¿Cómo funciona el discernimiento? Dios tiene un sueño sobre ti. Pero este sueño ¿será totalmente ajeno a tus deseos, inclinaciones, cualidades? ¿O más bien habrá que reconocer en los propios deseos y aspiraciones, aquellos que se pueden atribuir a Dios? “Es decir, el discernimiento nos prepara para dar una respuesta personal e inédita a los llamamientos del Evangelio, del Reino de Dios, teniendo en cuenta lo que soy, lo que he vivido, lo que quiero ser y hacer, lo que reconozco como urgencia en el mundo. Por tanto, el discernimiento es inventar “nuestra” respuesta: la mía y la de Dios. Es una creación común”. (C. Cabarrús, Cuaderno de Bitácora para acompañantes, 238.) En este proceso de invención a dos bandas, lo que puede ocurrir es que se pueden confundir las cosas de Dios con las personales. Por eso, es necesario tener un conocimiento profundo de si mismo y un conocimiento básico de cuáles son los gustos de Dios, cuál es su manera de ser. Todo este año habrás ido descubriendo cosas de ambos personajes: tú y Dios. Sobre ti mismo, tendrás que hacer un ejercicio de revisión interior que luego te mostraremos. Sobre los gustos de Dios valga este principio básico del discernimiento: es de Dios todo lo que tenga estas cuatro características: 1. todo lo que tenga la intención de realizar la justicia solidaria del Reino, tal y como lo muestra Mt 25, 31ss; 2. todo lo que esté marcado por la experiencia de la misericordia de Dios (Lc 6, 36), es decir, todo lo que haya sido aceptado y perdonado incondicionalmente; 3. todo aquello que asuma el fracaso, la persecución y hasta la muerte, como parte del proyecto de Dios sobre ti (Mc 8,38); 4. todo aquello que incite a cuidar de uno mismo con la misma dedicación con la que se quiere y se cuida a los demás (Mt 19,19). Cada una de las opciones de vida que se nos presenten, deberá ser examinada bajo este cuádruple punto de vista. 1 Los personajes del discernimiento En el discernimiento intervienen tres personajes: 1. Tu propia personalidad (con tus cualidades, defectos, tu psicología, tus heridas, tu historia, etc.) 2. El Espíritu de Dios que influye dentro de ti moviendo tus afectos: lo llamamos “mociones”. Se trata de esos sentimientos que se instalan en el fondo de uno mismo y que “mueven” a hacer cosas. 3. El espíritu del mundo que intenta por todos los medios engañar y tender trampas para que acabes eligiendo el mal. 1 Un ejemplo puede ayudar a entender esto. Si yo me estoy planteando irme a misiones, me preguntaría: ¿contribuye a desarrollar la justicia solidaria del Reino de Dios?; ¿voy consciente de que soy un pecador muy querido?; ¿es mi mayor objetivo transmitir esta experiencia de misericordia a los demás, o más bien quiero demostrar cuánto valgo, qué valiente soy, cuánto soy capaz de dar?; ¿estoy dispuesto a sufrir el desprecio, la privación, la incomprensión, la contrariedad, por ello?; ¿mi entrega es temeraria, tiene en cuenta mis cualidades y mis límites y los de los demás? Sobre nuestra propia personalidad podemos intervenir, pero poco. Más bien la tarea se debe centrar en aceptar lo que somos, nuestro carácter, nuestras limitaciones y también nuestras cualidades. Sin embargo, hay una gran parte de nuestro comportamiento que depende de nuestras decisiones. Normalmente, nuestros actos, pensamientos y emociones están asentados sobre una orientación existencial de fondo. Esta orientación puede estar marcada por el mal espíritu o por el Espíritu de Dios. Si nuestro corazón está orientado fundamentalmente hacia el bien, el Espíritu de Dios actuará consolando, dando fuerza, serenidad y paz. Mientras que el mal espíritu intentará tentarnos con seducciones que nos parecen groseras y desagradables. En cambio, si nuestro corazón se deja llevar por el mal y se orienta hacia el egoísmo, el mal espíritu actuará presentándonos como aceptables opciones engañosas, para que triunfen nuestros instintos. En cambio, la acción del buen