SÁNCHEZ PARGA, JOSÉ. ¿Qué adulto “deviene” el niño en la sociedad moderna?, transformaciones generacionales. En: Orfandades infantiles en la sociedad moderna. Notas para una sociología de la infancia. En Actas de la Mesa de “Infancia y Adolescencia en América Latina” Tomo I del XXIV Congreso ALAS. Edit. por IFEJANT. Lima 2004. (P.p.228-241) ¿QUÉ ADULTO “DEVIENE” SOCIEDAD MODERNA? generacionales EL NIÑO EN LA Transformaciones Los discursos y las prácticas reduccionistas (que tratan al niño como si fuera adulto) no dejan que el niño sea niño, le sustraen toda iniciativa y espontaneidad infantiles, y por consiguiente le impiden que devenga el adulto que él mismo es capaz de llegar a ser. Por el contrario los discursos y prácticas inversionistas infantilizan al niño, y lo reducen tanto a su condición infantil, que tampoco le dejan crecer ni hacerse e] adulto que él mismo es capaz de ser. ¿Por qué ]a sociedad moderna presenta tales resistencia respecto de ]a infancia? Hemos intentado explicar las distintas situaciones infantiles y condiciones de la infancia en la sociedad actual a partir de las profundas transformaciones de dicha sociedad, de los factores, fuerzas y lógicas sociales que la producen y reproducen. Para completar una sociología de la infancia será necesario a su vez explicar e interpretar en qué medida el actual modelo de infancia no sólo se constituye en factor y componente de tales transformaciones sociales, sino que además contribuye a una mejor comprensión de la sociedad moderna. Esta, a diferencia de los modelos anteriores de sociedad, no puede entenderse sin referencia a la infancia. Formulado de otra manera este planteamiento, y adoptando el enfoque que emplea Gerard Mendel, nos proponemos indagar no ya la relación del adulto con el niño sino la relación del niño con el adulto, y de qué manera y en qué sentido la condición infantil en la sociedad actual influye en la condición adulta.1 1. ¿Qué adulto "deviene" el niño? Todavía un malentendido suele suscitar entre los infantólogos la definición del niño en cuanto "persona que deviene adulto", debido a tres razones principales concernientes a los tres conceptos mencionados: a) se presupone que tal definición encubre la idea de un niño "micro-adulto" o concebido en cuanto adulto "en ciernes" que desconoce la realidad infantil del niño, al pensarlo y tratarlo "desde el adulto"; b) por un error lógico se desliza la realidad definida, "niño", dentro de la misma definición suponiendo que es "el niño que deviene adulto" (no su persona), y ello a costa de "dejar de ser niño"; c) en conclusión se deduce que el niño deviene el adulto ya existente en la realidad actual. Sólo un real "devenir adulto" del niño daría lugar a una nueva condición de adulto en la siguiente generación de la sociedad. La persona del niño es tan completa como la del adulto, porque es la misma persona: no hay cambio personal sino de condición social ligada al cambio de edad. Quienes sólo hablan sobre el niño son incapaces de pensar conceptualmente los términos de una definición de la infancia. En primer lugar, el niño no deja de ser niño para devenir adulto, sino que es su misma persona la que se hace adulta; en segundo lugar, el mismo niño es sujeto de su "devenir", y por consiguiente "produce el adulto" que él mismo va a ser; en tercer lugar, por consiguiente, el adulto que deviene el niño en una sociedad no es necesariamente el mismo adulto de la sociedad anterior; e incluso cabría añadir, para precisar el tema del presente análisis, tampoco la sociedad en la que el niño ha devenido adulto era la misma sociedad en la que había sido niño. Toda la problemática sociológica de la infancia, que adoptará características particulares dependiendo del modelo de sociedad, se cifra precisamente en estas dos conclusiones muy concretas: qué adulto deviene la persona del niño, y cómo se opera tal devenir adulto de una infancia. Mientras que en las sociedades tradicionales el niño deviene adulto, de acuerdo al modelo de adulto dominante en dichas sociedades, de tal manera que la capacidad de "devenir" del niño es