Daniel Moreno 200812768 Hegel y el juicio reflexionante: una lectura a la luz de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Hegel consideró en su vida que los gérmenes, las semillas de su filosofía fueron sembradas por Kant. Para él la filosofía de Kant fue muy importante como punto de apoyo, pero también como punto de inflexión en lo referente a la metafísica. Es precisamente gracias a Kant que la filosofía hegeliana no cae nuevamente en la metafísica anterior. Kant compartimentó la capacidad humana de conocer en varios momentos, la sensibilidad, la imaginación, el entendimiento, y la razón. Kant consideraba que todo conocimiento que mereciera ser así denominado debía tener lugar en el entendimiento. Por el contrario, la razón para Kant, es la facultad humana de conocer la totalidad, de hablar de lo infinito, y por esa razón no merece el apelativo de conocimiento. El entendimiento, entonces, hay que pensarlo como una facultad que divide las cosas del mundo, y a su vez, haciendo eso las sustancializa. La razón, por el contrario tiende a totalizar, diluyendo los elementos diferentes y articulándolos en una totalidad. De esta manera es posible afirmar que el entendimiento fija sus objetos, sustancializándolos, y luego los vincula mediante algo externo. Las cosas entonces son fijadas como entes separados unos de otros, diversos, distintos, desintegrados, abriendo así la imposibilidad de vincularlos posteriormente. La crítica de Hegel a Kant apuntará precisamente al hecho de que la filosofía de éste trabaja siempre con el entendimiento. Hegel mostrará cómo el entendimiento carece de una visión dinámica de la realidad. El entendimiento piensa que las determinaciones son lo verdadero y no parte de la movilidad de la realidad completa, no considera las determinaciones como simples momentos del movimiento total de la realidad. Para Hegel, la filosofía de Kant es vital no sólo porque abre la posibilidad de pensar la totalidad mediante la introducción de la razón dentro de las facultades humanas, sino también porque advierte la posibilidad de rebasar los muros arbitrarios del entendimiento. En la Enciclopedia de las ciencias filosóficas Hegel encuentra ese momento en la Crítica del juicio, en particular en el momento del juicio reflexionante. De esta manera, quisiera en el presente ensayo articular la crítica que Hegel hace a Kant en este pasaje del texto. Esto con el fin de comprender a cabalidad qué es aquello que Kant advirtió en la Crítica del juicio pero se negó a considerar. Lo que me interesa poner de presente en este ensayo son las implicaciones del juicio teleológico, es decir, el intento kantiano de armonización de los ideales del hombre con la naturaleza. Intento, por otra parte, que trata de justificarse en tanto que el juicio teleológico pretende mediar el conocimiento limitado que podemos tener del mundo y las ideas que la razón práctica nos impone, dando sentido al devenir histórico como un plan oculto de la naturaleza para la realización, en sentido normativo, de la moral kantiana. Esas implicaciones del juicio teleológico, son precisamente las que Hegel advierte y recupera del propio Kant. De esta forma el texto se dividirá en tres momentos. El primero será la presentación de los juicios que hacen parte del juicio reflexionante, a saber el juicio teleológico y el juicio estético. En este momento del texto quisiera mostrar cómo para Kant, la experiencia de lo bello y de lo sublime, en la que se llevan a cabo los juicios reflexionantes, abren la posibilidad de articulación, de ligazón entre el mundo natural, gobernado por la necesidad y el mundo de la libertad, abierto a la contingencia. En el segundo momento quisiera mostrar la manera en la que Hegel comprende ese pasaje de la filosofía kantiana y busca superarlo desde la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. En el tercer momento me propongo recoger los puntos anteriormente esbozados, y formular una conclusión de el pasaje comentado de la Enciclopedia, que permita comprende a cabalidad la propuesta hegeliana que sólo se podría llevar a cabo mediante la confrontación con Kant. Kant: el juicio estético y el juicio teleológico. Recordemos que para Kant, el sujeto cognoscente adquiere un importante papel activo en la experiencia de conocimiento, porque es quien aporta las estructuras formales y apriorísticas para que la experiencia se pueda llevar efectivamente acabo. El fenómeno, aquello que es lo único que podemos conocer, es posible precisamente debido a las estructuras que el sujeto aporta para su aparecer. Así, el conocimiento humano es siempre un conocimiento finito, y local que si quiere ser así denominado no puede rebasar los límites fenoménicos de la experiencia. De esta manera, una de las nociones kantianas más problematizadas por los filósofos idealistas