SE TRATA DEL SECTOR 36 DEL SEGUNDO PISO DEL PANTEÓN DEL BARRIO DE FLORES El techo del cementerio se vino abajo Más de 300 familias llevan tres meses sin poder acercarse a los nichos de sus deudos. Los empleados temen que, con la rotura del cielo raso, el agua de lluvia que se filtró a través de las paredes haya estropeado los ataúdes. Claudio Mardones En el Cementerio de Flores hay más de 300 familias que llevan tres meses sin poder rendir tributo a sus muertos. El 1 de junio, el techo de la zona 36 se cayó por la humedad, y desde entonces uno de los principales pasillos del gran panteón alto es totalmente inaccesible para todos los deudos que pretenden acercarse a sus seres queridos y dejarles flores. Si se acercan, corren peligro, porque hay partes de losa que se pueden caer. Para los trabajadores del establecimiento, la demora en la solución acarrea otra preocupación. “Si llueve los restos que están en ese sector se mojan y la tarea para recuperarlos es más compleja”, advirtió el delegado Oscar Blanco, quien reconoce que la caída del cielo raso que cubre los nichos 7.969 al 8.352, en el segundo piso, dejó al descubierto una larga lista de falencias edilicias y de salubridad que preocupa a todos los trabajadores. Una de esas deudas históricas tiene 15 años y sus consecuencias se pueden oler apenas se cruza la entrada a los mausoleos, que están distribuidos dentro de un enorme edificio de dos plantas. Con el calor del verano los 80 mil nichos y las 44 mil sepulturas en tierra despiden un hedor mucho más fuerte que el que liberan en vísperas de primavera. Eso no debería ocurrir nunca, pero en 1994 la bomba de ventilación se rompió y desde entonces estuvo inundada. Hace tres lustros que el Cementerio de Flores se quedó sin pulmones y ningún gobierno reparó en la calidad de su aire. Los expertos sostienen que los nichos “son testigos de la liberación de líquidos y gases que hacen estallar y quebrar las construcciones que no han sido bien diseñadas”. Su poder contaminante es muy poderoso y está en contacto permanente con los empleados. Para los delegados de los 70 trabajadores del cementerio, quizá sea una de las razones de un enigma que todavía no tiene respuesta. Los últimos 30 inhumadores que fallecieron perdieron la vida luego de una dura lucha contra distintos tipos de cáncer. “Estamos muy expuestos al ácido cadavérico y cuando se rompe la caja metálica y nos manchamos tenemos que tirar la ropa por el olor”, cuenta uno de los empleados del panteón. En el caso de los que trabajan sobre sepulturas bajo tierra, la exposición es peor, porque muchas veces terminan acomodando los restos con sus propias manos. A pesar de las advertencias gremiales, la comuna nunca investigó los 30 decesos. El Cementerio de Flores es el tercero de Buenos Aires, luego de Chacarita y Recoleta. Fue creado en 1867 cuando el barrio era conocido como Partido de San José de Flores. En esa época las epidemias hacían estragos en la provincia y los cementerios a veces se abarrotaban. Con el correr de los años, el bajo Flores fue el centro receptor de casi todos los decesos de la zona sur. Para la Auditoría General de la Ciudad, su estado actual es cercano al abandono. Luego de una revisión de los tres cementerios porteños, un informe revela que sólo el 28% de todo su personal está dedicado a la inhumación, y que “los escasos recursos humanos y económicos destinados a mantenimiento afectan la calidad del servicio. La falta de mantenimiento y tareas esenciales de limpieza es notoria en todos los predios”. Los auditores comprobaron que el personal de vigilancia y las medidas de seguridad “no alcanzan mínimamente para prevenir numerosas sustracciones y hechos vandálicos”. El informe concluye que los tres cementerios porteños, más el crematorio, registran serias falencias, no tienen un listado de deudores, sus cuentas son muy difíciles de revisar y enfrentan un deterioro cada vez mayor. Toda una contradicción, porque “a pesar de que los cementerios de la ciudad tienen una serie de importantes ventajas comparativas, como la demanda de servicios mortuorios estable, monopolio de prestaciones, único crematorio en la ciudad y extensa superficie, el servicio muestra una constante pérdida de consideración, al menos en los últimos 15 años”, dispara el informe. “Entre 2006 y 2008 prácticamente no hubo presupuesto para refacciones y tampoco se tomaron medidas por el estado ruinoso de cada cementerio”, explica Sandra Bergenfeld, jefa de los auditores porteños. Para los delegados sindicales hay poco personal. Según ellos, hacen falta por lo menos 120 personas y sólo hay 70. Lo que no mencionaron los municipales es la antigua estructura de aprendices que cuida los nichos a pedido de los deudos y que conforman uno de los trabajos informales más viejos de la ciudad. Son 180 cuidadores que pueblan los enormes pasillos del panteón. Cada uno gana mil pesos mensuales y conocen todos los rincones del predio. “No es fácil contener a los familiares cuando no pueden pasar a saludar a sus seres queridos”, explica un cuidador mientras mira el enorme agujero en el techo. Para el gobierno porteño se trata de la caída del cielo raso del gran panteón y por eso se cerró el acceso a la zona. Por prevención, desde ese día se cerró el acceso a la zona afectada y el Ministerio de Ambiente y Espacio Público realizó una inspección y un análisis de la estructura dañada, mientras los técnicos del INTI evaluaban toda la estructura del edificio. El informe determinó que el edificio tiene fallas constructivas. Según explicaron desde la comuna, dentro de 45 días comenzará la construcción de un techo metálico. Hasta que eso no suceda, el Cementerio de Flores seguirá con una herida abierta.