relativa mente muy limitada, al reproducir y casi "copiar" en gran medida el modelo adulto existente, las sociedades modernas, por el contrario, lejos de disponer de un modelo adulto y de imponerlo a la infancia, los niños se encuentran en una situación opuesta a las sociedades primitivas: ni saben qué modelo de adulto devenir, ni tampoco saben cómo devenir adultos. Para complejizar el análisis hay que reconocer que la sociedad actual se halla atravesada por la tensión de dos modelos de "devenir adulto" por parte de la infancia, y que compiten entre sí por imponerse el uno sobre el otro, no sólo en la práctica sino también al nivel de los mismos discursos. La infancia y sociedad actuales se debatirían todavía entre una "colonización del niño" por parte de la sociedad adulta, que impone al "devenir del niño" un modelo adulto, y una tal descolonización infantil en la que ni la sociedad ni el mismo niño saben qué modelo devenir de adulto es hoy posible, ni tampoco son capaces de definir las modalidades o dispositivos de dicho devenir.2 No siempre son claras las diferencias entre educar y domesticar al niño; educarlo o disciplinarlo. En términos metafóricos cabría entender la e-ducación (del latín "educere", "sacar", "conducir desde dentro hacia fuera") como el proceso y procedimiento por el cual el adulto es extraído del interior del niño y no impuesto desde fuera; pero precisando que esta educación, que permite al niño hacerse adulto necesita del adulto y de la referencia del modelo adulto, sin el cual repetiría el modelo adulto ya existente en lugar de imitarlo creativamente, no de copiarlo. En las sociedades más tradicionales el niño deviene adulto al interior de procesos de socialización muy definidos y enmarcados por todo un sistema institucional y de relaciones entre el niño y el adulto, de tal manera que era casi, o con muy pocas alteraciones, el mismo modelo adulto de la sociedad que el niño reproducía. En la sociedad moderna actual la socialización del niño tiene lugar cada vez más fuera de las relaciones y comunicaciones con los adultos; y es en relación con otros fenómenos, instituciones y "medios" sociales, y sobre todo en las relaciones de los mismos grupos infantiles, intra generacionales, o con adolescentes, compartiendo con el adulto muchas realidades y procesos sociales, que el niño deviene un nuevo modelo adulto. De hecho, dadas las transformaciones generacionales a las que ya nos referimos, habrá que preguntarse no tanto qué adulto sino más bien qué adolescente deviene hoy el niño. A este fenómeno se refiere G. Mendel: "sobre el plan sociológico, la comunicación del adulto con el niño se opera cada vez más torpemente, tanto en razón de la variedad de informaciones recibidas por el niño como por la fractura de los canales tradicionales (familia, escuela ritos de iniciación). De otra parte, el reagrupamiento masivo de niños adolescentes ha inducido la aparición de una clase de edad, de una verdadera clase social, mientras que una conciencia de clase de edad, fenómeno político comienza a surgir" (p.134). A1 declinar o faltar de manera más o menos completa las referencias al mundo y a los modelos adultos, el niño moderno se hace adulto al margen de las pautas adultas. "Es por primera vez en la historia de la humanidad que los niños, así separados de los adultos, ejercen una influencia específica, original sobre estos últimos" (Mendel, p.71). Lo que hace más de un siglo convirtió la adolescencia en cuanto "categoría social" en un "grupo social de edad" y después en un nuevo sector o grupo social en cuanto "clase de edad", ese mismo proceso y esa misma institución decisiva en tal cambio, hicieron que en el transcurso de los últimos decenios los niños se convirtieran en un nuevo "grupo de edad" y después en una nueva "clase de edad": la educación y las instituciones escolares. Será la pertenencia a un grupo, las relaciones intragrupales, y posteriormente las relaciones conflictivas que el adolescente primero y el niño después establecen con la sociedad en su conjunto y con las "clases adultas", lo que transformará los "grupos o clases de edad" en "grupos y clases sociales": cuando sus relaciones tienen efectos de sociedad, y no quedan limitadas a las relaciones generacionales y a efectos generacionales. Es todo este complejo proceso el que llega a identificar la "cuestión infantil" y hace de la infancia en la sociedad moderna un "problema social". Esta nueva situación aparece ilustrada con toda una fenomenología muy significativa: "el problema de los hijos", o "los hijos problema'; las "escuelas para padres'; cuando ser padre y saber o poder educar a los hijos deja de ser una evidencia para convertirse en un problema real; la aparición de las pedagogías más diversas, desde las más esotéricas hasta las más supuestamente científicas, nunca fue tan obsesiva la preocupación de "¿cómo educar a los hijos?"; pero tan poco nunca como ahora fue la infancia un territorio tan poco evidente y tan ignoto para los adultos. Un niño puede parecer un ovni o un índigo. Entre los malentendidos que Mendel critica se encuentra la opinión muy generalizada entre infantólogos de que "el niño debería aislarse de los adultos para poder llegar por sí mismo al aprendizaje de la realidad" y por sí solo devenir adulto. Lo que plantearía un doble problema: en primer lugar "aislado del adulto" el niño dejaría automáticamente de ser niño (incluso en términos lógicos, pues perdería el carácter relacional que tiene toda condición generacional): dejaría de pensarse a sí mismo como niño y de comportarse como niño, ya que el niño es niño, se piensa como niño y actúa en cuanto niño sólo en relación con el adulto; en segundo lugar, tal "separación" del adulto sería un artificio irreal, ya que comportaría una "separación " de la sociedad realmente existente, a no ser de que los niños quedaran más que separados "recluidos" en una suerte de disneylandia; lo que en definitiva impediría su "natural" (social) condición de devenir adulto. Aislados del mundo adulto, separados y "fijados en los estadios preedípicos" del desarrollo (Mendel, p. 200), el niño y el adolescente quedarían bloqueados en su crecimiento, secuestrados por su propia infancia y adolescencia en una "regresión a formas arcaicas" de comportamientos y relaciones.3 El niño que no ha sabido o podido ser niño difícilmente sabrá y podrá ser adulto La otra "solución" opuesta y tradicional consiste en que los niños y adolescentes se integren progresivamente a la sociedad adulta "perdiéndose en cuanto niños y en cuanto adolescentes'; sacrificando mucho de su infancia y adolescencia para alcanzar la más completa "identificación adulta". Una tal "identificación con el adulto a todo lo largo de la infancia es en cierta manera una muerte de la misma infancia" (Mendel, p. 203). Este modelo e interpretación del "devenir adulto" del niño no sólo significa o comporta una suerte de infanticidio, sino que repercutirá en una sociedad adulta que irá perdiendo todas las cualidades de la infancia; y que envejece sin renovarse por falta de un real "infantil devenir adulto".4 Consecuencia de estos planteamientos es que sólo la infancia es capaz de devenir adulta, innovando un nuevo modelo adulto, en la medida que el mismo adulto no impide y más bien promueve el potencial innovador de la infancia; pero la infancia sólo puede emprender tal innovación en referencia a un modelo existente de adulto y no cuando falta de tal modelo y carece de tal referencia. A su vez esto significa y presupone que el adulto y la sociedad, abandonando el colonialismo generacional, logran comunicar y dejarse influenciar en base de intensas interacciones por la misma infancia; pero considerando siempre que el potencial innovador de la infancia tanto como las inhibiciones y represiones infantiles dependen del modelo de sociedad y de sus funcionamientos: ya que la infancia siempre será un síntoma de la sociedad adulta. Poco importa sin embargo el modelo de sociedad y el modelo de infancia particular en cada momento histórico, si se garantiza que el niño pueda siempre identificarse en parte con el adulto de la misma manera que el adulto no cesa de identificarse en parte con el