GRITOS I A entraña negra de la noche en la selva cobija con su

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GRITOS
P
I
A entraña negra de la noche en la selva cobija con su hondura todos
los gritos de los animales y todos los ruidos alarmantes.
Las febles mamparas de la choza de ñipa dejan filtrar la algarabía del
ruidoso nocturno, estimulando el oído atento que capta ávidamente los
matices más finos, buscando descubrir el sentido del que encierre el mayor
peligro.
Destaca en primer término el horrísono coro de las chicharras, que
deben vivir aquí por millares, a juzgar por el furioso estrépito de su estridencia erótica. El penetrante y agudo chirrido parece como si pretendiera taladrar el tímpano a fuerza de lanzar trenes enteros de ondas sonoras. La prolongada continuidad crispa los nervios, y excita tanto, que
parece como si la cabeza fuera a estallar. Pero llega un momento en el
cual, superado el punto en que uno se achicharra, se pierde la conciencia
de tal ruido y el oído se aplica a descubrir nuevos motivos sonoros.
Hay golpes secos que aceleran por un momento la propia palpitación,
antes normal. Gritos aislados inidentificables. De cuando en cuando un
pájaro lanza un silbido especial. Ahora es el repiqueteo suave de las patitas de las ratas en sus carreras por el techo de bambú. Un leve rumor,
como del cuerpo de un reptador al deslizarse, suspende en la oscuridad
impenetrable un breve interrogante. Nada. Vuelta al ruido de las chicharras,
olvidado a fuerza de ser incesante. Las horas pasan lentas. Parece como
si tanta violencia y tensión para sorprender el ruido peligroso diera una
extraña lucidez a la conciencia fatigada por el ajetreo del día. De pronto
la tensión cede y se percibe el dulce sopor preliminar del sueño que se
adentra con cautela para restaurar las fuerzas agotadas en las horas de
vigilia.
Ya no importa el peligro, ya no estorban los sonidos, ya perdió su interés el amplio coro de ruidos y gritos. El espíritu, complacido, sonríe satisfecho y corre a refugiarse en un rincón del cerebro para olvidarse de
todo y cobrar nuevas fuerzas:
Pero aun no ha concluido la llamada nocturna. Aun queda un último
grito, el más interesante y extraño, que pone punto final a esta nueva y
complicada experiencia.
Sin duda viene de un ave que canta sus penas al aire, porque en la modulación de aquellos sonidos, que ahora parecen llenar todo el ámbito negro,
hay unos bemoles y unos sostenidos infinitamente superiores a la triste mú
sica de Chopin.
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