Antes y después del Hubble La errancia erótica o la dureza vencida del tiempo Beller 38 | casaWalter Escena de filme silente The Temple of Venus, dirigido por Henry Otto en 1923. (Fotografía: General Photographic Agency/Getty Images) Filósofo griego nacido en Francia, Kostas Axelos (1924 - 2010) presumía del uso de una pluma deslumbrante, y con ella justamente pergeñó muchas páginas sobre los posibles vínculos entre el pensamiento de Martin Heidegger y las tesis filosóficas de Karl Marx —para sorpresa de muchos—. Axelos se hizo célebre sobre todo por sus análisis en torno al tema siempre inagotable de las relaciones entre la tecnología y la sociedad. Buscó y encontró líneas convergentes entre la dialéctica histórica y las estructuras fundamentales del ser humano, y de ahí sus hallazgos de la concurrencia entre El Capital (Das Kapital, 1867) y Ser y Tiempo (Sein und Zeit, 1927). Axelos se había refugiado en Francia luego del golpe de Estado de los coroneles en Grecia. Al poco tiempo publicó Marx, penseur de la technique (1961), un libro que le daría fama por la originalidad de su estilo y el contenido bastante audaz de sus formulaciones. De sus reflexiones destaco un solo elemento: bajo la producción capitalista, señala Axelos, la técnica obedece y reproduce un mismo mecanismo de alie­nación: “el reino de la máquina, de la industria y toda la civilización técnica llevan al cumplimiento de la alienación económica y social del ser humano”. La salida de la alienación no sólo se habrá de engendrar en el terreno de la revolución económica y política, que nunca será por sí misma suficiente, sino que debe alcanzar un terreno poco diáfano para el análisis científico: las relaciones amorosas. En 1991, la Universidad Autónoma Metropolitana publicó un breve libro titulado simplemente Tres ensayos (por cierto, traducidos por Juan Vicente Melo, Raúl Ortiz y Ortiz y Tomás Segovia). Uno de esos ensayos contiene sus reflexiones sobre la “errancia erótica” (denominación que no oculta su inspiración heideggeriana). Al examinar el lugar que ocupa la sexualidad humana en tanto estructura fundante y fundamental, señalaba Axelos: “mientras disequemos al ser humano en tres secciones: cuerpo, alma, espíritu, no lograremos captar la unidad original en el seno y a partir de la cual se dibujan las inevitables distinciones, las manifestaciones diferenciadas, las estructuras particulares”. La unidad original de la que habla Axelos no parte de las dualidades (hombre/ mujer) ofrecidas por el mito órfico que Platón divulgó en El Banquete y que la posteridad cristiana consagró como dicotomía y división nunca conciliable por obra de una sexualidad entendida como pecaminosa y establecida mediente el dualismo cuerpo/ espíritu. Para Axelos, el amor es una unidad inicial en tanto facultad de potencia. El amor, como lo consignó el romanticismo, es ante todo una actividad humana, pues lo que define a lo humano es, desde tal perspectiva, el componente activo y creativo. El joven Marx en sus Manuscritos de 1844 ya había dejado testimonio sobre el amor como factor de construcción y transformación del mundo humano; Axelos reafirma que el amor es inseparable del lenguaje, del trabajo y del juego. Los dos pri­meros estaban expresamente puntualizados en ese texto de Marx, pero no así el juego, el cual desde luego está excluido de todos esos planteamientos que ven a la sexualidad como una realización biológica destinada única y exclusivamente a la preservación de la especie. Freud lo rechaza y ve ese otro lado a la vez oscuro y luminoso del juego. antes y después del Hubble | 39 El amor es concebido bajo la categoría de la “posibilidad”. Para el filósofo francés, constituye una más de las contingencias a las que está sujeto el ser humano. Porque nada es seguro para las parejas en el vínculo amoroso; o más bien, en el amor no puede haber certezas definitivas ni apuestas últimas. De ahí la errancia erótica. Errar, como verbo, en el sentido de no acertar (¿quién puede decir indudablemente que acierta en cuestiones de amor?); y errático, como adjetivo que se refiere a ser o andar como vagabundo, sin rumbo único (¿quién que haya vivido la experiencia profunda del amor no se ha sentido inesperadamente inestable?). El amor no es ni puede ser inevitable. Es una aventura, con frecuencia muy arriesgada, una travesía que ocasionalmente sirve para encontrarse a sí mismo en un encuentro con el otro y lo otro. En todo caso, no hay garantías sino un proceso múltiple y azaroso. Escribe Axelos: Nos encontramos adentrados en esas vías amorosas donde ninguna frontera delimita con precisión la prosa y la poesía de la vida. La búsqueda romántica y las intrigas novelescas se mezclan estrechamente a las presiones realistas, a las necesidades de estabilización y a las situaciones sórdidas. Desde el principio hasta el fin, nunca comprendemos el amor —siempre multidimensional, polivalente y lleno de interrogantes—. Es él quien nos comprende. Del mismo modo nos escapan los lazos que unen la proximidad y la distancia y nos ligan a ella. No sabiendo muy bien ni lo que desea­mos ni lo que obtenemos, no sintiendo lo que significa ese llamado del otro y esa esperanza de poder convertirse en otro y de ser en cierto modo el otro, no concibiendo lo que nos empuja a querer perpetuamente un más allá, no conseguimos entrar en contacto con el corazón del problema, no vemos claro en la constelación donde se unen paradójicamente el amor a uno mismo, en amor al otro y el amor al amor. Por eso los lazos secretos que 40 | casa del tiempo envuelven la unidad y la multiplicidad no se nos hacen perceptibles. Para el hombre, las mujeres son encarnaciones de la mujer: virgen, madre, sustituto de la madre, esposa, amante, amiga, hermana, prostituta. ¿Qué son y qué llegarán a ser los hombres para la mujer? En cuanto al juego que anima la posibilidad, la contingencia y la necesidad, permanece enigmático para nosotros, y ten-­ demos a pensar ingenuamente que ciertos amores no se realizan. Axelos diserta sobre los enigmas y las idealizaciones con las que frecuentemente acompañamos la experiencia amorosa, los equívocos y las equivocaciones, los pasos en falso y los saltos mortales. Igualmente examina el lugar de la libertad en la vida erótica. No sólo es capacidad de elección de y en la pareja. Es una dimensión histórica (hubo épocas en la que los matrimonios eran pactados por los padres; todavía así sucede en varias latitudes) y una dimensión política que involucra derechos y obligaciones que deben ser sustentados y vigilados por el Estado. No es totalmente un asunto privado, ni deja de serlo así. Sorprende que un filósofo marxista, materialista por ende, termine afirmando que la pareja no se apoya sobre la permanencia del amor y la sexualidad, sino sobre “la permanencia de la ternura”. Quizás la frase no la entenderá el adolescente arrebatado o el joven poco vivido; tampoco la asimila el cínico o el histérico. Es un pensamiento alambicado, propio de una decantada existencia y de una intensa experiencia amorosa. El Diccionario de los sentimientos (1999), de José A. Marina y Marisa López Penas, advierte: “La intimidad provoca ternura cuando desvela por debajo de las máscaras vestidas para protegerse de los extraños el rostro verdadero y vulnerable. La ternura no es, por supuesto, amor. Es sólo la dureza vencida”. Quizá por eso hay en el enternecimiento esa perplejidad que nos comunica Axelos.