posteriores a él fue la cosa-en-sí. La cosa-en-sí plantea la existencia de un mundo allende las determinaciones fenoménicas, es decir, la existencia de un mundo sin limitaciones, indeterminado. Así, Kant establece un corte entre la realidad fenoménica, que podemos conocer, y la cosa-en-sí, de la cual no podemos decir absolutamente nada debido a que no la conocemos. De esta forma, Kant plantea dos realidades, una signada por la necesidad y la determinación, y otra que se abre a la libertad y a la indeterminación. El juicio para Kant, puede ser considerado como determinación y también como reflexión. Así, en tanto determinación el juicio es determinante, propio de la actividad del entendimiento. Por el contrario el juicio reflexivo, o reflexionante, no determina la constitución de la realidad fenoménica, sino que se encarga de reflexionar sobre ella, en su relación con las exigencias morales que de ella se derivan. De esta forma, es posible afirmar que para Kant la facultad del juicio reflexivo supone la posibilidad de síntesis, de articulación, entre la facultad del entendimiento y la facultad moral. Esta posibilidad se encuentra expresada en el juicio estético. El juicio de la reflexión, propio del enjuiciar estético, consiste en las relaciones de finalidad del sujeto humano con los objetos de la experiencia. Ahora, el juicio teleológico, no ubica ya la finalidad en el sujeto, sino en la naturaleza, y considera que ésta está dotada en sí misma de finalidad, es decir, la finalidad está en el objeto, no ya en el sujeto. En el juicio estético, lo que sucede en particular a diferencia del juicio determinante, es que el entendimiento es incapaz de dar cuenta de aquello que se le presenta. Este juicio para Kant debería ser universalmente comunicable. Sin embargo, Kant nos indica que sólo puede tener una comunicabilidad universal una representación y de esta manera ser ésta el puente que nos lleve a una relación universal en nuestra capacidad de representarnos algo, es decir que sólo por medio de una representación podríamos estar todos de acuerdo. Pero dado que no hay aquí un concepto, que nos obligue a una universalidad, nuestras facultades de conocimiento entran en un juego libre puesto que no hay un concepto determinado que las constriña a ‘una regla particular de conocimiento’. Entra pues a mediar este libre juego de facultades de representación para darle su carácter universal a la representación requerida. Se necesita, pues, de la imaginación: “para combinar lo diverso de la intuición” y del entendimiento: “para la unidad del concepto que une las representaciones”. Ahora, el libre juego de las facultades es algo que sí debe poder dejarse comunicar universalmente, una determinación del objeto que debe concordar con todas las representaciones que se dan: es, precisamente, la forma en la que algo tiene validez para cada uno. Al respecto nos dice Kant: “La universal comunicabilidad subjetiva del modo de representación en un juicio de gusto, debiendo realizarse sin presuponer un concepto, no puede ser más que el estado del espíritu en el libre juego de la imaginación y el entendimiento…” (Cf. C. J. § 9). En lo que tiene que ver con el juicio reflexionante que dilucida Kant, es necesario comenzar por hacer una exposición general de la finalidad en la que precisa lo que es un fin y cómo éste está enlazado con la facultad de desear para, por último, conectar esta consideración con la forma de la finalidad. Así, nos dice: “El fin es el objeto de un concepto en cuanto éste es considerado como la causa de aquel” (Cf. Cr. J. § 10). Lo que causa un concepto, respecto al objeto, es la finalidad. Respecto a las representaciones que suscitan sentimientos, cuando asumo que la causalidad de la representación está en relación con un estado de ánimo del sujeto, considerándolo, pues, como la causa de que se conserve en aquel estado, se expresa el placer. Cuando la representación genera lo contrario, es decir, alejarse u omitir tal representación, se le llama dolor. Sobre la facultad de desear sabemos que sólo se determina mediante conceptos: es decir, se obra en virtud de unos fines. Tales fines, es decir, obrar bajo la condición de la representación de unos fines, nos dice Kant, es la voluntad. Ahora, se dice de un estado de ánimo y de una acción que son finales aún cuando no esté involucrado en éstos un fin. El punto es que deben considerarse finales porque no hay manera de concebirles fuera de una base de causalidad, es decir, por fuera de la idea de una voluntad que les hubiese determinado. No obstante, las que cosas que observamos no son siempre consideradas por medio de la razón. Aún así, la forma que ésta exige se requiere para poder concebir los sentimientos: empleamos, entonces, la forma de la finalidad sin presuponer el fin, sin ponerlo ‘a la