Tránsito hacia las escuelas helenísticas

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Las Escuelas Helenísticas
February 10, 2014
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Introducción
Con el reinado de Alejandro Magno se terminó, en realidad, la época de la
Ciudad-Estado griega, libre e independiente. Durante su reinado y los de sus
sucesores, que combatieron entre sí por la supremacía política, la libertad de las
ciudades griegas fue ya sólo nominal o dependió, por lo menos, de la benevolencia del soberano reinante. A partir de la muerte del gran conquistador, en
323 a. de J. C., debe hablarse, más que de civilización helénica, de civilización
helenística. Para Alejandro mismo, la distinción neta entre griegos y bárbaros era articiosa y falsa: él pensaba según el concepto de Imperio, no según
el de Ciudad. Y el resultado fue que, a la vez que el Oriente se abría al inujo
del Occidente, la cultura griega no pudo menos de ser inuida también por el
nuevo estado de cosas. Atenas, Esparta, Corinto, etc., no fueron ya entidades
libres e independientes, unidas por un sentimiento común de superioridad cultural en comparación con la oscura barbarie que en torno a ellas imperaba: se
vieron sumergidas en un todo más vasto, y no estaba lejos el día en que Grecia
entera se convirtiese en mera provincia del Imperio romano. La nueva situación
política no podía dejar de hacerse sentir en el campo de la losofía. Platón y
Aristóteles habían sido hombres de la polis griega y, para ellos, era inconcebible
el individuo aparte de la Ciudad y de la vida ciudadana: en ésta era donde el
individuo lograba alcanzar su n, donde vivía la vida conveniente al ser humano.
Pero, cuando la ciudad libre quedó englobada en un conjunto cosmopolita más
dilatado, ocurrió, como no podía menos de ocurrir, que pasó al primer plano
de la atención, no sólo el cosmopolitismo con su ideal de ciudadanía universal, tal como lo hallamos entre los estoicos, sino también el más extremado
individualismo. En realidad, estos dos elementos, el cosmopolitismo y el individualismo, estaban estrechamente vinculados entre sí, porque cuando la vida
de la Ciudad-Estado, compacta y omniabarcadora tal como Platón y Aristóteles
la habían concebido, vino a romperse y los ciudadanos se vieron inmersos en
un todo mucho más vasto, el individuo se encontró inevitablemente lanzado a
la deriva, sin las trabas o amarras que le habían sujetado a la Ciudad-Estado.
Era de esperar, pues, que en una sociedad cosmopolita la losofía centrara su
interés sobre el individuo, procurando satisfacer la demanda de alguna guía que
le orientase en el vivir, puesto que, en adelante, tendría que vivir dentro de
una gran sociedad y no ya en el seno familiar de una Ciudad relativamente
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pequeña. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que la losofía tomase una
orientación predominantemente ética y práctica, como lo hizo en el estoicismo
y en el epicureísmo. Las especulaciones físicas y metafísicas tenderán a relegarse a un segundo plano: no interesan ya por sí mismas, sino sólo en cuanto
que proporcionan base y preparación para la ética. Esta concentración en las
cuestiones morales ayuda a comprender por qué las nuevas escuelas tomaron
prestadas sus nociones metafísicas a otros pensadores, sin intentar elaborarlas por su cuenta. De hecho, hacia donde se volvieron en demanda de tales
nociones fue hacia los presocráticos: el estoicismo recurrió a la física de Heráclito, y el epicureismo al atomismo de Demócrito. Por otro lado, las escuelas
post-aristotélicas acudieron a los post-socráticos, siquiera en parte, hasta en lo
concerniente a sus concepciones o tendencias éticas, inspirándose los estoicos en
la ética de los cínicos (frugalidad y ascesis) y los epicúreos en la de los cirenaicos (el placer, la hedoné, si bien buscando activamente el gozo intelectual).
