LA FACHADA DE LA CATEDRAL

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LA FACHADA DE LA CATEDRAL
Entrado el siglo XVIII, la fachada principal de la Catedral, que edificara Jerónimo
Quijano, se encontraba tan deteriorada, por vicisitudes de todo tipo como temblores de tierra
o inundaciones, que ninguno de los informes emitidos por arquitectos del momento pudo evitar
su ruina y se decidió su derribo.
Al parecer uno de los informes determinantes fue el emitido por el ingeniero militar
Sebastián Jeringan y Cortés, que supervisó la demolición de la fachada y la construcción de los
nuevos cimientos.
El panorama de la ciudad había cambiado. El resultado de la Guerra de Sucesión y la
causa enarbolada por el Obispo Belluga, uno de los personajes más influyente de la época, sig-nificaron mucho. Esto unido a la prosperidad económica del momento creo un clima de reno-vación, que se manifestó de manera acusada en la arquitectura.
Por otro lado, dos canónigos de la Catedral dieron noticias de que en Cuenca había tra-bajado un hábil especialista en las artes requeridas por tan magnifica obra, que se llamaba
Jaime Bort, lo que hizo que se solicitasen sus servicios a mediados de 1736.
El Cabildo Catedralicio propuso al arquitecto Jaime Bort Miliá el proyecto de la fachada
diseñado por el canónigo Bernardo de Aguilar, que aquel acepto, y en 1737 se firmó el contrato
donde era nombrado director universal de la Catedral, así como maestro mayor de las restantes
obras del Obispado.
El momento era propicio porque a las nuevas posibilidades económicas se unía un clima
de exaltación de lo local cuyas excelencias habían cantado historiadores y cronistas. La antigue-dad de la Diócesis y su grandeza eran símbolos de poder compartido con el reino y en su total
armonía estaba explicada la función desempeñada por la historia.
Dos proyectos hubo de hacer el arquitecto para llevar a cobo la empresa, ante los requeri-mientos del cabildo que no acababa de entender la idea de una fachada con tres cuerpos.
La simplificación del diseño original en nada afecto a la monumentalidad del mismo ni
siquiera a su profundo desarrollo teatral.
Por la memoria explicativa se sabe que presento hasta cinco trazas diferentes para que se
eligiese la que mejor acomodase. Para la realización de la fachada se utilizó piedra de diversas
calidades y procedencia. Para los elementos como columnas, cornisas y esculturas se utilizó la
piedra blanca de Abanilla.
En 1739 la obra se encontraba a unos cuatro metros del suelo, lo que nos dice de una
cierta lentitud en la construcción y de una, ¿excesiva?, meticulosidad por porte del director.
Pronto hubo entre Bort y el cabildo motivos de enfrentamiento, que tuvieron como conse-cuencia que se redujese en un piso el proyecto inicial, aminorándose el carácter monumental del
edificio.
Sobre un basamento de apóstoles y evangelistas, se fueron disponiendo los santos más uni-versales del catolicismo o aquellos que habían estado, verdad o no, conectados con el obispado.
El tramo central de la fachada se reservo para las más brillantes páginas de iglesia dioce-sana, para la milagrosa aparición de la cruz de Caravaca, para la Asunción y coronación de la
Virgen, flanqueadas por San Patricio, San Petronio de Bolonia, San Fernando, San Hermenegildo
y los cuatro hijos del Duque Severiano, nacidos en Cartagena , Fulgencio, Leandro, Isidoro y
Florentina.
Sobre las balaustradas, eremitas y obispos: San Gines de la Jara, San Poncio Porcario,
San Liciniano, San Basileo. Todos habían ocupado lugares importantes en la primitiva diócesis
En los siglos iniciales del cristianismo o se habían distinguido por ser luchadores frente a la here-jia arriana.
El valor de la arquitectura y el contenido simbólico de su escultura eran dos elementos in-parables. Al impresionante juego de sus columnas centrales y a la agradable curvatura que sirve
de coronamiento a la fachada se une la delicadeza de una labra, en la que se proclaman los
símbolos marianos, los trofeos eclesiásticos, el repertorio ornamental inspirado en el soberbio
renacimiento local y el valor de su colorido.
Solo falta de estatua de Santiago, que coronaba la peineta, derribada para evitar males
mayores. La fachada es el rostro monumental de la ciudad por el desfilan todos los acontecimi-entos de su historia, y aún así encaja perfectamente con la sorpresa que depara servir de fondo
y pantalla a una arquitectura oculta a la que se accede por la Puerta de los Perdones, la Puerta
de la Ciudad o la Puerta del Cabildo.
En 1749 Jaime Bort fue requerido en la Corte, siendo sustituido por Pedro Fernández, que
imprimió a la obra un ritmo más vivo, dándose por terminada en 1754.
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