Domingo I Cuaresma (Ciclo A)

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UNA PALABRA JOVEN (Feb 08)
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Domingo I Cuaresma (Ciclo A)
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
— «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo:
—«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios.”»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
— «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que
cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.”»
Jesús le dijo:
— «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su
gloria, le dijo:
— «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.» Entonces le dijo Jesús:
— «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás
culto.”»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
(Mt 4,1-11)
Tras el bautismo y ya presentado como mesías, Jesús tiene que afrontar la tentación. El
evangelista no dice que sufrió la tentación sin más, sino que fue llevado al desierto —lugar
tradicional de la prueba y el cambio interior— para ser tentado por el diablo. Es, por tanto, una
prueba por la que tiene que pasar necesariamente. La pregunta es: ¿por qué?, ¿qué necesidad había
de ello? Evidentemente la experiencia de Jesús no tiene como objetivo comprobar su nivel moral.
Más bien parece un recurso para mostrar al lector la solidez de su espíritu y la clara conciencia que
tenía de su misión. Jesús sufrió la tentación para indicar, con su fidelidad, el camino de la vida en
contraposición con Israel que, sometido a la misma prueba, sucumbió.
Pero de poco nos vale semejante ejemplo si antes no nos aclaramos sobre el significado de la
tentación en sí misma. Para ello es necesario, ante todo, tener en cuenta que la tentación no es un
medio utilizado por Dios para conocer lo que hay en el interior del corazón humano —“Tu escrutas
los corazones” (Sal 7,10)—, sino que, al contrario, es un servicio divino por el que Dios nos
enfrenta a nuestra propia verdad. No somos tentados para que Dios nos conozca, sino para que
podamos conocernos a nosotros mismos. No vamos al médico para que sepa lo que tenemos, sino
para que —con diversas pruebas— nos ayude a ver cómo estamos.
La tentación —como la crisis— es condición indispensable del crecimiento, porque ayuda al
conocimiento de sí mismo, pone de relieve las debilidades, permite formular metas, baja los humos
de la vanidad y humaniza a quien la sufre. Cuando en el Padrenuestro pedimos, no decimos
“líbranos de la tentación” como cabría esperar, sino “no nos dejes sucumbir en la tentación”. La
tentación —como el dolor— es una buena herramienta porque con ella se avanza rápido en el
camino interior.
Vistas así las cosas, las tentaciones de Jesús nos parecen tres advertencias a sus seguidores:
no se deben convertir las piedras —la dureza— de la vida en panes gratos al paladar, sino que es
mucho más importante conocer la palabra —la voluntad— de Dios; no es bueno tentar a Dios
asumiendo —imprudentemente— riesgos innecesarios, que Dios no está para corregir nuestras
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insensateces y, actuar de esa manera, no es confiar más en él, sino tomarlo de lazarillo; y —sobre
todo— no hay que sucumbir ante los poderes de este mundo. Sólo Dios es dios. Lo que pasa de ahí
es idolatría.
Añade Mateo que, superada la tentación, el diablo se retiró y entraron en escena los ángeles.
Quien ha resistido la noche sin sucumbir, gozará de las alegrías del día. Jamás seremos tentados por
encima de nuestras fuerzas: Dios quiere que vivamos.
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