Este interés ético-práctico se maniesta sobre todo en el desarrollo de las escuelas post-aristotélicas durante la época romana, porque, a diferencia de los
griegos, los romanos no eran pensadores especulativos y metafísicos, sino, principalmente, hombres prácticos. Los antiguos romanos habían insistido más que
en ninguna otra cosa en el carácter la especulación teórica les era extraña,
y en el Imperio, cuando ya los viejos ideales y las tradiciones de la República
se habían echado en olvido, la tarea del lósofo consistió precisamente en proporcionar al individuo un código de conducta que le capacitase para conducirse
por el océano de la vida, manteniendo una coherencia entre los principios y la
acción, a base de cierta independencia espiritual y moral. De aquí el fenómeno
de que los lósofos fuesen una especie de directores espirituales que cumplían
un cometido en cierta manera análogo al del director de conciencia tal como lo
entiende el mundo cristiano. Esta concentración en lo práctico, y el hecho de que
la losofía tomara a su cargo el proporcionar modelos de vida condujeron naturalmente a que se difundiese mucho la losofía entre las clases cultas del mundo
helenístico-romano y también a que se originase una especie de losofía popular.
La losofía se convirtió cada vez más durante la época romana en una parte del
ciclo educativo ordinario, lo cual requería que se la presentara de una forma
fácil y asequible; y así fue como la losofía llegó a ser rival del Cristianismo,
cuando la nueva religión comenzaba a enseñorearse del Imperio. Ciertamente se
puede decir que la losofía, al menos en alguna proporción, brindaba un medio
de satisfacer las necesidades y las aspiraciones religiosas del hombre. La incredulidad respecto a la mitología popular era común, y allí donde reinaba esta
incredulidad entre las clases cultas quienes no se satisfacían viviendo del
todo sin religión tenían, o bien que aliarse a alguno de los numerosos cultos
que desde el Oriente se habían ido introduciendo en el Imperio, y que al n y
al cabo estaban mejor ideados para satisfacer las aspiraciones espirituales del
hombre que no la religión ocial del Estado con su actitud convencionalmente
práctica o bien tenían que volverse hacia la losofía.
Por esto es por lo que podemos discernir elementos religiosos en un sistema
tan marcadamente ético como es el estoicismo, y por lo que en el neoplatonismo, última oración de la losofía antigua, alcanza su punto culminante el
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sincretismo religioso-losóco. Más aún, cabe decir que en el neoplatonismo
plotiniano, en el que el vuelo místico del espíritu o éxtasis se considera lo más
excelso de la actividad intelectual, la losofía tiende a transformarse en religión.
El insistir en la ética conduce a la adopción de un ideal de independiente autosuciencia del espíritu, según lo hallamos en el estoicismo y en el epicureísmo,
al paso que la insistencia en la religión inclina más bien a armar la dependencia
con respecto a un Principio Trascendente y a atribuir la puricación del propio
espíritu a la acción divina, actitud que encontramos en un culto mistérico como
el de Mitra. Sin embargo, conviene advertir que ambas tendencias, la una a
jarse ante todo en lo ético, en la perfección autosuciente de la personalidad o
en la adquisición de una auténtica personalidad moral, y la otra que insiste más
bien en la actitud de rendida adoración a la Divinidad, o en la necesidad de que
el ser humano, que no se basta a sí mismo, se una con Dios, contribuían a satisfacer una misma aspiración: la que sentía el hombre del mundo grecorromano
a dar con una base segura sobre la que asentar su vida individual, puesto que
la actitud religiosa entrañaba también una cierta independencia frente al Imperio secular. Desde luego que, prácticamente, ambas actitudes tendían a unirse:
unas veces cargando el acento en la ética (como sucedió en el estoicismo) y
otras en el factor religioso (como ocurrió en los cultos mistéricos), mientras que
el neoplatonismo representó un intento de síntesis, subordinándose en él lo ético
a lo religioso, aunque sin perder aquello su importancia.
