Lo religioso en el conflicto de Chiapas

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Lo religioso en el
conflicto de Chiapas
E NRIQUE M ARROQUÍN
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El entendimiento adecuado del conflicto armado en Chiapas requiere una
revisión del factor religioso. A través de un recorrido por anteriores rebeliones puede concluirse que la explicación del movimiento zapatista no recae
enteramente en motivos socioreligiosos, pero no puede olvidarse como factor que permite su comprensión.
El zapatismo encuentra un ambiente religioso abierto, plural y tolerante,
que le permite ser visto con simpatía y contar con la participación y discusión
de católicos, evangélicos y ateos. Se presenta un escenario de conversión
religiosa masiva de indígenas al protestantismo, que genera nuevas formas de
conflicto entre iglesias, así como transformaciones abruptas en la comunidad,
al incorporarse la región al sistema capitalista. Esta situación pone en riezgo el
sistema religioso tradicional y posibilita la creación de nuevas opciones religiosas.
El trasfondo para comprender el movimiento chiapaneco lo encontramos
en los conflictos intraeclesiales que vive la iglesia católica, el conflicto entre
sistemas religiosos distintos y el conflicto político.
R
✦ Investigador
huésped del Centro
de Estudios sobre las
Revoluciones en
México, Universidad
de Guadalajara.
esulta imprescindible tomar en cuenta el factor
religioso para la cabal comprensión del conflicto
chiapaneco. La religión, por un lado, nuclea toda
la cultura indígena y por otro, difícilmente hubiese sido posible la gesta zapatista sin la pastoral
oficial de la diócesis cristobalense. Los conflictos,
por su parte, clarifican la comprensión del fenómeno religioso, que al ser estudiado con frecuencia por visiones funcionalistas, reducen la religión
a sus funciones integradoras de cohesión, armonía y unidad.
Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad
Vol. III. No. 7
Sept./Dic. de 1996
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Las causas de conflictos religiosos pueden deberse, sea a “cambios del sistema”, sea acambios fuera del sistema religioso en cuestión, pero relacionados con él. Estos tres tipos de conflicto, aplicados a la realidad chiapaneca, serán estudiados en el presente trabajo, que busca más que aportar nuevas informaciones, interpretar
las que son ya del dominio plúblico. Los cambios de los sistemas
sociales son los que implican la transformación de todas las relaciones estructurales principales, de las instituciones básicas y de los
sistemas de valores. En lo religioso se da: o bien cuando se enfrentan dos sistemas religiosos antagónicos, como aconteció en la antigua religión maya al encontrarse con el cristianismo, o bien cuando
los contendientes son dos denominaciones diferentes del cristianismo, como sucede con los católicos y los evangélicos. Los conflictos
dentro del mismo sistema religioso suelen reflejar diversas corrientes eclesiales, las cuales se remiten ambas al mismo corpus simbólico básico, sin pretender llegar a la ruptura, como sucede en torno
a la figura polémica del obispo de San Cristobal. Los conflictos fuera del campo religioso (ordinariamente pertenecientes al sistema
político), le afectan cuando los actores recurren a él en busca de
legitimaciones propias o de deslegitimaciones del adversario, como
acontece con los zapatistas o los “coletos”
La religión indígena
y el catolicismo oficial
Existe una larga tradición, en la memoria colectiva de Los Altos, de
rebeliones por motivos socio-religiosos originadas por la explotación de los blancos, tanto económica como religiosa (imposición de
gravámenes, exclusión de la gestión religiosa ministerial, dominación cultural con motivo de la fe, etc.) La más importante fue la
rebelión de los tzeltales y tzotziles de Cancuc, entre 1708 y 1712,
que abarcó a 32 comunidades, involucrando a unas 20 mil personas. Comenzó con varias apariciones de la Virgen a ciertas videntes indias, con quienes mantenía comunicación directa, en continuidad con la antigua tradición oracular maya. Detrás de ellas se
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encontraba un santón, D. Sebastián de la Gloria, quien construye
una ermita alterna y organiza el nuevo culto y la nueva doctrina.