niño. Tal recíproco reconocimiento se produciría a través no tanto y no sólo de las relaciones personales y entre grupos de ambas generaciones, sino sobre todo al interior de las mismas instituciones de la sociedad. Son sobre todo las instituciones sociales (familia, escuela, trabajo...), las que de manera más efectiva, normativa y legítima pueden actuar como dispositivos de dicha interacción y mutuo reconocimiento. Es el análisis institucional el que mejor revela tanto de la calidad de las recíprocas influencias como de la falta de ellas. Se trataría de un reconocimiento en la alteridad y la complementariedad: una identificación precisamente con lo que no se es. 2. Hacia una infancia ventrílocua Cuando en eventos o programas organizados con o para los niños se oye a estos hablar de "derechos", de "participación", de "ciudadanía", "gobierno infantil", "identidad cultural", "rescatar valores", y toda una jerga muy diversa, se tiene la impresión en primer lugar de que los niños están siendo engañados por los adultos, y en segundo lugar que se está en presencia de una infancia ventrílocua, que repite no el discurso de los adultos (lo que sería menos grave) sino el discurso que los adultos les han dedicado y dictado, y que han pensado para ellos. Se trata así de un doble engaño, por el cual los adultos creen que tales declaraciones o declamaciones son realmente de los niños, que se las han apropiado, y estos a su vez llegan a convencerse de lo que dicen o al menos tratan de convencer a los adultos de que creen en todo lo que dicen y hacen. El problema de la infancia ventrílocua, que se limita a hablar lo que dicen los adultos, es que nunca lleguen a saber los niños qué infancia han de interpretar y qué adultos van a devenir. Un caso típico de manipulación de la infancia con objetivos económicos y comerciales es la mass-madiatización de los niños y su empleo en programas de televisión. Desde hace ya algunos años televisiones de ciertos países han incorporado a los jóvenes adolescentes al género de la tele-novela, y de manera más reciente son los niños, quienes además de protagonizar programas infantiles aparecen interpretando ya espectáculos y géneros televisivos que hasta ahora habían estado reservados sólo a los adultos (concursos, musicales...). En todos los casos se trata de la misma utilización ventrílocua de los niños obligados a reproducir a escala infantil todo el clima y cultura massmediáticos de los adultos. También en esta situación nos encontramos con el mismo problema: como los medios de comunicación y la televisión en particular se hallan cada vez más incapacitados para disponer de una imagen infantil de los niños, y por consiguiente para realizar programas infantiles para los niños y desde los niños, utilizan estos para interpretar o protagonizar el mundo de los adultos. Esta perversión surrealista de la infancia, que los adultos viven y perciben muy infantilmente, contribuye a formar una representación o imagen de los niños y una realidad infantil correspondientes a una suerte de miniaturización de los adultos. De esta manera sin darse cuenta la sociedad adulta está acabando con la infancia de los niños, y no ya porque los niños se vuelvan prematuramente adolescentes o adultos, sino porque desde su más tierna infancia los niños se encuentran más obligados a solicitados a vivir o actuar en condición de adultos; interpretando a los adultos, protagonizando funciones de adultos, declamando discursos adultos, actuando como adultos. Hay que preguntarse por qué extraña razón a los adultos les gratifica e ilusiona tanto ver cómo los niños muestran actuaciones propias de los adultos. En términos generales se podría establecer el siguiente principio: toda manipulación adulta de la condición infantil del niño (ignorando sus condiciones personales) comporta siempre un discurso y tratamiento reduccionistas (según el concepto de Lucchini), en el sentido que enviste o dota al niño de cualidades y competencias propias de la condición adulta. Ahora bien, cuando se observar un reduccionismo tan frecuente e insistente en las relaciones de