el señorío de los afectos para la vida virtuosa

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PRIMERAS JORNADAS TOMISTAS
EL SEÑORÍO DE LOS AFECTOS PARA LA VIDA VIRTUOSA
Una mirada desde la infancia
LIC. ESTEFANÍA SOLEDAD VALDEZ CLINIS
PROF. Instituto de Educación Superior N°8 “Sagrado Corazón” FASTA
INTRODUCCIÓN
Si se parte de la idea de que la educación implica formar al hombre desde dentro,
para liberarlo de los condicionamientos que pudieran impedirle vivir plenamente
como hombre, esto implica llevar a cabo un proyecto educativo intencionalmente
dirigido a la promoción total de la persona, afincándonos en una concepción del
hombre como compuesto, como ser integral.
Desde allí, atender a la educación de la afectividad es entonces, una tarea de primer
orden para los educadores en particular, ya que estos buscan el crecimiento
personal del sujeto destinatario de su quehacer educativo en cuanto que el
desarrollo de las capacidades del educando permiten acercarlo a la adquisición de
su felicidad.
Esto implica plantearse el complejo problema sobre la dirección de las emociones;
ya que el problema del dominio de los sentimientos y emociones es parte esencial
del hombre unido a la inteligencia, la voluntad, la memoria, la imaginación y al
conjunto de la corporalidad del hombre. En definitiva, el conflicto del gobierno de las
emociones nos enfrenta con la totalidad de su ser y nos refiere a la inseparable
unidad “corpalma".
De modo que la educación de los afectos es un asunto práctico y sumamente
necesario en nuestros días, ya que este tema tiene una clara demanda social por la
1
pérdida de la noción del bien en la vida práctica y por el modo de vida proclive a la
comodidad, al materialismo y al hedonismo.
Por ello, lo que busca despejar este trabajo gira alrededor del desarrollo pertinente
de la emotividad y el aporte que tal beneficio hace la crecimiento total de la persona;
sería interesante preguntarse ¿cómo se consigue que el educando, se inicie en un
camino que le permita gradualmente la conquista y el dominio de sus afectos a
medida que va avanzando en la maduración de las diferentes etapas de la vida
(infancia, adolescencia, juventud), de manera tal que cuando llegue a su vida adulta
éste sea una cuestión mayormente acabada?
Pareciera entonces, atendiendo a la realidad de la conducta infantil, que la
educación de las emociones consiste en orientar la conducta del niño (y luego,
también la del adolescente) por una serie de principio o valores que el educador
enseña al alumno, tarea en la que él participa activamente con sus propias
capacidades. De modo que para aspirar a una vía educativa que englobe las
emociones es necesario referirse a aquellos principios que expliquen la actividad
perfectiva del educando. Para Santo Tomás de Aquino, éstos son las virtudes,
hábitos centrales en el perfeccionamiento humano y núcleo del crecimiento
personal1.
Esta compleja tarea no es exclusiva de la escuela, sino supone primordialmente un
trabajo al interior de la familia, ya que sus vivencias constituyen el pre-requisito
fundamental para la vida buena del hombre, y además, no puede entenderse sin ella
el abordaje de la persona como un ser integral.
DESARROLLO
1
AQUINO, TOMAS DE, Summa Theológica. BAC. Madrid, 1955, 1-2, q….
2
En primer lugar, para comprender las implicancias de la tarea educativa en relación
al ordenamiento y señorío de los afectos, es fundamental ahondar en el significado
de la educación como tal.
La educación, para Santo Tomas, es la “conducción y promoción de la prole al
estado perfecto del hombre, en cuanto hombre, que es el estado de virtud”.
Entonces, educar, es aquel proceso por el que el educador conduce la actividad
natural del educando – en este caso del niño-
a su finalidad propia de modo
ordenado y estable promoviendo en él modos particulares de obrar; es por ello que
el adecuado dominio de los afectos, en los primeros años de vida, se consigue
solamente bajo la debida orientación, de los progenitores, y luego también de los
educadores.