base’. Resulta así que el juicio de gusto no tiene como sustento algo más que la mera forma de la finalidad, es decir, cierta finalidad subjetiva que persigue la representación de un objeto y que no lleva consigo ninguna clase de fin. Esta forma de la finalidad puede ser universalmente comunicable, asegurando que el objeto dado está en posibilidad de despertar el sentimiento, que aparece en una subjetividad, en cada uno de los particulares. En lo tocante a los temas de la perfección y del ideal de la belleza, Kant precisa una distinción entre los juicios de gustos empíricos y los juicios de gusto puros. En los primeros determinados el agrado o desagrado y en los otros consideramos la belleza. Los juicios puros son aquellos en los que no se mezcla la satisfacción empírica, es decir, el placer en el objeto puesto como interés. La perfección como fin equivaldría a la intervención de un concepto y ya no habría, así, la finalidad meramente formal, la finalidad sin fin, propia del juicio de gusto. Empero, subyace a esta noción de perfección un ideal de belleza que, si bien no puede ser impuesto por medio de unos conceptos, tiene que llevar consigo la pretensión de universalidad del sentimiento despertado por las representaciones de los objetos. El ideal de belleza puede explicarse desde la perspectiva del ser humano capaz de determinarse a sí mismo a través de los fines que le exige su razón o que toma de la percepción de objetos. Es capaz, entonces, de tomar tales percepciones y ubicarlas dentro de los fines universales al juzgar estéticamente. Puede tener, así, el ser humano, un ideal de belleza. Al respecto es pertinente citar la definición de belleza que Kant extrae del tercer momento: “Belleza es forma de la finalidad de un objeto en cuanto es percibida en él sin la representación de un fin” (Cf. Cr. J. § 17). Hegel y el juicio reflexionante. De la Crítica del juicio Hegel valora precisamente el intento de superar el arbitrario corte trascendental que lleva a cabo la filosofía kantiana que simple y sencillamente pone límites al conocimiento humano, y a la experiencia. En la Crítica del juicio Kant parece contradecir sus propios principios. Kant, en experiencias contenidas en la Crítica, como la experiencia de los sublime intenta articular para el ser humano ambos mundos. Kant intenta mostrar cómo al ser humano aunque está atravesado por la necesidad y determinación del mundo natural, se le muestra algo que lo hace libre, que por decirlo de alguna manera lo hace superior a la naturaleza. De esto se trata el fin de la naturaleza, de mostrar cómo el ser humano es libre. Por esta razón, hablando de la experiencia de lo sublime, Kant señala que hay en ella cierto mostrarse de la finalidad humana que va más allá de la posible finalidad de la naturaleza: “Pero en lo que tenemos costumbre llamar sublime no hay nada que conduzca a principios objetivos particulares y a formas de la naturaleza que de éstos dependan, pues ésta despierta la idea de lo sublime, las más de las veces, más bien en su caos o en su más salvaje e irregular desorden y destrucción, con tal de que se vea grandeza y fuerza. Por esto vemos que el concepto de lo sublime en la naturaleza no es, ni con mucho, tan importante y tan rico en deducciones como el de la belleza en la misma, y que no representa nada de finalidad en la naturaleza misma, sino sólo en el uso posible de sus intuiciones para hacer sensible en nosotros una finalidad totalmente independiente de la naturaleza.” (Cf. Cr. J. § 25) De esta forma Kant intenta armonizar los ideales de libertad del hombre con la naturaleza. De esta forma el juicio que emitimos al estar en presencia de lo sublime, apunta precisamente a mostrar la unidad entre la naturaleza y la libertad. En lo referente a este momento de la Critica del juicio. Para Hegel, en la filosofía crítica es posible encontrar el germen de lo especulativo, hay algo en ella que Kant propuso, pero que no advirtió. Aquello que no advirtió Kant, para Hegel, se hace evidente en la estética kantiana, en la relación que el entendimiento establece con el arte y con la naturaleza orgánica. El juicio reflexionante es un juicio que aparece en el entendimiento cuando la imaginación le presenta algo a éste del cual no puede predicar nada conforme a las categorías, y entonces, por decirlo de alguna manera su juicio no es predicativo y se hace un juego de reflexión en el que el entendimiento no puede determinar aquello que le es presentado. En la experiencia de lo sublime y de lo bello, la imaginación presenta una experiencia al entendimiento, pero éste no puede ofrecer un concepto que le corresponda. El entendimiento intenta encontrar un concepto, pero no puede determinarlo, porque lo que se nos presenta es indeterminable. Es decir, la imaginación se hace a una representación que no es