Izquierdas y derechas

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Izquierdas y derechas
Aníbal Romero.
(2004)
Con la decencia que le es característica, Héctor Silva Michelena tuvo a
bien comentar mi artículo previo sobre "Izquierda, chavismo y fascismo".
Sus planteamientos me conducen a algunas precisiones. Tuve cuidado en
distinguir la izquierda democrática, la que aprendió lecciones, dejó de lado la
utopía comunista y hoy rescata los valores de la libertad, de esa otra izquierda,
la dogmática, radical y totalitaria que está en el poder en Venezuela y recibe
apoyo de sus aliados en el resto del mundo, desde Castro hasta Ramonet.
Héctor Silva Michelena representa la izquierda digna, moderada, hoy
comprometida con valores que provienen de tradiciones del pensamiento
político
distantes
del
marxismo.
Ratifico lo que dije en mi anterior artículo. En Venezuela la izquierda
irredenta, la que nunca entendió el significado del colapso soviético,
está en el poder en contubernio con un sector militar depredador. La
gente del PPT, entre otros, encarna esa izquierda, que se identifica con
la Revolución Cubana, que es profundamente anti-norteamericana, que está
dispuesta a acabar con la democracia representativa en el país y llevarnos a
una
guerra
civil
para
imponer
su
hegemonía.
La ideología del régimen chavista es una ideología de izquierda
radical. Tal vez no haya sido elaborada en un plano académico y con las
exigencias teóricas del caso, pero es claramente identificable y así la
enarbolan Hugo Chávez, Alí Rodríguez, Vladimir Villegas, Guillermo
García Ponce y Maria Cristina Iglesias, para mencionar unos pocos. Se
trata de una versión de guevarismo voluntarista en el plano político con
colectivismo en el terreno económico y social. Su relativa confusión no
impide que sea definible e identificable. Las alianzas geopolíticas del
régimen, y sus apoyos foráneos, son parte de esa izquierda globalizada y
radical.
Castro es un hombre de izquierda y Stalin lo fue. Es una izquierda
detestable, pero forma parte legítima del proceso y herencia histórica
de la izquierda internacional y del marxismo-leninismo. El hecho de que
exista otra izquierda, ahora comprometida con valores de la tradición
democrático-liberal, no hace que el Che Guevara y sus discípulos
venezolanos deban ser calificados de "fascistas". Esto constituye un
error teórico, que acaba por clasificar todo autoritarismo como
"fascista", así como a cualquier personaje o régimen que no sea del
agrado
del
que
emite
este
tipo
de
juicio
simplificador.
El fascismo fue una contra-revolución de extrema derecha que tuvo lugar
en Italia y Alemania a comienzos del siglo XX. Sólo con grandes
dificultades teóricas podríamos, hoy, definir como "fascista" a algún
régimen realmente existente, aunque hay movimientos políticos de
ideología fascista en diversas partes del mundo. Franco y Pinochet
fueron dictadores terribles, pero los regímenes que encabezaron
culminaron en pacíficas transiciones a la democracia. La naturaleza de
esos regímenes fue en sentidos cruciales distinta a la del fascismo
italiano
o
la
Alemania
nazi.
En Venezuela la cultura de izquierda, en sus versiones moderada y
democrática, y radical-ortodoxa, ha dominado por décadas el ambiente
intelectual. El peso de esa cultura de izquierda es inequívoco, y a mi
modo de ver constituye un obstáculo para el progreso del país. Me parece
importante que esa cultura de izquierda pague un costo por el desastre
chavista, pues el chavismo es de izquierda, aunque no represente la
izquierda ponderada de un hombre respetable como Héctor Silva Michelena.
En una Venezuela futura, una cultura política de centro-derecha será
clave para enriquecer el debate y sacar al país de la senda populista,
colectivista y radicalizante que nos asfixia e impide nuestro
desarrollo. Me refiero a una cultura política de centro-derecha
democrática y comprometida con la libertad de las personas.
Merece la pena referirse al caso de China, que Silva Michelena
menciona en su artículo. El partido comunista chino es un órgano de
dominación totalitaria, que ejerce un férreo control político en esa nación. Las
libertades económicas que se permiten son resultado de la necesidad de
crecer para alimentar una inmensa población. Esas libertades no son
gratuitas, ni forman parte de la ideología marxista-leninista que el
régimen proclama oficialmente. El partido comunista chino enfrenta un
dilema a la postre irresoluble: necesita que la economía crezca para
sostenerse en el poder, pero para ello requiere abrir espacios a la
libertad; a su vez esa libertad no podrá ser limitada para siempre, y
eventualmente dará al traste con el poder totalitario. China dejará de
ser comunista porque la libertad se impondrá. Una libertad, por cierto,
que sólo recientemente ha sido adoptada por la izquierda moderada como
valor esencial del ser humano.
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