Pero el problema que nos ocupa arranca desde la más plena operatividad del
educando, ya que para nuestro Santo, la afectividad es una esfera interior del
hombre caracterizada por variados y complejos movimientos que influyen
poderosamente en la acción y por eso, su dinámica determina las posibilidades
futuras del desarrollo humano. Para comprenderla se requiere conocer los
fundamentos antropológicos bajo los que opera, y también ahondar en su sentido
ético, es decir la adecuada conducción de la misma hacia una acción teleológica, la
cual supone la conquista de virtudes. Bajo estas perspectivas, la afectividad es una
zona que no sólo participa de la racionalidad, sino que es el elemento necesario
para el nacimiento de la virtud moral2.
Como señala Pithod, educar las pasiones consiste en llevar los impulsos emotivos al
estado de perfeccionamiento, “es desde la espiritualidad que se ordena la
sensibilidad” 3agrega; por ello, añade el Padre Fuentes, una auténtica educación
2
3
ROQUEÑÍ, JOSÉ MANUEL. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
PITHOD, ABELARDO. “El alma y su cuerpo”. Buenos Aires, 1994. Pag, 158.
3
consistirá el forjar en la persona, con la energía de sus facultades superiores, las
virtudes que rectifican, encausan y potencian el caudal afectivo humano 4.
Es imperioso en este momento, despejar los términos de afectividad y pasión –
entendidos éstos como sinónimos-. Santo Tomás, emplea el término de “pasión”
para describir los movimientos de la parte apetitiva inferior del hombre; ésta es “un
movimiento de la virtud apetitiva sensible...es un movimiento irracional del alma por
la conjetura de un bien o un mal”5. Puede decirse entonces que, por mediación de un
conocimiento sensible se juzga el carácter de bondad o maldad sensible y, en el
mismo acto se aproxima o aleja de tal agente.
Las pasiones, por consiguiente, son operaciones de la parte irracional del alma, son
movimientos que por sí mismos no exceden la naturaleza corpórea sino que se
ejercen por un órgano corporal como instrumento; pero éste no es cualquier medio
porque tras la aprehensión del objeto, el movimiento pasional afecta per se al
cuerpo, y en razón de él al compuesto psico-fisiológico humano6. De modo que lo
emocional está referido a la unidad personal y, aunque afecta al cuerpo, culmina en
la totalidad del compuesto.
El plano de la afectividad humana es ese ámbito en el que se expresa de modo más
claro la unidad sustancial del hombre y la confluencia de las facultades superiores
(inteligencia y voluntad) y las inferiores (tanto los sentidos internos como,
propiamente, los apetitos). Para ser exactos, la afectividad corresponde a la
dimensión corporal del hombre, pero en él los fenómenos pasionales no se realizan
nunca sin interactuar con las facultades superiores; por eso la afectividad es un
fenómeno “mixto”, en el que convergen dos fuentes: la corpórea y la espiritual 7.
4
FUENTES, MIGUEL ÁNGEL. “Educación de los afectos”. Ediciones del Verbo Encarnado. San Rafael- Mendoza, 2007.
S. Th, 1-2, q. 22, a3.
RAMIREZ, S. “Introducción a la suma Theológica”. BAC. Madrid, 1955
7
PITHOD, A. “El alma y su cuerpo”. Buenos Aires, 1994. Pag, 158.
5
6
4
Así, el apetito sensitivo, en un solo movimiento, predispone a los miembros
corporales para la acción; por ello es que “a su semejanza y según la naturaleza del
movimiento apetitivo, se seguirá una alteración corporal”, señala Santo Tomás8.
Por ello, es fundamental distinguir al fenómeno pasional de los actos propios de la
voluntad así como de las respuestas motoras; las pasiones son movimientos elícitos
del apetito sensitivo que se dan tanto independientes al imperio de la voluntad, como
sujetos a él; aunque se hallen estrechamente ligados, “la pasión es un movimiento
de se halla más propiamente en el acto del apetito sensitivo que en el apetito
racional”9.
No es una respuesta instintiva, ni surge espontáneamente, sino que se sigue de un
conocimiento sensible; en este sentido, su elicitud refiere a una rica indeterminación
de potencias y permite diferenciarla de la simple tendencia motora, cuya operación
carece de flexibilidad y apertura, y por lo tanto de posibilidad de libertad y
perfeccionamiento.
