ANÁLISIS DE DAVID HUME DEL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD Francesc Llorens _______________________________________ QUÉ ES EL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD El principio de causalidad es el pilar fundamental de la epistemología de David Hume. Tras determinar, desde un punto de vista empirista, los contenidos de la mente (impresiones e ideas), es necesario proponer una explicación de los mecanismos que utilizamos para relacionar tales contenidos, a fin de obtener nuevos conocimientos. Esta explicación es necesaria para justificar, no sólo el conocimiento cotidiano (del sentido común), sino también para mostrar cómo construye la ciencia sus razonamientos, esto es, para establecer las bases epistemológicas del método científico. De acuerdo con Hume, las especiales relaciones que la mente establece entre sus contenidos cuando desarrolla nuevos conocimientos son de dos tipos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Las primeras tienen que ver con la coherencia matemática y son de tipo deductivo. Por tanto, no amplían nuestro conocimiento del mundo. Sólo las cuestiones de hecho, que se refieren al mundo exterior y tienen su base en la experiencia pueden proporcionarnos nuevos conocimientos, y, en definitiva, hacer avanzar el saber humano. Las cuestiones de hecho, a las que se asocia el método inductivo-­‐experimental, son aquellas que, dado que se referieren a la experiencia, también pueden ser confirmadas o rechazadas por ésta. Hume las define como aquellas en las cuales es posible pensar sin contradicción un caso contrario. Por ejemplo, aunque sabemos que es una ley científica que el agua hierve a 100 grados centígrados, no hay contradicción en pensar que pudiera hervir a otra temperatura (por ejemplo, si cambiamos las condiciones de presión atmosférica, o si contiene elementos disueltos1). CÓMO CONSTRUIMOS EL CONOCIMIENTO: EL ANÁLISIS DE LAS BOLAS DE BILLAR Al preguntarnos cómo construimos el conocimiento que se refiere a cuestiones de hecho, encontramos diversos mecanismos psicológicos en la base de los procesos mentales. El más importante es la causalidad. El principio de causalida tiene una fácil definición: “todo lo que llega a existir tiene una causa”. Los seres humanos 1 No sucede lo mismo con las “relaciones de ideas”, que, al ser de tipo matemático-­‐lógico, impiden pensar un resultado contrario sin caer en contradicción. Por ejemplo, si afirmamos “2 + 2 = 4”, este resultado no puede contener ninguna excepción ni caso contrario, dado que se obtiene por simple definición humana de los términos del enunciado: definido “2” y definiddos los significados de los signos “+” e “=”, no hay posibilidad de que el resultado sea otro. proporcionamos explicaciones de los hechos (esto es, consideramos que un hecho ha sido “explicado”) cuando somos capaces de explicitar las causas que lo han producido. Sin embargo, cuando examinamos asociaciones causales (por ejemplo, el choque de dos bolas de billar y la explicación habitual de que el movimiento de la segunda bola está causado por el impacto recibido de la primera) no observamos, según Hume, nada especial (ningún concepto empírico) a lo que podamos denominar causalidad. En este ejemplo, lo único que observamos es que, cada vez que repito la experiencia con las bolas, el movimiento de la segunda se asocia al de la primera de la siguiente manera: existe una contigüidad entre el movimiento de la segunda bola y el de la primera, una prioridad del movimiento de la primera sobre el de la segunda, y una conjunción constante del hecho (es decir, que al reproducir muchas veces la experiencia en condiciones semejantes, el resultado es siempre el mismo). Por mucho que lo examinemos, dice Hume, no encontraremos ninguna impresión o idea especial correspondiente a lo que llamamos causa. Lo que hace Hume es aplicar el criterio de verificación empirista (toda idea ha de proceder de una impresión anterior) al análisis del fenómeno. ¿Podemos encontrar una impresión sensible de lo que denominamos “causa”? Obviamente no. Es claro que podemos percibir la contigüidad (pues es una circunstancia espacial), la prioriodad o anterioridad (circunstancia temporal) y la conjunción constante (circunstancia espacio-­‐ temporal), pero no existe ninguna impresión sensible de la idea de causa. Así pues, ésta debe ser rechazada, desde un punto de vista estrictamente empirista. En realidad la idea de causalidad es una resultante de la repetición (el hábito o costumbre) de que siempre que experimentamos el fenómeno descrito, el resultado es similar. El principio de causalidad no es más que la suposición de que, en igualdad de condiciones, a un heho o conjunto de hechos (que llamamos causas) sucederá siempre otro hecho o conjunto de hechos (que denominamos efectos). Sin embargo, aunque la base epistémológica de la causalidad no es más que el hábito y la costumbre, Hume sabe que este principio es el fundamento de todo nuestro conocimiento sobre las cuestiones de hecho. Todo conocimiento de tipo no especulativo, es decir, que se aleje de los supuestos abstractos y oscuros del conocimiento racionalista, se apoya en el principio de causalidad. Es preciso, pues, examinar con más detalle de dónde obtenemos los seres humanos la confianza en este principio explicativo. CAUSALIDAD Y CREENCIA Hume muestra que el principio de causalidad se fundamenta en el hecho de que, por hábito y costumbre, nuestra mente acepta que el curso de los acontecimientos sigue un orden temporal lineal, según el cual esperamos que un acontecimiento futuro (el que aún no se ha producido) ocurra exactamente igual que ocurrió en el pasado (de que tenemos ya experiencia constatada). O sea, que la causalidad, que consiste en una “anticipación” mental del efecto en la causa atribuida, en realidad exige aceptar que el curso de la naturaleza (del mundo objetivo, exterior al sujeto e independiente de él) es siempre uniforme. A esto se le llama el principio de la uniformidad de