Se trata de la recuperación, por parte de los indios, de la religión
católica: imitación de misas, ordenación de sacerdotes autóctonos
(que la Iglesia rehusaba) y sustitución de imágenes “ladinas” por
otras propias (“ídolos”). El objetivo último de estas rebeliones era
nada menos que la muerte o expulsión de todas las personas no
indias y la organización de un nuevo gobierno autóctono (“ya no
hay dios, ni rey, ni obispo”). Estos movimientos se prolongan hasta
1727 en Teapa, con un indio que también pretendía ser obispo.2
El mismo esquema se repite entre 1868 y 1870 en Chamula. La
Ley Lerdo había arrebatado tierras a los tzotziles, a lo que se añadían los gravámenes religiosos. En esta ocasión, el oráculo provenía de tres piedras parlantes encontradas por una niña (se dice que
las concibió y fue así Madre de Dios). Detrás estaba, también, un
santón, Pedro Díaz Cuscat, quien se ordena de sacerdote y manda
en nombre de las deidades, la expulsión de los no indios de su territorio. Expropia la religión católica, negándose a adorar imágenes
de blancos, y para tener un Cristo nativo, el Viernes Santo de 1868
se crucifica al hermano pequeño de la vidente. Matan al cura que
había recuperado las piedras, queman doce haciendas y matan a
unos cien ladinos.
Como se observa, las rebeliones indígenas por motivos socio-religiosos se habían inspirado en un mismo modelo paradigmático.
Incluso en la época actual, el mismo Samuel Ruiz relata que en una
visita pastoral que hizo recién iniciado su episcopado, unas religiosas, en su prurito de limpieza, habían tirado a la basura un trapo
deshilachado que se encontraba en una ventana del templo. Esto
suscitó un motín, pues los indígenas consideraban ese trapo como
un santo propio, y estuvieron a punto de sacarlos del pueblo. Una y
otra vez se repite la pretensión por parte de los indígenas de apropiarse los símbolos de la religión dominante y la indefectible repre1 Coser, Lewis, 1970.
2 Barabas, Alicia,1987.
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sión, primeramente, por parte del clero católico y posteriormente,
por el ejército.
En cambio, llama la atención que, curiosamente, en el conflicto
zapatista, que se coloca dentro de la gran tradición nativista, esté
ausente este componente -salvo en algunos comunicados de Marcos, más bien por fines literarios y culturales-. Tampoco se encuentran aquellos tensionamientos reiterativos entre la religión indigena
y el catolicismo oficial. No es posible atribuir esta ausencia a la
ignorancia de un esquema capaz de recuperar elementos
“revivalistas” del imaginario colectivo maya.
La explicacion de esta omisión remite a la pastoral de la diócesis
de San Cristobal. Es sabido que la religión indígena es producto del
sincretismo entre algunos elementos autóctonos y otros provenientes del catolicismo tradicional ibérico. Las relaciones -tanto de la
pastoral de la Iglesia como de los indígenas- han transitado por un
continuum que va desde el rechazo total, hasta la aceptación total.
La confrontación por rechazo se dio durante la primera evangelización. La Iglesia consideraba a las formas religiosas autóctonas como
producto de engaño satánico, por lo que la pastoral de los frailes
dominicos, evangelizadores de aquella región, fue de “tábula rasa”
o de rechazo abierto a esas formas “paganas”. La reacción fue igualmente violenta, como por ejemplo, el levantamiento lacandón de
1553, para restaurar su antigua religión, sacrificando niños en el
altar del templo católico y manchando con su sangre las imágenes.