una sociedad con sus niños, habría que concluir que dicha sociedad adolece de una experiencia de su propia infancia, o padece de su infancia o trata de terminar con ella. No otra parece ser la consecuencia de una sociedad que no sabe o no puede pensar y tratar a los niños como niños, y los trata como si fueran adultos. Lo que conduce a plantear la cuestión en términos muy sociológicos: ¿qué ocurre con una sociedad incapaz de soportar la condición infantil? Cuando por el contrario la sociedad evita la versión adulta del niño y no incurre en una representación o tratamiento reduccionista de la infancia, tiende a caer en el equívoco opuesto: la visión inversionista (Lucchini) del niño, que infantiliza la persona del niño. También esta situación se presenta ilustrada en muchos programas de televisión dedicados a los niños: son tan infantilistas, que corren el riesgo de imbecilizar a los niños. 3. Transformación de la estructura generacional de la sociedad moderna Si nunca antes había influido tanto la infancia en la sociedad adulta es porque la sociedad moderna no sólo ha alterado profundamente las relaciones generacionales y las características propias de cada generación; es preciso reconocer también cuánto las mutaciones generacionales han influido en la configuración del nuevo modelo de sociedad moderna. Un fenómeno nuevo en las relaciones infancia / adulto propio de la sociedad actual, al que se refería ya la cita de Mendel (p.134) , es que la comunicación entre niños y adultos ha tendido a reducirse, en la medida que los niños comunican cada vez más entre ellos y con los adolescentes. Los niños pasan menos tiempo con los adultos y comunican menos con ellos que entre sí. A la vez que la infancia deja de ser simplemente un grupo de edad para pasar a ser una clase de edad y terminar convirtiéndose en una "clase social", paralelamente se modifica la relación entre infancia y adulto, y simultaneamente el "devenir adulto" de los niños deja de responder a un paradigma identificatorio y de reconocimiento, para volverse un devenir desidentificatorio de los niños respecto de los adultos. Frente a la negativa incapacidad o el rechazo de devenir el adulto realmente existente, por un efecto de desidentificación el niño deviene el reverso del adulto actual; lo que el adulto no es no responde necesariamente al mejor modelo de adulto. De manera correspondiente, la misma condición infantil se modifica a medida que la infancia se reduce en cuanto edad, al recortarse en sus tiempos y duraciones: por un lado se anticipa y precipita el paso de la niñez a la infancia y por otro lado se acorta ésta al entrar prematuramente y sin solución de continuidad en una fase de adolescencia precoz. Según esto el niño vive en la sociedad moderna, comparada con el modelo de sociedad anterior, una infancia truncada o inacabada, acortando las edades del niño. Cabría sostener que el niño en la sociedad actual carece de infancia o no tiene la infancia suficiente. Pero un fenómeno complementario a este constituye la ampliación y extensión del período de la adolescencia, que no sólo se anticipa a costa de la mencionada reducción de la infancia, sino que se prolongará a costa del aplazamiento de la edad adulta. A infancias cortas largas adolescencias. Esta modificación de las edades y de los ciclos vitales en la sociedad moderna afecta a las condiciones de cada una de las generaciones: ya que la reducción de la infancia a costa de la ampliación de la adolescencia repercutirá a mediano plazo en una sensible reducción de la edad adulta a costa de una relativa extensión de la "tercera edad", la cual en cierto modo se anticipa, pero también se prolonga por efecto de una mayor longevidad o "esperanza de vida". Las primeras manifestaciones de este fenómeno se constatan ya sobre todo en las sociedades modernas de países desarrollados. Que la transición de la infancia a la adolescencia (y de la adolescencia a la edad adulta) se haya vuelto tan indeterminada y sus límites tan contingentes, y sobre todo tan condicionados por las diferencias sociológicas de las diversas infancias, hace