Selección de Lecturas de Filosofía II Introducción al Pensamiento Ético y Estético Profesor Joel García Rivero. -1- Selección de Lecturas de Filosofía II TEMA 1. QUÉ ES EL SER HUMANO El hombre es persona, José Rubén Sanabria………………….…….3 Págs. TEMA 2. CONCEPCIÓN FILOSÓFICA DEL SER HUMANO ¿Qué es el hombre?, Mercedes Garzón………………………………9 No se nace mujer, se llega a serlo, Simone de Beauvoir…………..11 El Leviatán, Thomas Hobbes……………………………………….….12 Diversos conceptos del hombre, Gustavo Escobar Valenzuela……...13 TEMA 3. POR QUÉ LOS SERES HUMANOS SOMOS SUJETOS MORALES Esencia de la moral, Antonio Raluy Ballus……………………………..20 Moral y moralidad, Adolfo Sánchez Vázquez………………………......24 ¿Por qué la manzana de Adán se nos queda atravesada en la garganta? Michel Onfray…………………………..25 Desnudos en un jardín, El Génesis; La Biblia………………………..28 TEMA 4. DIMENSIÓN ÉTICO-MORAL. Ética y filosofía, Mercedes Garzón…………………………………….29 Concepto de Ética, Gustavo Escobar Valenzuela…………………..30 Problemas morales y problemas éticos, A. Sánchez Vázquez……....33 TEMA 5. EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD, EL DEBER Y LOS VALORES. Sobre la esclavitud y la libertad, Dión de Prusa……………………...38 El existencialismo es un humanismo, Jean-Paul Sartre…………….43 ¿Dejarías a tus hijos acceder a las páginas pornográficas de internet? , Michel Onfray…………………………..49 La verdad, casi nunca es bueno decirla, Michel Onfray…………….51 ¿Mentir? ¡Jamás!, Manuel Kant………………………………………..54 TEMA 6. ¿CÓMO SE APLICAN LAS TEORÍAS ÉTICAS EN ALGUNOS DE LOS PRINCIPALES PROBLEMAS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA? Responsabilidad moral y libertad, Adolfo Sánchez Vázquez…………56 La valoración moral, Adolfo Sánchez Vázquez………………………….67 TEMA 7. ÉTICA APLICADA. La moral como contranaturaleza, Federico Nietzsche.......................82 Los que quieren «mejorar» a la humanidad, Federico Nietzsche……85 TEMA 8. ¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA Y LAS IMPLICACIONES DE LA DIMENSIÓN ESTÉTICA EN EL SER HUMANO? ¿Hace falta siempre un descodificador para entender una obra de arte?, Michel Onfray……………………………………….87 TEMA 9. EL PROBLEMA DE LA SENSIBILIDAD Y LA EXPERIENCIA ESTÉTICA ANTE LA NATURALEZA, EL ARTE Y LA TECNOLOGÍA. El aficionado no nace, se hace, Michel Onfray…………………………89 TEMA 10. SUJETO Y OBJETO ESTÉTICOS. Elogio de los individuos rebeldes, Marcel Duchamp………………….90 Cuando el objeto se convierte en arte, Octavio Paz…………….……..91 -2- Selección de Lecturas de Filosofía II TEMA 1. QUÉ ES EL SER HUMANO EL HOMBRE ES PERSONA1 Actualmente el hombre es el punto de partida de la Filosofía. Afortunadamente. Es Filosofía del hombre. La persona es el centro de donde surgen los problemas que preocupan al mundo. La persona es el objeto de la Filosofía porque la persona es la síntesis misteriosa de materia y espíritu, de tiempo y de eternidad, del yo y del no-yo, de libertad y necesidad. Sin la persona sencillamente no habría Filosofía. ¿Qué es la persona? Etimológicamente persona es máscara, rostro. Del latín persona —máscara. Posteriormente significó el papel que los actores —los actores actuaban con máscara— representaban en el teatro. Finalmente la palabra persona pasó a la Filosofía y significó ―una sustancia individual de naturaleza racional‖2. O también: Sustancia completa intelectual. Ordinariamente se dice que el hombre es un compuesto de dos elementos: cuerpo y espíritu. Sin embargo, la realidad es que la persona humana es una biunidad o una unidad plural. Así dice el Dr. P. Chauchard: ―el hombre no tiene un cuerpo y un alma, es un cuerpo que piensa y actúa... No tiene un cuerpo y un alma, existe y es simultáneamente cuerpo y alma, unidad compuesta‖3 Lo principal de la unidad psicosomática — la persona— es el espíritu. El espíritu es tanto más él mismo cuanto más consciente. No que espíritu y conciencia se identifiquen —muchas veces no tenemos conciencia y no por eso dejamos de ser espíritu —sino que la conciencia es la vida del espíritu. De este modo el espíritu, como conciencia, actúa de tres maneras: a) Conciencia de lo universal: razón; b) Conciencia de sí: reflexión; c) Conciencia de los valores: apreciación. La razón es propia del hombre. Es lo que lo distingue del animal. La razón es la 1 Sanabria, José Rubén, Ética, Porrúa, México, 1956, pp. 51-55 2 Boecio, Líber de persona et duabus naturís, c. 3. ML 64, 1343. 3 Lacréationevolutive, Spes, París, 1957, pp. 116-117. -3- Selección de Lecturas de Filosofía II facultad de lo universal. Capta la esencia de las cosas: los sentidos captan los fenómenos —lo sensible, lo que cambia—, la razón capta lo que es. Identifica los entes al descubrir su esencia. La razón es conciencia unificadora porque es visión: la conciencia racional capta la noción color, desligada de todo objeto coloreado. Y va más allá; no sólo capta las relaciones de semejanza sino que capta cualquier relación: la razón es la facultad de la relación. Entonces la conciencia es conciencia de las esencias y conciencia de las relaciones universales porque tiene la capacidad de abstracción. Por la razón el espíritu va más allá de lo real concreto: abstracción de lo singular en la visión de lo permanente; abstracción de lo sensible en la visión de lo inteligible; abstracción de lo múltiple en la visión de la unidad; abstracción del ser en la visión de los entes. La razón es exigencia de unidad.4 La razón, en su actividad primera, es conciencia de la unidad. Es visión de lo inteligible, de lo universal, de lo que esté más allá del tiempo y del espacio. El pensamiento se manifiesta no sólo por la razón sino ante todo por la visión de mi propio yo. No hay pensamiento sin un yo pensante. La conciencia es un centro original que refiere a si mismo todos los actos de pensamiento. El centro es el yo; la referencia es la reflexión. La reflexión es, pues, el volver del sujeto sobre sí mismo por el que se conoce como origen de su pensamiento. Este volver es una intuición en la que el yo esté presente a sí mismo. Esta es una característica propia del espíritu. La materia no se conoce: el ojo, por ejemplo, no se ve porque esté orientado hacia afuera; la conciencia se ve porque, aunque se dirija hacia afuera, se da cuenta de que es fuente incesante de su actividad y de que se dirige hacia los objetos. Los objetos—dicen Hegel y Sartre—son en-sí; la conciencia es para-si. El para-sí es el ser transparente a sí mismo y que vive en su intimidad; el en-sí es el ser opaco y ciego que nunca se puede ver a sí mismo. La primera actividad del espíritu— conocimiento de las esencias—es objetiva; la segunda actividad—conocimiento de su propia esencia—es subjetiva, de modo que conocerse y conocerse conociendo son lo mismo, es decir, la conciencia es 4 Cfr. I. Gobry: La personne, PUF., París, 1966, pp. 5-7. -4- Selección de Lecturas de Filosofía II simultáneamente, en una sola intuición, conciencia de sí y conciencia de la conciencia de sí. No se confundan reflexión e introspección: la primera es ontológica; la segunda es psicológica; la reflexión es una actividad espontánea; la introspección es un método psicológico. La reflexión es—como dijo Bergson a otro propósito— ―la atención que el espíritu se presta a sí mismo‖5 En la reflexión lo psíquico y lo ontológico se identifican puesto que la reflexión es una actividad inmediata por la cual el sujeto capta su propia actividad sin que haya distinción entre sujeto y actividad. Conciencia de los valores—El espíritu no queda definido porta conciencia de sí. La conciencia de lo universal y la conciencia de sí no tienen sentido si no son manifestación de otra actividad: la apreciación. Por la razón, el espíritu se orienta hacia lo objetivo; por la reflexión se orienta hacia lo subjetivo. Pero falta la síntesis. Aunque la orientación hacia un objeto es orientación de un sujeto, y la actividad cognoscitiva del sujeto es siempre actividad que implica un objeto, sin embargo, la apreciación es la reconciliación—la síntesis—de lo subjetivo y de lo objetivo porque el valor es lo que el sujeto capta en un objeto. Así la apreciación supera, une y completa las -otras dos formas de conciencia espiritual. Las supera porque ya no es conciencia del ser ni conciencia del yo sino que es justificación del ser. Las une porque es la síntesis de sujeto y objeto.. Las completa porque da a cada una de ellas sentido y orientación. La conciencia, mediante la apreciación, es decir, a través de los valores, se orienta hacia la acción. De esta manera el espíritu es conciencia ontológica, conciencia psicológica y conciencia axiológica. O si quiere, el espíritu es ente, conciencia y valor. Y en tanto conciencia el espíritu se opone a la materia como lo abierto se opone a lo cerrado, la comunicación a la soledad, lo dinámico a lo estático, el para-sí al en-si, el sujeto al objeto. O sea que la persona— el espíritu—es apertura, comunicación, dinamismo, interioridad. Así N. Berdiaev ha dicho que ―el 5 La pensée ef le mouvement, Alean,París. 1934, p. 85. -5- Selección de Lecturas de Filosofía II espíritu no es ni naturaleza, ni objeto, ni ser, él es sujeto, acto, libertad‖ 6 El espíritu, entonces, es trascendencia. Esto significa que el espíritu está más allá, es diferente de la materia, es de otro orden. Y es que el espíritu es valor y valora. El ente material y el viviente son indiferentes. El espíritu, en cambio, por ser trascendente, no puede ser indiferente ni siquiera a lo indiferente. El espíritu es de otro orden que la extensión. Esta propiedad de la materia es atributo de los cuerpos. En la extensión todas las partes de la materia están yuxtapuestas y cada una ocupa un determinado lugar, el espíritu, en cambio, al concebir la extensión esté présenle en todas las partes yuxtapuestas y distingue la esencia del cuerpo. El espíritu descubre el valor en el dato, la idea en la palabra, el sentido en el chiste. El espíritu tiene funciones múltiples sin dejar de ser él mismo. El espíritu es de otro orden que la duración. El animal no puede captar ni el ayer ni el mañana: no tiene remordimiento ni esperanza porque sólo tiene conciencia momentánea del hoy. Pero si no conoce ni pasado ni porvenir, no conoce el tiempo porque el tiempo se extiende en tres dimensiones. Conocer la duración es conocer la extensión sucesiva de los instantes. Entonces para conocer la duración —el tiempo—es necesario estar fuera del tiempo. Entonces la persona es espíritu. Pero no solamente. El ente material es exterioridad, movimiento, un perpetuo ser-otro. El hombre como persona, es esencialmente auto-estante, sí-mismo, interioridad. En el ente material hay pura exterioridad - o si se quiere, hay también interioridad inconsciente -; en el hombre hay implicación de exterioridad e interioridad. El hombre es apertura cerrada o cerrazón abierta, exterioridad íntima o intimidad externa. Por lo mismo la persona es comunicación, es ser-en-sí-mismo abierto. La autonomía de la persona exige relacionarse con las demás personas: autonomía y comunicación se implican. La intimidad se perfecciona en la relación con el otro. La comunicación es enriquecimiento espiritual porque la persona humana, por ser imperfecta, necesita de los demás. De esta manera no puede 6 De l'esdavage et de la liberté del'homme, Aubier, París, 1946, p. 81 -6- Selección de Lecturas de Filosofía II haber «yo» sin un «tú»; la persona necesita otra persona «reciprocidad de las conciencias». Por ello se ha dicho que «el hombre se torna un Yo a través del Tú»7. Entonces quien dice persona dice «alteridad». El ser si-mismo es un diálogo abierto que respeta y acoge al «tú». La persona es un «yo» auténtico sólo cuando acepta al otro como un «tú» y los dos se unen para formar un «nosotros». Este encuentro de dos personas puede ser un signo de contingencia, puede surgir de una limitación, pero es más bien una manifestación de la riqueza del espíritu. Este dar y recibir no es como intercambiar objetos: en el diálogo espiritual lo que se da sigue siendo propiedad del donante, lo mismo que lo que se recibe. Por ejemplo, en un regalo material —expresión de la intersubjetividad—, el regalo es algo mío porque yo soy algo tuyo, y se convierte en algo nuestro porque nosotros expresamos una unión espiritual. ―Más aún: en el dar y recibir intersubjetivos, lo importante no es el hecho de dar «algo» sino de «darse» uno totalmente, de tal modo que un sujeto es «de» el otro y está «en» el otro. Si este «darse» uno supusiera la satisfacción de una necesidad sufrida por otro, este último convertiría al sujeto que «se daba a sí mismo» en su propiedad exclusiva. Esto supondría la destrucción, la aniquilación del donante‖8. Por ello el intercambio de regalos tiene un significado profundo: es el hecho de darme al otro como el otro se me da en cierto modo. El regalo, como signo material, simboliza el don espiritual. Rechazar un regalo porque «ya lo tengo» es rechazar no el regalo, sino al otro, es despreciar al donante simbolizado en el regalo. Automatización de la persona. Ser persona no es algo ya definitivo, algo dado ya para siempre. La autoposesión siempre esté en estado de realización. El desarrollo dinámico de la autoposesión es la manifestación de un no—ser— todavía, de un devenir activo, de un ente que se dirige a una progresiva sustantividad. Es decir, que el hombre siempre está en camino de ser persona, tiene la tarea de tender cada día a una personalización más vigorosa. Cuando decimos: «alguien es persona», la frase no significa lo actual del hombre, lo que 7 8 M. Buber, Yo y Tú, Hueva Visión, Bs.Aires, 1969, p. 30 M. G. Plattel, Filosofía Social, Sigúeme, Salamanca, 1967, pp. 76-77 -7- Selección de Lecturas de Filosofía II «ya es», sino que estamos apuntando su tarea esencial en la vida— su quehacer humano—: encaminarse siempre hacia la autoposesión, hacia la personalización. En el mundo de la materia se dan la resistencia y la conquista. Un ente material, para autoafíanzarse, para autoafírmarse, necesita excluir a los demás. Para llegará ser algo positivo tiene que imponerse a los otros. Su actividad consiste, por una parte, en un rechazo del otro, pero, por otra, en una conquista de ese otro. Una planta, por ejemplo, sólo puede subsistir dominando al otro y empleándolo para su alimento. El animal experimenta su «ambiente» sólo referido a él mismo, como presa o como amenaza. Claro que a veces hay en el mundo animal cierta apertura al otro, como es, por ejemplo, el caso de las relaciones entre macho y hembra, pero entonces no hay apertura consciente sino puramente instintiva, no procede de la individualidad sino en provecho de la especie. Dos sustancias químicas o se rechazan o se fusionan pero al fusionarse pierden sus propias características y se convierten en una sustancia nueva. El hombre como persona, trasciende el mundo de las oposiciones. No se desarrolla a costa de los demás, antes bien deviene él-mismo cuando ofrece al otro su propia perfección. Lo que el ente material cede al otro es una pérdida; lo que el hombre, como ente espiritual, cede al otro es un enriquecimiento. En el mundo material, devenires siempre dirigirse hacia sí mismo; en el mundo espiritual del hombre, el devenir es dirigirse hacia sí-mismo y hacia los demás, es enriquecerse mutuamente. Así el desinterés, el altruismo, la generosidad, son características de la actividad auténticamente humana. Estas características se dan—deben darse —en cualquier actividad humana, aun en la pragmática, pero aparecen con más evidencia en la actividad ética. La actividad humana por excelencia es la actividad ética que es la realización desinteresada del bien. El bien ético perfecciona al hombre cerno persona. El bien ético no tiene valor porque perfecciona al hombre; antes bien, porque es valioso en sí perfecciona al hombre. La actividad específicamente humana está dirigida, pues, al amor. Cuanto mayor es la entrega del espíritu al amor, mayor es la profundidad del encuentro consigo mismo. El amor es la más excelsa y profunda -8- Selección de Lecturas de Filosofía II manifestación de la dignidad de la persona. De cualquier manera el hombre, como persona, es, corno dice J. P. Sartre a otro propósito— ―un ser que no-es-lo-que-es y que es-lo-que-no-es‖9. TEMA 2. CONCEPCIÓN FILOSÓFICA DEL SER HUMANO ¿QUÉ ES EL HOMBRE?10 La primera característica que podemos señalar acerca del hombre es que se ha elevado de la naturaleza, en la cual no encuentra ya un puro satisfactor de sus necesidades, un puro medio de satisfacer sus instintos. El animal no se detiene ante las cosas que encuentra; si le sirven para satisfacer un instinto, sacia éste y una vez satisfecho abandona el objeto; si no le es útil, simplemente pasa de largo. El hombre contempla el mundo como un espectáculo inmenso al que tiene que dar un orden y al que tiene que unificar para escapar a la desesperación que provoca lo ilimitado y adverso. El hombre se distingue del animal, porque antes de hacer algo y de poder enfrentarse a algo, e incluso para utilizar algo con el fin de satisfacerse, necesita tener antes en su mente un plan, un esquema; el peor arquitecto se distingue de la mejor abeja que construye su panal, en que ésta tiene ya dada en su naturaleza la solución; el hombre en cambio tiene que inventarlo todo, tiene que ser creador de sus obras antes de llevarlas a cabo. El hombre es creador, no sólo de sí mismo sino del mundo que lo rodea. Así, el mundo creado por el hombre, no es el mundo natural; es el mundo histórico, que se transforma y cambia constantemente. El mundo cultural — política, economía, organización social, naturaleza humanizada— es creación del hombre. El mismo mundo que el hombre como especia crea, es el que en cada momento histórico se presenta como distinto al hombre, y es el que trata de explicarse y unificar con mayor urgencia. Para el primitivo, es la naturaleza inmensa el origen del temor; así, las primeras explicaciones tienden a darle un 9 El Ser y la Nada, Ibero-Americana. Buenos Aires, 1949, t. 3, p. Garzón, Mercedes, Ética y Sociedad, ANIMES. 1976.pp. 13-15 10 -9- Selección de Lecturas de Filosofía II sentido a ese todo natural. Pero esa naturaleza al tomar contacto con el hombre es ya cultura pues es naturaleza trabajada y explicada por un ente que no es ya naturaleza pura, y así es naturaleza humanizada. En el intento por explicar esta naturaleza y de buscar seguridad frente a ella se encuentra el origen de la poesía, la religión, el mito, la ciencia y la filosofía. El hombre es un ente histórico, pues él transforma la naturaleza y transformándola se transforma a sí mismo. Ser hombre es enfrentarse a la naturaleza para apropiársela; la diferencia entre el animal y el hombre es ésta: cuando un ser natural se sirve de la naturaleza y la utiliza con planes por él pensados, nace el hombre. Así, podemos decir que el hombre nace con el primer instrumento de trabajo, por rudimentario que sea, y con ellos nace la necesidad de explicarse el todo del mundo; el hombre nace cuando un ente natural crea cultura. El trabajo es el origen del hombre. Por otra parte, la distinción entre animal y hombre, no es sólo la tradicional aristotélica del hombre como «animal racional», pues no es únicamente la razón lo que los distingue. La razón es sólo un componente del hombre, pero toda ¡a naturaleza—emocional, afectiva, instintiva — es distinta de la del animal. Todas ¡as características del animal se encuentran en el hombre pero transformadas en naturaleza humanizada y son, así, formas culturales e históricas. La filosofía, la religión, la ciencia, etc., no tienen su origen únicamente en la razón del hombre; nacen también de sus necesidades emocionales y afectivas. La desconfianza en la razón, incluso, es el origen de la mística y de la filosofía llamada irracionalista. Diremos que el hombre es el creador de sí mismo y recreador del universo natural: que ser inventor y trabajador es ser creador. Los productos humanos desde ¡a más ruda punta de flecha hasta los satélites y bombas atómicas, son la «mostración» palpable (no la demostración siempre discutible) de que el hombre es creador. Además, esta producción de objetos se realiza socialmente; es decir, el hombre es un ser social, un ser que vive con otros hombres y que necesita de esta relación para poder ser tal. La dimensión del acto humano. En el acto del animal, existe un ajustamiento completo con el medio en que actúa; -10- Selección de Lecturas de Filosofía II sus instintos le han dicho ya cómo actuar en cada caso. A este carácter del acto lo llamaremos «justeza»; es la característica del acto en la cual, la situación estimulante de un lado y la capacidad biológica de otro, determinan unívocamente, una respuesta. El hombre, ante un estímulo, no sabe cómo actuar; sabe únicamente que tiene que actuar dentro de ciertas posibilidades, todas «irreales», debe elegir una y hacerla real. Esta es una primera dimensión de la libertad humana, a la que llamaremos ontológica: el hombre tiene que considerar la realidad antes de actuar en ella; esto significa moverse en la «irrealidad» en la cual se forma un esquema del acto y elige las maneras de llevarlo a cabo. El hombre es libre, en esta irrealidad de posibilidades, pues no actúa automáticamente, sino que sabe que tiene que actuar y actúa de la manera que prefiere en vista de algo, y así, del estímulo provocado por la situación nacen las posibilidades del acto. Resumiendo, al animal le está dado el ajustamiento; el hombre tiene que ajustarse, es decir, tiene que elegir un acto, aun cuando sea una sola la posibilidad, puesto que puede elegir el hacer nada. A esta dimensión del acto humano la llamaremos «libertad ontológica», pues pertenece al ser del hombre; si esta dimensión no existe, no podemos hablar de acto humano. Podemos decir que el hombre «está condenado a la libertad», que tiene que ser libre. Porto pronto podemos decir que la libertad es una característica específica del acto humano, la cual proviene de lo que antes llamábamos «sobrenaturalidad del hombre». El hombre es un ente que, si bien en sus características biológicas y físicas pertenece a la naturaleza, está, sin embrago, sobre ella y tiene que explicársela en su totalidad y en cada acto concreto. NO SE NACE MUJER, SE LLEGA A SERLO11. No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho 11 Simone de Beauvoir, El segundo sexo, traducción de Pablo Palant, Ediciones Siglo XX, II, cap. primero, Buenos Aires, 1987. -11- Selección de Lecturas de Filosofía II y el castrado al que se califica como femenino. Solo la mediación de un ajeno puede constituir a un individuo en un Otro. En tanto que existe para sí, el niño no podría captarse como sexualmente diferenciado. Entre las jóvenes y los varones el cuerpo es, en primer lugar, la irradiación de una subjetividad, el instrumento que realiza la comprensión del mundo: el universo es apresado a través de los ojos o las manos, pero no por las partes sexuales. El drama del nacimiento y el del destete se desarrollan de la misma manera en los bebés de ambos sexos que tienen los mismos intereses y placeres; en primer término, la succión es la fuente de sus sensaciones más agradables; después pasan por una fase anal en la que sus mayores satisfacciones están dadas por las funciones excretorias, que les son comunes; su desarrollo genital es análogo; exploran su cuerpo con la misma curiosidad y la misma indiferencia; obtienen el mismo placer incierto del clítoris y del pene; en la medida en que su sensibilidad se objetiva, se vuelve hacia la madre: la piel femenina, suave, lisa y elástica es la que suscita deseos sexuales, y esos deseos son aprehensivos; tanto la niña como el varón abrazan agresivamente a la madre, la palpan y la acarician; tienen los mismos celos si nace otro hijo, y lo manifiestan con las mismas conductas: cólera, enojos, disturbios urinarios; y recurren a las mismas coqueterías para obtener el amor de los adultos. Hasta los doce años la niña es tan robusta como sus hermanos, manifiesta las mismas capacidades intelectuales, y no hay dominio alguno en el cual le esté prohibido rivalizar con ellos. Si mucho antes de la pubertad, y a veces desde su más tierna infancia, se nos presenta como sexualmente especificada, no es porque una serie de misteriosos instintos la destinen ya a la pasividad, la coquetería y la maternidad, sino porque la intervención de terceros en la vida del niño es casi original, y porque desde sus primeros años su vocación le es imperiosamente insuflada. EL HOMBRE LOBO DEL HOMBRE12 12 Thomas Hobbes, Leviatán, I, XIII (1651), edición preparada por C. Moya y A. Escohotado, Ed. Nacional, -12- Selección de Lecturas de Filosofía II Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre. Pues la guerra no consiste solo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida. Y, por tanto, la noción de tiempo debe considerarse en la naturaleza de la guerra; como está en la naturaleza del tiempo atmosférico. Pues así como la naturaleza del mal tiempo no está en un chaparrón o dos, sino en una inclinación hacia la lluvia de muchos días en conjunto, así la naturaleza de la guerra no consiste en el hecho de la lucha, sino en la disposición conocida hacia ella, durante todo el tiempo en que no hay seguridad de lo contrario. Puede resultar extraño para un hombre que no haya sopesado bien estas cosas que la naturaleza disocie de tal manera a los hombres y los haga capaces de invadirse y destruirse mutuamente. Y es posible que, en consecuencia, desee, no confiando en esta inducción derivada de las pasiones, confirmar la misma por experiencia. Medite entonces él, que se arma y trata de ir bien acompañado cuando viaja, que atranca sus puertas cuando se va a dormir, que echa el cerrojo a sus arcones incluso en su casa, y esto sabiendo que hay leyes y empleados públicos armados para vengar todo daño que se la haya hecho, qué opinión tiene de su prójimo cuando cabalga armado, de sus conciudadanos cuando atranca sus puertas, y de sus hijos y servidores cuando echa el cerrojo a sus arcones. ¿No acusa así a la humanidad con sus acciones como lo hago yo con mis palabras? Pero ninguno de nosotros acusa por ello a la naturaleza del hombre. Los deseos, y otras pasiones del hombre, no son en sí mismos pecado. No lo son tampoco las acciones que proceden de esas pasiones, hasta que conocen una ley que las prohíbe. Lo que no pueden saber hasta qué leyes. Ni puede hacerse ley alguna hasta que hayan acordado la persona que lo hará. Madrid, 1980. -13- Selección de Lecturas de Filosofía II DIVERSOS CONCEPTOS DEL HOMBRE13 No se puede realizar un examen completo de los valores y normas que nos rigen si no se tienen en mente las teorías que se han desarrollado acerca de la naturaleza humana. El hombre como objeto de estudio ha sido abordado por diversas ciencias. ―Tan sólo en lo que va del siglo se ha enriquecido enormemente el conocimiento de los aspectos biológicos del hombre y, en particular, la constitución y funcionamiento del sistema nervioso y las glándulas de secreción interna. Al conocimiento estrictamente biológico se ha agregado el aporte de la psicología, la sociología, la antropología cultural, la lingüística y muchas otras ramas de las llamadas ciencias sociales.