Otra actitud pastoral más moderada, tal como la inspirada en el
racionalismo modernizante, considera a la religiosidad popular como
un desafío, despreciándola como supersticiosa. Corresponden paralelamente a ella actitudes indígenas similares a las de los levantamientos de Cancuc o el chamula del siglo pasado, en los que ya no
se pretende la restauración de antiguas creencias, cuanto la apropiación de la religión dominante. Otra actitud más es aquella que
parece dar cierto reconocimiento oportunista; pero tan sólo para no
perder esta base social, procurando, empleo, irla purificando paulatinamente. Por parte de los indígenas tenemos el sincretismo “de
disfraz”, en el que bajo símbolos cristianos se esconden rituales o
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Lo religioso en el conflicto de Chiapas
creencias autóctonas. Un ejemplo se dió en 1584: Juan de Atonal,
que pasaba por ferviente católico en Suchiapa y que en realidad era
un chamán considerado nahual, liderea un movimiento mesiánico,
al frente de la Cofradía de los doce apóstoles, yendo por las noches
a idolatrar a las cuevas.
Por último, la actitud más abierta la representa D. Samuel Ruiz,
uno de los primeros obispos en Latinoamérica que hablaron de la
“inculturación del evangelio”, tema hoy en boga. Esta teología percibe la presencia divina en todas las religiones, por ser portadoras
de las “Semillas del Verbo”. Por lo tanto, se reconoce al indígena ya
no como simple “objeto” de su pastoral, sino como “sujeto eclesial,
con plena responsabilidad respecto a la propia religión.3 Los agentes portadores de esta nueva pastoral se conforman con dar cierto
acompañamiento y proponer simplemente, la vivencia cristiana. Uno
de los logros pastorales de la diócesis es la formación de unos 8,600
“catequistas” indígenas, responsables de mantener la fe de las comunidades, quienes comentan la Palabra de Dios y organizan su
celebración ritual. 4 La preocupación por tener agentes religiosos,
incluso sacerdotes, que no se desculturicen y sean gestores de una
Iglesia autóctona, lleva a considerar la posibilidad de ordenar a
estos catequistas de sacerdotes, no obstante estar casados.
Los indígenas por su parte -especialmente aquellas comunidades recientemente formadas por los desplazados de la modernidadse sienten cómodos en una Iglesia que no los coarta, que incluye a
sus propios agentes religiosos, que responde a sus intereses económicos y culturales y que les permite mantener los símbolos tradicionales de su identidad étnica, en los momentos en que tuvieron
que sacrificar su organización social tradicional. Todo esto explica
que no hayan sido tanto los movimientos nativistas, cuanto los textos bíblicos los que les proporcionaron a los indígenas una fuerza
singular en esta lucha.
El hecho mismo de que varios catequistas se hayan incorporado
a la guerrilla zapatista, comprueba la profundidad con que la re3 González, José Luis,1989.
4 Fazio, Carlos, 1994: 78.
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gión se ha asimilado el cristianismo. En efecto, en el sistema religioso mesoamericano, cada deidad controlaba un territorio y la comunidad que allí habitaba debía pagarle un tributo ritual.
Refuncionalizando los símbolos cristiano desde aquella cosmovisión
mesoamericana, la aparición de la imagen de la Virgen implicó la
construcción de una ermita en el lugar, en la que tenía que quedarse el guardián D. Sebastián y el pueblo tenía que acudir allí. En
caso de que el pueblo tuviese que abandonar el territorio -por ejemplo, desplazándose a la selva para combatir-, el agente religioso
tendría que haberse quedado en el territorio, cuidando la ermita.
En cambio, Yahvé, el dios judeocristiano, es una deidad del pueblo
como tal, que lo acompaña dondequiera que vaya, incluso al destierro o a la guerra. Si el pueblo decidió por la guerra, los catequistas
tuvieron que acompañarlo a la selva.
