente caracterizados podemos muy bien derivar actitudes características. La primera sería quizá la del escéptico, esta actitud se basa en la idea de que dado que la política es una batalla entre intereses concretos, lógicas subordinadas a los fines específicos a partir de los cuales se utilizan ciertos medios para perseguir objetivos, nuestra posibilidad de incidencia es mínima, a lo más podríamos relatar lo que sucede, observarlo desencantadamente y volvernos quizá indiferentes. Del político moral, sin embargo, se podría derivar una actitud crítica (cuando ésta no es arrebatada por los dogmas o principios inamovibles de una moral férreamente arraigada en sus convicciones). Dado que el político moral está convencido de que la política tiene que regirse y orientarse por ciertos principios, podrá observar, analizar y finalmente incidir cuando cree que las acciones del ámbito político se separan de aquello que consideramos mejor para un bien común. Durante el periodo histórico de la Ilustración se generó precisamente esta dura crítica a la política. Desde un ámbito semiprivado -en las discusiones de los salones y cafés, desde las conversaciones y diálogos de un público lector- aparece un espacio intermedio que lentamente se va transformando en "sociedad civil", una postura que desde ciertos criterios morales consensuados se enfrenta a la lógica del poder y de la dominación: una sociedad se puede enfrentar mediante sus reclamos legítimos al Estado. A este espacio a partir del cual se empieza a generar una voluntad deliberativa, espacio basado no en la autoridad sino en el argumento, no en la dominación sino en la palabra, se le da el nombre de espacio público, es decir, un lugar en común. El espacio público se convierte entonces en un lugar desde el cual se puede ejercer una crítica al sistema de gobierno, desde el cual se puede revisar, analizar y discutir la estructura institucional que nos rige. Una de las razones por las que creo que vivimos la política como un territorio extranjero, es entre otras cosas por el abandono de este espacio, por la forma indiferente en la que habitamos nuestra ciudad, sin dejar paso a los intercambios y por ello a la posibilidad de generar una voz, o más bien, una multiplicidad de voces que puedan orquestar nuestros intereses como ciudadanos y anteponerlos a un Estado, a una administración, a un régimen económico o político. Ante la carencia de este espacio vagamos indiferentes, la visión del moralista político y las circunstancias específicas de nuestra vida política nos muestran que orientar la acción se convierte en un proyecto poco asequible y por ello, lo dejamos de lado. Pensemos por ejemplo en la política actual de nuestro país. Resulta interesante para ilustrar lo anteriormente escrito aquello que está en voz de muchos y tiene una fuerte permeabilidad en nuestra vida cotidiana: La propuesta de Reforma Fiscal. Hay ahí una nueva criatura que ha movido los intereses más diversos, una "discusión" que está en el aire y que genera debates, notas, artículos, estudios, documentos, programas de televisión, un flujo de información que podemos encontrar prácticamente en todas partes.... Sin embargo, una de las preguntas fundamentales de este panorama sería la siguiente, ¿cómo seguimos la propuesta de la Reforma Fiscal? ¿Qué tanto sabemos de ella? Podríamos decir que a nivel general se conocen algunas de sus propuestas, habrá quien la haya escuchado mencionar, pero por otro lado, y desde la óptica de ciudadanos, nos encontramos con que el debate y la información distribuida y diseminada por doquier está dominada normalmente por un lenguaje técnico que a pocos nos es accesible, esta tecnificación de las discusiones sugiere ya un nivel de extrañeza. Somos ajenos a la Reforma Fiscal, este lenguaje lleno de términos técnicos nos impide acercarnos a seguirla detenidamente, observarla, pesarla, determinar de qué forma ésta alterara nuestra vida cotidiana. Según el moralista político, así son las cosas, estos ámbitos no serían de nuestra incumbencia, se tienen que resolver entre especialistas, técnicos y aquellos directamente involucrados. Esta inaccesibilidad del discurso político provoca una primera reacción: dejémosle el tema a los empresarios, a los abogados, a los políticos, senadores o diputados: Que ellos se encarguen y que después gentilmente nos avisen a qué llegaron (independientemente que no lo entendamos). Ante dicha postura el político moral respondería con una serie de preguntas: ¿Cómo saber si esos resultados son legítimos? ¿Quién decide sobre cómo habría de llevarse la reforma? ¿Cuáles son los actores involucrados? ¿Quién puede o debe modificarla? ¿y nosotros, los ciudadanos, qué papel jugamos en dicho embrollo? De este cúmulo de preguntas se puede derivar una respuesta silenciosa representada por tres puntos suspensivos ... Primera paradoja: algo que "está en el aire" y nos lo tragamos en diferentes momentos del día en diferentes lugares, es algo extraño, ajeno, incomprensible, poco digerible y, a veces, agobiante. Segunda paradoja: aquello ante lo cual nos sentimos como extranjeros moldeará nuestra forma de vida, nuestras interacciones, nuestras necesidades, nuestros ingresos, nuestros hábitos. Será una reforma que afectará directamente nuestros intereses y nuestra capacidad y potencia como ciudadanos económicamente activos. Sin embargo, nos quedamos ante ella como ante un curioso poster de publicidad en una ciudad japonesa o árabe. Este panorama sueña con convertirse en un espacio movido por las intenciones del político moral, tomando prestadas algunas de las argucias descriptivas del moralista político. Un espacio que a través de la escritura y la lectura pueda simular el gesto de esa búsqueda de un lugar en común. El lugar panorámico pretende pensar estas "incomodidades", sugerir la crítica como un momento importante para zanjar la distancia entre nosotros y ese territorio extranjero. Sortear quizá los diagnósticos de callejones sin salida; pensar, como bien lo dice nuestro epígrafe, las formas de habitar el suelo sin concebirnos de otro lado, abdicar la extranjería. Sondear la participación e interacción, los modos de construir y armar este rompecabezas ante el cual, de vez en cuando, suspira nuestro ánimo. Dado que el proceso de escritura-lectura, pensado como espacio público, ha de abrir los canales de comunicación entre el que ofrece a los ojos y quién atento desliza la mirada por el monitor, se abre con el fin de estas palabras un lugar de diálogo que más tarde intentaremos hacer aún más participativo. Cualquier comentario será bienvenido en la siguiente dirección: [email protected] Última actualización en Miércoles, 01 de Agosto de 2007 16:45