posible determinar, y el entendimiento no encuentra un concepto que le corresponda a esa experiencia. Por medio de una experiencia, el entendimiento se queda sin conceptos mediante los cuales pueda delimitar lo que se le presenta. Mediante lo particular el entendimiento no puede determinar algo que se presenta como indeterminable. Para Hegel el juicio reflexionante intuye, es decir, asume que la condición de lo particular está dada por lo universal mismo; asume que lo particular que es contingente es determinado por lo universal (Cf. Enc. §55). Es decir, mediante la experiencia de algo que en principio es indeterminado, el entendimiento debe aceptar que las percepciones singulares lo sobrepasan y que hay algo que lo excede y lo supera. Para solucionar este problema, la razón enseña a la imaginación que aquello a lo que se está enfrentando es parte de sus ideas, a saber algo que va más allá de lo sensible. Este movimiento es la idea, es decir, es la intuición de la razón, es el entendimiento mirándose a sí mismo en su propios límites y dejando el camino a la razón para que predique de esa percepción la infinitud y la indeterminabilidad de lo que se presenta. Ese mirarse a sí mismo del entendimiento en sus propios límites, ese pensarse, se da en lo concreto, es decir, contiene los dos momentos: el particular, y el universal y necesario (Cf. Enc. §55). Ese movimiento es especulativo. En la experiencia estética, y en la experiencia de la naturaleza el fin es la misma facultad reflexionante, el principio activo que es universal determinado y determinante. A diferencia de la razón práctica y teorética, el juicio estético remueve la compartimentación kantiana de las facultades, y vincula el entendimiento universal, con la intuición particular (Cf. Enc. §56). Hegel cuestiona el hecho de que a este pensamiento Kant no le otorgue el carácter de verdadero, optando por el contrario por considerarlo solamente fenómeno; Kant vio y obvió lo especulativo, porque para él no podría adquirir sentido la unidad de la experiencia estética. De esta forma Kant, según Hegel, separa la experiencia en dos componentes, uno es la experiencia como tal, es decir la concordancia del gusto con la legalidad de la experiencia, y otro, la capacidad de producir pensamientos estéticos, que Hegel denomina genio. Así, Kant consigue explicar la experiencia estética compartimentando las facultades que entran en juego allí, aún siendo consciente de que lo hacen en unidad, en movimiento (Cf. Enc. §56). De esta forma, Hegel encuentra en Kant la posibilidad de movilidad de todo el sistema. No obstante, Kant no encuentra allí la verdad, ya que nos está vedada, sino que encuentra la existencia, el fenómeno. Es decir, en el juicio estético, la experiencia se sigue situando en la subjetividad. El juicio, pertenece únicamente a nuestro entendimiento, dice Hegel. La finalidad interna, la vuelta sobre sí que realiza el entendimiento en el juicio estético es retenido como representación (Cf. Enc. §58). Kant es consciente de que en el juicio estético las facultades compartimentadas, en lo finito y lo universal, se vinculan, mostrándole a la razón una intuición que va más allá de los límites del entendimiento, y de la que éste no puede predicar o determinar, pero opta por volver a dividir la experiencia en su legalidad y en su capacidad para ser producida, compartimentando de nuevo las facultades. Hegel, en un texto de juventud titulado Creer y Saber ya había advertido este punto de inflexión en la filosofía kantiana, cuando afirmaba que una vez advertido el juicio reflexionante “Kant tuvo aquí frente a sí ambas cosas: la idea de una razón en la cual la posibilidad y realidad son absolutamente idénticas, y el fenómeno de esa misma idea como facultad cognoscitiva, en la cual están separadas; encontró en la experiencia de su pensar ambos pensamientos: sin embargo, al escoger entre ambos, su naturaleza despreció la necesidad de pensar lo racional, de pensar una espontaneidad intuitiva y optó por el fenómeno” Hegel y la Crítica del juicio Hegel aprecia del Kant de la Crítica del juicio, un intento por superar su propio dualismo, y con ello un esfuerzo por mostrar la conciencia ganada de la indisolubilidad de universalidad y particularidad, de unidad y diferencia. No se trata este intenso simplemente de la superación del dualismo propio de la Crítica de la razón pura, en pura y simple oposición entre entendimiento y razón. También, como vimos anteriormente Hegel ve allí, en la Crítica del juicio un intento pro superar el abismo entre las dos críticas anteriores, es decir, el abismo entre la razón pura y la razón práctica. De esta manera en la Crítica del juicio se busca entonces un puente entre la libertas y la naturaleza, una raíz común que permita situar al ser humano en ambas esferas. Aquello que unifica