‖14 Sin duda, todas estas ciencias nos proporcionan valiosos datos sobre la naturaleza del hombre. A diferencia de estas ciencias, la antropología filosófica aspira a damos una visión más global o integral del ser humano. Como disciplina filosófica trasciende los hechos empíricos para intentar dar cuenta del sentido todo de la vida humana. De esta manera, la antropología filosófica para un filósofo como Max Scheler es ―una ciencia fundamental de la esencia y de la estructura esencial del hombre; de su relación con los reinos de la naturaleza (inorgánico, vegetal, animal) y con el fundamento de todas las cosas; de su origen metafísico y de su comienzo físico, psíquico y espiritual en el mundo‖15. Dentro de las teorías filosóficas que se han desarrollado sobre el hombre, podemos mencionarlas siguientes: Teoría clásica del hombre (teoría del homo sapiens). Esta teoría define al hombre como un «animal racional». Se basa en lo que la lógica tradicional llama «género próximo y diferencia específica». De acuerdo con esto, el género más próximo del concepto hombre es la animalidad, pero lo que lo diferencia de los demás animales o seres vivientes es la «racionalidad», o sea, la capacidad de comprender, de abstraer o de retener nociones universales llamadas conceptos 13 14 15 Gustavo Escobar Valenzuela, Ética, Mc Graw Hill, México, 1992, pp. 79-91 Marías, Julián: El Tema del hombre. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1941 Scheler, Max: El Puesto del Hombre en el Cosmos, Buenos Aires, Losada, 1960 -14- Selección de Lecturas de Filosofía II como la idea de «hombre», de «ciencia», de «moral», etcétera. La teoría que hemos llamado «clásica» del hombre cobra, primeramente, expresión en los filósofos de la antigüedad griega como: Sócrates, Platón y Aristóteles. Más tarde, la concepción del hombre como un ser eminentemente racional, se desarrolla en la época moderna con autores como: Descartes y Galileo, que conciben la razón matemática como el paradigma de la racionalidad, la cual oponen a los caducos métodos escolásticos basados en el «principio de autoridad». Tenemos, así, que la razón es lo que permite separar al hombre del animal. Teoría del homo faber. Define al hombre como un ser práctico y se desarrolla en teorías naturalistas, en el positivismo y en el pragmatismo, fundamentalmente. Según esta teoría no hay una diferencia esencial entre el ser humano y el animal; sólo encontramos, entre ambos, diferencias de grado; es decir, en el hombre se dan los mismos elementos que en los demás seres vivos, pero difiere de éstos en que, en el hombre, se manifiestan en una forma más compleja y desarrollada. Cabe añadir que esta doctrina tiene su origen en Demócrito y Epicuro y adquiere renovado impulso en la edad moderna con Sacón, Hume, Mili, Comte y Spencer. La teoría evolucionista de Darwin y Lamarck le dio un sostén científico, con diferencias en puntos menores, es recogida por el pragmatismo y recibe un nuevo cuño en manos de Freud y Adler. En la época moderna, con Francis Bacón (15611626), se vislumbra, por ejemplo, esta concepción del hombre —que hemos llamado teoría del homo faber— como un ser capaz de dominar y aprovechar óptimamente el medio ambiente. El hombre —dice Bacón en su obra Novum Organum— ministro e intérprete de la naturaleza, sólo hace y entiende en la medida en que ha observado, por la experiencia o por la reflexión del orden de la naturaleza. X agrega el filósofo inglés que ―a la naturaleza no se le vence más que obedeciéndola‖ Teoría del hombre como animal simbólico. Este concepto es propuesto por el filósofo neokantiano alemán Ernst Cassirer (1874-1945), principalmente en sus obras Filosofía de las ―Formas Simbólicas y Antropología Filosófica‖. Para definir -15- Selección de Lecturas de Filosofía II al hombre se pueden establecer dos criterios, uno que consistiría en caracterizar al hombre a partir de sus estados psicológicos (pasiones, ideas, creencias, decisiones, preferencias, etc.); y otro que centra su atención no ya en la forma en que el hombre quiere, piensa o; siente, sino en su obra, en lo que hizo a lo; largo de la historia (definición funcional; del hombre). Este segundo camino o criterio es el que escoge Cassirer para definir al hombre. De acuerdo con él, el hombre es un «animal simbólico»; esto es: un ser que no vive, como el animal, en un puro universo físico, sino que construye un universo simbólico formado por el mito, el arte, la religión y todos los demás productos culturales. De tal manera que el hombre no se enfrenta con la realidad en una forma directa, sino a través de sus propias creaciones. El hombre está inmerso en sus propios símbolos de tal suerte que no puede ver nada, sino a través de esta urdimbre simbólica. Esto es así tanto en el orden teórico como en el práctico. En el aspecto práctico, bs hechos no lo afectan, sino sus propios temores, esperanzas, ilusiones. «Lo que perturba y alarma al hombre —dice Epicteto— no son las cosas, sino sus opiniones y figuraciones sobre las cosas.» Si bien en el animal encontramos un lenguaje, éste es—dice Cassirer— emotivo y no proposicional como en el caso del hombre. En el lenguaje animal falta un elemento que caracteriza esencialmente el lenguaje humano: los signos que tienen una referencia objetiva o un sentido. Así, para Cassirer, la diferencia entre lenguaje proposicional y lenguaje emotivo representa la verdadera frontera entre el mundo humano y el animal. Teoría marxista del hombre. Otro importante concepto del hombre lo encontramos en la tesis de Carlos Marx (1818-1883), quien es defensor de un humanismo realista; según él, el hombre es el protagonista de la Historia. En La Sagrada Familia, Marx considera que «la Historia no hace nada; no posee ningún poder enorme; no interviene en ninguna lucha, es el hombre, en cambio, el hombre efectivo y viviente el que lo ha hecho todo, el que posee, el que combate. La Historia no es una realidad cualquiera que se sirve del hombre como de un medio para alcanzar sus propios fines, como si fuese una persona existente por sí -16- Selección de Lecturas de Filosofía II misma; no es otra cosa que la actividad del hombre en persecución de sus fines». La Antropología marxista hace hincapié en el carácter activo y transformador del hombre. El hombre es un ser productor, transformador y creador; mediante su trabajo (trabajo humano) transforma la naturaleza exterior, se plasma en ella y, a la vez, crea un mundo a su medida. Según Marx, es la acción del hombre lo que interviene continuamente, lo que determina el conocimiento y la misma constitución espiritual propia, formándola y transformándola ininterrumpidamente. En la Ideología alemana Marx afirma: ―Debemos comenzar reconociendo el primer supuesto de toda existencia humana, y, por lo tanto, también de toda historia, esto es, que los hombres deben estar en condiciones de vivir para poder ―hacer historia‖. Pero para vivir es necesario comer, beber, tener una habitación, un vestido y algunas otras cosas. El primer hecho histórico es, pues, la producción de los medios para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la misma vida material, y sin duda alguna, éste es un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que aún hoy, lo mismo que millares de años atrás, debe realizarse cada día y cada hora sólo para mantener en vida a los hombres... En consecuencia, la primera exigencia de toda concepción histórica es que se observe este hecho fundamental en todo su; significado y en todo su alcance y se lo; haga llegar al reconocimiento de sus; derechos.‖ Además de ser un ser activo y productor, el hombre es un ser social. Sólo produce, produciendo a su vez determinadas relaciones sociales (relaciones de producción) sobre las cuales se elevan las demás relaciones humanas. «El hombre, dice Marx, es un zoon politikon en el sentido más literal: no sólo es un animal social, sino también un animal que no puede singularizarse sino en la sociedad.» Como un ejemplo de carácter productivo del hombre (teoría del homo faber), está el pequeño e interesante ensayo de Federico Engels: ―El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre‖16. Comienza diciendo Engels que el trabajo es la fuente de toda riqueza, «es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos 16 Engels, Federico: El Papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. México, Ediciones Cultura Popular (existen otras ediciones), 1972 -17- Selección de Lecturas de Filosofía II decir que el trabajo ha creado al propio hombre». Esta última frase constituye la tesis central de Engels: el trabajo ha creado al hombre; apoyándose en la teoría darviniana, Engels afirma que en la época terciaría existió una raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada. Estos monos estaban totalmente cubiertos de pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, vivían en los árboles y formaban manadas. Cuando estos monos abandonaron la vida arbórea y adoptaron una posición erecta, se empezó a manifestar el tránsito del mono al hombre. En su nueva vida, las manos de estos primitivos tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. ―Ciertos monos se ayudan de las manos para construir nidos en los árboles; y algunos, como el chimpancé, llegan a construir tejadillos entre las ramas, para defenderse de las inclemencias del tiempo.‖ A pesar de esto, la mano del hombre es mucho más perfecta, gracias al trabajo desarrollado durante centenares de miles de años. ―El número y la disposición general de los huesos y de los músculos son las mismas en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz de ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano de ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese.‖ La mano, dice Engels, no es sólo el órgano del trabajo: es también producto de él. Únicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas operaciones, por la transmisión hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos, los ligamentos y, en un periodo más largo, también por tos huesos, y por la aplicación siempre renovada de estas habilidades heredadas a funciones cada vez más complejas, la mano del hombre ha alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thurwaldsen y a la música de Paganini. Según Engels, la evolución de la mano no es un hecho aislado, sino que repercute en otras partes del organismo. El perfeccionamiento gradual de la mano del hombre y la adaptación concomitante de los pies a la marcha en posición erecta repercutieron indudablemente, en virtud de dicha correlación, sobre otras partes del organismo. -18- Selección de Lecturas de Filosofía II El trabajo mismo contribuyó a la formación de sociedades y en éstas, a su vez, se desarrolló el lenguaje. ―Los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros. La necesidad creó al órgano.‖ ―La comparación —sigue diciendo Engels— con los animales nos muestra que esta explicación del origen del lenguaje a partir del trabajo es la única acertada.‖ Para probar esto, Engels muestra cómo los animales domésticos llegan a comprender cualquier lenguaje y a desarrollar ciertos sentimientos. El trabajo y el lenguaje fueron desarrollando gradualmente el cerebro humano. El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente claridad de conciencia, la capacidad de abstracción y de discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo y la palabra, estimulando más y más su desarrollo. Otro aspecto que contribuyó a la transformación del mono en hombre fue la alimentación adoptada. Según Engels, el consumo de carne explica en gran medida la conversión del mono en hombre. El consumo de carne en la alimentación significó dos nuevos avances: el uso del fuego y la domesticación de animales. Por otro lado, la adaptación del hombre a nuevos climas y ambientes propició nuevas esferas de trabajo que fueron diversificándose, perfeccionándose en sumo grado, desde las formas más rudimentarias hasta las creaciones más sutiles y complicadas. A pesar de que el trabajo ha sido el centro de la vida humana, a tal punto que permite explicar la conversión del mono en nombre, las filosofías de cuño idealista atribuyen el perfeccionamiento humano al pensamiento del hombre, soslayando su actividad. Según esta teoría, lo que distingue al hombre es el trabajo. Lo único que puede hacer el animal es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga a servirle, la domina. Sin embargo, el dominio de la naturaleza ha traído consigo consecuencias imprevistas y muchas veces lamentables. Así, cuando Colón descubrió América no sabía que a la vez daba nueva vida a la esclavitud, desaparecida desde hacía mucho tiempo en Europa. ―Los hombres, que en los siglos XVII y XVIII trabajaron para crearla máquina de vapor, no sospechaban que estaban creando un instrumento que -19- Selección de Lecturas de Filosofía II habría de subvertir, más que ningún otro, las condiciones sociales en todo el mundo, y que, sobre todo en Europa, al concentrar la riqueza en manos de una minoría y al privar de toda propiedad a la inmensa mayoría de la población, habría de proporcionar primero el dominio social y político a la burguesía y provocaría después la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado‖17 TEMA 3. POR QUÉ LOS SERES HUMANOS SOMOS SUJETOS MORALES ESENCIA DE LA MORAL18 La moral es un conjunto particular de normas cuyas obligaciones, fundadas en aquellos principios y valores que le son propios, exigen por parte de la persona que habrá de actualizarlos en la conducta, un reconocimiento íntimo y adhesión voluntaria, con base en su conciencia, libertad y relaciones sociales contraídas. Parte de los mismos elementos que intervinieron en la definición de moral, tomada como un todo, constituyen la naturaleza del acto moral; pues la moral se integra precisamente tanto con elementos abstractos e ideales: normas, principios y valores que configuran el mundo del «deber ser» o de las obligaciones; como concretos y reales: los actos y hechos de la conducta que forman el mundo fáctico de lo que es, fue, o será moral (fáctico: del latín factum; lo que es de hecho) es decir, el mundo que presupone las dos categorías básicas de la realidad: el espacio y el tiempo, pero que traducidas al ámbito de la existencia humana equivalen respectivamente a su dimensión social e histórica. Es necesario, por tanto, observar que la moral se constituye esencialmente con ambos aspectos y no sólo con el de las normas, principios y valores, como habitualmente se ha venido pensando. Las normas, principios y valores morales existen para entrar de algún modo en contacto con la realidad, aunque nunca se agoten completamente en ella; no existen sólo para ser contemplados; y los hechos de la conducta humana, para 17 Villegas, Abelardo: Violencia y racionalidad. Ensayos de Filosofía política. México, Universidad Autónoma Metropolitana. [Col. Cultura Universitaria, serie Ensayos núm. 30,1986. 18 Antonio Raluy Ballus, Ética. Publicaciones Cultural, 2a. Reimpresión, México, 1991.pp. 64-75. -20- Selección de Lecturas de Filosofía II adquirir algún sentido propio, requieren forzosamente de la participación de ese mundo normativo. Así pues, la moral se divide en dos dimensiones fundamentales, por un lado: las normas y valores que apuntan a la esfera de los actos; por el otro, la de los actos propiamente dichos que no podrían existir con sentido humano sin los primeros. De ahí que la definición de unas y otros se impliquen tan estrecha y recíprocamente. ELEMENTOS QUE ESTRUCTURAN EL ACTO MORAL La Conciencia moral El término conciencia, entendido en su uso ético designa la relación que es capaz de establecer el alma consigo misma, dando lugar a un tipo privilegiado de conocimiento, por la capacidad que ésta posee de autojuzgarse moralmente al distinguir y comprender el sentido axíológico de la conducta. Esta noción filosófica es más profunda que el uso común de entenderla exclusivamente como conocimiento de los propios estados internos, obtenido a través de lo que se denominaría: la percepción sensible de los estados emocionales (deseos, afecciones, estados anímicos) relacionada con la percepción externa, y que la psicología trata de elevar a conocimiento científico. El concepto filosófico de conciencia equivale por lo tanto, al de la conciencia normativa de la moral, que podríamos delimitar como un producto más espiritual que psíquico o sensible, dada la facultad que posee nuestro yo interno de comprender el valor implícito en las normas y la consiguiente necesidad de cumplir su mandato a través de los actos que fueran consecuentes con él. La conciencia moral es la que en esencia nos constituye como personas individuales. La facultad de decidir, en relación al valor que habrá de iluminarla situación particular en que estemos envueltos, y de elegir la norma adecuada al caso concreto, dentro del sentido crítico que acompaña a estas decisiones y elecciones, es lo que hace de la conciencia moral el estrato más íntimo de nuestra existencia individual como personas. No olvidemos que a la conciencia moral no la concebimos desligada por completo de la conciencia religiosa, y ella presenta -21- Selección de Lecturas de Filosofía II como pensó Kierkegaard un nivel todavía más profundo de individualidad. No hay situación más íntima y solitaria para el hombre, nos dice el gran fundador del existencialismo cristiano, que el momento en que nos decidimos a invocar a Dios desde el fondo de nuestras sinceras plegarias y oraciones. Por otra parte, es necesario tener presente que la conciencia, entendida en términos generales como conocimiento y en su sentido ético como conciencia moral, es el requisito previo y fundamental de nuestra libertad. Sin lugar a dudas, la conciencia es condición de posibilidad para la existencia de nuestro ser libre; pero, ¿estas modalidades de nuestra naturaleza se implican a tal grado que permitieran afirmar: a mayor conocimiento, mayor conciencia y por tanto, mayor libertad?, ¿la relación entre ellas sería directamente proporcional?, ¿es así de simple?, ¿el conocimiento es razón suficiente de nuestra libertad moral? Todo depende de lo que se entienda por conciencia y conocimiento. La confusión podría suscitarse en virtud de que no suelen distinguirse los dos aspectos a que nos referimos, el sentido simple del conocimiento no basta para establecer esa relación proporcional; el conocimiento es necesario, pero no suficiente para la formación y desarrollo de la libertad; es indispensable además entender a la conciencia en su sentido ético: como autoconciencia (reflexión). Además, también falta reflexionar acerca de la libertad, la cual supone implícitamente un sentido positivo, es decir, el buen empleo que podamos hacer de ella para realizar actos moralmente buenos; pues sería absurdo que el incremento de la conciencia hubiera de desembocar en un lamentable aumento de libertad negativa, aquella que se ejerce irresponsablemente. Si atendiéramos únicamente al concepto común de la conciencia como conocimiento, no se podría efectuar esa doble distinción entre lo positivo o negativo de la libertad Responsabilidad ¿Somos libres por ser responsables, o responsables por ser libres?, ¿es la libertad efecto de la responsabilidad, o es más bien su causa? No es difícil comprender, a -22- Selección de Lecturas de Filosofía II pesar de la interacción de ambos conceptos, que la libertad tiene prioridad; no puede haber responsabilidad moral sin libertad. Pero, una vez admitida ésta como base, advertiremos que tampoco podría darse, en estricto sentido ético, libertad sin responsabilidad, pues ya hemos señalado que la auténtica libertad es la que se ejerce en forma positiva, es decir, responsablemente. La libertad es el presupuesto básico, es cierto; pero una vez admitida, deberá desenvolverse dentro de los cauces positivos de la responsabilidad, que quiere decir asumir conscientemente el deber y afrontar sus consecuencias. La responsabilidad moral consiste en la necesidad de responder ante el tribunal de la propia conciencia, tanto de los actos externos como de los internos. Puede haber responsabilidad moral sin que se ocasione la jurídica (civil, penal, judicial, etc.) por el solo hecho de nuestros pensamientos e intenciones voluntarias. Asimismo, puede darse el caso contrarío de existiría responsabilidad jurídica sin que medie la moral. La responsabilidad moral se halla condicionada entonces por dos presupuestos básicos: la conciencia y la libertad. Voluntad Otro elemento del acto moral es esta facultad que puede entenderse como la disposición de nuestro espíritu para realizar actos con determinado grado de interés, esfuerzo o pasión; o bien, el deseo encaminado hacia el logro de nuestros fines, elegidos libre y conscientemente así como la intención, el estado de ánimo con que nos decidimos de manera más o menos espontánea a hacer una cosa. Como elementos comunes a todo acto de voluntad se encuentran, por una parte la orientación hacia algo que consideramos valioso y por otra el esfuerzo por lograrlo, con base en nuestros impulsos, tendencias o deseos. La voluntad moral se encuentra situada, lo mismo que la libertad, entre dos zonas en conflicto, de las cuales participa íntimamente: la subconsciencia, con sus motivaciones y la conciencia o deliberación racional de los fines y medios. En cierto sentido la voluntad moral es equivalente a la libertad de decisión, pero no a todo el sentido de la libertad. Puede haber libertad sin voluntad, pero no ésta sin -23- Selección de Lecturas de Filosofía II aquella, cuántas veces no ocurre que las condiciones son propicias, y están dadas para que se manifieste la libertad, pero no existe el ánimo suficiente para realizarlas. Ante una pluralidad de fines podemos elegir los que más deseamos, porque ocurre que los medios idóneos están a nuestro alcance, pero a veces la voluntad de llevarlos a cabo no se presenta. La libertad de decisión tampoco es equivalente a la libertad de pensamiento, como tampoco lo es a la libertad de nuestros deseos o preferencias. Somos libres de pensar, desear y prevenir lo que queramos; sin embargo, la libertad de decisión o voluntad sólo puede ejercerse respecto a los que de algún modo nos son