que la condición adulta deje de ser un referente para el niño, y por consiguiente una orientación para su desarrollo o "devenir". Tales cambios afectan la misma condición y experiencia de la infancia, ya que el niño dejaría de ser "la persona que deviene adulta", como si la generación adulta tuviera un carácter terminal y definitivo, para convertirse (vivirse e interpretarse) como la persona que "deviene adolescente"; pues, por un lado la adolescencia ha dejado de ser una "edad de transición", y de otro lado entre la infancia y la edad adulta ya no hay una corta edad de transición, al convertirse la adolescencia en una edad de la vida social como las otras, e incluso tanto o más amplia que las otras, en un grupo de edad y en una real clase de edad o clase social. Según esto, la sociedad moderna ha alterado profundamente las duraciones y los ritmos de las edades y de las sucesivas generaciones, a la vez que tiende tanto a confundir las características e identidades de dichos ciclos como a problematizar las relaciones e identificación o reconocimientos entre ellos. En términos simples y concretos, el niño ha dejado de mirar al adulto para mirar al adolescentes, convertido en su referencia inmediata, mientras que el adulto se ha vuelto una referencia tan distante como contingente, ya que el mismo niño no sabe como podrá mirar y referirse al adulto cuando sea adolescente. Lo mismo puede ocurrirle al joven que en referencia al adulto ya no puede precisar cuando termina la edad adulta y cuando el adulto se vuelve "carroza". Ciertamente antes de lo que el mismo adulto piensa. Pero si las prospectivas generacionales se vuelven confusas y por ello mismo conflictivas, no menos inciertas y conflictivas se hacen las retrospectivas generacionales, ya que ni el joven sabe cómo y cuándo ha dejado de ser niño, ni el adulto cuándo y cómo ha dejado de ser adolescente, ni tampoco el veterano o pensionado, el miembro de la "tercera edad" o el anciano es capaz de procesar su relación con la condición adulta. Los mapas generacionales de la sociedad actual con sus dinámicas todavía inconclusas y en constantes acomodos quedarían incompletos, si sobre ellos no se proyecta el factor que más caracteriza la sociedad moderna: su heterogeneidad sociológica. Si ya en más de una ocasión nos hemos referido al hecho de que en el actual modelo de sociedad no se puede propiamente hablar de "infancia" sino de una diversidad de infancias, algo similar hay que sostener de la diversidad de adolescencias y de "adulteces" y "ancianidades" en una misma sociedad. Lo que supone complejizar y diferenciar todavía más el sistema de relaciones generacionales en cada clase, grupo y sector sociales. Mientras que en las sociedades más tradicionales sólo había una forma de ser niño, de ser adolescente y adulto o anciano, en la sociedad moderna, las formas de ser niño, joven, adolescente y anciano se diversificarían tanto entre grupos y clases como incluso al interior de cada clase y grupo social. Y de igual manera se hacen diversos y heterogéneos los procesos de "devenir adultos" del niño. 4. Dinámicas y relaciones intergeneracionales: normas y modelos Suponiendo que cada "clase de edad" se caracteriza y distingue respecto de las otras por determinados roles, conductas o comportamientos, prácticas y discursos, en todo momento se establecen "normas de edad", las cuales se hallan reguladas por los "modos de socialización" propios de cada grupo de edad.5 Mientras que el niño en la sociedad moderna se apresura por "devenir joven", acortando la edad infantil, el joven por su parte ha ido aplazando cada vez más su "devenir adulto"; de manera correspondiente la generación adulta se encuentra forzada a reducir su ciclo sociológico - vital para devenir anticipadamente "tercera edad" o anciana; mientras que finalmente la ancianidad anticipada tenderá a ampliarse con un ciclo vital y sociológico cada vez más prolongado. Esta concatenación y secuencia de apresuramientos y aplazamientos en la adopción de roles y desempeños sociales tendiente a reducir alternativamente unas generaciones, la