El dilema de una oposición funcional

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EL DILEMA DE UNA OPOSICIÓN FUNCIONAL
Eduardo Ballón E.
Las dificultades del gobierno en la actual coyuntura política son evidentes.
Jaqueado por una recesión económica que será de mediana duración de acuerdo
con los distintos analistas, presionado internacionalmente como lo demuestra el
curso que ha tomado el caso de Lori Berenson, y duramente golpeado por su
creciente pérdida de credibilidad, que se ha incrementado con el caso del tráfico
de armas para las FARC colombianas, el régimen político se encuentra en su
momento de mayor debilidad desde su constitución. Como parte de la misma, las
diferencias a su interior se evidencian cada día más, como ha quedado graficado
con la polémica que se ha abierto a propósito del traslado de fuero del juicio a la
Berenson.
En este escenario llama la atención la gran debilidad y la incapacidad que viene
mostrando la oposición, cuya credibilidad, por cierto, no es mayor que la que tiene
el gobierno. Los partidos políticos, tanto los antiguos y más tradicionales como el
APRA, AP y la UPP, los de corte más ocasional y movimientista -Perú Posible,
Somos Perú y Solidaridad Nacional- como los de carácter más «personal», el FIM,
todos sin excepción, como viene ocurriendo desde inicios de la década del
noventa, mantienen un comportamiento reactivo, limitándose a responder a las
distintas iniciativas del oficialismo y mostrándose carentes de toda propuesta
propia. Así, resulta imposible transformar el escenario de «trincheras» que
propone el fujimorismo, en uno de «maniobras» en el que la oposición pueda
avanzar aprovechando la crisis que evidencia la coalición gobernante.
DIVORCIADOS DE LA SOCIEDAD
El divorcio entre sociedad y política, un matrimonio nunca bien avenido en
nuestra historia republicana, es ya un lugar común. Sin embargo, la movilización y
la protesta social que culminaron con la marcha de los Cuatro Suyos fue una
nueva oportunidad para los distintos partidos y núcleos que se reclaman
opositores. Y lo fue porque dicho proceso permitió ratificar varias constataciones,
presentes en el sentido común desde hace buen tiempo, y que son ignoradas por
las varias oposiciones políticas: i)la necesidad de la unidad real de los opositores
al régimen como el único camino para avanzar hacia una transición democrática;
ii)la existencia de una masa crítica, amplia y dispuesta a movilizarse por el cambio;
iii)la demostración de que la movilización hacía posible acercar, aunque fuera por
un momento, la política «limeña» a las políticas regionales.
Los partidos, sin embargo, desaprovecharon la ocasión. Hasta la fecha no han
avanzado un paso concreto en la conformación del Frente Democrático de Unidad
Nacional., que fuera anunciado entonces, reeditando la historia del anterior
Acuerdo de Gobernabilidad. Por el contrario, cada quien buscó desde entonces
fortalecer su perfil propio y muchos cuestionan el liderazgo de Alejandro Toledo,
cuya prolongación, independientemente de las grandes diferencias que se puedan
tener con él, era el resultado lógico del proceso de movilización y protesta.
Peor aún: todo ello en medio del abandono de la calle y de la movilización más
directa como forma de presión, así como del escándalo producido por la sucesión
de «tránsfugas»,
consecuencia de la forma en la que se conformaron las
precarias listas opositoras. De esta manera, el abismo entre la gente y los políticos
que dicen representarlos, se hace cada día más profundo. El descontento y la
frustración que crecientemente sienten diversos sectores de la sociedad con el
diálogo propiciado por la OEA, ciertamente es atribuible al gobierno y su política
de la «mecedora», pero lo es también, y con semejante intensidad, a la oposición
que carece de propuestas mínimamente compartidas con la sociedad.
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EL PROBLEMA DE FONDO: CUANDO LO CORTÉS QUITA LO VALIENTE
A la base del comportamiento de las oposiciones, aunque suene duro decirlo,
encontramos su vinculación con el fujimorismo. A fin de cuentas, es innegable que
las mismas forman parte del régimen político desde el inicio de éste. Aunque
denunciándolas, se someten a sus reglas y, en lo fundamental, terminan
aceptando sus procedimientos. Tras denunciar las elecciones como fraudulentas,
luego de exigir la convocatoria a nuevos comicios y habiendo amenazado con
declarar la vacancia de la Presidencia, la oposición pasa sus días en el diálogo
con la OEA y en el intento estéril de buscarle algún sentido al Parlamento.
Sin duda, su permanencia en el Congreso, especialmente la de los sectores de
discurso más radical, resta a la oposición todavía más fuerza y credibilidad ante
distintos sectores de la opinión pública. Más aún cuando ese espacio es el centro
privilegiado de su acción política, desde la década del noventa casi
exclusivamente parlamentaria.
Como es obvio, la oposición está muy lejos de asumir que superar el divorcio
entre la sociedad y la política, entre la movilización y la protesta de la gente en la
calle y su actuación entre los márgenes del régimen político, constituye su desafío
fundamental. Atrapada entre las formas cada vez más vacías de contenido,
reducida la política a los gestos y maneras parlamentarias, es incapaz de aparecer
como una alternativa protagónica que defina un escenario distinto al que dibuja
cotidianamente, cada vez con más sobresaltos, el gobierno.
En el escenario actual, las evidentes debilidades de la oposición política han
terminado por convertirse en una ventaja para el gobierno, al no representar
ningún peligro real para este último.
desco / Revista Quehacer Nro. 125 / Jul. – Ago. 2000
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