Stella Maris Vázquez, habla de una dimensión afectivo- tendencial y no simplemente
de lo afectivo, siguiendo un esquema que presenta la conducta en forma de una
secuencia integrada por tres momentos: primero se da la aprehensión de alguna
realidad, luego la repercusión de esa captación en el sujeto- el ser afectado- y por
eso tender; el conocer precede y fundamenta la tendencia. Señala que Santo Tomás
pone como primer acto de esta dimensión el amor, y segundo el deseo,
distinguiendo una dimensión afectiva y otra tendencial (porque amo algo y no lo
tengo, lo deseo)10.
Avanzando en las características de este concepto, resulta importante destacar dos
aspectos en el movimiento del apetito sensitivo: lo pasivo y lo activo. Al ser el objeto
8
9
S. Th. 1-2, q. 44, a 1.
CALHOUN, Ch y SOLOMON, R. “¿Qué es una emoción?”. Fondo de Cultura Económica. México, 1992.
VÁZQUEZ, STELLA MARIS. “Psicología y Cultura en la educación”. Tomo I, CIAFIC Ediciones. Buenos Aires, 2011.
10
5
quien determina al apetito la emoción, es un movimiento eminentemente pasivo; la
pasión es efecto del agente, de manera que su objeto opera como motor activo.
El proceso afectivo de tendencia hacia un bien consiste en que un agente natural
produce dos efectos en el paciente, primero le da una forma (amor) y luego el
movimiento consiguiente (deseo); el objeto del apetito le da a éste una cierta
adaptación para con él, que es la complacencia en el objeto, y de allí se sigue el
movimiento hacia él11.
Pero la causa y origen de las tendencias afectivas están en el objeto amado, de
modo que todo lo que sea causa del objeto, es a su vez causa de la pasión 12;
entonces, el hombre, por medio de sus tendencias emotivas puede hacerse uno con
todas las cosas que lo rodean, y en esta total pasividad del sujeto frente al objeto, a
mayor vehemencia de la emoción, resulta más urgente y necesaria las intervención
de las facultades superiores13.
Por otro lado, la pasión tiene una faceta activa, en cuanto que consiste en una
respuesta, la pasión es un fenómeno tendencial que mueve al sujeto a obrar. A
pesar de ser afectada por un objeto, la emoción tiene capacidad propia para hacer
tender al sujeto total. En el único movimiento apetitivo a la pasión le está implícitaen primer lugar- la disposición de la corporalidad hacia la acción mediante el
elemento material (alteración corporal); de este modo, la unión apetitiva que se logra
con el objeto es mucho más perfecta, ya que termina en la adquisición total del
objeto, y no sólo en la posesión formal del mismo 14.
Así, se dice que “la potencia apetitiva es más activa porque es el principio primordial
del acto exterior, pues éste requiere la intervención del cuerpo”15. El alma sensible
es el motor psíquico del cuerpo, no sólo en sus movimientos exteriores, sino en los
11
LUMBRERAS, P. “Psicología de las pasiones”. Studium. Madrid, 1958.
S. TH. 1-2, q. 41, a 1.
ROQUEÑI, J. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
14
ACEVEDO TALAVERA, M. “Orexilogía: hacia una teoría de los apetitos”. Revista Logos vol. XV, 1987, p. 132.
15
S. TH. 1-2, q. 22, a 2, ad 2.
12
13
6
interiores cuando éstos tienden a una actividad, y cuya naturaleza es más compleja
para la dirección de la conducta.
Las tendencias emocionales empujan a actuar y se localizan en zonas anímicas y
corporales profundas. El elemento corporal es esencial en la pasión, ya que
constituye el móvil de la emoción y su materia, esto tiene importante implicaciones
ya que el apetito se afinca sobre la corporalidad, las pasiones se sustentan en la
materia del sujeto. La naturaleza de la pasión deja ver la relación existente entre el
sentimiento y la alteración corporal, ya que permite la influencia de lo inferior a lo
superior; es decir la reacción orgánica da cuerpo al sentimiento que así se robustece
y se hace sentir más, permitiendo ver la recíproca influencia que existe entre el
estado orgánico y el psíquico. En el mismo sentido, las manifestaciones corporales
exteriores del sentimiento, tienen repercusión directa sobre el estado emocional
interior porque vuelven sobre los mismos afectos, reforzándolos y acrecentándolos.