accesibles, ya que la voluntad no puede ni debe desligarse por completo de la relación entre los fines y medios. La voluntad requiere del planteamiento de un fin considerado como valioso, la elección del medio o medios que hemos deliberado como idóneos, y la decisión resuelta de realizarlo para lograr el fin propuesto. La voluntad así entendida es un claro testimonio que revela nuestro poder de autodeterminación. Mediante el ejercicio de la voluntad es como el hombre se siente libre y responsable de sus actos. MORAL Y MORALIDAD19 La moral efectiva comprende no sólo normas o reglas de acción, sino también, como conducta debida, los actos que se ajustan a ellas. O sea, tanto el conjunto de principios, valores y prescripciones que los hombres, en una comunidad dada, consideran válidos como los actos reales en que aquéllos se plasman o encaman. La necesidad de mantener presente esta distinción entre el plano puramente normativo, o ideal, y el láctico, real o práctico, ha llevado a algunos autores a proponer dos términos para designar un plano y otro: moral y moralidad. La «moral» designaría el conjunto de principios, normas, imperativos o ideas morales de una época o una sociedad dadas, en tanto que la «moralidad» haría referencia al conjunto de relaciones efectivas o actos concretos que cobran un significado 19 Adolfo Sánchez Vázquez, Ética, Grijalbo, México, 1997, pp. 57-55 -24- Selección de Lecturas de Filosofía II moral con respecto a la «moral» dada. La moral se daría idealmente; la moralidad, realmente. La «moralidad» sería un ingrediente efectivo de las relaciones humanas concretas (entre los individuos, o entre el individuo y la comunidad). Constituiría un tipo específico de comportamiento de los hombres, y como tal, formaría parte de su existencia individual y colectiva. La distinción entre «moral» y «moralidad» corresponde, pues, a la antes señalada entre lo normativo y lo fáctico, y como ésta, no puede ser pasada por alto. La moral tiende a convertirse en moralidad en virtud de la exigencia de realización que está en la entraña misma de lo normativo, la moralidad es la moral en acción, la moral práctica o practicada. Por ello, tomando en cuenta que no cabe levantar una muralla insalvable entre ambas esferas, creemos que es mejor emplear un sólo término —el de «moral» como suele hacerse tradicionalmente— y no dos. Pero bien entendido que con él se designan los dos planos de que se habla en nuestra definición: el normativo o prescriptivo, y el práctico o efectivo, integrados ambos en la conducta humana concreta. El primero —como habremos de vermes adelante— surge también de la vida real, y vuelve a ella para regular acciones y relaciones humanas concretas; el segundo surge precisamente en la vida real misma en relación con principios o normas, aceptados como válidos por el individuo y por la comunidad, y establecidos y sancionados por ésta, por la costumbre o la tradición. Así, pues, en la moral—que es el término que emplearemos en lo sucesivo— se conjugan lo normativo y lo fáctico, o la moral como hecho de la conciencia individual y social, y como tipo de comportamiento efectivo de los hombres. ¿POR QUÉ LA MANZANA DE ADÁN SE NOS QUEDA ATRAVESADA EN LA GARGANTA?20 Porque el cristianismo ha mantenido la culpabilidad, y a menudo esta nos hace la vida imposible, a nosotros y a la mayor parte de los hombres. Porque siempre 20 Michel Onfray, Antimanual de filosofía. Trad. de Irache Ganuza Fernández. Edaf, Madrid, España, 2008, págs.232-234 -25- Selección de Lecturas de Filosofía II existe una distancia entre la realidad de uno mismo y lo que Freud (1856-1939) llama el ideal del Yo, lo que uno se propone ser sin restricción. Entre nuestros deseos y la realidad existe una profunda fosa. Si se ha colocado el listón muy alto, ya no es una fosa, es un abismo. En ese precipicio se corre el riesgo de no hacer pie, de que se vengan abajo cuerpo y alma. La conciencia desgraciada nace de la confirmación de la distancia mensurable entre nuestra realidad existencial cotidiana y nuestra aspiración a una vida magnífica. Para evitar el sufrimiento, la pena de tener que constatar la extensión de esa separación, los hombres han inventado la negación, el arte de tomarse por lo que no son. Se niegan a hacer funcionar su conciencia con lucidez. Se habla de bovarismo (a imitación de Madame Bovary, de Flaubert) para calificar ese extraño talento que los hombres despliegan con la intención de imaginarse distintos de lo que son. En lugar de aceptar la evidencia de una existencia sin relieve, sin alegría, sin felicidad, sin placer, las individualidades bováricas construyen una personalidad de reemplazo. Toman, se para decirlo en un lenguaje común, sus deseos por la realidad. El cristianismo se adueña de ese doloroso descontento consigo mismo y apoya en ese foco de infección existencial: insiste en la se naturaleza mediocre del hombre marcado por el pecado original, recuerda que la vida es una expiación, un valle de lágrimas, fuerza a aceptar este sufrimiento en relación con la falta de los orígenes -haber preferido el saber a la obediencia, la razón a la fe. La culpabilidad y la mala conciencia nacen de ese acontecimiento: porque la humanidad ha pecado, conoce el dolor de haber cometido la falta. Algunos filósofos laicos, Kant (1724-1804) en particular, retoman esta idea cristiana y la suscriben: estando el hombre hecho de un palo torcido, es imposible tallar en él un recto bastón. No se puede esperar nada perfecto con un material básico impropio de la perfección. Mostrar que los hombres son pecadores, o están marcados por el mal radical, justifica el abismo entre lo real pecaminoso (marcado por el pecado) y el ideal de pureza. Quien tenga -26- Selección de Lecturas de Filosofía II conciencia de esa gran distancia conoce la angustia, el temor, el temblor, el miedo, el descontento, el odio hacia sí mismo, el desprecio de la vida y de su cuerpo. Según la lógica cristiana, los hombres son y seguirán siendo culpables en tanto sigan errando por esta tierra; no existe ningún medio de escapar a este destino trágico, salvo momentáneamente, viviendo conforme a los principios enunciados por los Evangelios. Conciencia desgraciada y respuesta bovárica, pecado original y mal radical, después, refugio en la negación o el desprecio de sí, estas lógicas de huida no parecen felices. Esta teoría genera un malestar en la civilización. La conciencia descontenta de sí produce, como un veneno, una dosis mortal de pulsión de muerte vuelta contra uno mismo o dirigida contra el prójimo. El odio al mundo, a los otros y a sí mismo procede de la mala conciencia y del sentimiento de pecado original encarnado en lo más profundo de la carne. La violencia deriva de esta negatividad sostenida y transmitida por la cultura religiosa que la tradición moral apoya. La mala conciencia asociada a un sentimiento agudo de culpabilidad produce en sus víctimas (con tal de que sean frágiles, de constitución psíquica débil) efectos devastadores. Una mala imagen de sí, una depreciación de sí, un trabajo negativo de la conciencia sobre la idea que uno tiene de sí mismo, que aumenta el riesgo de comportamientos suicidas o mortíferos, agresivos o destructivos. El ideal del Yo impone su ley y hace vivir la conciencia en un estado de sumisión y sujeción perpetua. La presión social, al desarrollar la mala conciencia de un individuo, puede cortar todas sus potencialidades de raíz y sumirlo en una considerable depresión psíquica. La fuerte tendencia adolescente al suicidio procede de esta lógica: una presión social importante (momentánea pero vivida como interminable), la imposibilidad de hacerse un lugar en un mundo violento, brutal, el peso de las expectativas sociales, familiares, parentales, escolares, todo eso mina el temperamento y el carácter. La conciencia cede bajo ese fardo demasiado pesado de llevar. Uno se desprecia, ataca su cuerpo sobrecargándolo de -27- Selección de Lecturas de Filosofía II comida o privándolo de alimento, oscila entre bulimia neurótica y anorexia mental. Obesidad y delgadez excesiva expresan la incapacidad de un ser para encontrar su justo peso, su justo lugar en el mundo. La conciencia yerra entre los imperativos que llueven de todas partes, la culpabilidad trabaja el alma y las ideas negras invaden lo cotidiano. DESNUDOS EN UN JARDÍN21 Andaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, y no sentían rubor el uno del otro. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho Yahvé (Jehová) Dios. Y fue y dijo a la mujer: ―¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?‖. ―No, respondió la mujer a la serpiente; podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Solo del fruto del árbol que está en medio del jardín nos dijo Dios: No comáis de él, ni siquiera lo toquéis, porque de lo contrario moriréis.‖ Replicó la serpiente a la mujer: ―¡Que vais a morir! Al contrario, es que Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal‖. La mujer vio entonces que el árbol era sabroso para comer, bonito de ver y apetecible para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto y comió; se lo dio también a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió. Entonces se abrieron sus ojos y, al darse cuenta de que estaban desnudos, cosieron hojas de higuera y se hicieron unos taparrabos. Oyeron después los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la brisa de la tarde, y el hombre y la mujer se escondieron de su vista entre los árboles del jardín. Pero Yahvé Dios llamó al hombre: ―¿Dónde estás?‖ —le dijo. ―Oí tus pasos en el jardín —respondió el hombre— y, de miedo, porque estaba desnudo, me he escondido.‖ Yahvé Dios replicó: ―¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Será que has comido del árbol que te prohibí comer?‖. Respondió el hombre: ―La mujer que me diste, por compañera, me dio del 21 Libro del Génesis, La Sagrada Biblia en línea; (http://www.librosagrado.com/xaxc-Sagrada-Biblia) Cap. 2, versículo 15 al 25, Cap. 3, versículo1 al 24. -28- Selección de Lecturas de Filosofía II árbol y comí». ―¿Qué es lo que has hecho?» —dijo Yahvé Dios a la mujer. Y ella respondió: ―Es que la serpiente me engañó y fui y comí». Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: ―Por haber hecho eso, maldita seas entre todos los ganados y entre todas las bestias salvajes. Sobre tu vientre te arrastrarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Yo pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza; tu solo acosarás su calcañar‖. A la mujer le dijo: ―Multiplicaré las molestias de tus embarazos; con dolor darás a luz a tus hijos: tu deseo te arrastrará hacia tu marido y él te dominará‖. Al hombre le dijo: ―Por haber escuchado la voz de tu mujer y haber comido del árbol del que te había prohibido comer, ¡maldita sea la tierra por tu culpa! Con fatiga sacarás de ella tu sustento todos los días de tu vida. Ella te dará espinas y cardos y comerás la hierba de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado. Porque eres polvo y al polvo volverás‖. El hombre puso a su mujer el nombre de Eva, porque ella fue la madre de todos los vivientes. Yahvé Dios hizo para el hombre y la mujer unas túnicas de piel, y los vistió. Después dijo: ―¡Ahí está el hombre hecho como uno de nosotros por conocer el bien y el mal! Cuidado, no alargue ahora su mano hasta el árbol de la vida, coma de él y viva para siempre!‖. Así que Yahvé Dios los echó del jardín de Edén. TEMA 4. DIMENSIÓN ÉTICO-MORAL ÉTICA Y FILOSOFÍA22 Se ha visto ya qué es la filosofía y qué es el hombre. Trataremos ahora de relacionar con el hombre la parte de la filosofía en la que más directamente se comprende la vinculación de aquélla con la vida concreta del ente que la fórmula: la Ética. Cuando el hombre hace filosofía, así sea la aparentemente más fría metafísica, está ya viviendo y tratando de responder a su problemática en una 22 Mercedes Garzón, Ética y Sociedad, ANUIES. 1976. pp. 19-20. -29- Selección de Lecturas de Filosofía II situación y un mundo determinados que trata de explicar, en ese sentido, ninguna expresión filosófica es puramente teórica, sino que es práctica y está enraizada en el hombre que la formula, así como en su situación y en su tiempo. Ciertamente, pueden no llegar a preocuparnos los temas de, digamos, la teoría del conocimiento o de la estética; en cambio, cosa distinta sucede con la ética que envuelve nuestro comportamiento a lo largo de toda una vida. Antes de hacer filosofía, o de pensar un tema filosófico, hemos elegido ya, o tenemos que elegir, y hemos hecho ya en buena parte la manera de comportarnos en la vida. Esta elección o costumbre moral que tenemos, ¿no influirá en nuestra manera de reaccionar frente a los problemas metafísicos? No digamos en nosotros, en los filósofos que alguna vez hemos leído, o de los cuales hemos oído hablar y en aquellos en que hemos sido formados, ¿no influirá su posición moral en la forma en que resolvieron problemas ontológicos o teológicos?; en la concepción del hombre y del mundo que tenemos, ¿no habrá en el fondo una decisión moral? Según Fichte y Nietzsche, toda filosofía depende en última instancia de la ética. En rigor, lo que existe es un círculo entre el todo de la filosofía y la ética. La explicación que demos a la totalidad del mundo que enfrentamos está condicionada por nuestra situación en ella y por nuestra actitud moral. La filosofía, como todo lo que hacemos, es una tarea que nos plantea una elección, una decisión que debemos resolver de la misma manera que lo hacemos con todo lo que nos plantea la vida y de manera que esa elección se mantenga a lo largo de toda nuestra vida. Como el objeto de la filosofía es algo que no tenemos la posibilidad de «mostrar» empíricamente, como lo que tratamos de explicar, es la totalidad que permanece escondida, esto es, como la filosofía no es absolutamente «objetiva», las respuestas filosóficas están condicionadas, en última instancia, por intereses éticos. Toda filosofía no es sólo una «visión del mundo», es una forma de vida; vemos de un modo el mundo, y de la manera como lo vemos, actuamos. -30- Selección de Lecturas de Filosofía II CONCEPTO DE ETICA23 Como todo saber, la Ética puede ser analizada etimológicamente, investigando sus raíces lingüísticas. El término ética se deriva de la palabra griega ethos. Parece ser que el primero que usó esta palabra fue el poeta Hornero, quien entendía por ethos: «Lugar habitado por hombres y animales». En este sentido primigenio, un pensador contemporáneo, Martín Heidegger, se refiere al ethos como lugar o morada, por ello dice que la morada o ethos del hombre es el ser. Otra interpretación interesante de la palabra ethos se encuentra en el filósofo griego Zenón de Citio, quien sostiene que el ethos es la fuente de ¡a vida, de la que manan ¡os actos singulares. La acepción más conocida y difundida del vocablo ethos se presenta a partir de Aristóteles, ligado a un conocimiento llamado precisamente Ética. Según esta acepción, ethos significa temperamento, carácter, hábito modo de ser. De acuerdo con el significado etimológico, Ética sería una teoría o un tratado de los hábitos y las costumbres. Una característica del ethos entendido como conjunto de hábitos y maneras de ser del hombre, es su sentido no natural. En efecto, el ethos según la tradición griega, implica una serie de costumbres adquiridas por hábito y no innatas; el ethos significa una conquista del hombre a lo largo de su vida. En este sentido se dice que el ethos constituye una «segunda naturaleza»: se trata de un conjunto de hábitos de los cuales el hombre se apropia, modificando su naturaleza. En relación con esto, recuérdese que Aristóteles distingue entre virtudes éticas o morales y virtudes dianoéticas o intelectuales. Las primeras se generan por una repetición de actos y costumbres: en su Ética nicomaquea Aristóteles dice: ―Una golondrina no hace verano, tampoco un acto virtuoso hace feliz y dichoso al hombre‖.24 Las virtudes éticas son, pues, fruto de la costumbre, se llegan a conquistar por medio de un modo sistemático de vida. Comenta Aristóteles, refiriéndose a las virtudes éticas o morales: ―Las virtudes no nacen en nosotros ni por naturaleza ni contrariamente a la naturaleza, sino que, siendo nosotros naturalmente capaces 23 24 Gustavo Escobar Valenzuela, Ética, Mc Graw Hill, México, 1992, pp. 41-51 Aristóteles: Ética Nicomaquea. México, UNAM, 1963 -31- Selección de Lecturas de Filosofía II de recibirlas, las perfeccionamos en nosotros por la costumbre”25. En cuanto a las virtudes intelectuales o dianoéticas, éstas se fundan en una comprensión racional o intelectual de la conducta. Las virtudes intelectuales, dice Aristóteles, deben su nacimiento y desarrollo sobre todo al magisterio, y por eso requieren de experiencia y tiempo. En Aristóteles, pues, la Ética se encuentra muy ligada a su sentido etimológico. Por Ética entiende una serie de reflexiones sobre el ethos (modos cíe vida, virtudes) y todo lo relacionado con él. Se advierte una relación entre la palabra ethos, acabada de analizar someramente, y la palabra mos, cíe donde deriva moral. El término moral procede del latín mos, que también significa costumbre, hábito, en el sentido de conjunto de normas o reglas adquiridas por medio del hábito. Actualmente se piensa que tanto ethos como mos, si bien nos ubican en el terreno de la Ética (el ámbito de lo humano, actos que el hombre conquista a través de su vida) son imprecisos para definir objetivamente esta disciplina. Una de las limitaciones de la definición etimológica de la Ética (como teoría de hábitos y costumbres) es su generalidad. Puede observarse que en cada época existen en la sociedad, en sus distintos grupos sociales, diversos hábitos y costumbres, pero no todos tienen una significación moral. El mundo de los hábitos y costumbres es bastante complejo y diverso: no todos ellos pueden ser calificados de morales. Observa Xavier Zubiri que ―el vocablo ethos tiene un sentido infinitamente más amplio que el que damos hoy a la palabra ética. Lo ético comprende, ante todo, las disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus costumbres y, naturalmente, también lo moral‖26. Para no caer, entonces, en la amplitud y ambigüedad de la definición etimológica de la Ética, se formulará otra definición, pero ya no a partir de su etimología, sino en relación con su objeto de estudio. El objeto de estudio de la Ética. 25 26 Aristóteles: Ética Nicomaquea. México, UNAM, 1963 Citado por Aranguren, José Luis, op. cit. -32- Selección de Lecturas de Filosofía II Toda ciencia tiene un objeto de estudio llamado campo de investigación, factum (hecho del cual parte), materia de estudio, etc. ¿Cuál es el campo de investigación de la Ética? Como ya se ha mencionado, el lugar de la Ética está en el estudio y comprensión del territorio cultural llamado moral. De acuerdo con esto, puede afirmarse que Ética es la ciencia filosófica encargada de estudiare reflexionar sobre la moral. Pero como la moral tiene un carácter humano y social, puede ampliarse esta definición, diciendo: La Ética es la disciplina filosófica que estudia el comportamiento moral del hombre en sociedad. Respecto de su carácter filosófico, ya se dijo que la Ética es una de las disciplinas filosóficas fundamentales. Algunas ramas de la Filosofía se han derivado de su tronco, como la Psicología. Sin embargo, la Ética sigue considerándose como una ciencia filosófica, pero no una filosofía metafísica y apriorística que se desligue de la experiencia y de los fundamentos históricos y concretos de la cultura. A fin de explicar un poco más nuestra definición, podemos señalar las siguientes características básicas contenidas en la misma: La ética es una rama o parte de la filosofía, su campo de investigación es la moral, el fenómeno moral es una creación exclusiva del hombre, sólo ciertos actos humanos pueden ser calificados de buenos o malos desde el punto de vista de la moral, solamente el hombre tiene un sentido ético o una «conciencia moral». Además, y relacionado con el punto anterior, la moral es un fenómeno eminentemente social, puesto que rige o regula la vida del hombre en la sociedad. Ello significa que la moral no tendría sentido para un hombre que estuviera completamente aislado o desvinculado del medio social, como un «Robinson Crusoe». PROBLEMAS MORALES Y PROBLEMAS ÉTICOS27 En las relaciones cotidianas de unos individuos con otros surgen constantemente problemas como éstos: ¿Debo cumplir la promesa x que hice ayer a mi amigo Y, a pesar de que hoy me doy cuenta de que su cumplimiento me producirá ciertos 27 Adolfo Sánchez Vázquez, Ética, Grijalbo, México, 1997, pp. 15-19 -33- Selección de Lecturas de Filosofía II perjuicios? Si alguien se acerca a mí sospechosamente en la noche y temo que pueda atacarme, ¿debo disparar sobre él, aprovechando que nadie puede observarme, para evitar el riesgo de ser atacado? Con referencia a los actos criminales cometidos por los nazis en la segunda guerra mundial, ¿los soldados que, cumpliendo órdenes militares, los llevaron a cabo, pueden ser condenados moralmente? ¿Debo decir la verdad siempre, o hay ocasiones en que debo mentir? Quien en una guerra de invasión sabe que su amigo Z está colaborando con el enemigo, ¿debe callar, movido por su amistad, o debe denunciarlo como traidor? ¿Podemos considerar que es bueno el hombre que se muestra caritativo con el mendigo que toca a su puerta, y que durante el día —como patrón— explota implacablemente a los obreros y empleados de su empresa? Si un individuo trata de hacer el bien, y las consecuencias de sus actos son negativas para aquellos a los que se proponía favorecer, ya que les causa más daño que beneficio, ¿debemos considerar que ha obrado correctamente, desde un punto de vista moral, cualesquiera que hayan sido los resultados de su acción? En todos estos casos se trata de problemas prácticos, es decir, problemas que se plantean en las relaciones efectivas, reales de unos individuos con otros, o al juzgar ciertas decisiones y acciones de ellos. Se trata, a su vez, de problemas cuya solución no sólo afecta al sujeto que se los plantea, sino también a otra u otras personas que sufrirán las consecuencias de su decisión y de su acción. Las consecuencias pueden afectar a un solo individuo (¿debo decir la verdad o debo mentir a X?); en otros casos, se trata de acciones que afectan a varios de ellos o a grupos sociales (¿debieron cumplir los soldados nazis las órdenes de exterminio de sus superiores?). Finalmente, las consecuencias pueden afectar a una comunidad entera como la nación (¿debo guardar silencio, en nombre de 1S amistad, ante los pasos de un traidor?). En situaciones como las que, por vía de ejemplo, acabamos de enumerar, los individuos se enfrentan a la necesidad de ajustar su conducta a normas que se tienen por más adecuadas o dignas de ser cumplidas. Esas normas son aceptadas íntimamente y reconocidas como obligatorias; de acuerdo con ellas, los -34- Selección de Lecturas de Filosofía II individuos comprenden que tienen el deber de actuar en una u otra dirección. En estos casos decimos que el hombre se comporta moral-mente, y en este comportamiento suyo se pone de manifiesto una serie de rasgos característicos que lo distinguen de otras formas de conducta humana. Acerca de este comportamiento, que es el fruto de una decisión reflexiva, y por tanto no puramente espontáneo o natural, los demás juzgan, conforme también a nor¬mas establecidas, y formulan juicios como éstos: "X hizo bien al mentir en aquellas circunstancias"; "Z debió denunciar a su amigo traidor", etcétera. Así, pues, tenemos por un lado actos o modos de comportarse los hombres ante ciertos problemas que llamamos morales, y, por el otro, juicios con los que dichos actos son aprobados o desaprobados moralmente. Pero, a su vez, tanto los actos como los juicios morales presuponen ciertas normas que señalan lo que se debe hacer. Así, por ejemplo, el juicio "Z debió denunciar a su amigo traidor", presupone la norma "pon los intereses de la patria por encima de la amistad". Nos encontramos, pues, en la vida real con problemas prácticos del tipo de los enumerados a los que nadie puede sustraerse. Y, para resolverlos, los individuos recurren a normas, realizan determinados actos, formulan juicios, y en ocasiones, emplean determinados argumentos o razones para justificar la decisión adoptada, o el paso dado. Todo esto forma parte de un tipo de conducta electiva, tanto de los individuos como de los grupos sociales, y tanto de hoy como de ayer. En efecto, el comportamiento humano práctico-moral, aunque sujeto a cambio de un tiempo a otro y de una a otra sociedad, se remonta a los órdenes mismos del hombre como ser social. A este comportamiento práctico-moral que se da ya en las formas más primitivas de comunidad, sucede posteriormente —muchos milenios después— la reflexión sobre él. Los hombres no sólo actúan moralmente (es decir, se enfrentan a ciertos problemas en sus relaciones mutuas, toman decisiones y realizan ciertos actos para resolverlos, y a la vez juzgan o valoran de un modo u otro esas decisiones y esos actos), sino que también reflexionan sobre ese comportamiento práctico, y lo -35- Selección de Lecturas de Filosofía II hacen objeto de su reflexión o de su pensamiento. Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría moral; o también, de la moral efectiva, vivida, a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los problemas teórico-morales, o éticos. A diferencia de los problemas práctico-morales, los éticos se caracterizan por su generalidad. Si al individuo concreto se le plantea en la vida real una situación dada, el problema de cómo actuar de manera que su acción pueda ser buena, o sea, valiosa moralmente, tendrá que resolverlo por sí mismo con ayuda de una norma que él reconoce y acepta íntimamente. Será inútil •que recurra a la ética con la esperanza de encontrar en ella lo que debe hacer en cada situación concreta. La ética podrá decirle, en general, lo que es una conducta sujeta a normas, o en qué consiste aquello —lo bueno— que persigue la conducta moral, dentro de la cual entra la de un individuo concreto, o la de todos. El problema de qué hacer en cada situación concreta es un problema práctico-moral, no teóricoético. En cambio, definir qué es lo bueno no es un problema moral que corresponda resolver a un individuo con respecto a cada caso particular, sino un problema general de carácter teórico que toca resolver al investigador de la moral, es decir, al ético. Así, por ejemplo, Aristóteles se plantea, en la Antigüedad griega, el problema teórico de definir lo bueno. Su tarea es investigar el contenido de lo bueno, y no determinar lo que el individuo debe hacer en cada caso concreto para que su acto pueda considerarse bueno. Cierto es que esta investigación teórica no deja de tener consecuencias prácticas, pues al definirse qué es lo bueno se está señalando un camino general, en el marco del cual, los hombres pueden orientar su conducta en diversas situaciones particulares. En este sentido, la teoría puede influir en el comportamiento moral-práctico. Pero, ello no obstante, el problema práctico que el individuo tiene que resolver en su vida cotidiana, y el teórico que el investigador ha de resolver sobre la base del material que le brinda la conducta moral efectiva de los hombres, no pueden identificarse. Muchas teorías éticas han girado en torno a la definición de lo bueno, pensando que si sabemos determinar -36- Selección de Lecturas de Filosofía II lo que es, podremos entonces saber lo que debe hacerse o no. Las respuestas acerca de qué sea lo bueno varían, por supuesto, de una teoría a otra: para unos, lo bueno es la felicidad o el placer; para otros, lo útil, el poder, la autoproducción del ser humano, etcétera. Pero, junto a este problema central, se plantean también otros problemas éticos fundamentales, como son los de definir la esencia o rasgos esenciales del comportamiento moral, a diferencia de otras formas de conducta humana, como la religión, la política, el derecho, la actividad científica, el arte, el trato social, etc. El problema de la esencia del acto moral remite a otro problema importantísimo: el de la responsabilidad. Sólo cabe hablar de comportamiento moral, cuando el sujeto que así se comporta es responsable de sus actos, pero esto a su vez entraña el supuesto de que ha podido hacer lo que quería hacer, es decir, de que ha podido elegir entre dos o más alternativas, y actuar de acuerdo con la decisión tomada. El problema de la libertad de la voluntad es, por ello, inseparable del de la responsabilidad. Decidir y obrar en una situación concreta es un problema práctico-moral; pero investigar el modo como se relacionan la responsabilidad moral con la libertad y con el determinismo a que se hallan sujetos nuestros actos, es un problema teórico, cuyo estudio corresponde a la ética. Problemas éticos son también, el de la obligatoriedad moral, es decir, el de la naturaleza y fundamentos de la conducta moral en cuanto conducta debida, así como el de la realización moral, no sólo como empresa individual, sino también como empresa colectiva. Pero en su comportamiento moral-práctico, los hombres no sólo realizan determinados actos, sino que además los juzgan o valoran; es decir, formulan juicios de aprobación o desaprobación de ellos, y se someten consciente y libremente a ciertas normas o reglas de acción. Todo esto toma la forma lógica de ciertos enunciados o proposiciones. Aquí se ofrece a la ética un ancho campo de estudio que, en nuestro tiempo, ha dado lugar a una parte especial de ella a la que se le ha dado el nombre de metaética, y cuya tarea consiste en estudiar la naturaleza, función y justificación de los juicios morales. Un problema metaético fundamental, es justamente este último; es decir, el de examinar si pueden -37- Selección de Lecturas de Filosofía II argüirse razones o argumentos —y, en tal caso, qué tipo de razones o argumentos— para demostrar la validez de un juicio moral, y particularmente de las normas morales. Los problemas teóricos y los prácticos, en el terreno moral, se diferencian, por tanto, pero no se hallan separados por una muralla insalvable. Las soluciones que se den a los primeros no dejan de influir en el planteamiento y solución de los segundos, es decir, en la práctica moral misma; a su vez, los problemas que plantea la moral práctica, vivida, así como sus soluciones, constituyen la materia de reflexión, el hecho al que tiene que volver constantemente la teoría ética, para que ésta sea no una especulación estéril, sino la teoría de un modo efectivo, real, de comportarse el hombre. TEMA 5. EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD, EL DEBER Y LOS VALORES. SOBRE LA ESCLAVITUD Y LA LIBERTAD28 Los hombres desean ser libres más que ninguna otra cosa. Y dicen que la libertad es el mayor de los bienes, como la esclavitud es el más vergonzoso y desdichado de los males. Sin embargo, no saben exactamente en qué consiste ser libre o ser esclavo. Además, no hacen nada, como quien dice, para librarse de eso tan vergonzoso y duro que es la esclavitud, ni por poseer los que más les merece la pena, como es la libertad. Por el contrario, practican aquellas cosas por las que necesariamente han de ser esclavos toda la vida y jamás conseguirán ser libres. Sin embargo, quizá no sea normal sorprendernos porque no pueden ni conseguir ni evitar lo que realmente ignoran. Pues si casualmente ignoran lo que son un cordero y un lobo, pero consideran que uno es útil y bueno de poseer, y el otro perjudicial e inútil, no sería nada sorprendente que tuvieran miedo del cordero y huyeran de él como si fuera un lobo; en cambio, se acercarían al lobo y lo llamarían, creyendo que era un cordero. Pues la ignorancia produce estos efectos en los ignorantes, y los obliga a rechazar o a buscar lo contrario de lo que quieren y de lo que les conviene. 28 Dión de Prusa, ―Sobre la esclavitud y la libertad‖ I, en Discursos XII- XXXV, Trad. de Gonzalo del Cerro Calderón, Madrid, Gredos, 1989, pp. 75-83 -38- Selección de Lecturas de Filosofía II Veamos, pues, si la mayoría de los hombres tiene ideas claras sobre la libertad y la esclavitud. Pues quizá los censuramos sin motivo, cuando de hecho conocen estas cosas mejor que nadie. Así pues, si alguien les pregunta que en que consiste la libertad, quizá respondan que en no estar sometido a nadie y en obrar sencillamente según el propio criterio. Pero supongamos que, al que así ha respondido, le vuelven a preguntar qué pasa cuando un coreuta está en un coro y no atiende al corifeo ni se somete a él, sino que canta o desentona por su cuenta. No creo que esté de acuerdo con los que consideran hermosa y libre esa conducta, antes, por el contrario, creen que el atender y obedecer al director de coro y el empezar a cantar, o terminar, cuando el director ordena es vergonzoso y propio de esclavos. Ni tampoco si uno le pregunta, en el supuesto de un pasajero que no hace caso del timonel ni cumple sus órdenes, si cree que eso significa ser libre. Por ejemplo, si a uno le mandan sentarse, y permanece de pie en la nave, sólo porque así se le ocurre; o si le mandan achicar agua o recoger las velas, y ni achica agua ni toca una cuerda, a ese tampoco se le puede llamar libre o digno de envidia porque actúe según su propio criterio. En cuanto a los soldados, nadie diría que son esclavos porque obedecen a su general, y se ponen de pie cuando el general se lo ordena; y toman alimento o cogen las armas, se ponen en formación y avanzan o se repliegan, solamente si su general se lo manda. Y nadie podrá llamar esclavos a los enfermos porque obedecen a sus médicos. Y eso que les obedecen en cosas nada insignificantes ni sencillas, como cuando les mandan algunas veces abstenerse de comer y beber. Así pues, si alguna vez cree el médico que debe atar al enfermo, lo ata sin más. Y cuando hay que amputar o cauterizar, amputará o cauterizará en la medida en que lo crea oportuno. Si el enfermo no obedece, todos los de la casa se pondrán del lado del médico. Y no sólo los libres, sino muchas veces los mismos criados del enfermo ayudan a atar a su amo, y traen fuego para el cauterio y preparan lo demás. ¿Dirás, acaso, que no es libre un hombre así, por tener que aguantar muchas cosas desagradables bajo la autoridad de otro? Porque entonces tampoco dirías que fue libre Darío, rey de los persas cuando se cayó del caballo en una cacería y se le dislocó el tobillo. Pues tuvo que obedecer a los médicos que tiraban y retorcían para que la articulación volviera a su sitio. Y, sin embargo, se trataba de -39- Selección de Lecturas de Filosofía II médicos egipcios. Ni llamarías libre a Jerjes, cuando, al retirarse de Grecia y verse sobre la nave envuelto en una tempestad, obedeció en todo al timonel y no se permitió, contra el criterio de aquel hombre, ni hacer el más leve gesto ni modificar sus decisiones. Por consiguiente, nadie podrá seguir diciendo que la libertad consiste en no estar sometido a nadie y en hacer lo que uno quiera. Pero, quizá, replicarán que todos estos obedecen en lo que les interesa, como, por eso, obedecen al timonel los pasajeros, los soldados al general y los enfermos al médico. Además de que los que les mandan sólo les mandan hacer cosas que también interesan a los que obedecen. Pero los amos mandan hacer a los esclavos no lo que interesa a los esclavos, sino lo que piensan que es más ventajoso para los mismos amos. Entonces, ¿qué? ¿Acaso al amo le interesa que su criado se muera, se ponga enfermo o granuja? Nadie, pienso yo, se atrevería a decirlo. Por el contrario, lo que le interesa es que viva, esté sano y sea útil. Y estas mismas cosas resultarán también provechosas para el criado. De manera que el amo, si es inteligente, no mandara a su criado nada más que aquello que le interese al criado, en la seguridad de que eso mismo será también útil para él mismo. INTERLOCUTOR. -Pero aquel por quien uno paga dinero es por necesidad un esclavo. DION. -Bueno, muchos hombres han pagado dinero por otros muchos que eran libres y han abonado un rescate, bien a los enemigos, bien a los ladrones, y algunos incluso han pagado su propio precio a sus dueños. Sin embargo, no se puede decir que estos sean esclavos de ellos mismos. INTERLOCUTOR. -Ya, pero si alguien tiene derecho a azotar, encarcelar o matar a otro, y a hacerle cualquier cosa que quiera, es porque ese otro es su esclavo. DIÓN. -Bueno, ¿y qué? ¿No pueden los piratas hacer eso mismo a sus prisioneros? Y tampoco, por eso, se trata de esclavos. Más aún, ¿no tienen derecho los jueces a imponer la pena de cárcel, de muerte o cualquier otra pena que quieran, a muchos de los acusados? Y tampoco estos acusados son esclavos. Pero si lo fueran solamente durante el día en que cada uno de ellos se somete a juicio, eso no tendría ningún sentido. Porque ¿se ha dicho de alguien que haya sido esclavo sólo por un día? INTERLOCUTOR. -Y bien, resumiendo en una palabra, hay que reconocer que aquel que puede hacer lo que quiere, es un hombre libre, y el que no, es un esclavo. -40- Selección de Lecturas de Filosofía II DIÓN. -Pero no podrás hacer esta misma afirmación en el caso de los navegantes, ni de los enfermos, ni de los que prestan servicio en el ejército, ni de los que están aprendiendo las letras, la cítara, la lucha o cualquier otro arte. Pues no les está permitido hacer lo que quieren, si no lo que el timonel, el médico y el maestro les mandan. Pero es que tampoco los demás pueden hacer lo que les apetece, sino que, si alguno hace algo en contra de las leyes establecidas, será castigado. INTERLOCUTOR.- Luego el que tiene poder para obrar como quiera en todo aquello que no está prohibido ni mandado por la ley es libre y, por el contrario, el que no tiene ese poder es esclavo. DIÓN. –Bueno ¿y qué? ¿Crees que te está permitido hacer todo lo que no está expresamente prohibido por las leyes, como cobrar impuestos, cuidar un prostíbulo y otras cosas por el estilo? INTERLOCUTOR. -Por Zeus, no me atrevería ni siquiera a decir que tales cosas les estén permitidas a los hombres libres. Pues para estas cosas hay un castigo que es el ser objeto de odio y de rechazo por parte de los hombres. DIÓN. -Bueno, ¿Y qué? Todo lo que los hombres desenfrenados hacen por causa de su liviandad, y los insensatos por su ignorancia, bien descuidando su hacienda o su persona, bien comportándose injusta y desconsideradamente unos con otros, resulta perjudicial para los que lo hacen. Pues reciben daño unas veces en su persona, otras en su hacienda o, lo que es más importante, en su propia alma. INTERLOCUTOR. -En esto que dices tienes razón. DIÓN. -¿Luego tampoco es lícito hacer estas cosas? INTERLOCUTOR. -Pues claro que no. DIÓN. -En una palabra, que no es lícito hacer las cosas indignas, absurdas e inconvenientes, mientras que las justas, provechosas y buenas hay que reconocer que no sólo son convenientes sino lícitas. ¿No te parece? INTERLOCUTOR. -Pues sí, así me parece. DIÓN. -Por consiguiente, nadie que haga cosas indignas e inconvenientes quedara sin castigo, tanto si es griego como si es bárbaro... Y tampoco aquel por quien se ha pagado su precio en dinero. -41- Selección de Lecturas de Filosofía II INTERLOCUTOR. -No, por supuesto. DIÓN. -En cambio, a todos les está permitido hacer las cosas contrarias, de modo que los que hacen lo que está permitido vivirán sin castigo, mientras que los que hacen lo que está prohibido serán castigados. ¿O crees tú que hacen lo que es lícito solamente los hombres que tienen conocimiento de causa, y que hacen las cosas contrarias únicamente los ignorantes? INTERLOCUTOR. Pues claro. DIÓN.-Por consiguiente a los hombres sensatos les está permitido hacer cuanto quieren, mientras que a los insensatos no les es lícito hacer lo que pretenden. En consecuencia, ¿será preciso reconocer que los hombres sensatos son libres y pueden obrar como quieren y, en cambio, los insensatos son esclavos y hacen lo que no les está permitido? INTERLOCUTOR. Es posible. DIÓN.-Luego es necesario afirmar que la libertad es la ciencia de las cosas permitidas y de las prohibidas, y que la esclavitud es la ignorancia de las cosas lícitas y de las ilícitas. Por este razonamiento, nada podría impedir que el Gran Rey, ese que lleva una enorme tiara sobre su cabeza, fuera un esclavo y no pudiera hacer nada de lo que hace. Pues todo lo haría de forma penosa y desagradable. En cambio, otro cualquiera, considerado como esclavo y llamado esclavo, que ha sido vendido no una sino muchas veces, según la oportunidad, y que eventualmente llevara los más pesados grilletes, podría ser más libre incluso que el Gran Rey. INTERLOCUTOR. Pues a mí me parece lo más absurdo el que alguien que lleva grilletes, o está marcado o muele en el molino, sea más libre que el Gran Rey. DIÓN. -Pero, bueno, ¿has estado por casualidad en Tracia? INTERLOCUTOR. -Pues sí que he estado. DIÓN.-Entonces habrás visto allí que las mujeres libres están llenas de tatuajes y tienen tantos más tatuajes y tanto más complicados cuanto más nobles son y de más nobles familias. INTERLOCUTOR..- ¿Y esto que quiere decir? DIÓN. -Pues que, al parecer, nada impide el que la reina también esté tatuada. ¿Y crees que algo se lo podría impedir al mismo rey? Además, ¿no has oído nada de esa -42- Selección de Lecturas de Filosofía II clase de gente cuyo rey vive custodiado en una torre altísima de la que no le está permitido ni siquiera bajar? Pero si algo has oído, sabrás que es posible que un rey viva confinado. Y seguramente verías como los tracios se sorprendían, si les contabas historias del rey de los persas, y no creerían que existe un rey que anda viajando en un carro y que va a donde quiere. INTERLOCUTOR. -Pero no podrías presentar a un rey que esté atado. DIÓN. -Un rey de los hombres, quizá no; pero el rey de los dioses, el primero y más anciano de todos, si vive prisionero, según se dice y si hemos de creer a Hesíodo, Homero y a otros sabios autores que lo cuentan de Cronos. Y, por Zeus, que no sufre estas penas injustamente y de parte de un enemigo, sino de parte del ser más justo y que le es más querido. De donde se concluye que le haga sufrir estas cosas por considerarlas dignas de un rey y provechosas para él. Pero muchos lo ignoran y nunca podrían imaginar que un mendigo, un cautivo o una persona de mala reputación llegara a ser rey. Y, sin embargo, saben que Odiseo, aunque en traje de mendigo y pidiendo limosna a los pretendientes, no por ello dejaba de ser el rey y el señor de la casa. En cambio, Antíno y Eurímaco, a quienes Homero llama «reyes», eran unos miserables y desgraciados. Pero ellos mismos, como ya he dicho, lo ignoran y, como prendas de su dignidad, se ciñen tiaras y toman cetros y coronas para que todos vean que son reyes. Y ocurre, creo yo, como cuando los dueños marcan a sus ganados para que la marca les sirva de distintivo. Así, por ejemplo, el rey de Persia ponía mucho cuidado en ser el único que llevara la tiara enhiesta. Y al que se atrevía a ponérsela así, inmediatamente mandaba ejecutarlo, Pues no era bueno ni conveniente que entre tantos miles de hombres hubiera dos que llevaran enhiestas las tiaras. Pero, en cuanto a tener un criterio recto y en cuanto a que nadie fuera más sabio que él en prudencia, eso no le importaba nada. Ojalá, pues, no ocurra como en otro tiempo cuando existían tales signos de la dignidad real. Y que no haga falta ahora que haya tales distintivos de la libertad, de modo que se tenga que caminar con gorro en la cabeza para que la gente pueda distinguir al que es libre del que es esclavo. -43- Selección de Lecturas de Filosofía II EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO29 Los existencialistas ateos, entre los cuales hay que colocar a Heidegger, a los existencialistas franceses y a mí mismo consideramos que la existencia precede a la esencia, o, si se prefiere, que hay que partir de la subjetividad. ¿Qué significa esto a punto fijo? Consideremos un objeto fabricado, por ejemplo un libro o un cortapapel. Este objeto ha sido fabricado por un artesano que se ha inspirado en un concepto; se ha referido al concepto de cortapapel, e igualmente a una técnica de producción previa que forma parte del concepto, y que en el fondo es una receta. Así, el cortapapel es a la vez un objeto que se produce de cierta manera y que, por otra parte, tiene una utilidad definida, y no se puede suponer un hombre que produjera un cortapapel sin saber para qué va a servir ese objeto. Diríamos entonces que en el caso del cortapapel, la esencia es decir, el conjunto de recetas y de cualidades que permiten producirlo y definirlo precede a la existencia; y así está determinada la presencia frente a mí de tal o cual cortapapel, de tal o cual libro. Tenemos aquí, pues, una visión técnica del mundo, en la cual se puede decir que la producción precede a la existencia. Al concebir un Dios creador, este Dios se asimila la mayoría de las veces a un artesano superior; y cualquiera que sea la doctrina que consideremos, trátese de una doctrina como la de Descartes o como la de Leibniz, admitimos siempre que la voluntad sigue más o menos al entendimiento, o por lo menos lo acompaña, y que Dios, cuando crea, sabe con precisión lo que crea. Así el concepto de hombre, en el espíritu de Dios, es asimilable al concepto de cortapapel en el espíritu del industrial; y Dios produce al hombre siguiendo técnicas y una concepción, exactamente como el artesano fabrica un cortapapel siguiendo una definición y una técnica. Así, el hombre individual realiza cierto concepto que está en el entendimiento divino. En el siglo XVIII, en el ateísmo de los filósofos, la noción de Dios es suprimida, pero no pasa lo mismo con la idea de que la esencia precede a la existencia. Esta idea la encontramos un poco en todas partes: la encontramos en Diderot, en Voltaire y aun en Kant. El hombre es poseedor de una naturaleza humana; esta naturaleza humana, que es el concepto humano, se encuentra en todos los hombres, lo que significa que cada hombre 29 Jean-Paul Sartre -44- Selección de Lecturas de Filosofía II es un ejemplo particular de un concepto universal, el hombre; en Kant resulta de esta universalidad que tanto el hombre de los bosques, el hombre de la naturaleza, como el burgués, están sujetos a la misma definición y poseen las mismas cualidades básicas. Así pues, aquí también la esencia del hombre precede a esa existencia histórica que encontramos en la naturaleza. El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. …este es el primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama la subjetividad, que se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué queremos decir con esto sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Pues queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será, ante todo, lo que habrá proyectado ser. No lo que querrá ser. Pues lo que entendemos ordinariamente por querer es una decisión consciente, que para la mayoría de nosotros es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo. Yo puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la manifestación de una elección más original, más espontánea que lo que se llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es -45- Selección de Lecturas de Filosofía II responsable de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia. Y cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres. Hay dos sentidos de la palabra subjetivismo, y nuestros adversarios juegan con los dos sentidos. Subjetivismo, por una parte, quiere decir elección del sujeto individual por sí mismo, y por otra, imposibilidad para el hombre de sobrepasar la subjetividad humana. El segundo sentido es el sentido profundo del existencialismo. Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que, al elegirse, elige a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser. Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Si, por otra parte, la existencia precede a la esencia y nosotros quisiéramos existir al mismo tiempo que modelamos nuestra imagen, esta imagen es valedera para todos y para nuestra época entera. Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera. Si soy obrero, y elijo adherirme a un sindicato cristiano en lugar de ser comunista; si por esta adhesión quiero indicar que la resignación es en el fondo la solución que conviene al hombre, que el reino del hombre no está en la tierra, no comprometo solamente mi caso: quiero ser un resignado para todos; en consecuencia, mi proceder ha comprometido a la humanidad entera. Y si quiero hecho más individual casarme, tener hijos, aun si mi casamiento depende únicamente de mi situación, o de mi pasión, o de mi deseo, con esto no me encamino yo solamente, sino que encamino a la humanidad entera en la vía de la monogamia. Así soy responsable para mí mismo y para todos, y creo cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndome, elijo al hombre. Esto permite comprender lo que se oculta bajo palabras un tanto grandilocuentes como angustia, desamparo, desesperación. Como verán ustedes, es sumamente sencillo. Ante todo, ¿qué se entiende por angustia? El existencialista suele declarar que el hombre es -46- Selección de Lecturas de Filosofía II angustia. Esto significa que el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad. Ciertamente hay muchos que no están angustiados; pero nosotros pretendemos que se enmascaran su propia angustia, que la huyen; en verdad, muchos creen al obrar que sólo se comprometen a sí mismos, y cuando se les dice: pero ¿si todo el mundo procediera así? se encogen de hombros y contestan: no todo el mundo procede así. Pero en verdad hay que preguntarse siempre: ¿qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo? Y no se escapa uno de este pensamiento inquietante sino por una especie de mala fe. El que miente y se excusa declarando: todo el mundo no procede así, es alguien que no está bien con su conciencia, porque el hecho de mentir implica un valor universal atribuido a la mentira. Incluso cuando la angustia se enmascara, aparece. Es esta angustia la que Kierkegaard llamaba la angustia de Abraham. Conocen ustedes la historia: un ángel ha ordenado a Abraham sacrificar a su hijo; todo anda bien si es verdaderamente un ángel el que ha venido y le ha dicho: tú eres Abraham, sacrificarás a tu hijo. Pero cada cual puede preguntarse; ante todo, ¿es en verdad un ángel, y yo soy en verdad Abraham? ¿Quién me lo prueba? Había una loca que tenía alucinaciones: le hablaban por teléfono y le daban órdenes. El médico le preguntó: Pero ¿quién es el que habla? Ella contestó: Dice que es Dios. ¿Y qué es lo que le probaba, en efecto, que fuera Dios? Si un ángel viene a mí, ¿qué me prueba que es un ángel? Y si oigo voces, ¿qué me prueba que vienen del cielo y no del infierno, o del subconsciente, o de un estado patológico? ¿Quién prueba que se dirigen a mí? ¿Quién me prueba que soy yo el realmente señalado para imponer mi concepción del hombre y mi elección a la humanidad? No encontraré jamás ninguna prueba, ningún signo para convencerme de ello. Si una voz se dirige a mí, siempre seré yo quien decida que esta voz es la voz del ángel; si considero que tal o cual acto es bueno, soy yo el que elegiré decir que este acto es bueno y no malo. Nadie me designa para ser Abraham, y sin embargo estoy obligado a cada instante a hacer actos ejemplares. Todo ocurre como si, para todo hombre, toda la humanidad tuviera los ojos fijos en lo que hace y se ajustara a lo que hace. Y cada hombre debe decirse: ¿soy yo quien tiene derecho de obrar de tal -47- Selección de Lecturas de Filosofía II manera que la humanidad se ajuste a mis actos? Y si no se dice esto es porque se enmascara su angustia. No se trata aquí de una angustia que conduzca al quietismo, a la inacción. Se trata de una simple angustia, que conocen todos los que han tenido responsabilidades. Cuando, por ejemplo, un jefe militar toma la responsabilidad de un ataque y envía cierto número de hombres a la muerte, elige hacerlo y elige él solo. Sin duda hay órdenes superiores, pero son demasiado amplias y se impone una interpretación que proviene de él, y de esta interpretación depende la vida de catorce o veinte hombres. No se puede dejar de tener, en la decisión que toma, cierta angustia. Todos los jefes conocen esta angustia. Esto no les impide obrar: al contrario, es la condición misma de su acción; porque esto supone que enfrentan una pluralidad de posibilidades, y cuando eligen una, se dan cuenta que sólo tiene valor porque ha sido la elegida. Y esta especie de angustia que es la que describe el existencialismo, veremos que se explica además por una responsabilidad directa frente a los otros hombres que compromete. No es una cortina que nos separa de la acción, sino que forma parte de la acción misma. Y cuando se habla de desamparo, expresión cara a Heidegger, queremos decir solamente que Dios no existe, y que de esto hay que sacar las últimas consecuencias. El existencialismo se opone decididamente a cierto tipo de moral laica que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible. Cuando hacia 1880 algunos profesores franceses trataron de constituir una moral laica, dijeron más o menos esto: Dios es una hipótesis inútil y costosa, nosotros la suprimimos; pero es necesario, sin embargo, para que haya una moral, una sociedad, un mundo vigilado, que ciertos valores se tomen en serio y se consideren como existentes a priori; es necesario que sea obligatorio a priori que sea uno honrado, que no mienta, que no pegue a su mujer, que tenga hijos, etc. Haremos, por lo tanto, un pequeño trabajo que permitirá demostrar que estos valores existen, a pesar de todo, inscritos en un cielo inteligible, aunque, por otra parte, Dios no exista. Dicho en otra forma y es, según creo yo, la tendencia de todo lo que se llama en Francia radicalismo, nada se cambiará aunque Dios no exista; encontraremos las mismas normas de honradez, de progreso, de humanismo, y habremos hecho de Dios una hipótesis superada que morirá tranquilamente y por sí misma. El existencialista, por el contrario, piensa que es -48- Selección de Lecturas de Filosofía II muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres. Dostoievsky escribe: Si Dios no existiera, todo estaría permitido. Este es el punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y, en consecuencia, el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas. Si, en efecto, la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar la referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresé diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace. ¿DEJARÍAIS A TUS HIJOS ACCEDER A LAS PÁGINAS PORNOGRÁFICAS DE INTERNET?30 ¿Lo toleraríais? ¿O harías como si no te dieras cuenta cuando toqueteen el mouse? Porque el problema se planteará —este u otros que te enfrentarán con la libertad de tus hijos y te obligarán a poner límites a su ejercicio—. Por su bien, dirás; por el tuyo, más bien... Porque te encontraras en la piel del censor de tus antiguos deseos, desaprobados ayer por tus padres. Lo que cada uno se autoriza, no lo tolera forzosamente de los suyos o de los otros en general. ¿Quién no ha visto nunca a escondidas una película pornográfica en televisión o en Internet? ¿Quién se comporta hoy peor? ¿Quién no 30 Michel Onfray, Antimanual de filosofía. Trad. de Irache Ganuza Fernández. Edaf, Madrid, España, 2008, págs. 148-150 -49- Selección de Lecturas de Filosofía II aumentaba su placer con la transgresión del orden o de la opinión parental? ¿Y quién cerrará los ojos, convertido en adulto, no del que demanda libertad, sino de quien la puede dar? De adolescentes nos enfadamos al constatar el apocamiento de nuestros padres que, la mayoría de las veces, conceden rara, difícilmente o con parsimonia, todas esas libertades que reivindicas: acostarse tarde, salir por la noche, fumar tabaco u otra cosa, beber más de la cuenta, colgarse al teléfono cuando no se paga la factura, contar con un poco de dinero, viajar el fin de semana, tener relaciones sexuales, tomar la píldora, disponer del celular, utilizar el coche del padre, etc. Las libertades son más fáciles de reivindicar que de conceder. La ley no es una excepción: cuando seas adultos con responsabilidades paternas, olvidaras las dificultades encontradas en la época en la que siempre aspirabais a una mayor libertad... ¿Hay que aprender a ser libre? Cada uno lo experimenta: no podemos hacerlo todo, concederlo todo sin prohibir nunca nada. Una libertad que no encuentra ningún límite no puede definirse, precisarse, diseñarse claramente. Solo los límites le dan un sentido, una consistencia. Pero ¿dónde están? Respuesta: allí donde un daño se sigue de su uso. Daño para sí, o daño para el prójimo. Sin duda, pero ¿quién está habilitado para juzgar los daños? Los padres, los adultos, las personas investidas de poder, autoridad o experiencia. Al menos las cosas funcionan así. No hay libertad, en efecto, si esta debe pagarse con un disgusto o una pena, con una falta o un apuro, con un riesgo para uno mismo o para el otro. Por supuesto, a veces es difícil ser juez y parte, saber lo que es perjudicial para uno mismo o para el prójimo; pero a menudo es más difícil aún confiar esta tarea a un tercero siempre susceptible de abusar de la autoridad que se le otorga o reconoce. Con la autodisciplina arriesgas menos el exceso que con la disciplina. El ejercicio de la libertad supone, por tanto, un aprendizaje. No se nace libre, nos hacemos libres. Hacer o dejar hacer cualquier cosa, sin preocuparse de las consecuencias, no es ejercer nuestra libertad, sino obedecer impulsos, como un animal salvaje. En primer lugar, son los educadores y los padres quienes, según su idea del bien y del mal, -50- Selección de Lecturas de Filosofía II nos señalan límites. En función de su interés por darnos forma a partir de un principio preconcebido, deciden para nosotros límites que no han de ser superados, barreras que se impondrán a nuestra libertad. Evidentemente, algunos las imponen demasiado pronto, otros demasiado tarde: en un caso, nuestra libertad es casi plenamente amputada, en el otro, dicha libertad no encuentra ningún límite. Por un lado, sufrir la tiranía del esclavo, por el otro, ejercer la licencia de los tiranos. La libertad se limita por imperativos religiosos y éticos que permiten construir y sostener una sociedad según las reglas. Se limita la libertad allí donde su uso, o bien su abuso, pasa a ser perjudicial para el prójimo, sus bienes, su propiedad, su tranquilidad, su seguridad, su paz. Puedes hacerlo todo, con tal de que no perjudiques al otro. Es la definición clásica de la libertad a la que se añade: está autorizado todo lo que no está prohibido, o aún: todo lo que la ley no prohíbe, puedes hacerlo. De ahí una rápida y fácil captación de la naturaleza de la libertad: define el poder de actuar hasta que se encuentra el tope de la ley y del derecho. Así, somos libres mientras que una figura de la autoridad no nos lo prohíba... LA VERDAD, CASI NUNCA ES BUENO DECIRLA31 En absoluto, evítalo, a no ser que tengas ganas de hacer daño sin que sea realmente necesario hacerlo, simplemente por voluntad de decir la verdad, aunque sea al precio de un dolor y un sufrimiento infligidos. Si la historia de la pasada noche se explica por el solo placer de una velada a dúo (o más...), sin hipotecar el futuro y sin proyecto de cambiar de vida, ¿por qué hacer honor al deber de verdad con la certeza de hacer daño? Con la verdad podemos provocar efectos considerables, tanto para lo bueno como para lo malo. Ciertamente, lo ideal es no ponerse en la situación de tener que mentir, evitar la acción que te sentirás obligado a ocultar. Prevenir para evitar tener que curar. Podemos, también, no decir nada, sin que eso sea necesariamente mentir: no decir una verdad no supone obligatoriamente instalarse en la mentira -salvo para los cristianos, que 31 Michel Onfray, Antimanual de filosofía. Trad. de Irache Ganuza Fernández. Edaf, Madrid, España, 2008, págs.284-287 -51- Selección de Lecturas de Filosofía II hablan de una mentira por omisión y ven la raíz del pecado en la intención misma de ocultar la verdad. Pero en el caso de que no seas un santo, o una santa el caso de todos en esta tierra-, hay que conformarse con hacer de la mentira un mal necesario -lo más raramente posible, cierto. Porque evitar absolutamente la mentira instauraría el reino de la moralidad pura, sin duda, pero, igualmente, a falta de una santidad generalizada, el de la crueldad integral. Enmascarada, oculta, disfrazada o disimulada, ¿qué es, pues, esta verdad? La coincidencia entre el decir y el ser, entre una afirmación y el estado real de una cosa, de un hecho, de un gesto, de una palabra. Es verdadero lo que ha tenido lugar; decir la verdad, por tanto, es describir fielmente ese acontecimiento: estabas en casa de tus padres, te encontrabas allí de veras, lo dices -ahí está la verdad. Esta supone una voluntad deliberada de superponer lo real y el juicio emitido sobre ello. De buena fe, juzgamos, estimamos: si la distancia es nula entre lo que es, lo que vemos y lo que decimos, entonces la verdad sale a nuestro encuentro. En cuanto a la mentira, esta se desarrolla en el extravío voluntario: estabas en cortesana compañía y afirmas que cenabas con tus padres -ahí está la mentira. Existe una violencia de la verdad cruda y desnuda: toma la firme resolución, una mañana, al despertar, de decir la verdad a todos con los que te cruces, sin excepción, durante las veinticuatro horas; amigos, amantes, queridas, padres, familiares, colegas, anónimos, superiores en jerarquía, comerciantes, vecinos de autobús y demás. Mantente en esta decisión sin concesiones, sean cuales sean las circunstancias. Te garantizo que te enfadas con la mitad de tus conocidos, si no con todos. Se habrá tenido la impresión, codeándose contigo, de cruzarse con un patán, un tipo grosero, sin tacto, sin elegancia, un individuo de mal carácter, con lengua viperina, sin maneras, que ignora la cortesía elemental y los modales básicos. Eso sí, estas satisfechos de la verdad, nada más. ¿Es decir? Habrás dicho a los imbéciles que lo son, a los inoportunos que te molestan, a los interesados, los agarrados, los tacaños que te sacan de quicio, a los que han engordado o envejecido que los kilos de más o las arrugas no les sientan bien, habrás afirmado sin miramiento que estas hartos de comer con personas que no te interesan, con los cuales las comidas se te -52- Selección de Lecturas de Filosofía II hacen largas, te desplazaras para decir a alguien que no soportas su belleza, su inteligencia, su éxito, su dinero, confesaras que los triunfos de los otros a menudo te encogen el corazón, mientras que sus fracasos te alegran la mayoría de las veces, etc. Te habrás comportado como humano y no habrás hecho más que decir la verdad, expresar lo que sentías y te pasaba directamente por la cabeza, sin privarte de ello... La vida cotidiana entera, cuando no actuamos de forma trasparente, se reduce a una clase de mentira por omisión. ¿Quién aceptaría sin temor saber lo que sus amigos piensan y dicen verdaderamente de él? ¿Quién jugaría a ser invisible para asistir a una comida donde se tratará de él, sin temer la pérdida de uno que pasa por su amigo? Te amo, luego te miento… A pesar de la evidente maldad de la naturaleza humana, algunos piensan que es necesario prohibir absolutamente la mentira, sin tolerar una sola excepción, cualquiera que sea el caso en cuestión. Incluso si las consecuencias de la verdad deben ser peores por sus efectos devastadores que el acto de mentir. Poco importan las consecuencias del gesto, hay que querer la verdad por ella misma: mentir descalifica la fuente del derecho, ya que basta mentir una vez a alguien para que ese alguien siempre pueda poner en duda legítimamente nuestra palabra en el futuro. La mentira hace imposible, de forma definitiva, la confianza necesaria en la relación ética. En consecuencia, una sola destruye la posibilidad misma de un trato moral. Cada uno tiene derecho a la verdad, y darla es un deber para quien dispone de ella. La verdad se practica a la manera de una religión, como un Dios que adoramos: nada justifica su derogación, en absoluto una comparación con sus consecuencias. Sin embargo, estas pueden ser catastróficas y provocar algo peor que la mentira. Poco importa, dicen, por ejemplo, Manuel Kant (17241804) y los cristianos. Así, cuando un nazi con las botas puestas entre en tu casa para perseguir allí a un judío que, con la estrella amarilla en el envés de su chaqueta, te demanda asilo en medio de la precipitación y se refugia en la habitación de al lado, tendrás que indicarle, efectivamente, la entrada de un -53- Selección de Lecturas de Filosofía II individuo sofocado en tu casa y su ocultación. Seguramente hubiera perdido la vida tras el arresto, las torturas, el aprisionamiento y la deportación; ese hombre, convertido en desafío entre la verdad y la mentira, debería ser sacrificado en el altar de la pureza filosófica y del rigor moral. Kant tiene razón, en principio, pero ¿qué hacer con un principio invivible, impracticable, o bien, que cuesta un mal todavía mayor (la muerte de un hombre) que aquel del que queríamos escapar (la mentira)? Otros filósofos definen la mentira de otra manera, con menos rigidez, mayor conocimiento de la vida real y concreta. Menos doctrinarios, menos solemnes al puro respeto de la ley moral que pretende garantizar la existencia de dicha ley en un mundo puro pero inexistente. Más preocupados por la realidad humana, definen la mentira como el hecho de no dar la verdad, sin duda, pero solamente a quien se la debe. Lo cual modifica considerablemente las cosas. Pues todos comprobamos cómo no debemos forzosamente la verdad a todo el mundo. En efecto, algunos tienen derecho a ella, otros no; los unos pueden oírla, los otros no. En el ejemplo precedente, no se le debe la verdad a un nazi, si se sabe lo que va a hacer con ella, aquello para lo que dicha verdad le va a servir. Ocultándole la presencia de un judío disimulado en nuestra casa, no decimos la verdad, ciertamente, pero tampoco practicamos la mentira. De ahí la necesidad de distinguir la mentira perjudicial, impura, la que busca un engaño destinado a someter al otro, a limitarlo, a evitarlo, a despreciarlo, y la mentira para ayudar, limpia, llamada por algunos mentira piadosa, la que cometemos, por ejemplo, con el fin de ahorrar sufrimiento y dolor a una persona querida. En sí, la mentira no es más que un instrumento a disimulamos y sustraemos través del cual la verdad respecto al otro. Pero se puede leer positiva o negativamente, dependiendo de las virtudes o los vicios a los que sirve. Reflexiona antes de informar a tu novio o novia sobre tu escapada de anoche... -54- Selección de Lecturas de Filosofía II ¿MENTIR? ¡JAMÁS!32 Así pues, la mentira, definida simplemente como declaración intencionadamente falsa dirigida a otro hombre, no necesita el complemento de que tenga que perjudicar a otro, como lo exigen los juristas para su definición [...]. Pues siempre perjudica a otro, que, aunque no sea otro hombre, sí es la humanidad en general, en cuanto que hace inutilizable la fuente de su derecho. Pero esa mentira bondadosa puede también resultar por accidente (casus) punible según las leyes civiles; mas lo que escapa a la penalidad por mera casualidad puede también ser juzgado como injusto por las leyes exteriores. Así, por ejemplo, si mediante una mentira tú has impedido obrar a alguien que se proponía cometer un asesinato, eres jurídicamente responsable de todas las consecuencias que puedan seguirse de ello. Pero si te has atenido estrictamente a la verdad, la justicia pública no puede hacerte nada, sea cual fuere la imprevista consecuencia de ello. En cambio, es posible que, después de haber respondido sinceramente que sí a la pregunta del asesino de si su perseguido se encontraba en tu casa, este se haya marchado de manera inadvertida, de modo que el asesino no dé con él y, por tanto, no tenga lugar el crimen. Pero si has mentido y dicho que no está en tu casa y aquel se ha marchado realmente (aun no sabiéndolo tú), de suerte que el asesino lo sorprende en la fuga y perpetra en él su crimen, puede acusársete a ti con derecho como originador de la muerte de aquel. Pues si tú hubieras dicho la verdad tal y como la sabías, acaso el asesino, mientras buscaba a su enemigo en tu casa, hubiera sido atrapado por los vecinos que acudieran corriendo y el crimen se habría impedido. Así pues, el que miente, por bondadosa que pueda ser su intención en ello, ha de responder y pagar incluso ante un tribunal civil por las consecuencias de esto, por imprevistas que puedan ser. Pues la veracidad es un deber que ha de considerarse como la base de todos los deberes fundados en un contrato, deberes cuya ley, si se admite la menor excepción a ella, se hace 32 Manuel Kant, Sobre un presunto derecho de mentir por filantropía, en Teoría y Práctica, léenos, Madrid, 1986, traducción de Juan Miguel Palacios -55- Selección de Lecturas de Filosofía II vacilante e inútil. El ser veraz (sincero) en todas las declaraciones es, pues, un sagrado mandamiento de la razón, incondicionalmente exigido y no limitado por conveniencia alguna. TEMA 6. ¿CÓMO SE APLICAN LAS TEORÍAS ÉTICAS EN ALGUNOS DE LOS PRINCIPALES PROBLEMAS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA? RESPONSABILIDAD MORAL Y LIBERTAD33 La responsabilidad moral requiere, la ausencia de coacción exterior o interior, o bien, la posibilidad de resistir en mayor o menor grado a ella. Presupone, por consiguiente, que el agente actúa no como resultado de una coacción irresistible, que no deja al sujeto opción alguna para actuar de otra manera, sino como fruto de la decisión de actuar como quería actuar, cuando pudo haber actuado de otro modo. La responsabilidad moral presupone, pues, la posibilidad de decidir y actuar venciendo la coacción exterior o interior. Pero si el hombre puede resistir —dentro de ciertos límites— la coacción, y es libre en este sentido, ello no quiere decir que el problema de la responsabilidad moral en sus relaciones con la libertad haya quedado completamente esclarecido, pues aunque el hombre pueda actuar libremente en ausencia de una coacción exterior o interior, siempre se encuentra sujeto —incluso cuando no se halla sometido a coacción— a causas que determinan su acción. Y si nuestra conducta está así determinada, ¿en qué sentido podemos afirmar entonces que somos responsables moralmente de nuestros actos? Por un lado, la responsabilidad moral requiere la posibilidad de decidir y actuar libremente, y, por otro, formamos parte de un mundo causalmente determinado. ¿Cómo pueden ser compatibles, en tanto que habitantes de ese mundo, la determinación de nuestra conducta y la libertad de la voluntad? Sólo hay responsabilidad moral, si hay libertad. ¿Hasta qué punto entonces puede 33 -56- Selección de Lecturas de Filosofía II hablarse de que el hombre es responsable moralmente de sus actos, si éstos no pueden dejar de estar determinados? Vemos, pues, que el problema de la responsabilidad moral depende, en su solución, del problema de las relaciones entre necesidad y libertad, o, más concretamente, de las relaciones entre la determinación causal de la conducta humana y la libertad de la voluntad Es, pues, forzoso que hayamos de abordar este viejo problema ético en el que encontramos dos posiciones diametralmente opuestas, y un intento de superación dialéctica de ellas Tres posiciones fundamentales en el problema de la libertad Sin abordar el problema de las relaciones entre necesidad y libertad, y, en particular, de la libertad de la voluntad, no se pueden resolver los problemas éticos fundamentales, y, muy especialmente, el de la responsabilidad moral. Nadie puede ser responsable moralmente, si no tiene la posibilidad de elegir un modo de conducta y de actuar efectivamente en la dirección elegida. No se trata —conviene subrayarlo una vez más— de decidir y actuar libremente en ausencia de una coacción interior o exterior, sino ante una determinación de la conducta misma. Pero, ¿en un mundo humano determinado, es decir, sujeto a relaciones de causa y efecto, existe tal libertad? He ahí la cuestión, a la que dan respuesta tres posiciones filosóficas fundamentales: la primera está representada por el determinismo en sentido absoluto; la segunda, por un libertarismo también concebido en sentido absoluto; la tercera, por una forma de determinismo que admite o es compatible con cierta libertad. Examinemos cada una de tres posiciones, sobre todo en sus implicaciones desde el punto de vista del problema de la responsabilidad moral, subrayando que todas ellas coinciden en re-conocer que la conducta humana se halla determinada, aunque interpreten en distinta forma la naturaleza y el alcance de esa determinación. Sin embargo, pese a la coincidencia apuntada, cada una de las tres posiciones mencionadas llega a conclusiones distintas, a saber: El determinismo absoluto. Si la conducta del hombre se halla determinada, no cabe hablar de libertad y, por tanto, de responsabilidad moral. El determinismo es -57- Selección de Lecturas de Filosofía II incompatible con la libertad. El libertarismo. Si la conducta del hombre se halla determinada, se trata sólo de una autodeterminación del Yo, y en esto consiste su libertad. La libertad es incompatible con toda determinación exterior al sujeto (de la naturaleza o la sociedad). Dialéctica de la libertad. Si la conducta del hombre se halla determinada, esta determinación, lejos de impedir la libertad, es la condición necesaria de ella. Libertad y necesidad se concilian. Veamos más detenidamente cada una de estas tres posiciones fundamentales. El determinismo absoluto El determinismo absoluto parte del principio de que en este mundo todo tiene una causa. La experiencia cotidiana y la ciencia confirman a cada paso esta