Ricardo Etchegaray D.N.I. 10.901.015 Italia 1737 – Florida – 1602 – Provincia de Buenos Aires 4795-6539 [email protected] USAL – UNLaM - UNLZ Profesor Titular RESUMEN: ¿Es posible construir una ética de los procesos de cambio y transición históricos? Se procurará dar respuesta a este interrogante desarrollando brevemente la concepción totalizadora que adopta Platón en La República para contraponerla a la ética del acontecimiento de A. Badiou, complementada con la crítica deconstructivista de E. Laclau. Las condiciones de posibilidad de una ética de la finitud ¿Es posible construir una ética de los procesos de cambio y transición históricos? Trataremos de dar respuesta a este interrogante desarrollando brevemente la concepción totalizadora que adopta Platón en La República para contraponerla a la ética del acontecimiento de A. Badiou, complementada con la crítica deconstructivista de E. Laclau. La justicia en la polis como modelo de una ética sistémica Platón desarrolla una concepción que se podría denominar “organicista” de la polis. Ella no es un agregado o sumatoria de individuos, sino que constituye una unidad real, un organismo espiritual. Estos presupuestos lo llevan a plantear la génesis de la sociedad desde el punto de vista de la razón. Es decir, no analizará todos los elementos que de hecho componen una polis, sino aquellos que son necesarios para que el conjunto cumpla con su finalidad propia. Para ello habrá de distinguir tres sectores o estamentos sociales. Por un lado, un sector que tiene como función la producción y distribución: son los artesanos, los campesinos y los comerciantes. Por otro, un estamento que tiene por función la defensa: los guerreros o guardianes. Por último, los que tienen la función de gobernar. La realización de cada función da lugar a una perfección, virtud o excelencia: Los gobernantes han de tener por virtud principal la prudencia o sabiduría (sofía), que es definida como la ciencia cuyo fin es deliberar para reglamentar, del mejor modo posible, la organización interior de la polis y sus relaciones con las demás1. Los guerreros deberán ser valerosos; en efecto, el valor es la areté propia de los que tienen como función la defensa de la polis. Platón define a la valentía como el perfecto cumplimiento de la ley, es decir, el valor preserva en todo momento el criterio fijado por la ley y enseña a mantenerlo y no desmentirlo. Los productores habrán de tener como virtud la templanza (sophrosyne), que se define como el dominio de los apetitos, mediante el cual se crea una perfecta armonía entre lo menos bueno y lo mejor por naturaleza, 1 Cf. Platón: República, 428 d. de modo tal que los primeros obedezcan a los segundos2. La templanza hace posible que todos los integrantes de la polis puedan reconocer las jerarquías naturales y las escalas de valores. Una vez establecidas estas tres virtudes, Platón define la justicia como el “hacer cada uno lo suyo y no ocuparse en muchas actividades”3. Cada sector ha de tener una ocupación, aquella conforme a su función y aptitudes, aquella para la cual la naturaleza le ha dotado más convenientemente. El desarrollo de éstas se va a enmarcar en una totalidad que terminará dando el carácter de justa a la polis. Una polis justa será aquella en la cual cada una de sus partes actúe armónicamente cumpliendo con su función específica según la naturaleza, y esto constituirá su felicidad. La injusticia, en cambio, consistirá en la alteración de este orden: “si aquel a quien la naturaleza ha destinado a ser artesano o a los negocios, engreído después por sus riquezas, por la mucha gente a quien domina, por su fuerza o por cualquiera otra ventaja semejante, pretendiera entrar en la clase de los guerreros, o si un guerrero pretendiera entrar, sin merecerlo, en la de los consejeros o gobernantes, y si éstos cambiaran entre sí los instrumentos propios de su profesión y sus prerrogativas, o si el mismo hombre pretendiera llenar a la vez funciones diferentes, (...) semejante intercambio e injerencia en diversas ocupaciones causará la ruina de la polis”4, es decir, la injusticia. La revolución democrática como modelo de una ética de la finitud o de la historicidad En la República de Platón la justicia en la polis se