Por ello, es necesario la orientación de los dos aspectos de la pasión: el objeto
propio y su operación fundamental, ya que las emociones no viven en el hombre sin
relación alguna entre sí, sino que se entrelazan y suscitan en la unidad personal, en
tanto son energías procedentes de una potencia humana y requieren una clara
dirección para actuar.
Resumiendo, la dimensión afectiva es primeramente receptiva, como afectividad es
capacidad de sentirse afectado, pero es también capacidad de bien querer y bien
hacer, de amor de beneficencia y de benevolencia. La dimensión activa del apetito
es lo tendencial, que aparece como un ir hacia el objeto, en busca de la unión real, y
el afecto en sí mismo es el aspecto pasivo de esta dimensión. En el hombre las
respuestas
afectivo- tendenciales no son puramente sensibles, testimonian y se
fundan en la unión sustancial de cuerpo y alma, que determina que en el actuar haya
un “cruce” de lo espiritual y lo material; allí se da lo psicológico, cuyo fenómeno más
7
característico es lo afectivo con sus manifestaciones: emociones, sentimientos,
estados de ánimos.
En su momento activo como tendencia busca poseer pero también dar, lo que tiene
su fundamento “en la naturaleza humana, que es (tiene su acto de ser) y por eso
puede dar, porque el acto es perfección poseída y fundamento de cualquier
dinamismo de ese ser limitado que requiere para su desarrollo una actualización de
capacidades con objetos distintos de sí, de donde nace la capacidad de recibir
(aspecto pasivo)”.16
De este modo, resulta fundamental analizar el fenómeno afectivo desde una óptica
dinámica, lo cual implica además mirar al despliegue de la afectividad en el
desarrollo evolutivo de la persona, y atender además a la trascendencia
antropológica de las emociones y su aporte al crecimiento humana tendiente a la
vida buena.
Esto nos lleva a pensar en la importancia de la formación de hábitos, ya que por
ellos la afectividad se cristaliza en el sujeto y define la posibilidad próxima del
gobierno racional. Puede decirse que es la propia actividad la que forma en el
interior como una segunda naturaleza que emerge con fuerza para definir
posibilidades futuras de la acción buena; justamente a ello responde la noción de
hábito, la cual comprende en sí la expansión de aquel espacio subjetivo en que
consiste la afectividad.
Pero es menester, distinguir entre hábito y virtud; esta última es hábito porque
denota cierta perfección de la potencia, y la perfección de cada ser se considera por
orden a su fin; pero el fin de la potencia es el acto, de manera que una potencia es
perfecta cuando está determinada a su acto, señala Santo Tomás. Las potencias
racionales no están determinadas a una sola acción, sino que son determinables
16
VAZQUEZ, S. M. “Psicología y Cultura en la educación”. Tomo I, CIAFIC Ediciones. Buenos Aires, 2011.
8
indistintamente por muchos actos y lo hacen por medio de los hábitos, de manera
que las virtudes humanas son hábitos.
Por otro lado, por ser el alma como la forma del hombre y aquello que lo distingue
específicamente de los animales, la virtud humana no puede pertenecer al cuerpo,
sino solamente a lo que es propio del alma; mientras el hábito puede pertenecer a la
corporalidad, la virtud siempre hace referencia al alma espiritual.
Por consiguiente, las virtudes son los principios próximos de operación, cualidades
habituales subjetivas que permiten el adecuado gobierno de la razón sobre el mundo
interpersonal y emocional; permiten la presencia de la racionalidad en toda facultad
humana (el primer principio del obrar humano es el entendimiento y la voluntad,
potencias que dirigen toda acción a su finalidad propia), y por ellas, la persona
realiza y conserva el bien específicamente humano, al tiempo que logra el gobierno
racional debido al exterior y en sí mismo17.
Ahora bien, si las virtudes consisten en el orden del bien de la razón, cabe
preguntarse entonces cómo es el proceso de su gestación y desarrollo cronológico
en la persona y si existe para su educación algún ordenamiento jerárquico.
Encabezadas por la prudencia, las virtudes fundamentales poseen, realizan y
conservan el bien de la razón; entendida la prudencia como la disposición que guía
toda operación, perfeccionando a su poseedor con miras a la adquisición de su fin
último. Pero si el niño carece todavía del uso de la razón, ¿cómo puede lograrse
esta virtud? ¿Cómo puede gobernar sus emociones? Desde la antropología tomista
puede verse que el niño puede gobernar sus emociones más que por la prudencia,
mediante hábitos afectivos que cualifican las potencias tendenciales inferiores, estos
son la templanza y luego la fortaleza. No obstante, para que estos hábitos gobiernen
efectivamente se requiere la actuación persuasiva del educador (ya sean los padres
o los maestros).