En el desarrollo de la losofía helenística (y romana) suelen distinguirse
varias fases1 :
1) La primera fase o primer período se extiende, poco más o menos, desde
nales del siglo 4 hasta mediados del siglo I a. J. C. Este período se caracteriza
por la fundación de las losofías estoica y epicúrea, que cargan el acento en la
conducta y en la consecución de la felicidad personal, volviéndose, para sentar las
bases cosmológicas de sus sistemas, hacia el pensamiento presocrático. Contra
estos sistemas dogmáticos se alza el escepticismo de Pirrón y sus seguidores,
al cual se puede añadir la vena escéptica de las Academias Media y Nueva. La
interacción entre estas losofías dio por resultado un cierto eclecticismo, que se
manifestó en la tendencia del estoicismo medio, de la escuela peripatética y de
la Academia a asimilar sincréticamente sus respectivas doctrinas. Si resumimos
las principales características de este período, nos topamos con que,
• 1. La polis pierde su independencia.
• 2. Termina en ella la autarquía y su autosuciencia.
• 3. Se desvanece su hegemonía política, económica, comercial y cultural.
• 4. Las monarquías suceden a los gobiernos de las polis.
• 5. Se acentúan las diferencias entre clases sociales.
• 6. Hay una mayor inestabilidad política.
1 Los puntos 2) y 3) siguientes no son importantes ahora, para Aristóteles, pero es necesario
tenerlos presentes para el Cristianismo posterior
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• 7. El individuo se encuentra perdido pues falta el marco de referencia de
la polis clásica griega.
• 8. Surge un nuevo concepto de hombre. Ya no es un zoon politikón, sino
un zoon koinonikón.
• 9. El individuo es más cosmopolita e individualista.
• 10. El individuo busca su felicidad personal y ésta apenas se encuentra en
el recurso a las leyes naturales, pues éstas son inmutables.
• 11. La Filosofía como actividad constructora de sistemas explicativos
pierde mucha fuerza y la sustituye una losofía más pragmática y con un
cariz moral, unida al modus vivendi, a cómo debemos vivir nuestra vida.
• 12. Surgen distintas escuelas que se entremezclan con movimientos ante-
riores. Aparece un sincretismo y un eclecticismo que preludian el próximo
Cristianismo. En el estoicismo, el hombre es el único ser racional que
puede conocer la naturaleza a partir de las leyes divinas y comportarse de
acuerdo a ellas, es decir ser responsable de sus decisiones, acatar el deber.
La vida de acuerdo con la naturaleza es la clave ética de los estoicos, pues
es la vida de acuerdo con la razón y en esto consiste la virtud que conduce
a la felicidad. Esa virtud como único bien, todo lo demás (enfermedad,
muerte, pobreza, etc) les es indiferente, es la ausencia de pasión, la apatheia o apatía. Los epicúreos, en cambio, optan por un recogimiento,
por aislarse socialmente en un jardín; huir del dolor y buscar el placer,
no el desenfrenado de un hedonismo bárbaro, sino el gozo físico e intelectual. Los pirrónicos rechazan todos los dogmatismos de todas las escuelas
anteriores; suspenden el juicio y ponen en duda toda verdad; son el resultado de un cansancio cultural que condujo a la desconanza. Buscaban la
serena y tranquila imperturbabilidad del alma. Obviamente, todas estas
escuelas tenían pretensiones similares en relación a la virtud, el alma o la
ética, pero los medios no siempre coincidían.
2) El eclecticismo de un lado y el escepticismo de otro continúan durante el
segundo período (desde mediados del s. I a. J. C. hasta mediados del s. III d.
J. C.), pero esta fase se caracteriza por un retorno a la ortodoxia losóca.
Interesan mucho los fundadores de las escuelas, sus vidas, sus obras y doctrinas, y esta tendencia a la ortodoxia losóca viene a hacer de contrapartida
respecto al persistente eclecticismo. Pero el interés por el pasado fue también
fructífero en el campo de la investigación cientíca; por ejemplo, en la edición
de las obras de los lósofos antiguos y en sus comentarios e interpretaciones. La
preeminencia en tales trabajos les corresponde a los alejandrinos. Este interés
cientíco no es, con todo, la única característica del segundo período. En contraste con el interés cientíco se da durante esta época una tendencia cada vez
más fuerte a los misticismos religiosos. Se ha hecho ver que esta tendencia tiene
una raíz común con la tendencia cientíca, a saber: la desaparición de las creaciones especulativas. Este último factor podía llevar tanto al escepticismo o a
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la dedicación a tareas cientícas como a una proclividad al misticismo religioso,
favorecida ésta naturalmente por el auge de la conciencia religiosa y por los
contactos, cada vez más frecuentes entonces, con religiones de origen oriental.