La disidencia de los evangelios
Uno de los fenómenos que más interés suscita actualmente en la
sociología religiosa es la conversión, casi masiva, de muchos indígenas al protestantismo. Los censos rebelan que en los últimos 20
años en México, la membresía protestante total ha crecido un 174%,
pasando del 1.8% al 4.8% de la población. Una característica de
este crecimiento es su desplazamiento de las zonas urbanas del
norte del país, a las zonas rurales del sureste, estados que concentran casi 30% del total de feligreses, especialmente en el medio
indígena. En Chiapas, los evangélicos que en 1950 representaban
el 2.5% de la población, en 1980 pasaron a 23%, de modo que en
nuestros días, por lo menos uno de cada cuatro chiapanecos es protestante.5
Con el aumento de las conversiones, aparecen nuevas formas de
conflicto entre las iglesias cristianas. Su gravedad en Chiapas puede medirse por el número de desplazados -entre 15,000 y 33,000- y
el tipo de represalias sufridas. Se alude a pérdida de bienes o gana5 Juárez Cerdi,1989: 107-216.
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do, destrucción de chozas, encarcelamiento; pero sobre todo, el ostracismo, con la consiguiente pérdida de derechos de pertenencia.
En la década de los setenta, San Cristobal contempló en su periferia la formación de barrios protestantes de expulsados, que forman
su “cinturón de miseria”. La pregunta que surge es, desde luego,
acerca del origen de dichos antagonismos.
Con el cardenismo, el gobierno se había propuesto hacer llegar
los logros de la Revolución al campo, entonces predominatemente
indígena. Se trataba de incorporarlos a la sociedad nacional, al precio del abandono de su cultura. El medio elegido fue preponderantemente la escuela rural, con sus promotores bilingües. En la región de Los Altos, hubo un líder carismático, Erasto Urbina, quien
defendió derechos de los indios y formó el Sindicato de Trabajadores Indígenas, según el sistema de mediatización corporativista que
entonces se estaba instrumentando. En torno suyo se fue formando
una élite indígena, la mayoría maestros rurales, que poco a poco se
fue haciendo del poder político. Éstos fueron apoyados por el gobierno para fines de control, y se hicieron también del poder económico, gracias a la usura y al monopolio del transporte, del aguardiente y de los refrescos. Este grupo de caciques, a la par que fungieron como agentes de la expansión capitalista, supieron
incrustarse en el sistema de cargos tradicional, de modo que se presentan ahora como los defensores de la cultura tradicional.
A mediados de los cincuenta, se va formando una oposición, que
en 1974 estuvo a punto de llegar al poder. Dado que los caciques se
apoyaban en el sistema religioso tradicional, los disidentes o bien
se convirtieron al protestantismo, o bien se vincularon a la pastoral
de la diócesis. Los caciques supuestamente en nombre de la defensa de la “costumbre” -pero en realidad para defender sus formas
despóticas y arcaicas- se lanzaron contra los evangélicos “quemasantos”, contra los católicos “modernos” y contra otros grupos opositores, hostigándolos hasta el encarcelamiento y la expulsión.6 Al
no obtener apoyo de la Iglesia oficial, trajeron de Tuxtla la iglesia
6 Robledo Hernández, 1987: 67-93.
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ortodoxa griega de San Pascualito, a la que se afiliaron, y que les
permitía continuar con su ritual tradicional, centrado en sus imágenes.
La actuación política de los conversos, impugnando el cacicazgo,
es atípica dentro del protestantismo indígena. En general, los evangélicos apoyan a la autoridad, son apolíticos y se enfrentan a los
católicos. En cambio, en el caso de los chamulas, fueron disidentes
del caciquismo local y compartieron con muchos católicos el ostracismo, por lo cual, la confrontación no fue tanto teológica, sino social.