17
ROQUEÑÍ, J. M. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
9
Entonces, si la operación natural de las potencias afectivas, prolongada en el
tiempo, dota a la persona de una serie de cualidades subjetivas que van
configurando en su interior un modo específico de obrar - el cual la inclina más
pronta y fácilmente a realizar actos futuros en la misma dirección -, en esto consiste
el hábito afectivo, y aquí radica el fundamento para el nacimiento de la virtud o el
vicio. Es justamente la referencia al fin- cuestión teleológica - la que define la
configuración de un hábito en virtud moral.
La virtud moral es el elemento por excelencia que ordena la afectividad
intrínsecamente; su firme operatividad participa el influjo de la racionalidad hacia
aquella esfera tendencial por la que el hombre apetece exterior e interiormente.
En relación con el actuar pleno de la persona, es necesario resaltar que “toda buena
operación del hombre siempre va acompañada de pasión, así como es siempre
producida con la ayuda del cuerpo”18; ya que al igual que las demás facultades
humanas, el apetito sensible tiene la función de ayudar a la vida propiamente
humana, racional y moral. Por su cercanía con la razón y la voluntad, participa de la
racionalidad, aunque no en su esencia; pero el modo de gobierno que ejerce la
razón sobre ella es distinto a la de otras facultades, ya que las pasiones no
obedecen ciegamente a la razón19. Si bien la razón es el primer principio del obrar
humano, ella es quien dirige la actividad de todas las facultades de la persona,
sometiéndolas y dominándolas, pero como las pasiones son de diversa índole,
también será distinto el modo de gobierno de la razón sobre ellas; como es sabido,
los apetitos irascible y concupiscible tienen capacidad de tendencia hacia el exterior
por lo que gozan de una cierta independencia respecto al gobierno racional, de
modo que la razón los dirige con poder político- al igual que son regidos los hombres
18
19
S. Th. 1-2, q, 59, a 5, ad 3.
GARCÍA LÓPEZ, J. “El sistema de las virtudes humanas”. Editora Revistas. México, 1986.
10
libres, que hacen su voluntad en algunas cosas-, un “poder que es suave, aunque
profundo y con capacidad de rebelión”20.
De este modo, la virtud moral, agrega Santo Tomás, “no excluye las pasiones, sino
que puede darse con ellas”21, y de hecho el acto virtuoso se da con ellas. Pero no
todas las virtudes morales tienen por objeto las pasiones, sino algunas de ellas a las
pasiones y otras las operaciones, pero todas tienen una pasión como efecto, como
consecutivo a sus propios actos, pues todo hombre virtuoso se deleita en el acto de
la virtud y se entristece en su contrario; como a toda acción y pasión sigue placer y
tristeza, la virtud se extenderá a los placeres y tristezas como a algo resultante de la
virtud.
Por todo esto, en relación a la afectividad, lo propio de la virtud es perfeccionar la
parte apetitiva del alma humana. Ahora bien, dos son los principios que encauzan
convenientemente a la emotividad, permitiendo penetrar a la razón en los apetitos
sensitivos y conservando el bien de la razón ante los embates de los movimientos
pasionales más fuertes: templanza y fortaleza, virtudes que embellecen a la
afectividad; no obstante en relación al tema que nos ocupa que es la educación de
los afectos en la infancia, se abordará sólo la primera, y su especial vinculación con
el desarrollo del apetito concupiscible que es propio del niño.
La templanza tiene un sentido y una finalidad, que es hacer orden en el interior del
hombre; de ese orden brotará luego la tranquilidad de espíritu; entonces templanza
quiere decir, realizar orden en el propio yo, como señala Pieper 22. Como cualidad
propia de toda virtud, ésta tiene la función de ordenar, conmensurar y moderar; su
principio formal consiste en refrenar las pasiones (las concupiscencias de los
deleites corporales y sexuales); no obstante, se debe destacar que dichas fuerzas
afectivas no son malas en sí, sino que son positivas e imprescindibles, según lo ha
20
21
22
GARCÍA LÓPEZ, J. “El sistema de las virtudes humanas”. Editora Revistas. México, 1986. Pág. 343.