tesis determinista. En sus investigaciones y experimentos, la ciencia parte del supuesto de que todo tiene una causa, aunque no siempre podamos conocerla. El progreso científico ha consistido históricamente en extender la aplicación del principio de causalidad a un sector de la realidad tras otro: físico, químico, biológico, etc. En el presente siglo se revela cada vez más la fecundidad de dicha aplicación en el terreno de las ciencias sociales o humanas. También aquí se pone de manifiesto que la actividad del hombre, su modo de pensar o sentir, de actuar y organizarse política o socialmente, su comportamiento moral, su desarrollo artístico, etc. se halla sujeta a causas. Pero, si todo está causado, ¿cómo podemos evitar actuar como lo hacemos? Si lo que hago en este momento es resultado de actos anteriores que, en muchos casos, ni siquiera conozco, ¿cómo se puede decir que mi acción es libre? También mi decisión, mi acto voluntario, está causado por un conjunto de circunstancias. Por tanto, ¿cómo podríamos pretender que la voluntad es libre, seguirá arguyendo el determinista absoluto, o que el hombre hace algo libremente? Al hablar de determinación causal no nos referimos, por supuesto, a una coacción exterior o interior que me obliga a actuar de cierta manera, sino al conjunto de -58- Selección de Lecturas de Filosofía II circunstancias que determinan el comportamiento del agente, de modo que el acto —pretendidamente libre— no es sino el efecto de una causa, o de una serie causal. El hecho de que mi decisión esté causada —insiste el determinista absoluto—, significa que mi elección no es libre. La elección libre se revela como una ilusión, pues, en verdad, no hay tal libertad de la voluntad. Yo no elijo propiamente; un conjunto de circunstancias (en cuanto causas) eligen por mí. La tesis central de esta posición es: todo se halla causado y, por consiguiente, no hay libertad humana y, por ende, responsabilidad moral. Y, en verdad, si la determinación causal de nuestras acciones fuera tan absoluta y rigurosa hasta el punto de hacer de nosotros meros efectos de causas que escapan por completo a nuestro control, no podría hablarse de responsabilidad moral, ya que no se nos podría exigir actuar de otro modo distinto de cómo nos vimos forzados a obrar Ahora bien, aunque la tesis de que parte el determinismo absoluto es válida (a saber: todo —incluidos los actos humanos de cualquier índole— se halla sujeto a causas), de ello no se desprende que el hombre sea mero efecto o juguete de las circunstancias que determinan su conducta. Al tomar conciencia de esas circunstancias, los hombres pueden decidir actuar en cierta forma, y esta decisión, puesta en práctica, se convierte, a su vez, en causa que actúa nuevamente sobre las circunstancias o condiciones dadas. Al ver la relación causal en una sola dirección, y no comprender que el efecto puede convertirse, asimismo, en causa, el determinismo absoluto no acierta a captar la situación peculiar que dentro del contexto universal ocupa el hombre, como ser consciente y práctico, es decir, como un ser que se comprende a sí mismo y comprende al mundo que le rodea, a la vez que lo transforma prácticamente —de un modo consciente—. Por estar dotado de conciencia, puede conocer la causalidad que lo determina, y actuar conscientemente, convirtiéndose así en un factor causal determinante. El hombre deja de ser así mero efecto para ser una causa consciente de sí mismo, e injertarse conscientemente en el tejido causal universal. Con ello el tejido causal no se rompe, y sigue siendo válido el principio —que es piedra angular del conocimiento científico—, según el cual nada se produce que no responda a -59- Selección de Lecturas de Filosofía II causas. Pero, dentro de esa cadena causal universal hay que distinguir —cuando se trata de una actividad no meramente natural, sino social, propiamente humana— el factor causal peculiar constituido por el hombre como ser consciente y práctico. Así, pues, el hecho de que esté determinado causalmente, no significa que el hombre no pueda, a su vez, ser causa consciente y libre de sus actos. Por tanto, lo que se objeta aquí no es un determinismo universal, sino absoluto; o sea, aquel que es incompatible con la libertad humana (con la existencia de varias formas posibles de comportamiento y la posibilidad de elegir libremente una de ellas). El libertarismo De acuerdo con esta posición, ser libre significa decidir y obrar como se quiere; o sea, poder actuar de modo distinto de como lo hemos hecho si así lo hubiéramos querido y decidido. Esto se interpreta, a su vez, en el sentido de que si pude hacer lo que no hice, o si no sucedió lo que pudo haber sucedido, ello contradice el principio de que todo se halla determinado causalmente. Decir que todo tiene una causa significa, asimismo, a juicio de los adeptos de esta posición —coincidiendo en este punto con los deterministas absolutos— que sólo pudo haber sucedido lo que sucedió efectivamente. Por tanto —siguen arguyendo los primeros—, si sucedió algo que pudo no haber sucedido, de haberse querido que sucediera, o si no se produjo algo que pudo haberse producido, si así se hubiera elegido y decidido, ello implica que se tiene una libertad de decisión y acción que escapa a la determinación causal. En consonancia con esto, se rechaza que el agente se halle determinado causalmente, ya sea desde fuera —por el medio social en que vive—, ya sea desde dentro —por sus deseos, motivos o carácter—. La libertad se presenta como un dato de la experiencia inmediata o como una convicción inquebrantable que no puede ser destruida por la existencia de la causalidad. Y aunque se admita que el hombre se halla sujeto a una determinación causal —en cuanto que es parte de la naturaleza y vive en sociedad—, se considera que hay una esfera de la conducta humana —y muy particularmente la moral— en la que es absolutamente -60- Selección de Lecturas de Filosofía II libre; es decir, libre respecto de la determinación de los factores causales. Esta posición es compartida también, en el fondo, por aquellos que —como Nikolai Hartmann— ven en la determinación interior de la voluntad, o autodeterminación, una nueva forma de causalidad. Lo característico de esta posición es la contraposición entre libertad y necesidad causal. En ella la libertad de la voluntad excluye el principio causal, pues se piensa que si lo que se quiere, decide o hace tiene causas —inmediatas o lejanas—, ese querer, o esa decisión y acción, no serían propiamente libres. La libertad implica, pues, una ruptura de la continuidad causal universal. Ser libre es ser incausado. Una verdadera acción libre no podría estar determinada ni siquiera por el carácter del sujeto, como sostiene en nuestros días Campbell. Para que la autodeterminación sea pura, tiene que excluirse incluso la determinación interior del carácter y ha de implicar una elección del Yo en el que trascienda el carácter mismo. Sólo así puede gozarse de una genuina libertad. Al examinar estos argumentos, debemos tener presente las objeciones que hemos hecho anteriormente al determinismo absoluto. También aquí, aunque ahora para negar que la libertad de la voluntad sea compatible con la determinación causal, se ignora la peculiaridad del agente moral como factor causal, y se habla de los actos propiamente humanos como si se trataran de actos meramente naturales. Cierto es que algunos fenómenos físicos —como el movimiento de la Tierra alrededor de su eje— se producen ante nosotros (los habitantes del globo terrestre), sin que podamos intervenir en él; es decir, sin que podamos insertarnos —gracias a nuestro conocimiento y acción— en su relación causal, y alterarla o encauzarla en un sentido u otro. Es cierto también que, hasta ahora, el hombre no ha podido ejercer un control semejante sobre todos sus actos, particularmente sobre los fenómenos sociales, aunque cada vez se amplía más el área de ese control. Pero justamente los actos que llamamos morales dependen de condiciones y circunstancias que no escapan por completo a nuestro control. El hecho, por ejemplo, del cierre de una fábrica puede obedecer a una serie de causas de orden económico y social que escapan incluso al control de los -61- Selección de Lecturas de Filosofía II individuos. Pero el que Pedro como trabajador de ella se sume a una protesta contra el desempleo provocado por el cierre, dependerá de una serie de circunstancias y condiciones que no escapan por completo a su control. Ante él se presentan al menos dos posibilidades: sumarse a la protesta o no. Al decidirse por una de ellas, pone de manifiesto su libertad de decisión, aunque en esta decisión no dejen de estar presente determinadas causas: su propia situación económica, su grado de conciencia de clase, carácter, educación, etc. Su decisión es libre, es decir, propiamente suya, en cuanto que ha podido elegir y decidir por sí mismo, o sea, en ausencia de una fuerte coacción exterior e interior, pero sin que ello signifique que su decisión no se halle determinada. Pero esta determinación causal no es tan rígida como para trazar un solo cauce a su acción, o sea, como para impedirle que pueda optar entre dos o más alternativas El sujeto que quiere, decide y actúa en cierta dirección no sólo determina, sino que se halla determinado; es decir, no sólo se inserta en el tejido de las relaciones causales, alterándolo o modificándolo con su decisión y su acción, sino que obedece también, en su comportamiento, a causas internas y externas, inmediatas y mediatas, de modo que lejos de romper la cadena causal, la presupone necesariamente. En el acto moral, el sujeto no decide arbitrariamente; en su conducta, su carácter aparece como un factor importante. Pero la relación de su comportamiento con esta determinación interior que proviene de su carácter no rompe la cadena causal, pues su carácter se ha formado o moldeado por una serie de causas a lo largo de su vida, en su existencia social, en sus relaciones con los demás, etc. Hay quienes ven en este papel del carácter en nuestras decisiones una negación de la libertad de la voluntad, y, por ello, conciben ésta como una ruptura de la cadena causal al nivel del carácter. De acuerdo con esta tesis, el hombre que actuara conforme a —o determinado por— su carácter no sería propiamente libre. Ser libre sería actuar a pesar de él, o incluso contra él. Pero si el carácter se excluye como factor determinante causal, ¿no se caería en un indeterminismo total? En efecto, la decisión del sujeto no estaría determinada por nada, no ya por -62- Selección de Lecturas de Filosofía II las condiciones en que se desarrolla su existencia social y personal, sino ni siquiera por su propio carácter. Pero entonces, ¿por qué el sujeto habría de actuar de un modo u otro? ¿Por qué ante dos alternativas, la X sería preferida a la Y? Si el carácter del sujeto no influye en la decisión, todo puede ocurrir, todo es posible, con la particularidad de que todas las posibilidades se darían en el mismo plano; todo puede suceder igualmente. Por otro lado, si todo es posible, ¿con qué criterio puede juzgarse la moralidad de un acto? Si los factores causales no influyen en la decisión y en la acción, ¿qué sentido tiene el conocimiento de ellos para juzgar si el agente moral pudo o no actuar de otra manera, y considerarlo por tanto responsable de lo que hizo? En un mundo en el que sólo imperara el azar, en el que todo fuera igualmente posible, ni siquiera tendría sentido hablar de libertad y responsabilidad moral. Con lo cual llegamos a la conclusión de que la libertad de la voluntad lejos de excluir la causalidad, en el sentido de una ruptura de la conexión causal, o de una negación total de ésta (indeterminismo) presupone forzosamente la necesidad causal. Vemos, pues, que el libertarismo, como el determinismo absoluto, al establecer una oposición absoluta entre necesidad causal y libertad, no puede dar una solución satisfactoria al problema de la libertad de la voluntad como condición necesaria de la responsabilidad moral. Se impone así la solución que, en nuestras objeciones a una y otra posición, se ha venido apuntando. El determinismo absoluto conduce inevitablemente a esta conclusión: si el hombre no es libre, no es responsable moralmente de sus actos. Pero el libertarismo lleva también a una conclusión semejante, pues si las decisiones y actos de los individuos no se hallan sujetos a la necesidad y son frutos del azar, carece de sentido hacerlos responsables moralmente de sus actos y tratar de influir en su conducta moral. Para, que pueda hablarse de responsabilidad moral es preciso que el individuo disponga de cierta libertad de decisión y acción; o sea, es necesario que intervenga conscientemente en su realización. Pero, a su vez, para que pueda decidir con conocimiento de causa y fundar su decisión en razones, es preciso que su comportamiento se halle determinado causalmente; es -63- Selección de Lecturas de Filosofía II decir, que existan causas y no meros antecedentes o situaciones fortuitas. Libertad y causalidad, por tanto, no pueden excluirse una a otra. Pero no podemos aceptar una falsa conciliación de ambas, como la que postula Kant al situar una y otra en dos mundos distintos: la necesidad en el reino de la naturaleza, del que forma parte el hombre empírico, y la libertad en el mundo del "noúmeno‖, o reino inteligible, ideal, en el que no rige la conexión causal y del que forma parte propiamente el hombre como ser moral. Kant trata así de conciliar la libertad, entendida como autodeterminación del Yo, o "causalidad por la libertad", con la causalidad propiamente dicha que rige en la esfera de la naturaleza. Pero esta conciliación descansa sobre una escisión de la realidad en dos mundos, o sobre la división del hombre en dos: el empírico y el moral. Tampoco encontramos una verdadera conciliación de la necesidad y la libertad en Nikolai Hartmann al postular un nuevo tipo de determinación (la teleológica) que se insertaría en la conexión causal, ya que esa determinación por fines no se presenta, a su vez, causada. De este modo, al no tenerse presente que los fines que el hombre se propone se hallan causados también, se establece un abismo insalvable entre la causalidad propiamente dicha y la causalidad teleológica. La continuidad causal queda rota, por tanto, y no puede hablarse, en rigor, conforme a esta doctrina de una conciliación entre libertad y necesidad causal. Dialéctica de la libertad y de la necesidad Veamos ahora los tres intentos (los de Spinoza, Hegel y Marx-Engels) más importantes de superar dialécticamente la antítesis de libertad y necesidad causal. Para Spinoza, el hombre como parte de la naturaleza se halla sujeto a las leyes de la necesidad universal, y no puede escapar en modo alguno a ellas. La acción del mundo exterior provoca en él el estado psíquico que el filósofo holandés llama "pasión" o "afecto". En este plano, el hombre se presenta determinado exteriormente y comportándose como un ser pasivo; es decir, regido por los afectos y pasiones que suscitan en él las causas exteriores. Pero el hombre que así se comporta no es, a juicio de Spinoza, libre, sino esclavo; o sea, sus acciones se hallan determinadas por causas externas, y no por su propia -64- Selección de Lecturas de Filosofía II naturaleza. Ahora bien, ¿cómo se eleva el hombre de la servidumbre a la libertad? Puesto que no puede dejar de estar sometido a la necesidad universal, su libertad no podría consistir en sustraerse a ese sometimiento. La libertad no puede concebirse al margen de la necesidad. Ser libre es tener conciencia de la necesidad, o comprender que todo lo que sucede —por consiguiente, lo que a mí me sucede también— es necesario. En esto se diferencian el hombre libre del esclavo que, por no comprender la necesidad, se halla sujeto ciegamente a ella. Ser libre es, pues, elevarse del sometimiento ciego y espontáneo a la necesidad —propio del esclavo— a la conciencia de ésta, y, sobre esta base, a un sometimiento consciente. La libertad humana se halla, por tanto, en el conocimiento de la necesidad objetiva. Tal es la solución que da Spinoza al problema de las relaciones entre necesidad y libertad, y en la que los términos de la antítesis quedan conciliados. Pero la solución spinoziana tiene limitaciones, pues, ¿qué es, en definitiva, el conocimiento de la necesidad del pretendido hombre libre con respecto a la ignorancia de ella por parte del esclavo? Esta libertad no es sino esclavitud o sometimiento voluntario y consciente. El hombre queda liberado en el plano del conocimiento, pero sigue encadenado en su relación efectiva, práctica, con la naturaleza y la sociedad. Pero la libertad —como habrán de ver claramente otros filósofos posteriores— no es sólo asunto teórico, sino práctico, real. Requiere no sólo el conocimiento de la necesidad natural y social, sino también la acción transformadora, práctica —basada en dicho conocimiento— del mundo natural y social. La libertad no es sólo sometimiento consciente a la naturaleza, sino dominio o afirmación del hombre frente a ella. La doctrina de Spinoza se acerca a la solución del problema, pero no la alcanza todavía. Ha dado un paso muy importante al subrayar el papel del conocimiento de la necesidad en la libertad humana, pero no basta conocer para ser libre. Ahora bien, es evidente —y en esto radica el mérito de la aportación spinoziana— que la conciencia de la necesidad causal es siempre una condición necesaria de la libertad. Hegel, en cierto modo, se mueve en el mismo plano que Spinoza. Como él no -65- Selección de Lecturas de Filosofía II opone libertad y necesidad, y define también la primera como conocimiento de la necesidad ("la libertad es la necesidad comprendida"). Pero, a diferencia de Spinoza, pone a la libertad en relación con la historia. El conocimiento de la necesidad depende, en cada época, del nivel en que se encuentra en su desenvolvimiento el espíritu, que se expresa en la historia de la humanidad. La libertad es histórica: hay grados de libertad, o de conocimiento de la necesidad. La voluntad es más libre cuanto más conoce y, por tanto, cuando su decisión se basa en un mayor conocimiento de causa. Vemos, pues, que para Hegel —como para Spinoza— la libertad es asunto teórico, o de la conciencia, aunque su teoría de la libertad se enriquece al poner esta última en relación con la historia, y ver su conquista como un proceso ascensional histórico (la historia es "progreso en la libertad"). Marx y Engels aceptan las dos características antes señaladas: la de Spinoza (libertad como conciencia de la necesidad) y la de Hegel (su historicidad). La libertad es, pues, conciencia histórica de la necesidad. Pero, para ellos, la libertad no se reduce a esto; es decir, a un conocimiento de la necesidad que deje intacto el mundo sujeto a esta necesidad. La libertad del hombre respecto de la necesidad —y particularmente ante la que rige en el mundo social— no se reduce a convertir la servidumbre espontánea y ciega en una servidumbre consciente. La libertad no es sólo asunto teórico, porque el conocimiento de por sí no impide que el hombre se halle sometido pasivamente a la necesidad natural y social. La libertad entraña un poder, un dominio del hombre sobre la naturaleza y, a su vez, sobre su propia naturaleza. Esta doble afirmación del hombre —que está en la esencia misma de la libertad— entraña una transformación del mundo sobre la base de su interpretación; o sea, sobre la base del conocimiento de sus nexos causales, de la necesidad que lo rige. El desarrollo de la libertad se halla, pues, ligado al desarrollo del hombre como ser práctico, transformador o creador; es decir, se halla vinculado al proceso de producción de un mundo humano o humanizado, que trasciende el mundo dado, natural, y al proceso de autoproducción del ser humano que constituye justamente -66- Selección de Lecturas de Filosofía II su historia. La libertad no es sólo asunto teórico, pues la comprensión de la necesidad no basta para que el hombre sea libre, ya que la libertad entraña —como hemos señalado— una actividad práctica transformadora. Pero, sin el conocimiento de la necesidad, tampoco hay libertad; es por ello una condición necesaria de ésta. El conocimiento y la actividad práctica, sin los cuales la libertad humana no se daría, no tienen por sujeto a individuos aislados, sino individuos que viven en sociedad, que son sociales por su propia naturaleza y se hallan insertos en un tejido de relaciones sociales, que varían a su vez históricamente. La libertad, por todo esto, tiene también un carácter histórico-social. Los grados de libertad son grados de desarrollo del hombre como ser práctico, histórico y social. No puede hablarse de la libertad del hombre en abstracto, es decir, al margen de la historia y de la sociedad. Pero ya sea que se trate de la libertad como poder del hombre sobre la naturaleza, ya como dominio sobre su propia naturaleza—control sobre sus propias relaciones, o sobre sus propios actos individuales—, la libertad implica una acción del hombre basada en la comprensión de la necesidad causal. Se trata, pues, de una libertad que, lejos de excluir la necesidad, supone necesariamente su existencia, así como su conocimiento y la acción en el marco de ella. Tal es —en esencia— la solución de Marx y Engels al problema de las relaciones entre necesidad y libertad, en la que —como vemos— los contrarios se superan (o concilian) dialécticamente. LA VALORACIÓN MORAL34 Entendemos por valoración la atribución del valor correspondiente a actos o productos humanos. La valoración moral comprende estos tres elementos: a) el valor atribuible; b) el objeto valorado (actos o normales morales), y c) el sujeto que valora. 34 Adolfo Sánchez Vázquez -67- Selección de Lecturas de Filosofía II No nos ocuparemos de cada uno de estos elementos por separado, ya que han sido estudiados, o habrán de serlo en los capítulos respectivos. Nos limitaremos ahora a una caracterización general de la valoración moral para pasar inmediatamente al examen del valor moral fundamental: la bondad. Si la valoración es el acto de atribuir valor a un acto o producto humanos por un sujeto humano, ello implica necesaria-mente tomar en cuenta las condiciones concretas en que se valora y el carácter concreto de los elementos que intervienen en la valoración. En primer lugar, hay que tener presente que el valor se atribuye a un objeto social, establecido o creado por el hombre en el curso de su actividad histórico-social. Por tanto, la valoración, por ser atribución de un valor así constituido, tiene también un carácter concreto, histórico-social. Puesto que no existen en sí, sino por y para el hombre, los valores se concretizan de acuerdo con las formas que adopta la existencia del hombre como ser histórico-social. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los objetos valorados son actos propiamente humanos y que, por tanto, los seres inanimados o los actos animales —como ya hemos subrayado— no pueden ser objeto de valoración moral. Pero no todos los actos humanos se hallan sujetos a semejante valoración —a una aprobación o reprobación en el sentido moral—, sino sólo aquellos que afectan por sus resultados y consecuencias a otros. Así, por ejemplo, el levantamiento de una piedra que encuentro en un terreno desértico no puede ser valorado moralmente, ya que no afecta a los intereses de otro (si se trata, por supuesto, de un lugar deshabitado); en cambio, levantar una piedra en la calle, evitando con ello un peligro a un transeúnte, sí tiene un significado moral. Así, pues, puedo atribuir valor moral a un acto si —y sólo si— tiene consecuencias que afectan a otros individuos, a un grupo social o la sociedad entera. Al tener que tomar en cuenta esta relación entre el acto de un individuo y los demás, el objeto de la valoración se inscribe necesariamente en un contexto histórico-social, de acuerdo con el cual dicha relación adquiere o no un sentido moral. Veamos, por ejemplo, lo que sucede a este respecto con una actividad -68- Selección de Lecturas de Filosofía II humana como el trabajo. En una sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre —y, más particularmente, en la de la producción de plusvalía—, la actividad laboriosa es puramente económica, y carece de significado moral. Para el propietario de los medios de producción, que se apropia a su vez de los productos creados por el obrero,, le son indiferentes las consecuencias de su trabajo para el mismo, es decir, para el trabajador como hombre concreto, o para los demás en su existencia propiamente humana. El trabajo escapa así a toda valoración moral; es un acto puramente económico, y como tal lucrativo. Para el obrero que no se reconoce en su trabajo y que ve a éste como un medio para subsistir, carece también de significación moral; sólo un estímulo material, meramente económico, puede impulsarle a realizarlo. En esas condiciones sociales concretas, no se podría re-probar moralmente el modo como ejerce su actividad. Otra cosa | sucede en una sociedad en la que el trabajo deja de ser una mercancía y éste recobra su significación social, como actividad creadora que sirve a la sociedad entera. En esas condiciones, re-huirlo o efectuarlo exclusivamente por un estímulo material se convierte en un acto reprobable desde el punto de vista moral. Vemos, pues, que los actos humanos no pueden ser valorados aisladamente, sino dentro de un contexto histórico-social en el seno del cual cobra sentido el atribuirles determinado valor. Finalmente, la valoración es siempre atribución de valor por un sujeto. Este se sitúa, con ello, ante el acto de otro, aprobándolo o reprobándolo. Juzga así cómo le afecta no ya a él personalmente, sino a otros individuos, o a una comunidad entera. Pero el sujeto que expresa de este modo su actitud ante ciertos actos, lo hace como un ser social y no como un sujeto meramente individual que dé libre cauce a sus vivencias o emociones personales. Forma parte de una sociedad, o de un sector social determinado, a la vez que es hijo de su tiempo, y, por tanto, se encuentra inserto en un reino del valor (de principios, valores y normas) que él no inventa ni descubre personalmente; su valoración, por ende, no es el acto exclusivo de una conciencia empírica, individual. Pero tampoco lo es de un yo abstracto, o de una conciencia valorativa en general, sino de la conciencia de un -69- Selección de Lecturas de Filosofía II individuo que, por pertenecer a un ser histórico y social, se halla arraigada en su tiempo y en su comunidad. Así, pues, por el valor atribuido, por el objeto valorado y por el sujeto que valora, la valoración tiene siempre un carácter concreto; o sea, es la atribución de un valor concreto en una situación dada. Lo bueno como valor El acto moral aspira a ser una realización de lo "bueno". Un acto moral positivo es un acto valioso moralmente, y lo es justa-mente en cuanto lo consideramos "bueno"; es decir, encarnando o plasmando el valor de la bondad. Pero, ¿qué es lo bueno? Al responder a esta pregunta, la mayoría de los tratadistas morales han pretendido encontrar lo bueno en general, absoluto, intrínseco e incondicionado; lo bueno en todo lugar y tiempo, en todas las circunstancias, cualquiera que sea el acto moral de que se trate, o la situación concreta en que éste se efectúe. Partiendo del reconocimiento de que los hombres, al comportarse moralmente, aspiran al bien, es decir, a realizar actos moralmente buenos, se pugna por dar una respuesta universalmente válida a la pregunta acerca de lo bueno. Al descartarse el término "bueno" en un sentido no moral ("buen" reloj, "buena" cosecha, "buen" poema), dicho término designa exclusivamente ciertos actos humanos que consideramos positivos o valiosos desde el punto de vista moral. Reservamos, consecuentemente, el término "malo" para calificar los actos morales de signo opuesto. Lo bueno y lo malo se hallan en una relación recíproca y constituyen un par de conceptos axiológicos inseparables y opuestos. Definir lo bueno implica, pues, definir lo malo. Toda concepción de lo bueno entraña necesariamente, de un modo explícito o implícito, una concepción de lo malo. Pero no se trata de una conexión puramente lógica, sino histórica y real: de una época a otra, o de una a otra sociedad, cambian las ideas de lo bueno y lo malo. En los pueblos primitivos, lo bueno es ante todo la valentía, y lo malo, la cobardía. Con la división de la sociedad en clases, pierde su significado universal humano; ya no todos los -70- Selección de Lecturas de Filosofía II hombres son, o pueden ser, buenos, sino sólo un sector o una minoría de ellos: los hombres libres; los otros —los esclavos— no pueden ser buenos ni malos, por la sencilla razón de que no son considerados propiamente seres humanos, dotados de razón, sino cosas o instrumentos. Así sucede, por ejemplo, en la Grecia antigua. En la Edad Media, es bueno lo que proviene de la voluntad divina o concuerda con ella, y malo o diabólico, lo que la contradice. En los tiempos modernos, lo bueno es lo que concuerda con la naturaleza humana, entendida ésta de un modo universal y abstracto; las ideas de lo bueno y lo malo tienen también, por ello, un carácter universal, concordante con esa verdadera naturaleza del hombre como ser racional o espiritual, dada de una vez y para siempre. Pero tras esta universalidad de la idea de lo bueno (que se pone claramente de manifiesto en la ética de Kant, lo bueno lo es absolutamente, sin restricción o condición alguna), se esconden aspiraciones e intereses humanos concretos que son, sobre todo, los de la clase social dominante. Ninguna clase social acepta como "bueno" lo que entra en contradicción con sus intereses sociales. Por ello, lo bueno para una clase, en una misma sociedad, no lo es para otra. Pero ello no significa que lo bueno pierda todo contenido objetivo, pues cuando una clase social—en su fase ascensional— tiene intereses propios que se confunden con los del progreso histórico y social, su idea de lo bueno —en contradicción con la de una clase social ya decadente, que se aferra a su particularidad— contribuye a una concepción más universal de lo bueno, aunque esta universalidad se presente todavía un tanto abstractamente, como sucede con la "buena voluntad" en Kant. Lo bueno, en este sentido, resulta entonces más provechoso para una moral universal humana —a la que tiende, como ya hemos señalado el progreso moral— que lo bueno en el sentido estrecho y limitado de la moral anterior, la esclavista, o la moral feudal-aristocrática. Así, pues, las ideas de lo bueno y lo malo cambian histórica-mente de acuerdo con las diferentes funciones de la moral efectiva de cada época, y esos cambios se reflejan bajo la forma de nuevos conceptos en las doctrinas éticas. Tomando en cuenta la aspiración común de los hombres de alcanzar lo bueno por considerarlo -71- Selección de Lecturas de Filosofía II el valor moral fundamental, aunque siempre de acuerdo con sus aspiraciones concretas en cada época o en cada sociedad, veamos —en el plano de la teoría ética— algunas de las respuestas principales a la pregunta acerca de la naturaleza de lo bueno. Entre estas concepciones principales, tenemos las que definen lo bueno como felicidad, placer, buena voluntad o utilidad. Lo bueno como felicidad. (Eudemonismo) La tesis de que la felicidad es lo único bueno, o el sumo bien, ha sido sostenida reiteradas veces a lo largo de la historia del pensamiento ético. Fue Aristóteles el primero que sostuvo que es el más alto de los bienes, y que todos los hombres aspiran a la felicidad (eudaimonia, en griego). Pero, de acuerdo con las condiciones sociales de su tiempo, en el que priva —como ya hemos señalado— el desprecio por el trabajo físico, Aristóteles considera que la felicidad del hombre reside en el ejercicio de la razón, que es la facultad humana peculiar. Ahora bien, aunque la felicidad consiste en el cultivo de la contemplación o actividad teórica, propia de la razón, requiere a su vez de una serie de condiciones necesarias, entre las cuales figuran dos muy importantes: seguridad económica (es decir, posesión de cierta cantidad de bienes materiales) y libertad personal. Sin ellas, los hombres no pueden ser felices, y, por ello, no pueden serlo los esclavos. Así, pues, para Aristóteles —reflejando claramente la realidad social de su época— la felicidad sólo está al alcance de un sector privilegiado de la sociedad, del que estaban excluidos no sólo los esclavos, sino también las mujeres. Partiendo de la imposibilidad de alcanzar la verdadera felicidad aquí en la Tierra, la ética cristiana traslada su consecución a un mundo ultraterreno. La felicidad sólo puede obtenerse en el cielo como una compensación a la infelicidad terrena. De este modo, una felicidad ideal e ilusoria viene a sustituir a la felicidad mundana y real. El pensamiento ético moderno, particularmente el de los filósofos ilustrados y materialistas franceses del siglo XVIII, plantea el derecho de los hombres a ser felices en este mundo, pero la felicidad la conciben en un plano abstracto, ideal, al margen de las condiciones concretas de la vida social que favorecen su -72- Selección de Lecturas de Filosofía II consecución o que la obstaculizan. Estos pensadores situaban el problema de la felicidad en el mundo terreno, pero, al concebir al hombre de un modo abstracto, olvidaban lo que Aristóteles había señalado pese a los límites de clase de su concepción, a saber: que el estado de felicidad exige ciertas condiciones concretas —determinada situación económica y libertad personal— sin las cuales sería imposible. Este modo aristotélico de abordar el problema de la felicidad no sólo no ha perdido fuerza en nuestros días, sino que incluso se ha reforzado. En efecto, hoy vemos con más claridad que nunca que la felicidad no puede desligarse de la existencia de ciertas condiciones sociales que la acercan o la alejan para amplios sectores de la sociedad. Los hombres no pueden ser verdaderamente felices en la miseria, la explotación, la falta de libertades políticas, la discriminación racial, etc. Pero, por otro lado, se caería en una posición simplista si se pensara que la creación de las condiciones sociales favorables a la desaparición de males que sumen en la mayor infelicidad a tantos seres humanos, bastaría para traer a todos y cada uno de los individuos su felicidad personal. Los individuos como tales pueden encontrar graves obstáculos en el logro de su felicidad, que no pueden desaparecer ni siquiera en las condiciones sociales más favorables. Tales son, por ejemplo, los obstáculos a su felicidad que surgen —como fracasos— en el amor, en el ejercicio de una profesión o en el cumplimiento de nuestra vocación, o también como golpes inevitables descargados por las enfermedades o la muerte. Pero las condiciones sociales no dejan de influir incluso en la felicidad personal, ya que de ellas depende, en gran parte, el que contemos o no con los medios para no hundirnos totalmente en el infortunio, y poder salir de él. El problema de la felicidad no puede plantearse tampoco sin tener presente su contenido concreto, es decir, el tipo de felicidad que se busca, y en el que los hombres en una situación dada ven la realización de sus más caras aspiraciones personales. También aquí hay que tener presente los nexos entre la felicidad y las relaciones sociales que contribuyen a forjar una imagen de ella que los individuos hacen suya. Así, por ejemplo, en una sociedad en la que domina la apropiación -73- Selección de Lecturas de Filosofía II privada y en la que el hombre vale, ante todo, no por lo que es, sino por lo que tiene, la felicidad se cifra en la posesión de bienes materiales, y particularmente en la adquisición de aquello que tiene la cualidad de apropiarse de todos los objetos, y de dotar de verdadero ser a quien lo posee, o sea: el dinero. En una sociedad así constituida, la felicidad se cifra, por tanto, en la satisfacción del "espíritu del tener", en la posesión de dinero, y en ella el hombre rico, en sentido material, será feliz, en tanto que el pobre, el desposeído, será desdichado. Aquí el sistema económico-social, da un contenido concreto al concepto de felicidad —como satisfacción de las tendencias egoístas, o del "espíritu de posesión" del individuo—; a su vez, la búsqueda de esa felicidad contribuye, asimismo, a fortalecer y desarrollar el sistema. Con esto vemos cómo una sociedad determinada forja su propio concepto de la felicidad y cómo este concepto responde, a su vez, a las necesidades de las fuerzas sociales empeñadas en mantener su osamenta social. En conclusión: la tesis de que la felicidad es lo único bueno resulta demasiado general si no se precisa su contenido concreto. Este contenido varía de acuerdo con las relaciones sociales que lo determinan, y a cuyos intereses responde. Es lo que vemos, al cifrarse la felicidad en la contemplación en la sociedad esclavista griega, o en la posesión de dinero en la sociedad burguesa moderna. Resulta así que la felicidad no puede concebirse como algo abstracto al margen de unas condiciones sociales dadas, y que estas condiciones no favorecen u obstaculizan la felicidad en general, sino una felicidad concreta. Por ello, no puede considerarse —como acorde con una naturaleza humana en general— la felicidad que hoy se cifra en las tendencias egoístas del individuo, o en su "espíritu de posesión". En una sociedad en la que no rija el principio de la apropiación privada ni la omnipotencia del dinero, y en la que el destino personal no pueda concebirse separado del de la comunidad, los hombres habrán de buscar otro tipo de felicidad. Lo bueno como placer. (Hedonismo) Antes de examinar las tesis básicas del hedonismo ético (de hedoné; en griego, -74- Selección de Lecturas de Filosofía II placer), hay que distinguir dos sentidos del término placer, que a veces se confunden: 1) como sentimiento o estado afectivo placentero que acompaña a diferentes experiencias (encuentro casual con un viejo amigo, contemplación de un cuadro, solución de un problema matemático, etc.), y cuyo opuesto es el "displacer", o estado afectivo desagradable que acompaña a ciertas experiencias (encuentro con una persona que se detesta, lectura de una mala novela, torcedura de un tobillo, etcétera); 2) como sensación agradable producida por ciertos estímulos (un cosquilleo, un buen vaso de vino, etc.), y cuyo opuesto es el dolor o sensación localizable en alguna parte del cuerpo (dolor en la espalda, por ejemplo). Cuando los hedonistas afirman que lo bueno es el placer, y lo malo es lo opuesto, se refieren a los dos sentidos citados en primer lugar. Admitida esta distinción, puede comprenderse que, al sostener Epicuro que cada quien debe buscar el máximo placer, no se refiere a los placeres sensibles, inmediatos y fugaces, como los que proporcionan la comida, la bebida o el sexo, y cuya satisfacción reiterada o inmoderada acaba por acarrear males (dolores, desarreglos, hastío, etc.), sino a placeres más duraderos y superiores, como los intelectuales y estéticos. Veamos ahora las tesis fundamentales del hedonismo, así como las dificultades que suscitan. Todo placer o goce es intrínsecamente bueno. A. Todo placer o goce es intrínsecamente bueno. Esta tesis se funda en el hecho psicológico de que todos los hombres desean el placer como fin, hecho que puede ser reconocido si es interpretado en el sentido de que los hombres prefieren el placer al displacer, o dolor. Pero, de acuerdo con nuestra crítica del subjetivismo axiológico, una cosa no puede ser buena solamente porque se la desee. Incluso aunque se acepte que el placer es intrínsecamente bueno, en cuanto que es deseable o preferible al dolor, la bondad moral de un acto placentero no puede ser aislado de sus consecuencias. Recordemos a este respecto "el placer de la venganza"; quien lleva a cabo una calculada y pérfida venganza puede experimentar un placer pleno, pero impregnado moralmente de las consecuencias y de la naturaleza negativa del -75- Selección de Lecturas de Filosofía II acto. A esto podrá replicar el hedonista que el placer experimenta do por el vengador es intrínsecamente bueno, o que es un ''buen" placer. Pero aquí nos encontramos con un significado extramural de "bueno" que ya habíamos descartado. Lo cierto es que sólo así —y no en su sentido intrínseco— el placer adquiere una calificación moral. Por tanto, para que tenga una significación ética debo juzgarlo no intrínsecamente (como placer en sí), sino extrínsecamente (placer en relación con la naturaleza o las consecuencias del acto). Pero, entonces, un "buen" placer no es necesariamente bueno en un sentido moral; o sea, la tesis que estamos examinando y según la cual todo placer, considerado en sí mismo, independientemente de la naturaleza del acto o de sus consecuencias, es bueno (es decir, intrínsecamente), es una tesis falsa. B. Sólo el placer es intrínsecamente bueno. Con esta tesis se contribuye a borrar de nuevo la línea divisoria entre lo bueno y lo malo en sentido moral, ya que el placer acompaña a las experiencias más variadas, incluyendo aquellas que —como la contemplación de un cuadro— no tienen —al menos esencialmente— un significado moral. Por otro lado, una buena acción —en sentido moral— también produce satisfacción en quien la ejecuta; pero, de acuerdo con la doctrina hedonista, su valor moral radicaría no en una bondad intrínseca, o inherente al acto o a sus consecuencias, sino al placer que produce. Pero ya hemos visto que una acción moralmente negativa también produce placer: lo siente, por ejemplo, el asaltante que ataca de improviso a un desprevenido transeúnte, en tanto que el desvalijado noctámbulo experimenta displacer o dolor. Para el hedonista, la bondad intrínseca estaría en el primer acto, y la maldad en el segundo. La bondad y la maldad en sentido moral tendrían, pues, un valor puramente instrumental; es decir, tanto una como otra estarían al servicio de lo único que es intrínsecamente bueno: el placer. Pero, con ello, hemos quedado fuera del verdadero dominio de la moral. C. La bondad de un acto depende del placer que contiene. A diferencia de las dos tesis anteriores que son compartidas por todos los -76- Selección de Lecturas de Filosofía II hedonistas éticos, en esta tercera se oponen los hedonistas cuantitativos (como Epicuro y Bentham, para los cuales las diferencias cualitativas de placer no implican diferencia alguna en cuanto al valor o bondad), y los hedonistas cualitativos (como John Stuart Mili), para los cuales las diferencias cualita uvas producen diferencias de valor. O sea: para los hedonistas cuantitativos, la bondad depende de la cantidad de placer, mientras que para los hedonistas cualitativos las diferencias cualitativas de placer produzcan diferencias de valor. Con respecto a las tesis de unos y otros puede objetarse lo siguiente: Contra los hedonistas cuantitativos: muchas personas obtienen más cantidad de placer escuchando una canción ramplona, de música pegadiza al oído, que una sinfonía de Strawinsky; de aquí habría que sacar la absurda conclusión de que aquélla es más valiosa que la segunda, ya que proporciona más placer. Por otro lado, hay que dudar de la posibilidad de medir y comparar los placeres si no es sobre la base de estimaciones subjetivas; pero, si es así, ¿cómo se puede calcular el valor intrínseco en términos cuantitativos, o sea, su proporcionalidad respecto a la cantidad de placer? Contra los hedonistas cualitativos: puede establecerse ciertamente, como ya hemos señalado, una diferencia entre el placer como estado afectivo que acompaña a ciertas experiencias, y el placer como sensación agradable provocada por ciertos estímulos, pero no es tan claro que pueda establecerse una diferencia cualitativa, no sólo de intensidad, entre los estados hedónicos que acompañan a diferentes experiencias (morales, estéticas, políticas, etc.) o, con respecto a una misma experiencia, hasta el punto de que puedan registrarse en esos estados hedónicos rasgos lo suficientemente precisos como para establecer diferencias de valor. Por último, al hedonismo ético en general puede hacérsele la misma crítica que a todo subjetivismo axiológico, ya que reduce un valor —"lo bueno" en este caso— a reacciones psíquicas o vivencias subjetivas. Y se le puede objetar asimismo que comete la falacia lógica que estriba en deducir, de un juicio de hecho acerca del comportamiento psicológico de los hombres ("todos los hombres desean el placer -77- Selección de Lecturas de Filosofía II como fin"), un juicio de valor ("sólo el placer es bueno"). El juicio de hecho actúa como premisa; el de valor, como conclusión. Ahora bien, como se acepta generalmente desde Hume, es ilegítimo desde el punto de vista lógico pasar de semejante premisa a tal conclusión. Lo bueno como "buena voluntad". (Formalismo kantiano) Kant considera que lo bueno ha de ser algo incondicionado, sin restricción alguna; es decir, no depende de circunstancias o condiciones que escapen a nuestro control ni tampoco de las con-secuencias de nuestros actos. Pero ¿hay algo bueno en este sentido absoluto, irrestricto o incondicionado? Veamos las dos concepciones de lo bueno examinadas anteriormente. La felicidad se halla sujeta a ciertas condiciones, y si no se dan éstas, como ya advertía Aristóteles, no se puede ser feliz. Lo bueno como felicidad entraña una bondad condicionada. Otras cosas o cualidades humanas, como la moderación, el autocontrol o la reflexión serena, son buenas, pero no en toda situación o circunstancia. Un criminal puede autocontrolarse para cometer más perfectamente su crimen, es decir, para acentuar la maldad de su acción. El valor, la lealtad y otras cualidades de los hombres son buenas, pero no de un modo irrestricto, ya que pueden estar al servicio de fines moralmente reprobables (el asesino puede hacer gala de cierto valor, sin el cual no podría comportarse como tal, y la lealtad mutua forma parte del código de "honor" de los delincuentes). Y por lo que toca a la concepción de lo bueno como placer, ya hemos subrayado que éste puede acompañar a actos o experiencias de signo moral opuesto. ¿Qué es entonces lo que puede ser bueno de un modo absoluto, sin restricción alguna, 'en toda circunstancia y en todo momento, y cualesquiera que sean los resultados o consecuencias de nuestra acción? He aquí la respuesta de Kant: "Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible concebir nada que pueda considerarse bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad"35 35 Manuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. 