Se han dado varias interpretaciones al fenómeno de las recientes conversiones al protestantismo. Destaca el “Informe Mariátegui”,
que lo atribuía al complot del imperialismo yanqui, sin que haya
podido explicar la razón de las mismas. Es más probable que la
explicacion haya que buscarla en las transformaciones recientes de
la comunidad tradicional. Si los caciques han logrado mantener su
situación, no se debe sólo a medidas coercitivas, sino también porque supieron responder a necesidades culturales sentidas, presentándose como defensores de la identidad chamula. El “sistema de
santos” había sido, durante siglos, el elemento aglutinador del
sincretismo indígena, al sustituir las antiguas deidades mayas por
las imágenes cristianas. La mayordomía -administración de los bienes del “santo” (tierras, joyas o animales), en atención a la organización de la fiesta- había sido una vía de acceso a los cargos políticos de gobierno. Estos cargos eran prestados rotativamente por todos los varones del poblado. Al no ser remunerados, era visto más
bien como una carga.7 El templo o “casa de los santos” es con frecuencia el patrimonio del pueblo y símbolo de su estatus. Para
mantenerlo se tiene el trabajo comunitario no remunerado de todo
el pueblo.
Los “evangélicos”, al no aceptar a los santos, desestabilizan la
cultura tradicional: no participan en la fiesta, no aceptan las
7 Recuérdese que en la biografla expuesta por el antropólogo Ricardo Pozas, se encarcela a Juan Pérez Jolote a fin
de que aceptara el cargo.
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mayordomías, ni cooperan para su celebración, ni desempeñan ciertos cargos (como encargados del templo), ni realizan ciertos trabajos comunitarios (restauración del templo), con la consiguiente
agravación de trabajo para el resto de la comunidad. Por negarse a
prestar estos servicios, de gran contenido simbólico, se les considera ajenos al pueblo, por lo que, al igual que a los emigrados que
dejan de enviar sus cooperaciones, se les niegan sus derechos o se
les condena al ostracismo.
Ahora bien, la comunidad tradicional se ha venido transformando abruptamente desde fines del siglo pasado, con la incorporación
de la región al sistema capitalista. Muchas de las tierras recuperadas con el cardenismo, se fueron vendiendo a las haciendas. Al descubrirse con Echeverría el potencial económico chiapaneco, se abren
carreteras y se instrumenta la comercialización oficial (Imecafe,
Andsa, Conasupo). Llegan capitales extranjeros que introducen nuevas formas de producción. De paraíso chiclero se pasó a las fincas
cafeticultoras; de la tala inmoderada de maderas finas, a su conversión en pastizales. La demanda de mano de obra barata desplaza grandes contingentes de campesinos de su hábitat tradicional.
Los nuevos cultivos modifican, incluso, el ciclo festivo (en la fiesta del santo no hay dinero) y ponen en crisis el sistema de los santos, expropiado ahora por los caciques. Las mayordomías, que ya
resultaban excesivamente gravosas, se mercantilizan (venta de refrescos con connotación ritual); el consejo de ancianos fue sustituido por los caciques; los cargos de gobierno, en vez de ser elegidos en
asamblea, son ahora remunerados y nombrados por el partido oficial; el trabajo comunitario es aprovechado por el aparato gubernamental (Pronasol, Prodesch). Si el santo es considerado como la
representación emblemática de la comunidad y ésta ha dejado de
garantizar la sobrevivencia de sus miembros, se siente que los santos fallaron. Se busca reemplazar el “sistema de santos” por el “sistema del Espíritu”, en el que se evita las mediaciones (la imagen y
la comunidad) y en donde la salvación es conseguida individualmente, más congruente con la nueva situación de peonaje fuera del
pueblo, en las fincas de los hacendados.
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Los desterrados fueron poblando selvas y cañadas. En su nuevo
lugar, tuvieron que abandonar su indumentaria tradicional y convivir con otros exiliados y colonos de varias partes y denominaciones religiosas. Portando el estigma de la intolerancia, aprendieron
a coexistir en el respeto y a gestar un inicio de vida ecuménica.