S Th. 1-2, q, 59, a 4, ad 1.
PIEPER, JOSEPH. “Las virtudes fundamentales”. Rialp. Madrid, 1997.
11
demostrado Santo Tomás, para la realización del bien; pero esto supone la acción
de la recta razón que debe moderar los apetitos, como se explicó más arriba.
La templanza es el hábito que permite el inicio de la vida moral porque establece el
orden interior y la recta posesión de la persona en sí misma; es una virtud que se
califica como bella pues “embellece al hombre, se trata de la belleza irradiada por el
ordenamiento estructural de lo verdadero y de lo bueno”23. Ésta consigue que según
“cómo el hombre se ordene interiormente serán sus relaciones con lo creado”24, y
que de ello depende en gran medida la posibilidad de realización de la propia
felicidad.
Pero, para alcanzar a conquistarla, resulta necesaria la formación de hábitos durante
la infancia, que faciliten y dispongan a la práctica con facilidad y prontitud de dicha
virtud, por ejemplo: la moderación en el uso de las coas exteriores, en la relación
con los demás, en los movimientos corporales y en los placeres de la comida, en los
deleites del cuerpo, etc25.
No obstante, cabe señalar que si bien el desarrollo inicial de esta disposición
virtuosa en relación a la templanza, es de vital importancia para el ordenamiento de
la esfera afectiva, existen otras virtudes, cuyo valor es innegable e imprescindible de
cultivar durante esta edad de la vida; por ejemplo: respeto, obediencia, alegría,
sinceridad, pudor, entre otras.
Sin embargo, para comprender el camino de la formación de hábitos, como así
también, el nacimiento de la vida virtuosa, resulta necesario atender al proceso del
movimiento afectivo y su evolución en el tiempo.
Como es sabido, durante la infancia (hasta los doce años aproximadamente) se
presenta la operación de las potencias afectivas como predominante; esto no indica
23
24
25
PIEPER, J. “Las virtudes fundamentales”. Rialp. Madrid, 1997. Pag 225.
PIEPER, J. “Las virtudes fundamentales”. Rialp. Madrid, 1997. Pag 259.
ROQUEÑÍ, J. M. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
12
exclusión de las otras potencias, ni de la inteligencia y la voluntad. En el inicio del
desarrollo
evolutivo,
las
potencias
se
van
desarrollando
y
actualizando
progresivamente hacia la mayor perfección y en esto colaboran unas con otras y
mantienen mutuamente una estrecha relación. Así sobre el apetito concupiscible (del
cual nos ocuparemos) nace el irascible, y una vez en su pleno ejercicio, ambos
facilitan el surgimiento operativo de la inteligencia y la voluntad 26.
En su movimiento tendencial el niño se mueve primeramente al bien sensible como
a su objeto propio (el bien fácil), busca naturalmente el bien sensible y próximo; por
ello, el movimiento afectivo infantil es inmediato, suave e intermitente - diferente a
los del adolescente -, su tendencias se mueven en círculo afectivo primario de forma
simple, sin trascender a estados sentimentales avanzados, pasa rápidamente del
amor al deseo y de éste a la delectación del bien. Puede verse que la operación del
niño es eminentemente activa, propositiva, y en cierta medida feliz.
Lo emocional en él surge de la simplicidad de las cosas, porque sus sentidos las
perciben de este modo y sus apetitos tienden a ellas de la misma forma; sus juicios,
provenientes generalmente de la imaginación, son incapaces de establecer la
aproximación a algo malo para obtener un bien o el alejamiento de algo bueno para
evitar el mal27.
A diferencia del adulto, la expresión afectiva del niño es más somática, su
disposición corporal es flexible y moldeable, es fácilmente afectado por el mundo
circundante. Entonces, si bien en el interior del niño pequeño, el umbral psíquico en
su inicio tiene poco margen de acción, con el tiempo toma forma y empieza a ser
más profundo. Este movimiento afectivo es un aspecto fundamental para su vida
futura, ya que luego le permitirá buscar nuevos bienes y deleitarse en ellos; este
afecto es la riqueza inicial inmanente que con el paso del tiempo conforma una
26
27
ROQUEÑÍ, J. M. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
S TH. 1-2, q. 23, a 2.