define a partir de la determinación de la finalidad de la totalidad y de los lugares y las funciones propias de cada uno de ellos. Dentro de este marco, las normas morales se definen a partir del fundamento, del principio último, que es el Bien. La moralidad o inmoralidad de las acciones puede determinarse adecuadamente a partir del principio que rige a cada parte, que a su vez se subordina al fundamento, la idea del Bien. Esta concepción de la moralidad se ajusta 2 Cf. Platón: República, 432 a. Cf. Platón: República, 433 a. 4 Cf. Platón: República, 434 b. 3 perfectamente a lo que Laclau llama “sistema de diferencias”, es decir, al modelo de un orden social y político cerrado, pleno, perfecto, construido según el modelo del kosmos. Para Laclau es “absolutamente correcto” negarse a fundamentar la ética en un “normativismo a priori” que pudiera determinarse a partir de un sistema diferencial, calculable, natural (como en el modelo de Platón). En consecuencia, la base para la ética debe derivarse de lo que se sustrae a ese sistema5. Si el conjunto del sistema está contaminado por el mal, si la totalidad está corrompida, entonces, el bien será exterior al sistema, sustrayéndose a lo dado. Pero, planteado en estos términos abstractos, cualquier principio que se sustraiga al sistema es tan bueno como cualquier otro. Es decir, no hay criterios para decidir entre un principio y otro cualquiera. El criterio sería lo que falta al sistema corrupto, pero la falta abstractamente considerada, no tiene contenido alguno. El resultado es, entonces, puramente negativo. Laclau parece seguir la antigua oposición entre determinación y libertad. A la primera le corresponde la moral, a la segunda, la ética. La moral se basa en una fundamentación positiva, derivando sus normas de principios. La ética se basa en la falla de la estructura, en lo exterior al sistema. La falla es una exterioridad que no puede ser absoluta porque de lo contrario no se podría tener ningún registro de ella. Es una falta o una ausencia que se hace presente como un otro de las determinaciones o diferencias interiores al sistema. Se trata de pensar la posibilidad de una ética del cambio, de la transición, de la revolución. Para las situaciones de normalidad, se hallan criterios en las normas establecidas o se pueden derivar del principio fundamental. En los momentos de transformación, cuando un sistema social pierde su fundamento previo, ya no es posible derivar normativas. “Lo único que efectivamente se desprende de nuestro argumento previo –advierte Laclau- es que resulta imposible basar opciones éticas al nivel abstracto de una teoría [como la de Badiou] dominada por la dualidad situación/acontecimiento, y que estas categorías no proveen criterios para la 5 Análogamente, la libertad es lo que se sustrae a las determinaciones. elección moral. Esto también significa que el terreno en el cual estos criterios pueden surgir será uno mucho más concreto”6. En una situación de crisis y revolución del sistema, la negatividad o el antagonismo cumple dos roles: “por un lado, subvertir el estado de la situación existente mediante la nominación de lo innombrable; por otro lado, reestructurar un nuevo estado en torno a un nuevo núcleo”7. Pero en este caso ya no se puede mantener la abstracción, porque la situación y el acontecimiento se contaminan entre sí, sin que pueda ubicárselas en lugares separados8 y sin que haya una exterioridad esencial entre ellos. Mientras que para Badiou existe una exterioridad irreductible entre el acontecimiento universal y la situación particular, para Laclau hay una relación de contaminación o sobredeterminación mutua entre ellos. Desde esta perspectiva, las demandas particulares de los agentes sociales pueden llegar a universalizarse en la medida en que logren articularse y equivalerse con otras demandas, en tanto son igualmente opuestas a un orden que excluye las condiciones de posibilidad de las demandas y los lugares que ocuparían los sujetos demandantes. “La consecuencia de esto es clara: una sociedad sólo puede alcanzar una universalidad de tipo hegemónica”9, en la cual sin perder de vista que se trata de una lucha particular y limitada no se deja de tener presente que se lucha contra la