A semejanza de lo que acontece en la evolución biológica, que
cuando cambia un nicho ecológicó, las especies amenazadas generan multiplicidad de “anomalías” genéticas, con lo que se favorece
su supervivencia, la crisis de la comunidad tradicional, generada
por las formas tan agresivas que adopta el capitalismo en la región,
posibilita la gestación de varias opciones religiosas. El campo religioso se recompone: junto al catolicismo sincrético tradicional, hasta los 60 hegemónico, se abre una oferta plural en disputa por la
satisfacción de las necesidades religiosas regionales: la nueva
pastoral sancristobalense inspirada en la teología de la liberación,
grupos carismáticos urbanizados, la iglesia ortodoxa de San Pascualito, movimientos nativistas de retorno al pasado maya, bautistas y presbiterianos de antiguo raigambre, pentecostales,
adventistas y Testigos de Jehová, de nuevo cuño. Los conflictos no
son ya “diádicos”, caracterizados por antagonismos irreconciliables,
sino multipersonales, similares a una situación de mercado, con
extrañas alianzas (católicos progresistas y evangélicos versus católicos tradicionalistas y ortodoxos griegos).
Es este ambiente religioso, más abierto al pluralismo y a la tolerancia, el que encontró el zapatismo. Mientras los Testigos y otras
sectas se refugiaban en la neutralidad o incluso se oponían a los
“violentos” guerrilleros, otras iglesias evangélicas y pentecostales
los miraban con simpatía. Los templos se convirtieron en espacio
de discusión acerca de la participación o no en el movimiento. No
extraña que las filas guerrilleras se convirtieran en escuela de
ecumenismo, en las que incluso pudieron encontrarse ateos y
chamanes y donde católicos y evangélicos reflexionaron juntos acerca
de sus decisiones. El encuentro de los indígenas evangélicos con la
Teología de la Liberación sienta un precedente descolonizador de
sus iglesias-madre de consecuencias insospechadas.
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Lo religioso en el conflicto de Chiapas
El conflicto intraeclasial
Entiendo por “religiosidades” aquellas modalidades coherentes de
vivir el cristianismo, acompañadas de cierta sistematización
teológica, en tanto que se vinculen a determinado grupo o clase
social. En las sociedades disimétricas, la misma contradicción de
intereses económicos transforma las representaciones simbólicas,
sea para legitimar la situación imperante, sea para cuestionarla.
Las religiosidades no se reducen a ser mera expresión de la posición social de los sujetos, sino que a su vez, los interpela, los conforma y los constituye como tales, al proporcionarles formas de identidad y reconocimiento, así como ocasiones de agrupamiento.
Las religiosidades principales se gestaron en la actitud asumida
respecto a la modernidad. Ha habido, con modalidades, un movimiento pendular entre el rechazo a los tiempos modernos, como
reacción por la pérdida de hegemonía eclesiástica y la aceptación
moderada de algunos de sus planteamientos. Cuando en l968 se
intentó aplicar el Vaticano II a Latinoamérica, en Medellín, Colombia, se reconoció una reflexión que se estaba realizando desde los
sectores empobrecidos. Por aquel entonces, el país se dividió eclesiásticamente en 18 zonas pastorales, a fin de que los obispos pudiesen ayudarse mutuamente en su labor pastoral. La zona del Pacífico Sur, que comprende a Oaxaca y Chiapas, integró por lo menos a ocho obispos -los más esclarecidos fueron D. Samuel Ruiz, D.
Arturo Lona y D. Bartolomé Carrasco- que coincidieron en su preocupación por responder a las necesidades de los indígenas, población mayoritaria en su región. Su pastoral incorpora planteamientos antropológicos de cierto relativismo cultural a la nueva teología
latinoamericana. Escribieron algunos documentos conjuntos de gran
impacto a nivel nacional: sobre la condición de los refugiados
guatemaltecos, sobre las elecciones presidenciales, sobre el
narcotráfico, etc. Pero su elemento clave es, desde luego, su pastoral
indígena (ni siquiera indigenista), pues pretenden formar iglesias
autóctonas, con sus propios agentes de pastoral. El mismo itinerario de D. Samuel Ruiz marca el proceso: pasó del impacto cultural
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de descubrir a ese “otro” indígena, diferente, incluso, en su forma
de vivir la fe, al descubrimiento sociológico del oprimido por su doble condición, de “indio” y de trabajador agrícola.