1 -78- Selección de Lecturas de Filosofía II Y un poco más adelante agrega: "La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su aptitud para alcanzar un fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que pudiéramos obtener por medio de ella."36 Pero esta buena voluntad no debe ser confundida con un mero deseo que se quede sólo en eso, sin echar mano de todos los medios de que dispone, o en una simple intención que no va más allá de ella, es decir, sin intentar ponerla en práctica. Por el contrario; se trata de un intento de hacer algo, aunque ciertamente no se consiga lo que se quería, o aunque las consecuencias de nuestra acción no respondan a nuestro propósito. Por ello dice también Kant, en la misma obra, tratando de que quede bien claro lo que entiende por buena voluntad: "Aun cuando se diera el caso de que, por una particular ingratitud de la fortuna, o la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de realizar su propósito; incluso si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera conseguir nada y sólo quedase la buena voluntad, no desde luego, como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están a nuestro alcance—, sería esa buena voluntad como una joya que brilla por sí misma, como algo que tiene en sí mismo su pleno valor. La utilidad o la inutilidad no pueden añadir ni quitar nada a ese valor."37 Así, pues, la buena voluntad no se ve afectada, no deja de ser buena, por el hecho de que las circunstancias o condiciones impidan que se cumplan sus propósitos, pero tampoco puede reducirse a la buena intención que se queda en un simple deseo. Tampoco basta actuar conforme al deber. Así, por ejemplo, es un deber nuestro cumplir lo prometido. Pero este deber puede ser cumplido por diversas razones: por las ventajas que podamos obtener de ello; por temor a las consecuencias de su incumplimiento; por una inclinación nuestra a obrar así, etc. En todos esos casos se ha cumplido lo prometido; es decir, se ha actuado 36 37 Op. Cit Op. Cit -79- Selección de Lecturas de Filosofía II conforme al deber, pero no por deber. En ninguno de esos casos, a juicio de Kant, resplandece lo único que es bueno moralmente sin condición o restricción algunas: la buena voluntad, o sea, la voluntad que actúa no sólo de acuerdo con el deber, sino por respeto al deber, determinada única y exclusivamente por la razón. Pero ¿qué voluntad es ésta y dónde podemos hallarla? Esta buena voluntad, independiente de las circunstancias y de las inclinaciones e intereses humanos concretos, y sólo determinada por la razón, no es la voluntad de los hombres reales, determinados histórica y socialmente, e insertos en la malla de las exigencias, intereses y aspiraciones de su existencia efectiva. Lo bueno, así concebido —como "buena voluntad"—, se inscribe en un mundo ideal, ahistórico e intemporal, que se convierte para los hombres reales en un nuevo "más allá". Lo bueno como lo útil. (Utilitarismo) La concepción de lo bueno como lo útil tiene en Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mili (1806-1873) a sus principales exponentes. Para esclarecer la relación que los utilitaristas establecen entre lo bueno y lo útil, hay que comprender sus respuestas a dos preguntas fundamentales, a saber: ¿Útil para quién? Y ¿En qué consiste lo útil? La primera pregunta se justifica para disipar una falsa idea del utilitarismo, entendido en un sentido egoísta, que se halla bastante extendida, y de acuerdo con la cual lo bueno sólo sería lo útil o provechoso para mí; es decir, lo que contribuye al bienestar de un individuo, independientemente de que sea también ventajoso para otras personas, o para la sociedad entera. En una concepción de este género, sería inconcebible el sacrificio de uno en aras de otro, o de la colectividad. El utilitarismo así concebido sería una forma de egoísmo ético, pero no es esto lo que sostienen los pensadores utilitaristas antes citados. Descartada esta significación de "lo útil" (como lo útil para mí, independientemente de que lo sea o no para los demás), cabría entender el utilitarismo en el sentido opuesto: como una doctrina que concibe lo bueno como lo útil para los demás, independientemente de que coincida o no con nuestro propio bienestar personal. -80- Selección de Lecturas de Filosofía II De acuerdo con esta posición, lo bueno sería lo útil para los otros, aunque esta utilidad entrara en contradicción con mis intereses personales. El utilitarismo sería así, en diametral oposición al egoísmo ético, un altruismo ético. Sin embargo el utilitarismo pretende ser más bien la superación de ambas posiciones extremas y unilaterales. Lo bueno (lo útil) depende de las consecuencias. Un acto será bueno si tiene buenas consecuencias, independientemente del motivo que impulsó a hacerlo, o de la intención que se pretendió plasmar. O sea; independientemente de que el agente moral se haya propuesto o no que un acto suyo sea ventajoso para él, para los demás o para toda la comunidad, si el acto es beneficioso por sus consecuencias será útil, y, por consiguiente, bueno. La segunda cuestión se refiere al contenido de lo útil: ¿Qué es lo que se considera más provechoso para el mayor número? Las respuestas varían: para Bentham, el placer es lo únicamente bueno o útil; el utilitarismo se combina aquí con el hedonismo. Para Stuart Mili, lo útil o bueno es la felicidad. Y como por ella no se entiende exclusivamente la felicidad personal, sino la del mayor número posible de hombres, su doctrina viene a ser una forma de eudemonismo social. Pero lo que se considera bueno o útil puede ser también el conocimiento, el poder, la riqueza, etc. Al utilitarismo se le puede hacen una serie de objeciones. Las más importantes se refieren a su principio distributivo: "La mayor felicidad para el mayor número de hombres." Este principio tiene que enfrentarse a graves conflictos en su aplicación. Por ejemplo: si el acto A trae más felicidad para un número X de personas, y el acto B aporta menos felicidad a un número Y mayor, ¿cuál de los dos actos escoger: el que trae más felicidad a menos hombres, o el que aporta menos felicidad a más hombres? Si recurrimos al principio utilitarista de la "mayor felicidad para el mayor número", veremos que no nos saca del atolladero, ya que estamos obligados a descomponer dicho principio en dos criterios unilaterales que entran en conflicto, y a aplicar forzosamente uno u otro (el de la "mayor felicidad" o el del "mayor número"), sin poder conjugar los dos a la vez, como quiere el utilitarismo. Pero, por otro lado; las dificultades crecen si se tiene en cuenta que, -81- Selección de Lecturas de Filosofía II en una sociedad dividida en clases antagónicas, el "mayor número posible" tropieza con límites insuperables impuestos por la propia estructura social. Así, por ejemplo, si el contenido de lo útil se ve en la felicidad, el poder o la riqueza, veremos que la distribución de estos bienes que se consideran valiosos no puede extenderse más allá de los límites impuestos por la propia estructura económicosocial de la sociedad (tipo de relaciones de propiedad, correlación de clases, organización esta-tal, etc.). Finalmente, por no tener presente las condiciones histórico-sociales en que ha de aplicarse su principio, el utilitarismo olvida que, en las sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre, la felicidad del mayor número de hombres no puede ser separada de la infelicidad que la hace posible. TEMA 7. ÉTICA APLICADA LA MORAL COMO CONTRANATURALEZA38 Todas las pasiones tienen una época en la que resultan sencillamente nefastas, en la que subyugan a sus víctimas con el peso de su estupidez; y una época posterior, mucho más tarde que la otra, en la que se desposan con el espíritu, en la que se «espiritualizan». En otros tiempos se combatía la pasión en sí por la estupidez que implica; los hombres se conjuraban para aniquilarla; todos los viejos monstruos de la moral coincidían en sostener que hay que matar a las pasiones. La fórmula más conocida de esto se encuentra en el Nuevo Testamento, en el Sermón de la Montaña, donde, dicho sea de pasada, no se miran las cosas desde las alturas. En ese pasaje se dice, por ejemplo, refiriéndose a la sexualidad: «Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo.» Afortunadamente, ningún cristiano ha seguido este precepto. Aniquilar las pasiones y los deseos por el mero hecho de evitar su estupidez y las desagradables consecuencias de ésta es algo que hoy nos parece una forma aguda de estupidez. Ya no admiramos a los dentistas que nos sacan los dientes para que no nos duelan. Por otra parte, cabe reconocer que la idea de 38 Federico Nietzsche, El Ocaso de los Ídolos (o Cómo se Filosofa a Martillazos), pág. 15 -82- Selección de Lecturas de Filosofía II «espiritualizar las pasiones» resulta inconcebible en el terreno donde surgió el cristianismo. Es sabido que la Iglesia primitiva luchó, efectivamente, contra los «inteligentes» a favor de los «pobres de espíritu». ¿Cómo se podía esperar de ella que combatiera inteligentemente las pasiones? La Iglesia combate las pasiones a base de extirpar, en todos los sentidos de la palabra: su medicina, su «terapia» consiste en castrar. No se pregunta nunca: «cómo espiritualizar, embellecer, divinizar un deseo?» En todo momento lo que ha hecho ha sido cargar las tintas de la disciplina sobre la base de exterminar (la sensualidad, el orgullo, el ansia de poder, de poseer, de vengarse). Pero atacar las pasiones de raíz equivale a atacar la vida de raíz: la praxis de la Iglesia es hostil a la vida. Instintivamente, recurren a ese mismo procedimiento de castrar y exterminar, en la lucha contra un deseo, quienes son demasiado débiles, demasiado degenerados para poder moderar hablando metafóricamente (y dicho deseo: aquellos caracteres no metafóricamente), precisan de que, la Trapa, necesitan declarar de alguna manera una guerra a muerte a las pasiones, abrir un abismo entre ellos y las pasiones. Sólo los degenerados no tienen más remedio que apelar a los procedimientos radicales; la debilidad de la voluntad, o, más exactamente, la incapacidad de reaccionar ante un estímulo no es sino otra forma más de degeneración. La enemistad radical, la guerra a muerte contra la sensualidad no deja de ser un síntoma que nos hace reflexionar; permite hacer conjeturas sobre el estado general de quien llega a cometer un exceso así. Por lo demás esa hostilidad y ese odio sólo culminan cuando tales caracteres no tienen ya la firmeza necesaria para llevar a cabo la cura radical, para renunciar a su «demonio». Recórrase toda la historia de los sacerdotes y filósofos, incluyendo la de los artistas, y se podrá ver que quienes han dicho las cosas más venenosas contra los sentidos no han sido los impotentes ni los ascetas, sino los ascetas imposibles, es decir, aquellos individuos que habrían necesitado ser ascetas. Consideremos lo ingenuo que supone decir: «el hombre debería ser de éste y de aquél modo». La realidad nos muestra una fascinante riqueza de tipos, la -83- Selección de Lecturas de Filosofía II exuberancia característica de un pródigo juego que varía de formas. ¿Va a venir entonces cualquiera de esos aprendices de moralista que predican por las esquinas a decir ante esto: «¡No!, el hombre debe ser de otra manera?» Ese necio santurrón pretende saber incluso cómo debe ser él; fija su retrato en una pared y dice: «¡He aquí al hombre!» pero aunque el moralista se dirija sólo al individuo y le diga: «debes de ser de ésta y de ésa forma», no deja de ponerse en ridículo. El individuo es, de los pies a la cabeza, un fragmento de destino, una ley y una necesidad más para todo lo que está por venir. Decirle que cambie implica exigir que cambie todo, hasta lo que ya ha sucedido. Y, en realidad, ha habido moralistas consecuentes que han pretendido que el hombre fuera de otro modo, esto es, virtuoso, que han querido que fuera como ellos, esto es, un santurrón: por eso negaron el mundo. Se trata de una necesidad que no tiene nada de pequeña, de una forma de inmodestia que no tiene nada de modesta. En la medida en que la moral condena sin más, sin partir de consideraciones y sin atender las intenciones propias de la vida, constituye un error específico con el que no se debe tener compasión alguna, una idiosincrasia de degenerados, que ha hecho un daño incalculable. Nosotros, los inmoralistas, que somos tan distintos, hemos abierto nuestro corazón a toda clase de conocimientos, de comprensiones, de aprobaciones. Nos resulta difícil negar, tenemos muy a gala afirmar. Cada vez que nos han ido abriendo más los ojos para ver la economía que se precisa en orden a aprovechar todo lo que la santa locura y la razón enferma del sacerdote rechazan; para ver la economía que impera en la ley de la vida, que saca beneficio hasta del tipo repugnante del santurrón, del sacerdote, del virtuoso: ¿qué beneficio? Nosotros, los inmoralistas personificamos la respuesta a esa pregunta. -84- Selección de Lecturas de Filosofía II LOS QUE QUIEREN «MEJORAR» A LA HUMANIDAD39 Como es sabido, exijo al filósofo que se sitúe más allá del bien y del mal, que ponga por debajo de sí la ilusión del juicio moral. Esta exigencia deriva de una intuición que yo he sido el primero en formular: la de que no hay hechos morales. El juicio moral tiene en común con el religioso el creer en realidades que no son tales. La moral no es más que una interpretación de determinados fenómenos, o, por decirlo con más exactitud, una interpretación errónea. Al igual que el religioso, el juicio moral corresponde a un nivel de ignorancia en el que todavía no ha aparecido el concepto de lo real, la distinción entre lo real y lo imaginario; de forma que en dicho nivel la palabra «verdad» designa cosas que hoy llamaríamos «imaginaciones». En este sentido, nunca se debe tomar el juicio moral al pie de la letra; en sí mismo no encierra más que un sin sentido. No obstante, como semiótica, ofrece un cierto valor: revela, cuando menos, al que es capaz de verlas, realidades muy apreciables respecto a civilizaciones e interioridades que no sabían lo suficiente para entenderse a sí mismas. La moral no es más que un lenguaje de signos, una sintomatología; hay que saber de qué se trata para poder sacar provecho de ella. Pongamos un primer ejemplo totalmente provisional. En todas las épocas se ha querido «mejorar» a los hombres, y a esto se le ha llamado por antonomasia «moral». No obstante, en esta misma palabra se encierran las más diferentes tendencias. A la doma de la bestia humana y a la cría de una determinada clase de hombres se le dio el nombre de «mejoramiento»: sólo estos términos zoológicos designan realidades, y realidades que precisamente el «mejorador» característico, el sacerdote, ni conoce ni quiere conocer. Llamar «mejoramiento» a la doma de un animal es algo que a nosotros nos suena casi como una burla. Quien sepa lo que pasa en los lugares donde se doma a animales salvajes dudará mucho de que éstos sean «mejorados». Se les debilita, se les hace menos dañinos, se les convierte en unos animales enfermizos, a base de deprimirles mediante el miedo, el dolor, las heridas y el hambre. Lo 39 Federico Nietzsche, El Ocaso de los Ídolos (o Cómo se Filosofa a Martillazos) -85- Selección de Lecturas de Filosofía II mismo pasa con el hombre domado que ha «mejorado» el sacerdote. En la Alta Edad Media, cuando la Iglesia era realmente un lugar de doma de animales, se daba caza por todas partes a los mejores ejemplares de la «bestia rubia»; se «mejoró», por ejemplo, a los aristócratas germanos. Pero ¿qué aspecto presentaba luego ese germano «mejorado» a quien recluían con engaños en un monasterio? El de una caricatura de hombre, el de un engendro: lo habían convertido en «pecador», encerrado en una jaula y aprisionado por terribles ideas. Allí yacía enfermo, sombrío, aborreciéndose a sí mismo, con un odio mortal a todos los impulsos que incitan a vivir, recelando de todo lo que seguía siendo fuerte y dichoso: en suma, había sido convertido en un cristiano. Hablando en términos fisiológicos, en la lucha con la bestia, la única forma de debilitarle puede ser conseguir que enferme. Así lo entendió la Iglesia; echó a perder al hombre, lo debilitó, pero pretendió haberlo mejorado. La moral de la cría y la moral de la doma son totalmente dignas la una de la otra en cuanto a los métodos que utilizan para imponerse. Podemos establecer como afirmación suprema que, para hacer moral, es preciso querer incondicionalmente lo contrario. Este es el gran problema, el inquietante problema al que le he venido dando vueltas durante más largo tiempo: la psicología de los que quieren mejorar a la humanidad. Un hecho menor y realmente muy modesto, el de la llamada «mentira piadosa», me permitió acceder a este problema. La «mentira piadosa» constituye un patrimonio común de todos los filósofos y sacerdotes que han «mejorado» a la humanidad. Ni Manú, ni Platón, ni Confucio, ni los maestros judíos y cristianos han puesto nunca en duda su derecho a mentir, como tampoco han dudado de otros derechos totalmente distintos. Reduciendo esto a una fórmula se podría decir que todos los medios con los que hasta ahora se ha pretendido moralizar a la humanidad han sido radicalmente inmorales. -86- Selección de Lecturas de Filosofía II TEMA 8. ¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA Y LAS IMPLICACIONES DE LA DIMENSIÓN ESTÉTICA EN EL SER HUMANO? ¿HACE FALTA SIEMPRE UN DESCODIFICADOR PARA ENTENDER UNA OBRA DE ARTE?40 Sí, siempre. Es un error imaginar que es posible el acceso a una obra de arte, sea cual sea, con las manos en los bolsillos, totalmente despreocupados, ingenuamente. No entendemos a un chino que nos dirige la palabra si no dominamos su lengua o si no poseemos ciertos rudimentos de la misma. Pero así procede el arte, como un lenguaje, con su gramática, su sintaxis, sus convenciones, sus estilos, sus clásicos. Quien ignore la lengua en la que está escrita una obra de arte se priva para siempre de comprender su significado y, por tanto, su alcance. Así, todo juicio estético se hace imposible, impensable, si se ignoran las condiciones de existencia y aparición de una obra de arte. Lascaux41, primera ornamentación críptica Al igual que las lenguas habladas, el lenguaje artístico cambia en función de las épocas y los lugares: existen lenguas muertas (el griego antiguo, el latín), lenguas practicadas por muy pocas personas (el kirguis), lenguas vivas, pero en decadencia (el francés), lenguas dominantes (el inglés en versión americana). También en materia de arte, las obras provienen de civilizaciones desaparecidas (Sumeria, etruscos, incas, los Asiría, Babilonia, el Egipto de los faraones, los etc.), de pequeñas civilizaciones (los escitas), de civilizaciones no hace mucho poderosas, pero hoy declinantes (Europa), de civilizaciones dominantes (el modo de vida americano). Cuando nos encontramos ante una obra de arte, el lenguaje artístico exige que en primer lugar sepamos situarla en su contexto geográfico e histórico. Y de este modo, responder a la doble cuestión: dónde y cuándo. Tenemos que 40 conocer las Michel Onfray, Antimanual de filosofía. Trad. de Irache Ganuza Fernández. Edaf, Madrid, España, 2008, págs. 66-68 41 Como en Lascaux, las cuevas de Altamira en España, en Santillana del Mar (Santander), contienen en su interior pinturas rupestres policromadas del Paleolítico. Igualmente, en América hay una gran difusión de grabados rupestres, especialmente en zonas de Venezuela y de la Patagonia. -87- Selección de Lecturas de Filosofía II condiciones de producción de una obra y resolver el problema de su razón de ser: ¿quién la encarga?, ¿quién paga?, ¿quién ¿sacerdotes, comerciantes, burgueses, trabaja para ricos propietarios, quién?, coleccionistas, directores de museo, galeristas, colectividades públicas? Y esta obra: ¿para qué?, ¿qué podemos decir?, ¿qué motiva a un artista a crear aquí (las cuevas de Lascaux, el desierto egipcio), allí (una iglesia italiana, una cuidad flamenca), o en otra parte (una magalópolis occidental, Viena o Nueva York, París o Berlín)?, ¿por qué el artista utiliza un material o un soporte en lugar de otro (el mármol, el oro, la piedra, el lapislázuli 42, el bronce, el papel de fotografía, la película, el libro, el lienzo, el sonido, la tierra)? Así respondemos a las cuestiones fundamentales: ¿de dónde viene esta obra?, ¿dónde va?, ¿qué pretende provocar? A continuación, debemos preguntarnos: ¿por quién?, con el fin de ubicar la obra en el contexto biográfico de su autor. En los periodos en que los artistas no firmaban su producción (esta costumbre es reciente, al menos en Europa, donde data de cinco siglos aproximadamente), obtenemos información sobre escuelas, los talleres, obreros activos en las los grupos de arquitectos, de pintores, decoradores, el mercado. Seguidamente, planteamos la cuestión del origen de la producción estética del individuo. ¿Dónde nace, en qué ambiente?, ¿cuándo y cómo descubre su arte, con qué maestros, en qué circunstancias?, ¿qué es de su familia, su medio, sus estudios, su formación?, ¿cuándo supera a quienes lo iniciaron? Todo el saber disponible sobre la vida del artista permite, un día u otro, comprender la naturaleza y los misterios de la obra ante la cual nos encontramos. Porque la obra de arte es críptica, siempre. Más o menos netamente, con más o menos claridad, pero siempre. Corremos el riesgo de quedarnos mucho tiempo delante de los frescos de las cuevas de Lascaux sin entenderlos porque hemos perdido el descodificador. 42 Mineral de color azul intenso, duro como el acero, que antiguamente se usaba en la preparación del color azul de ultramar. Muy empleado en el arte egipcio; puede verse en la célebre cabeza de la reina Nefertiti. -88- Selección de Lecturas de Filosofía II TEMA 9. EL PROBLEMA DE LA SENSIBILIDAD Y LA EXPERIENCIA ESTÉTICA ANTE LA NATURALEZA, EL ARTE Y LA TECNOLOGÍA. EL AFICIONADO NO NACE, SE HACE 43 ¿Cómo nos convertimos en ese aficionado, es decir, en ese apasionado del arte? Dándonos los medios de adquirir el descodificador. ¿Es decir? Construyendo nuestro juicio. La construcción de un juicio supone tiempo, empeño y paciencia. ¿Quién afirma que utiliza bien una lengua extranjera si le dedica un tiempo y un empeño ridículos? ¿Quién puede creer dominar un instrumento musical sin haber sacrificado horas y horas de práctica con el fin de cubrir la distancia que separa el balbuceo de la maestría? Lo mismo ocurre con la fabricación de un gusto. Poco importa cuál sea el objeto de ese gusto (un vino, un guiso, una pintura, una pieza musical, una obra de arquitectura, un libro de filosofía, un poema), solo logramos apreciarlo una vez que hemos aceptado que hay que aprender a juzgar. Para ello, hay que educar los sentidos y provocar al cuerpo. La percepción de una obra de arte se realiza exclusivamente por las sensaciones: vemos, oímos, gustamos, olemos, etc. Acepta, al comienzo de nuestra iniciación, estar perdidos, no comprenderlo todo, confundir, equivocarnos, dar rodeos, no obtener de inmediato excelentes resultados. No se conversa, en las altas esferas intelectuales, con un interlocutor tras solo unas semanas de inmersión en su lengua. Lo mismo en lo que concierne al mundo del arte. Tiempo, paciencia y humildad, además de valor, tenacidad y determinación. Los resultados se obtienen al final de un túnel más o menos largo según nuestro empeño y nuestras capacidades. La construcción del juicio supone igualmente orden y método, además de un maestro. La escuela debería desempeñar ese papel, lo cual no hace; la familia también, pero no todas pueden hacerlo. La tarea también nos incumbe, personalmente. Frecuentar museos, salas de conciertos, mirar las construcciones 43 Michel Onfray, Antimanual de filosofía. Trad. de Irache Ganuza Fernández. Edaf, Madrid, España, 2008, págs. 69-70 -89- Selección de Lecturas de Filosofía II públicas y privadas, en la calle, con otros ojos, ir a exposiciones, detenerse en galerías, escuchar emisoras especializadas en la música en la que te gustaría iniciarte, beber y comer solamente, si es posible, vinos y platos de calidad, ejerciendo en cada ocasión tu gusto, tus impresiones, comparando nuestras opiniones, describiéndolas, contándoselas a nuestros amigos, nuestros novios y novias, incluso escribiéndolas para nosotros mismos: todo ello contribuye a la formación de nuestra sensibilidad, de nuestra sensualidad, además de nuestra inteligencia, y finalmente de nuestro juicio. Después, un día, sin avisar, su ejercicio se producirá fácilmente, simplemente -entonces descubrirás un placer ignorado por la mayoría, en todo caso, por los que se conforman, delante de una obra de arte, con reproducir los tópicos de su época, de sus conocidos o de su entorno. TEMA 10. SUJETO Y OBJETO ESTÉTICOS. ELOGIO DE LOS INDIVIDUOS REBELDES44 Si el arte falla hoy en este país, y aparentemente también en Francia, se debe a que no hay espíritu de rebeldía; no hay ideas nuevas que surjan de los artistas jóvenes. Estos pretenden lo mismo que sus predecesores, si bien intentando superarlos. En arte, la perfección no existe. Y siempre se produce una pausa artística cuando los artistas de un periodo determinado se contentan con reanudar el trabajo de un predecesor en el punto donde este lo ha abandonado y con intentar proseguir lo que hacía. De otro lado, cuando uno elige algo que pertenece a un periodo anterior y lo adapta a su propio trabajo, esta línea puede resultar creadora. No es nuevo el resultado; aunque sí es nuevo en la medida en que procede de una línea original. El arte viene producido por una serie de individuos que se expresan personalmente; no es una cuestión de progreso. El progreso no es más que una pretensión exorbitante por parte nuestra. 44 Marcel Duchamp, Escritos: Du champ du signe, versión castellana de Josep Elias y Carlota Hesse, editorial Distavo Gilí, S. A., Barcelona, 1978. -90- Selección de Lecturas de Filosofía II CUANDO EL OBJETO SE CONVIERTE EN ARTE45 Los ready-mades son objetos anónimos que el gesto gratuito del artista, por el solo hecho de escogerlos, convierte en obras de arte. Al mismo tiempo, ese gesto disuelve la noción de «objeto de arte». La contradicción es la esencia del acto; es el equivalente plástico del juego de palabras: este destruye el significado, aquel la idea de valor. Los ready-mades no son antiarte, como tantas creaciones modernas, sino a-rtísticos. Ni arte ni anti-arte, sino algo que está entre ambos, indiferente, en una zona vacía. La abundancia de comentarios sobre su significación —algunos sin duda habrán hecho reír a Duchamp— revela que su interés no es plástico, sino crítico o filosófico. Sería estúpido discutir acerca de su belleza o su fealdad, tanto porque están más allá de belleza o fealdad como porque no son obras, sino signos de interrogación o de negación frente a las obras. El ready-made no postula un valor nuevo: es un dardo contra lo que llamamos valioso. Es crítica activa: un puntapié contra la obra de arte sentada en su pedestal de adjetivos. La acción crítica se despliega en dos momentos. El primero es de orden higiénico, un aseo intelectual, el ready-made es una crítica del gusto; el segundo es un ataque a la noción de obra de arte. 45 Octavio Paz, Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, Alianza Forma, Madrid 1994. -91-