Espíritu será percibida como incómoda, contradictoria, exigente. Sin embargo, si se le hace caso, poco a poco va dando paz y serenidad. La alegría y satisfacción que da el mal espíritu es como la gaseosa: tiene un punto de “subidón”, de diversión intensa pero muy breve, que deja paso, casi inmediatamente, a un sentimiento de vacío, de tristeza, de hartazgo duradero (desolación). Por el contrario, la alegría que produce la consolación que da el buen espíritu es suave, no provoca euforia, pero permanece en el tiempo dando una sensación de serenidad y autenticidad permanentes (consolación). Aprender a discernir las “mociones” Discernir tiene que ver bastante con dilucidar qué tipo de espíritu domina mis decisiones, y por lo tanto, qué tipo de fase (consolación o desolación) anímica y espiritual estoy atravesando en cada momento. Para ello hace falta dirigir la mirada a nuestros sentimientos y comportamientos con mucha franqueza. A continuación os damos una serie de sugerencias para aprender a discernir cómo actúan el mal y el buen espíritu en nosotros. “El mal existe, nos atrae y nos ataca. Resaltamos dos maneras fundamentales que emplea el mal para alejarnos de Dios: una es aprovechándose de los propios instintos, haciéndonos incapaces de controlarlos; y de nuestras heridas, agrandándolas, exagerándolas, haciéndolas más dolorosas. El objetivo es hundirnos en el momento presente.”2 Por esta razón, muchas veces percibimos que no hay salida posible y nos entregamos a una serie de compensaciones afectivas que nos hacen huir de nuestra realidad. Otra forma de manipulación del mal es, aprovechándose de lo mejor de cada uno, de una cualidad, o de un éxito, hacernos creer en el propio encumbramiento, convirtiéndonos en jueces de los demás y en el único criterio de verdad. O sea, nos presenta una opción objetivamente buena, pero al la cual accedemos por motivaciones egoístas. 2 Cabarrús, pág 240. Examinar para discernir Los vericuetos de nuestros sentimientos son complicados. ¿Cómo se puede adivinar los engaños del mal espíritu? Se trata de un arte: el arte del discernimiento. Y es un arte que se aprende con tiempo y dedicación. Su ámbito normal es la oración. Solo en la oración tranquila y sincera se puede encontrar uno con la verdad de uno mismo. En oración puede tener lugar lo que se ha llamado tradicionalmente el examen de conciencia. Te explicamos los pasos brevemente. 1. Ponte en la presencia del Señor. Puedes hacer el examen al final del día, o durante cinco minutos después de un rato largo de oración. Relájate y pide al Señor que te ayude a conocerte y a desentrañar su voluntad para contigo. Se trata de ver tu vida desde los ojos de Dios y no desde tu propio juicio voluntarista o moralista. 2. Escoge algo que te parezca una moción. Se toma algo, un sentimiento, una idea, un acontecimiento, que te haya sonado a Dios, que te parezca una invitación a la vida. Intenta analizarlo con el siguiente esquema: a. ¿qué me ha pasado? ¿qué he sentido? b. ¿en qué circunstancia? ¿ha sido algo perseguido por mi? ¿o es algo que me ha acaecido? c. ¿de dónde me viene? ¿qué motivaciones me han llevado a ello? d. ¿hacia donde me lleva? ¿hacia el lucimiento, la amargura, el poseer? ¿o hacia la vida, la entrega, el amor generoso? e. ¿cómo respondo? ¿qué reacción me provoca: rechazo o aceptación? 3. Escoge ahora algún acontecimiento, idea o sentimiento que te suene a “trampa del mal espíritu” y aplícale el mismo método de antes. 4. ¿Qué es lo que Dios me quiere decir a través de lo que me está pasando? Se trata de integrar todo lo que nos sucede, lo bueno y lo malo, las tentaciones y las gracias. Es un momento también para preguntarse qué es lo que me pide Dios, de qué debo pedir perdón, qué debo curar, por dónde me abre el futuro. 5. Terminar el rato de oración con una acción de gracias. Sería bueno que todo lo que se vaya sacando en claro se escriba para irlo cotejando con el acompañante.