infancia y la edad adulta, mientras que amplía los otro grupos de edad, adolescencia y ancianidad, que eran los que tenían un ciclo más corto en el modelo de sociedad anterior, tales procesos provocan una confusión de roles en las fronteras de cada edad, unos por anticipación y otros por razones residuales: niños que ya actuan como adolescentes y adolescentes que todavía mantienen conductas de niños, al mismo tiempo que anticipan conductas de adultos; y estos a su vez pueden conservar roles y comportamientos adolescentes. Pero la consecuencia más importante de todos estos procesos es la completa transformación de las estructuras generacionales de la sociedad moderna. Hay que tener muy en cuenta que estas dinámicas reguladoras de las relaciones intergeneracionales se encuentran estructuralmente condicionadas, ya que cada generación está sujeta a procesos extremadamente complejos, que van desde la escolarización precoz y las prolongaciones de la formación y profesionalización hasta la integración laboral, pasando por factores demográficos, sociológicos y culturales; es todo este complejo sistema de causas, los que "obligan" al niño a anticipar su adolescencia, al adolescente a aplazar su integración adulta, al adulto a devenir prematuramente una "tercera edad" y a los ancianos a prolongar su ancianidad.6 En términos analíticos, pero también en cuanto a posibilidades y modelos de intervención social es importante distinguir los factores estructurales, que condicionan la configuración y las dinámicas de las generaciones y las estrategias generacionales, que rigen las relaciones entre ellas y al interior de cada una, al mismo tiempo que las diversifican y orientan los cambios. Según esto, cabría sostener que la sociedad moderna se ha ido quedando sin infancia y sin edad adulta, mientras que se encuentra cada vez más ocupada por una adolescencia y "tercera edad" en expansión. Es este fenómeno de transformación generacional lo que al- terará profundamente el modo de producir sociedad y el modelo de sociedad futura. Lo que en un principio, analizando las fases iniciales de una "sociología de la infancia" calificábamos como una infancia huérfana en la sociedad moderna, en estas conclusiones más generales descubrimos el fenómeno opuesto y complementario: la orfandad infantil de la sociedad moderna; es esta la que se está quedando huérfana de su propia infancia. A partir de estas dinámicas intergeneracionales dominadas por la doble tendencia del apresuramiento para adoptar los roles de la gene ración siguiente (caso de la infancia y edad adulta), y del aplazamiento para diferir los roles de la próxima generación (caso adolescente), se entiende con mayor coherencia ese otro cambio operado en los modelos de socialización propios de cada generación. El modelo de socialización primaria en las sociedades tradicionales ha sido predominantemente identificador para el caso de los niños, mientras que la socialización secundaria de los jóvenes combina ba la identificación con la experimentación. A la edad adulta competía antes el mayor ejercicio de la experimentación. El cambio operado en la sociedad moderna consiste en una generalizada sustitución del modelo identificador por una socialización experimental, la que incluso adopta la infancia actual. En conclusión, es importante verificar cómo en el caso de una "sociología de ]a infancia" se cumple con el método sociológico: a) cada modelo de sociedad produce un modelo particular de infancia, que se explica y comprende por aquel; b) una sociología de la infancia obliga a pensar las "sociologías infantiles" de infancias socio-económica y culturalmente diferentes; c) las transformaciones sociales de la infancia conducen a ubicarla al interior de una más amplia "sociología de las transformaciones generacionales" en la sociedad moderna; d) repensar la sociedad moderna como producto de las nuevas estructuras y procesos generacionales. 