El beso más famoso de las Piraguas

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Francisco José Rozada Martínez
El beso más famoso de las Piraguas
Sobre el beso de 1945 en Nueva York y el de las Piraguas de 1985 en Ribadesella
“…Mas si alguno tiene cerca una chavalina guapa, que no la pierda de vista, ni
deje de vigilarla; y, si de veras le gusta, comience ya a enamorarla, porque es
tradición que en Llovio, al final de esta jornada, cuando de las siete en punto
resuenen las campanadas, a las mozas que lo quieran y se dejen, Don Pelayo da
permiso para poder abrazarlas...”
Así reza una parte del ritual que Dionisio de la Huerta Casagrán escribió para
la salida de las Piraguas y que -año tras año- se proclama desde el puente de
Arriondas en los momentos previos al inicio de la competición deportiva,
formando parte de los 43 versos que permanecen inalterables en el tiempo.
Vamos a tomarlos al pie de la letra y a situarnos en el 3 de agosto de 1985.
¿Cuántas mozas -y mozos- se dejaron abrazar a lo largo de las 79 pasadas
ediciones del Descenso del Sella? Decenas de miles, sin duda, y a buen seguro que
-en no pocos casos- por primera vez.
Miles y miles de besos y abrazos apasionados entre parejas de adolescentes,
jóvenes y maduros. La frase “haz el amor y no la guerra” es una de las más
afortunadas de la historia de la humanidad; desde su original inglés “Make love,
not war”, este eslogan antimilitar de los años 60 hizo fortuna en los movimientos
pacifistas contrarios a la Guerra de Vietnam. El beso apasionado nos llegó desde
el latín “basium” a través de la poesía erótica de Catulo, dejando al beso maternal,
familiar o amistoso en segundo término. Como Catulo era veronés, vaya usted a
saber si el vocablo no es hasta un préstamo de origen celta. El caso es que besos
famosos en la historia de la literatura, la pintura, la escultura, el cine, etc. hay
muchos; pero uno está considerado el más célebre y renombrado, el cual ha
pasado a ser el que -sobre las seis de la tarde del 14 de agosto de 1945- inmortalizó
en Nueva York el fotógrafo germano-americano Alfred Eisenstadt. El presidente
norteamericano Truman acababa de anunciar (o estaba a punto de hacerlo) que
la Segunda Guerra Mundial había terminado con la rendición de Japón, tras el
lanzamiento de dos bombas atómicas estadounidenses sobre Hiroshima y
Nagasaky. Miles de neoyorquinos se lanzaron a las calles a celebrarlo y -en Times
Square- un joven marinero, emocionado por el momento en el que su país
celebraba la victoria, agarró por el brazo a una enfermera que con él se cruzaba
en ese momento. La chica cerró los ojos y se dejó llevar y el marinero, decidido, la
besó en los labios ante la mirada festiva, cómplice o de asombro de la gente.
Alfred sacó su cámara e inmortalizó el momento publicando la foto en la
prestigiosa revista Life para la que trabajaba. Ni el fotógrafo ni nadie tomó nota
de los nombres o identidades de la enfermera y el marinero, de modo que el
mundo entero quedó intrigado durante décadas sobre la identidad de los
protagonistas. Ese beso se convirtió en el símbolo del final de la última gran
guerra. Seis millones de judíos, más de ocho millones de soldados soviéticos (se
dice que fueron más de treinta millones), cuatro millones de japoneses, medio
millón de soldados norteamericanos, cuatrocientos mil británicos, trescientos mil
franceses o unos cinco millones de polacos (entre tantos otros) todos frente a la
barbarie del ejército nazi que dejó en el frente de batalla la vida de más de cinco
millones de alemanes, soldados, civiles y aliados de su causa. Aquella guerra que
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Francisco José Rozada Martínez
duró seis años y un día dejó entre 45 y 60 millones de muertos. Sí, haz el amor y
no la guerra…
Setenta y un años después sigue sin aclararse del todo quiénes fueron los
protagonistas de ese momento fotográfico neoyorquino. Surgieron con los años
varios personajes que aseguraban ser los protagonistas, pero la seguridad
absoluta no se ha podido probar. Incluso hay asociaciones de defensa de las
mujeres que piensan que el marinero sujeta a la enfermera para besarla contra la
voluntad de ésta.