Entretanto, el sector modernizante noreuropeo, hegemónico durante el Vaticano II, había sido desplazado por sectores más conservadores. Es posible que los analistas vaticanos piensen que los
tiempos modernos, que se presentaban como enterradores de la
religión, estuviesen pasando, al punto que ya se habla de
“posmodernidad”. Sin embargo, lo religioso (incluso en su forma
más extrema de integrismos y fundamentalismos) está más vivo
que nunca, como lo comprobarían los multitudinarios viajes del
Papa. Habría, pues, posibilidades de restaurar una nueva “cultura
católica” a condición de que la Iglesia se mostrase compacta y bien
definida, con insistencia en la ortodoxia y en la disciplina.
La religiosidad actual oficial, presta atención a Latinoamérica,
el “Continente de la Esperanza”, donde pronto se concentrará la
mayoría de los católicos. Preocupa de una manera especial la Teología de la Liberación, por los problemas que ocasiona. Un grupo de
obispos unidos -como los del Pacífico Sur, de planteamientos autónomos independientes y en cierta línea de compromiso, despertaron la inquietud de círculos vaticanos. De ahí el hostigamiento a la
región por parte del nuncio actual, D. Girolamo Priggione: al Sr.
Lona se le impone una visita apostólica; al arzobispo Carrasco se le
nombra un coadjutor que le sustituya, con atribuciones especiales;
se cierra el Seminario Regional del Sureste, donde la región formaba conjuntamente a sus seminaristas; se cuida el nombramiento
del nuevo obispo de Tapachula... La mira está ahora puesta en San
Cristobal.
El decidido apoyo dado a los indígenas en sus justas demandas
representaba un obstáculo para las pretensiones neocolonialistas
de algunos sectores locales, supuestamente “católicos”. Sus informes se hicieron llegar -por manos extrañamente comedidas- a la
Santa Sede, quien en octubre de 1993 le solicitaba respuesta a las
acusaciones recibidas, pues de no hacerlo satisfactoriamente, se le
demandaría la renuncia de la diócesis. La noticia se filtró a la pren154
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sa, aun antes de que el obispo conociese la carta y provocó una
reacción inusitada tanto en círculos eclesiásticos como civiles, a nivel
nacional e internacional, que fue acallada, justamente, con el levantamiento zapatista.
La legitimación religiosa
Si los dos primeros conflictos se dieron entre sistemas religiosos
distintos y el inmediato anterior lo fue al interior del mismo sistema eclesial, el siguiente conflicto es de índole sociopolítico. Toda
colectividad, para poder interactuar en el mundo, requiere de un
universo simbólico cosmovisivo. En las sociedades disimétricas, en
las que diversos grupos sociales compiten por los recursos, cada
uno de estos grupos hará una relectura del mismo universo simbólico compartido, procurando que su actuación se vea legitimada por
dicha cosmovisión, aunque, como es natural, siempre prevalecerá
la visión de los dominadores. En el medio indígena, la religión proporciona la base de los universos simbólicos, presentando los intereses del grupo como queridos por Dios, es decir, como conformes a
la naturaleza de las cosas. Los agentes religiosos, igualmente, se
vincularán a unos o a otros agentes del campo económico-político,
para establecer alianzas, en la mayoría de los casos implícitas.
Junto con el conflicto intraeclesial descrito, el obispo tuvo que
enfrentar también el antagonismo político. Quienes acusan a D.