opresión en general. Precisamente, lo que define la hegemonía es el hecho de que una demanda particular encarna el fin universal, que el particular está investido por el universal. Pero esta conceptualización ya no admite la abstracción, sosteniendo que es imposible distinguir con certeza entre situación y acontecimiento, entre sistema de diferencias (dado) y acciones revolucionarias (construidas), entre simulacro y verdad, entre estructura cerrada y sistema abierto. Consecuentemente, no existe un criterio a priori para evaluar la moralidad de la praxis revolucionaria. En tal caso, “sangre, raza, nación, revolución proletaria o comunismo [o sociedad liberal] son modos 6 Laclau, E., Debates y combates. Por un nuevo horizonte de la política, Buenos Aires, F. C. E., 2008, p. 83. Énfasis del autor, subrayados nuestros. 7 Laclau, E., 2008, p. 87. 8 Para Ranciére, Badiou y Žižek, el Acontecimiento revolucionario tiene un carácter excepcional; para Laclau y Rorty, en cambio, tiene lugar en todos los momentos en que se produce un desplazamiento de los sistemas de diferencias. 9 Laclau, E., 2008, p. 88. indiferentes de nombrar el vacío/pleno”10. Es decir, cualquier construcción política hegemónica puede ser “ética”. Para poder dar una respuesta al problema de la posibilidad de una ética de la transición entre dos regímenes históricos, es necesario aclarar los dos significados contenidos en el término “ético”, dado que no siempre se corresponden. El primero es “la búsqueda de lo incondicionado, esto es, aquello que salva el hiato entre lo que la sociedad es y lo que debería ser”, es decir, el criterio de valor. “El segundo es la evaluación moral de los distintos modos de llevar a cabo este papel de llenar”, es decir, los modos legítimos derivados del criterio elegido. Platón niega la posibilidad de que ambos no se correspondan, dado que la historia o las acciones particulares no agregan nada nuevo a lo real y verdadero. Así los regímenes históricos no son más que apariencias de la idea, y los diferentes órdenes políticos no son más que ejemplos más o menos distorsionados de la polis justa basada en el Bien. “La búsqueda de Platón de la ‘buena sociedad’ –escribe Laclau- es a la vez la descripción de una sociedad que carece de vacíos o huecos y que es moralmente buena”11. Pero, una vez que se ha instalado el imaginario democrático (y con él la conciencia de la falta de fundamento de la sociedad –a la que Rorty llama “ironista”-) ya no es posible considerar a un orden social particular como la encarnación del orden de la naturaleza o del orden divino. “El vacío [de fundamento] socava el principio de calculabilidad en la sociedad pero no anticipa cómo elegir entre diferentes estados de la situación”12. Cuando se separan y excluyen los dos significados (como hacen Ranciére, Badiou y Žižek) se tiende a privilegiar el momento de la ruptura del orden dado al que se considera corrupto en tanto excluye situaciones y sujetos por sobre el orden normativo dado y aceptado. Pero esta postura conduce “a una incertidumbre total acerca del contenido normativo del acto ético”13. La cuestión central es, entonces, ¿cómo se puede pasar de la ruptura a la institucionalización, a la nueva normativa, si esta última no se deriva de la primera lógicamente? 10 Laclau, E., 2008, p. 90. Laclau, E., 2008, p. 90. 12 Laclau, E., 2008, p. 91. 13 Laclau, E., 2008, p. 91. 11 A modo de conclusión En la ruptura el acontecimiento y la situación, lo universal y lo particular, lo necesario y lo contingente, se contaminan y distorsionan mutuamente. El pasaje de uno al otro puede bosquejarse en tres momentos. Primero, los agentes sociales comparten ideas, valores, creencias, etc., que no son cuestionados por la nueva verdad que se manifiesta con la ruptura. Segundo, el nuevo orden no se desprende deductivamente de la situación anterior ni de la ruptura (de lo contrario, la ruptura sería un momento necesario y determinado por el orden dado). Las posiciones de sujeto anteriores a la ruptura son múltiples, y ésta sólo puede producirse mediante una cadena de equivalencias que requiere de un proceso de construcción colectiva. Pero este proceso nunca puede cerrarse o totalizarse sin traicionar la ruptura en la que tiene origen.