Año: 5, Agosto 1963 No. 65 N.D. La prevaleciente falta de comprensión del problema de producción y distribución de la riqueza por parte de los nuevos economistas de la escuela mercantilista la que se suponía extinta hace ciento cincuenta años, pero cuya influencia indudablemente renació en los últimos treinta años y tuvo su apogeo en la posguerra hará unos diez o quince años-, ha servido para detener el progreso de muchos pueblos y hasta hacerlos retroceder, como el caso de Argentina, víctima económica del aún influyente Dr. Raúl Prebisch, director de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe). Preocupación máxima de dicha escuela es la distribución de ingresos y redistribución de riqueza existente, y no la creación de nuevos ingresos y nueva riqueza, olvidando, al parecer, que los ingresos y riqueza actuales serían absolutamente insuficientes para mejorar la suerte de las poblaciones existentes, y que más grave aún, al redistribuirse en mayor o menor grado, se destruye indefectiblemente la capitalización que es fuente de nueva riqueza y empleo. Parecen sostener que la cantidad de riqueza es una, fija en su monto, y que por ello, lo que unos logran es a sacrificio de otros. Tal suposición es a todas luces falsa, y lo demuestra el solo hecho de que hoy hay más riqueza que hace cien años. Y si no sostuvieren tal premisa, casi toda su teoría económica se derrumba escandalosamente, pues no podrán después negar que, en un intercambio libre de coerción ambos participantes ganan, y que, por lo tanto, el que obtiene muchas ganancias en intercambios libres de coerción es porque, además, hizo posible a muchos ganar también. Así, la riqueza aumentada se distribuye para beneficio de ambos. Sus preocupaciones redistributivas pierden entonces importancia, sus teorías de la distribución «injusta» y sus actos para «mejorarla» se evidencian por lo que realmente son: su preocupación inútil; sus teorías, en antisociales: y sus actos, en restrictivos del progreso humano. El economista Paul L. Poirot, editor de la revista The Freeman, plantea la duda y aclara algunos conceptos relacionados al tema en su interesante artículo que a continuación publicamos. ¿Ganancia de uno... Pérdida de Otro? Por PAUL L. POIROT Tomado del Freeman, marzo de 1962. Traducción: CEES. La ley de la selva decreta que la fuerza hace el derecho, que la ganancia de una persona es la pérdida de la otra, y que al vencedor pertenece el botín. Esta es la ley que rige cuando las disputas o diferencias llegan al punto de la guerra total, o en la competencia deportiva en que el resultado depende de la fuerza física: por cada triunfador hay un perdedor. Tendrá ciertos méritos esta ley que gobierna el proceso de evolución, selectividad natural, supervivencia del más fuerte y la emergencia del ser humano en la competencia entre las diversas formas de vida. Pero del mismo concepto de ser humano nace la revulsión a la aparente crueldad de «la cruda naturaleza». El hombre, porque es humano, busca mejorar su propio bienestar y resolver disputas por medios distintos de la fuerza bruta del mayor número, de la lucha a muerte de los combatientes. La justicia atemperada con generosidad es la esencia de la humanidad. No hay duda de la severidad de la lucha competitiva en la naturaleza. Conscientes de este hecho, algunas personas concluyen que la competencia siempre operará en la misma forma, que por cada ganador debe haber un perdedor. Pero, aun en la naturaleza se encuentran varias formas de «ayuda mutua» y muchas reglas de comportamiento que modifican la lucha competitiva, así como miembros de un rebaño cooperando uno con el otro en defensa de algún enemigo común. Especialmente, el hombre ha adoptado reglas para la competencia humana, deportes competitivos como los conocemos son pruebas de habilidad y stamino que conducen a la elección de un ganador pero no a los sangrientos y fatales juegos de antaño; en el deporte moderno se supone que el perdedor sobrevive. No obstante, en un mundo de tres billones de seres humanos con cantidades limitadas de tierra, herramientas y otros recursos necesarios o necesitados para sobrevivir y mejorar la humanidad la lucha competitiva persiste. Y el hombre aún está muy lejos de lograr un acuerdo en cuanto a las reglas que deben prevalecer. En algunas partes del mundo la regla pudiera aún ser «sálvese quien pueda», la antigua ley de la selva. Pero en la mayoría de los países llamados civilizados, existen diversos esfuerzos del hombre para modificar esa ley. En muchos países la regla es «de que cada quien según su habilidad, a cada quien según su necesidad», es decir, la fórmula socialista coercitiva que se basa en la teoría de que el bienestar del ser humano individual es y debe ser subordinado al deseo de la mayoría reinante. RESPETO A LA PERSONA Y A LA PROPIEDAD En otras partes, y hasta al grado en que algunas sociedades no están comprometidas al socialismo, algún tipo de competencia de empresa privada se practica. Una de las reglas importantes del sistema competitivo privado es que cualquier individuo, en