Samuel Ruiz de promover la guerrilla no carecen del todo de razón:
34 años de obispo, repitiéndoles a los indígenas que también ellos,
como los ladinos, son hijos de Dios, y que la situación de miseria en
que viven no es querida por Dios, ni forma parte de la naturaleza
de las cosas, sino que es producto del pecado, de estructuras injustas que pueden ser cambiadas (y que por tanto, deben ser cambiadas), contribuyeron a la toma de conciencia que derivó en el levantamiento. A esto se añaden sus viajes a las comunidades; los encuentros y congresos indígenas, en los que ellos mismos, en sus
propias lenguas, intercambiaban sus testimonios; la misma estructura de pastoral diocesana, con su red de catequistas nativos y su
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forma de comunicación radiofónica, si bien es claro el deslinde que
hace el clero sancristobalence respecto a la vía armada como forma
de solución de los problemas. A la acusación que se le hizo, de que
conocía ya el levantamiento, responde diciendo que efectivamente
ya había advertido de la situación peligrosa de los indígenas, en su
carta pastoral “En esta Hora de Gracia”, dirigida al Papa con motivo de su visita a México y que circuló profusamente.
La presencia del obispo en la región, por otra parte, ya anteriormente había resultado incómoda al gobierno. Se había opuesto al
traslado de los refugiados guatemaltecos de su hábitat cultural, a
las “reservas” de Campeche. Más recientemente, había defendido
los derechos humanos de los indígenas torturados con motivo del
asesinato de dos soldados. Por otra parte, ya desde 1976, cuando
los militares ecuatorianos detuvieron a un grupo de 20 obispos reunidos para conmemorar el aniversario de D. Leónidas Proaño, tildándolos de marxistas, D. Samuel había venido siendo hostigado
por parte de los “auténticos coletos”, molestos porque el clero de
ahora ya no brindaba los mismos apoyos que anteriormente disfrutaban. La sociedad coleta había estado acostumbrada a las atenciones recibidas del clero, presente en sus eventos. Esperaba la condena habitual de la violencia, en los casos en que los indios pretendiesen por su propia mano, modificar el orden vigente. En cambio,
nunca hasta ahora se habían visto deslegitimados por los agentes
religiosos, que ahora sí condenan aquella violencia institucionalizada, fraguada en la cotidianidad. Por último, el obispo traducía
las demandas zapatistas a lenguaje religioso, es decir, vinculado al
sentido común, y esto contribuyó no poco a la simpatía con que
amplios sectores de la sociedad civil vieron el movimiento.
El desafío hecho por los zapatistas a la sociedad coleta e incluso,
al mismo ejército y gobierno nacionales, colocaba a Samuel en un
predicamento. Veía con simpatía las justas demandas de los indígenas; pero a la vez, el recurso a las armas le parecía inadecuado.
El discurso religioso legitimaba, en buena medida, el levantamiento, a la vez que lo moderaba, por lo que la postura del obispo era
propicia para una mediación no “mediatizable”. Quien parecía tan
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vulnerable en su posición, quedó de pronto convertido en hombre
clave para la resolución del conflicto. El desmedido encono de los
“auténticos coletos” y de sus voceros televisivos contra su persona,
únicamente se comprende por la importancia del papel que juega
como garantía de una paz digna, basada en la satisfacción de las
demandas básicas de los rebeldes. Quitarlo de en medio era entonces condición para el mantenimiento de una situación que a ellos
les favorece.
La conjunción de los cuatro tipos de conflicto vistos: la relación
de la religión indígena con el catolicismo oficial; la confrontación
entre protestantes y católicos tradicionales; el conflicto intraeclesial
para desplazar una teología incómoda y el conflicto político, con su
juego de intereses grupales y su necesidad de allegarse a lo sagrado
a su parte, resulta un trasfondo importante para la intelección del
conflicto chiapaneco. La religión sigue estando viva y operante en
el conflicto chiapaneco, por lo que no es extraño que los antagonismos asuman la forma del debate teológico.
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1987, Cap. II Parr 2 pp. 67-93.
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