5. Campos de investigación de las relaciones intergeneracionales En el contexto que se acaba de analizar sería muy importante investigar la cultura de los cambios generacionales, indagando cuáles son las realidades, características o conductas que más persisten de una generación a otra, las que más o menos se "transmiten" o "heredan", y que mejor garantizan las continuidades, y cuáles son por el contrario aquellas que más fácilmente cambian o son objeto de las más abruptas rupturas. Un ejemplo de un caso particular puede servir de ilustración. En una encuesta sobre cultura política se buscó comparar un indicador político con otras preguntas relativas a otras realidades sociales, preguntando a los hijos (entre jóvenes y adultos) si compartían con sus padres: - Creencias religiosas : Costumbres: Maneras y gustos de vestir: Preferencias políticas: sí 78 % sí66 % sí 42 % sí 38% no 21 % no 32 % no 56 % no 61 % Aunque en otra sociedad o en otra coyuntura histórica los resultados de esta encuesta hubieran variado, los obtenidos resultan muy representativos tanto de la sociedad actual como de una sociedad latinoamericana. En otras sociedades modernas los cambios generacionales, en las creencias religiosas, y en las costumbres hubieran sido tanto 0 más grandes que en los otros ámbitos. Pero la conclusión a la que se puede llegar es que en cada modelo de sociedad y en cada clase o grupo social nos encontraríamos con rupturas y continuidades generacionales muy diversos de acuerdo a los distintos indicadores. Una caracterización de las "diferencias generacionales" e indirectamente una comprensión de las "relaciones intergeneracionales" se podría obtener en base de un modelo de cuestionario que con los mismos indicadores tomara los grupos de edad como variables.7 Relaciones con los Padres 18 a 29 años 30 a 49 años < 50años Discutía con sus Padres 60% 53% 47% Criticaba a sus Padres 49% 43% 33% Tomaba Decisiones Propias 64% 51% 50% Era Obediente a los Padres 80% 86% 95% l. Se observa margen muy distante entre "discutir " y "criticar" 2. En el caso de la discusión no hay variaciones entre la generación más joven con la Intermedia y de ésta con la de mayor edad (7 y 6) 3. En el caso de la crítica a los padres las variaciones son menores entre la joven y mediana generación (6puntos) que entre ésta y la mayor (10). 4. El cambio más sensible se opera entre la joven generación y las otras dos respecto de las decisiones propias. 5. Una excesiva valoración de la obediencia, muy por encima de la valoración de las decisiones propias; la variación de las valoraciones es progresiva (16,35,45). Es también el mayor cambio que se da entre generaciones. Notas 1 Cfr. Gerard Mendel, Pour décoloniser 1 "enfant. Sociopsychanalyse de 1 "autorité, Payot,- Paris, 1971. 2 Todavía- circulan en la sociedad moderna discursos sobre "padres eficientes", y educaciones que "moldean la voluntad y carácter de los hijos"; sobre una educación que unas veces "controla hijos hiperactivos"- y otras veces "estimulan la motricidad infantil". Como si se tratara de carros o de caballos de carrera. 3 Ya en otra parte de este texto nos referimos al libro de W. Golding, El señor de las moscas, y a la caída en el primitivismo más adulto de un grupo de niños que trata de sobrevivir en un isla desierta sin adultos; condenados a reinventar la sociedad humana desde sus orígenes caníbales. 4 Todavía aparecen libros y se escuchan charlatanes que recetan "cómo criar los hijos con una voluntad firme" o "cómo moldear los comportamientos y conductas de los niños", como si se tratara de domar cachorros o adiestrar cualquier otro animal. Cuando el reto consiste más bien en "cómo educar a los niños educándolos lo menos posible". 5 Este doble criterio usado por Olivier Galland (Les jeunes, La Découverte, Paris, 1999:37)- para el caso de los adolescentes puede ser generalizado a todos los otros grupos de edad y a las relaciones generacionales entre ellos. 6 Este fenómeno puede ser analizado con un mayor detalle en el caso de la adolescencia, por la particular importancia que ha tenido la transformación de esta "clase de edad" en la sociedad actual. 7 Los datos han sido tomados de un cuestionario mucho más amplio elaborado también- para una investigación sobre cultura política.