forma pacífica, tiene derecho a escoger cómo utilizará su tiempo y sus talentos; su derecho a la vida se respeta; un corolario de esta regla se ocupa del derecho de propiedad y el control privado de la misma, en contraposición a la fórmula socialista de «propiedad en común», lo que en la práctica resulta ser control de la propiedad por el grupo gobernante. La institución de la propiedad privada respeta los derechos del inventor, creador, comprador, o de aquel que por alguna razón lícita posea recursos escasos, para utilizar dicha propiedad de acuerdo con su propia preferencia. De acuerdo con las anteriores reglas de respetar la vida, la libertad, y la propiedad, existen las prácticas de especialización (división del trabajo) de acuerdo con la habilidad y el talento particular de cada persona, e intercambio voluntario (un comprador y un vendedor deseosos de intercambiar para mutua ventaja). Es importante notar y tener presente que una economía de intercambio libre en el mercado (en la que cada persona escoge la forma de utilizar su tiempo, talento y propiedad, e intercambia o no, según lo desea, con otra persona que así lo desee) descansa firmemente y esencialmente en el principio de derecho a y el control de la propiedad privada de la propia persona (no esclavitud), de la propiedad propia (no robo ni confiscación). Solamente cuando la persona es dueña o controla un servicio o un bien (propiedad privada) le puede ser posible ofrecerla en intercambio y después efectuar dicho intercambio. A pesar del hecho que el intercambio voluntario es la única manera en que la producción y distribución de bienes y recursos escasos puede llevarse a cabo en ausencia de coerción a cualquier participante, existen, sin embargo, aquellos que pasan por alto ese punto vital e insisten que el sistema competitivo de empresa privada es inhumano, que carece de simpatía por el débil, que algunos son pobres exclusivamente porque otros son ricos, que la ganancia de uno necesariamente implica la pérdida de otro. No pueden ver que cuando un intercambio es voluntario, ambas partes tienen que ganar en la transacción o, cuando menos, creer que ganan de lo contrario no tendrían la voluntad de intercambiar. La ganancia de uno es posible únicamente porque los otros con quienes se intercambia también ven una utilidad para ellos. LOS MERECEDORES SON COMPENSADOS No hay duda que, con pocas excepciones, aquellos que logran las mayores ganancias del intercambio en el mercado libre competitivo de la empresa privada, son aquellos que logran el mayor número de «clientes» satisfechos. Entre más eficientemente produzca y ofrezca bienes o servicios mientras mejor pueda mantener calidad alta y costos bajos más probable será que sus clientes lo colmen de utilidades. Ya que la mayoría de clientes potenciales en una sociedad no son los más ricos, se deduce que las fortunas grandes de empresas recaerán en aquellas quienes han rebajado sus costos suficientemente para llevarle su mercancía lo más atractivo posible, a la masa de los comparativamente más pobres (N. D.: es decir, aumentándoles su nivel de vida). Y aquellos que salen perdiendo o fracasan en la competencia para satisfacer clientes son probablemente los que no pudieron o no quisieron servir a las masas. No se necesita de un gobierno socialista para corregir tal ineptitud. La competencia se encarga de ello. Los críticos socialistas del sistema competitivo de empresa privada, con el argumento de que permite que algunos ganen a expensas de otros, obviamente no comprenden. Porque si comprendiesen, se darían cuenta que el socialismo a pesar de su atractivo humanitario y redistribuidor de riqueza logra precisamente lo que ellos deploran: insiste en que algunos deben perder lo que otros ganarán (mediante redistribución coercitiva, de la riqueza existente, a través de impuestos; confiscando lo de unos para darle a otros). Por ello es que el socialismo tiene que ser coercitivo. Todas las modalidades diferentes del «Estado benevolente» que existen hoy en el mundo no son más que una cruda reversión a la despiadada ley de la selva: la fuerza hace el derecho, la ganancia de un hombre es la pérdida del otro y al vencedor le corresponden los despojos. La mejor alternativa es intercambio voluntario en la empresa privada competitiva; es el único «concurso» que permite a todos los jugadores ganar, el único sistema social que permite el máximo de una verdadera y voluntaria caridad, y el único concepto político congruente con la creencia que los individuos han sido «dotados, por su Creador, con ciertos derechos inalienables». El Centro de Estudios Económico-Sociales, CEES, fue fundado en 1959. Es una entidad privada, cultural y académica , cuyos fines son sin afan de lucro, apoliticos y no religiosos. Con sus publicaciones contribuye al estudio de los problemas económicosociales y de sus soluciones, y a difundir la filosofia de la libertad. Apto. Postal 652, Guatemala, Guatemala correo electrónico: [email protected] http://www.cees.org.gt Permitida su Reproducción educativos y citando la fuente. con fines