Los lósofos occidentales, p. ej., los neopitagóricos, trataron de incorporar a sus
sistemas especulativos estos elementos religiosos y místicos, mientras que los
pensadores orientales, como p. ej., Filón de Alejandría, intentaron sistematizar
sus concepciones religiosas dándoles una estructura losóca. (Los pensadores
como Filón fueron inuidos también, claro está, por el deseo de hacer que triunfasen sobre las griegas sus doctrinas no griegas, para lo cual las presentaban
en atuendo losóco).
3) El tercer período (de mediados del s. 3 d. J. C. a mediados del s. 6
d. J. C. y, en Alejandría, hasta mediados del s. 7) es el del neoplatonismo.
Este último esfuerzo de la losofía antigua fue un intento de combinar todos
los elementos válidos de las doctrinas losócas y religiosas de Oriente y de Occidente en un sistema único que absorbiera prácticamente a todas las escuelas
losócas. Dominó en el campo del pensamiento losóco durante varios siglos
y no procede relegarlo al ámbito del misticismo esotérico. Por lo demás, el neoplatonismo inuyó enormemente en la especulación cristiana: no tenemos más
que pensar en nombres como san Agustín o el Pseudo-Dionisio. Un rasgo del
mundo helenístico que no se ha de dejar de tener en cuenta es el del creciente
cultivo de las ciencias especiales. Ya hemos visto cómo la losofía y la religión
tendían a unirse; pues bien, en lo tocante a la losofía y las ciencias particulares
sucedió lo contrario. No sólo se delimitó con mayor precisión de lo que lo había
estado en la aurora del pensamiento griego el dominio perteneciente a la losofía,
sino que las diversas ciencias alcanzaron tal grado de desarrollo que exigieron
un trato especial. Por otra parte, la mejora de las condiciones externas de la
investigación y el estudio, aunque debida en gran parte ella misma a la especialización, facilitó a su vez un incremento del cultivo de las ciencias, promoviendo
la intensicación del trabajo y el que se investigara por secciones. Ya el Liceo
había contribuido mucho al nacimiento y al auge de las ciencias, pero durante
la época helenística se crearon instituciones cientícas, museos y bibliotecas en
las grandes capitales como Alejandría, Antioquía y Pérgamo, con el resultado
de que la investigación lológica y literaria y los estudios matemáticos, médicos
y físicos pudieron hacer e hicieron grandes progresos. Así, según Tzetzes, la
biblioteca externa de Alejandría contenía 42.800 volúmenes, mientras que la
biblioteca principal de Palacio contenía unos 400.000 volúmenes mezclados y
unos 90.000 no mezclados o simples, siendo estos últimos, probablemente,
pequeños rollos de papiro y aquéllos unos rollos mayores. Más tarde, divididos los volúmenes mayores en libros, quedaron reducidos a las dimensiones de
volúmenes simples. Dícese que cuando Antonio regaló a Cleopatra la biblioteca de Pérgamo lo que le entregó fueron volúmenes simples. Claro que,
posiblemente, la inuencia de la losofía sobre las ciencias particulares no sería
siempre favorable al progreso de éstas, pues las armaciones especulativas tuvieron a veces desmesuradas proporciones y llevaron a conclusiones demasiado
precipitadas en materias en las que deberían haber desempeñado el papel decisivo la experimentación y la observación rigurosa. Sin embargo, por otra parte,
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a las ciencias particulares les beneció la fundamentación losóca, pues así se
vieron libres de caer en un burdo empirismo y en una orientación exclusivamente
práctica y utilitaria.
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