13
huella en el interior del niño y que define, en cierto modo, las futuras tendencias
apetitivas: es el movimiento afectivo llamado amor sensible.
Santo Tomás, enseña que el amor es la causa de todas las pasiones, y es origen de
todos los movimientos y tendencias humanas, está dado por las “afecciones que se
apoderan de nuestro corazón y se fijan de un modo estable”28. Así los movimientos
del niño comienzan con del amor sensible y van perfeccionándose conforme a la
operación del niño y a su crecimiento en edad. En síntesis, la vida operativa del niño
es sustancialmente emocional, puesto que en él opera la sensibilidad y tras ella la
potencia concupiscible.
Si, debido a su relación estrecha con la corporeidad, los apetitos sensitivos
constituyen facultades operativas que inician el ejercicio de la tendencialidad
humana, ya que en el tiempo evolutivo del hombre su operatividad es anterior a la
racionalidad; así, el primer movimiento interior del niño es de naturaleza emocional,
el cual se sigue de un acto de conocimiento sensitivo29.
De este modo, la infancia es el periodo en el que opera principalmente el apetito
concupiscible, el cual se ve constreñido inicialmente por el bien sensible absoluto; no
obstante, tras su ejercicio ininterrumpido y prolongado en el tiempo, las distintas
etapas de la infancia se determinan por los movimientos cada vez más amplios y
complejos, de dicha potencia, hasta culminar en el inicio de otra facultad apetitiva
inferior (el apetito irascible, cuyos movimientos tienden al bien arduo). De esta
manera, la conducción infantil es eminentemente emocional; no obstante al ser los
movimientos de estas facultades cristalizados en hábitos, siguen un proceso
particular de conformación, en el que lo corpóreo es asumido por lo anímico-
28
29
NOBLE, E. la educación de las pasiones. Gustavo gili, editor. Barcelona, 1923. Pág. 13.
ROQUEÑÍ, J. M. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
14
emocional y posteriormente, lo anímico- emocional es asumido por lo espiritual, ya
que las cualificaciones afectivas son objeto de reflexión intelectual y volitiva30.
CONCLUSIÓN
Cabe una reflexión final acerca del valor y la riqueza que encierra el mundo de la
niñez, en tanto que los niños pequeños representan la promesa, el futuro de la
humanidad. Por ello urge detenernos a pensar y revisar el camino recorrido en
nuestra tarea de educar, ya que los afectos, las emociones, pasiones, juegan un
papel clave para la conquista de la tan ansiada virtud intelectual.
Si el debate al interior de los colegios acontece por la conquista de la misma,
entonces es fundamental preguntarnos si ¿es posible alcanzar el cultivo de esta
virtud, si la realidad de nuestros niños y jóvenes nos muestra grandes surcos en su
vida afectiva?; la demanda que el mundo de hoy les hace es clara y contundente: el
consumismo y el individualismo, dirigido a los niños y jóvenes, tiende a promover
vicio y no virtudes, promueve el desorden en todos los ámbitos de la vida- y más aún
en la esfera de la afectividad; esta propuesta tiende a desbordar la vida afectiva y a
anular la maduración hacia el señorío de la inteligencia sobre ellos.
Por ello, el educador (sea padre o docente) está llamado a formar al educando
desde dentro, para liberarlo de los condicionamientos que pudieran impedirle vivir
plenamente como hombre. Su tarea educativa debe estar intencionalmente dirigida a
la promoción total de la persona31; sabiendo que estos hábitos que se forman desde
los primeros años de vida, son la puerta de entrada a la vida buena, y si educar las
pasiones consiste en “llevar los impulsos emotivos al estado de perfeccionamiento”,
una auténtica educación consistirá esencialmente, en forjar en la persona, con la
30
31
ROQUEÑÍ, J. M. “Educación de la afectividad”. EUNSA. Pamplona, 2005.
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “La escuela Católica”. Roma, 1977.
15
energía de sus facultades superiores (inteligencia y voluntad), las virtudes que
rectifican, encauzan y perfeccionan el caudal afectivo humano32.
32
FUENTES, M. A. “Educación de los afectos”. Ediciones del Verbo Encarnado. San Rafael- Mendoza, 2007.
,
16
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