ambos espacios, es el juicio, ya que ambas razones, la pura y la práctica tienen su raíz en una cierta manera de juzgar. Esta actividad en ambos espacios está guiada por juicios a priori, ya dados por la misma razón, se trata de un juzgar determinante precisamente porque el juicio está ya determinado previamente: el juicio de la razón pura tiene límites y por tanto no es libre ni autónomo, en cambio, en tanto gobernado por la naturaleza necesaria, está siempre limitado. De esta forma, el lugar donde la capacidad de juzgar se revele libre y autónoma será el de los juicios que no venga predeterminados de antemano por principios a priori constitutivos y objetivo. Esos juicios libres y autónomos serán los juicios llamados reflexionantes. De esta forma, si la facultad de juzgar, que debe constituir el puente entre la naturaleza y la libertad, ha de ser examinada en sí misma, y no en su dependencia del entendimiento o la razón, habremos de concentrarnos en aquellos juicios que no parten de principios universales, sino que parten de la universalidad y la diversidad. De esto entonces se trata la calificación que le damos a ciertos objetos de bello (juicio estético) y al considerarlo como un fin natural (juicio teleológico. De esta forma, Hegel ve allí la posibilidad, atisbada por el mismo Kant de superar el corte ente la naturaleza y la libertad. Sin embargo, la libertad de Hegel no es ya una libertad dualista, que se opone a la necesidad, sino más bien una libertad que se identifica con la necesidad y la abraza. Así, pues, Hegel observa que la propuesta de Kant que afirma que hay algo de necesario y universal en lo contingente, ésta misma llevará a considerar que el pensamiento es la unidad del concepto con la realidad, y entonce sería la idea (Cf. Enc. §55). Así, pues, la idea en tanto expresión del universal concreto, de la universalidad que se diferencia a sí misma, expresa el rechazo de que lo universal pueda ser exterior a la realidad o a lo particular. Para Hegel, que la universalidad pueda o deba encontrarse desde la misma particularidad, como indica la Crítica del juicio, dice tanto como que lo suprasensible determine por sí mismo lo sensible, esto es, que lo general contenga en sí mismo lo particular. Hegel esperaba que en la tercera Crítica se realizara una a unidad que fuera inmanente a la particularidad. Si la universalidad ha de poder alcanzarse como tal, sin principios universales dados previamente, no es de extrañar que Hegel Hegel vea aquí la posibilidad de encontrar un universals que se particularice a sí mismo, y que no sea ya el margen de la particularidad, desligado totalmente a causa del entendimiento. A modo de conlusión, Hegel espera de la Crítica del juicio una superación de la finitud del entendimiento, que es el correlato del dualismo, en dirección de una razón y un saber absolutos, como la superación del dualismo práctico, de libertad y naturaleza. De esta forma, la crítica hegeliana radica en que el idealismo kantiano siempre termina en un dualismo irreconciliable entre lo finito y lo infinito, lo fenoménico y lo nouménico. Sin embargo, al Kant percatarse de este problema e intentar superarlo Hegel advierte que su intento es inútil pues Kant reintroduce el dualismo, y la escisión entre el concepto y el entendimiento al dar prioridad al juicio teleológico, como una finalidad formal, y normativa, cayendo nuevamente en la escisión de la moralidad kantiana entre el ser y el deber-ser, que siempre se mantiene irrealizado, falto de contenido. Así, Kant introduce nuevamente un momento externo a los particulares, un Dios allende de la realidad, una finalidad externa a la naturaleza. La finalidad entonces, se hace algo solamente pensado por el sujeto finito en la medida en que éste pasa a considerarla como una finalidad allende sí mismo y la naturaleza, una finalidad sobrehumana. Finalmente, la imposibilidad de ver allí lo especulativo por parte de un Kant encerrado en los límites de su propio criticismo es lo que está a la base del reproche hegeliano. Se trata de un límite del que Kant no pude sustraerse lo que constituye la decepción de Hegel frente a la Crítica del juicio, en especial en lo referente al juicio teleológico, entendido formal y normativamente, escindido entonces de la realidad comprendida como totalidad. Bibliografía Hegel, G.W.F. Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Madrid: Alianza, 2008. Kant, Immanuel. Crítica del Juicio. Madrid: Espasa, 1999. Pillow, Kirk. Sublime Understanding: Aesthetic reflection in Kant and Hegel. Cambridge: MIT press, 2000. Henrich, Dieter. Between Kant and Hegel: lectures on german idealism. Cambridge: Harvard, 2003. Pérez, Rodríguez. Hegel y la Crítica del juicio. Anales del seminario de historia de la Filosofía. Universidad Santiago de Compostela, 2003. Pp. 145-177.