Ahora regresamos hasta Asturias. Volvemos a les Piragües. Dijimos que
estábamos en el sábado, 3 de agosto de 1985. Se acababa de celebrar el XLIX
Descenso. Participaron 1.300 palistas de 16 países en 800 embarcaciones. El
palista lucense Luis Ramos Misioné -medalla olímpica y campeón del mundoganaba por tercera vez, mientras su compañero Chilares lo hacía por vez primera,
ya con 34 años. Monoto y Varela fueron segundos, mientras Soto y Hernanz, los
favoritos asturianos, llegaban terceros (que -dos años después- serían los
primeros).
Esa edición del Sella de 1985 fue dedicada a Cantabria. En el momento previo a la
salida se guardó un minuto de silencio en memoria de los tres mineros muertos el
día anterior en la mina Montsacro, en la Foz de Morcín.
Y, un año más, después de la salida, todos camino de Ribadesella, en el tren
fluvial, en autobús, coche, moto o bicicleta, porque ése es otro de los momentos
clásicos de la fiesta de las Piraguas.
Tras la celebración de llegada de las principales embarcaciones, los romeros se
dispersan por la villa riosellana y los periodistas toman las últimas fotos y
anotaciones, pues han de redactar las crónicas que leeremos al día siguiente.
Parece que en esos momentos fue tomada la foto que hoy nos ocupa. En las
páginas del “Extra domingo” de La Nueva España del día siguiente, 4 de agosto, es
el periodista J. R. Rodríguez quien redacta lo que vio y oyó en ese día de las
Piraguas. Varias fotos firmadas por Santiago García acompañan el relato, en ellas
puede verse el desfile de Arriondas, a Dionisio dando el pregón, a una cabra como
mascota de un grupo en cuyo tambor se puede leer “La Estrozona” -de
Ribadesella-, o al Presidente de Cantabria Ángel Díaz de Entresotos, junto con
otras personalidades. Nos quedamos con la foto en cuyo pie se lee: “Dos jóvenes
celebran por su cuenta el triunfo de Chilares y Misioné”. Es el beso apasionado de
una pareja con las lanchas riosellanas de telón de fondo ¿No piensa el lector después de ver la reproducción de la foto que comentamos en esta tribuna de
papel- que ese beso poco tiene que envidiar al más famoso del mundo de la foto
en Times Square arriba comentado?
¿Qué habrá sido de los protagonistas cuando se cumplen treinta y un años de la
foto inmortalizada por Santiago García? El fotógrafo era un chaval de 25 años en
aquel momento y trabajaba para La Nueva España, aunque desde los trece años
ya colaboraba con el gran José Vélez, auténtico maestro en temas de fotografía,
quien en alguna ocasión le dijo: “Las fotografías tienen que expresar algo”, y es
evidente que Santiago tomó buena nota de este consejo ya desde su adolescencia.
Y, a modo de conclusión -como si de una irónica broma se tratase- nos
preguntamos ¿adónde van los besos que no damos? Las respuestas serían de todo
género y condición, pues unos nos dirían que se quedan escondidos en nuestra
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Francisco José Rozada Martínez
serotonina mental, envejeciendo sin sentido; tal vez se disuelven en nuestra
sangre y nos producen una súbita hipertensión; hay quien cree que lloran su
desgracia juntos y se suicidan en masa cada 14 de febrero. Seguro que Pandora no
los deja entrar en su caja y por eso –cada vez que la abre- los males se expanden
por el mundo. Es posible que esperen bajo la almohada una mano que los robe,
aunque damos por hecho que la mayoría irán al limbo de las fantasías personales
de cada uno. Es tiempo de Piraguas, que la imaginación y hasta la utopía no
decaigan.
Francisco José Rozada Martínez
6 de agosto de 2016
-Día del 80 Descenso del Sella-
Ribadesella (3-VIII-1985)El beso más famoso de Las Piraguas.
Cronista oficial de Parres
Francisco José Rozada Martínez
El beso más famoso del mundo (Times Square – Nueva York) 14VIII-1945
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