la naturaleza. Los humanos tendemos a considerar que los fenómenos del mundo natural han sucedido, suceden y sucederán siempre del mismo modo. Por ejemplo, si todos los días veo salir el sol por el Este y ponerse por el Oeste, puedo confiar en que mañana, pasado mañana y, en general, siempre, el sol seguirá esta misma trayectoria en el cielo. Supongamos que mañana no vemos el sol en todo el día. Ninguna persona atribuirá el hecho a que el principio de la uniformidad de la naturaleza haya fallado o dejado de cumplirse. La mente buscará otra explicación (por ejemplo, que el día está muy nublado y eso impide verlo, pero que el sol sigue ahí, tras las nubes, trazando su trayectoria habitual2). Lo que hace Hume en este razonamiento es proporcionar una explicación del método científico inductivo. Supongamos que un científico quiere establecer una ley experimental que relacione dos hechos que parecen comportarse el uno como causa y el otro como consecuencia suya. ¿Cómo procede? En realidad, lo hace asumiendo los principios de causalidad y de uniformidad de la naturaleza. En caso contrario, sería imposible establecer ninguna ley. El científico realiza centenares o miles de observaciones y experimentos, tratando de demostrar que los resultados poseen una coherencia causal, es decir, que, en igualdad de condiciones físicas y a igualdad de causas, igualdad de efectos o resultados. Si los resultados de los experimentos cumplen con este principio, el científico será capaz de enunciar una ley general. En caso contrario, el científico no negará la uniformidad de la naturaleza y la causalidad, sino que asumirá que los hechos que está tratando de demostrar no están causalmente relacionados. LA CAUSALIDAD Y EL PRINCIPIO DE UNIFORMIDAD DE LA NATURALEZA Ahora bien, y aquí reside el carácter demoledor de la argumentación de Hume con respecto a las epistemologías anteriores (el racionalismo y su afirmación de que la causalidad es un principio constitutivo y esencial de la naturaleza, y que lo descubrimos por simple análisis de ideas), aunque no lo parezca a primera vista, entre el principio de causalidad y el de uniformidad de la naturaleza se da una petición de principio3. Pues, pensemos un instante cómo se comportan estos dos principios uno con respecto al otro. Resulta que confiamos en la uniformidad de la naturaleza porque razonamos de manera causal (el pasado causa el futuro, y esto nos parece que es siempre así). Pero, como acabamos de explicar, aceptamos el principio de causalidad precisamente porque suponemos que la naturaleza sigue un curso constante. Dicho de otro modo: aceptamos la causalidad porque, por hábito y costumbre, suponemos que las cosas en el futuro seguirán produciéndose igual que en el pasado. Pero, a la vez, aceptamos que la naturaleza es uniforme (que las cosas seguirán produciéndose en el futuro conforme al pasado) porque aplicamos el principio de causalidad, es decir, 2 Estas explicaciones alternativas, que sirven para “salvar” la explicación aceptada, se denominan técnicamente, en el ámbito de las explicaciones científicas, hipótesis ad hoc. 3 Una petición de principio, o petito principi, como se denomina técnicamente, es un argumento circular, en el que se demuestra una idea o hecho “A” recurriendo a otra idea o hecho “B”, y, a la vez, se demuestra “B” recurriendo a “A”, lo que tiene como consecuencia que ni A ni B quedan demostrados, pues este procedimiento es lógicamente inaceptable. porque esperamos que las mismas causas produzcan siempre las mismas consecuencias. Estamos, pues, ante un razonamiento circular, explica Hume. Parece que nos encontramos en un círculo vicioso en el que un principio explica al otro pero, a su vez, es explicado por éste, lo que lógicamente implica que no estamos explicando ninguno de los dos. ¿Cómo se rompe este círculo vicioso, que nos ha llevado a un callejón sin salida? En realidad es muy sencillo. Hume argumenta que el principio de uniformidad de la naturaleza es un principio absoluto, esto es, que no puede demostrarse y, por lo tanto, no necesita demostración. No podemos, pues, pretender basarlo en ningún otro principio, ni en el de causalidad tampoco. Veamos: el principio de uniformidad de la naturaleza dice que el futuro se conforma de acuerdo con el pasado, pero, por definición, el futuro es “lo que aún no ha tenido lugar”. Dado que es imposible tener una impresión sensible de algo que aún no ha ocurrido, resulta que, desde un punto de vista empirista, el principio de uniformidad de la naturaleza es indemostrable y, en sentido estricto, no debería ser utilizado como fundamento de una explicación. Ahora bien, es imposible cualquier razonamiento relativo a cuestiones de hecho sin asumir ese principio. Que no tengamos una base epistemológica justificada para asumirlo no significa que no podamos servirnos útilmente de él. Como en el caso de la causalidad, lo único que Hume demuestra es que estos principios no tienen su fundamento en realidades objetivas o en una necesidad universal de la naturaleza, captada por simple análisis de ideas. Pero su posición es clara: el principio de causalidad, así como el de uniformidad de la naturaleza, son principios necesarios para construir cualquier conocimiento que permita avanzar al saber, esto es, conocimiento útil: estos principios son lo mejor que tenemos, y no pueden ser eliminados de la epistemología de los humanos. Hume sólo advierte que sería un error epistemológico (y también lógico) tomar estos principios como fundamento de una supuesta verdad objetiva y universal. Tal verdad, ni existe, ni jamás podrá existir, contra lo que opinaban los racionalistas, precisamente porque jamás podremos afirmar de modo absoluto que un hecho futuro se producirá igual que se produjo en el pasado. LA UNIFORMIDAD DE LA NATURALEZA: UNA CUESTIÓN DE “CREENCIA” La situación es ésta: el principio de causalidad es el principio que asumimos cuando construimos conocimiento científico (y también el conocimiento habitual, cotidiano, del sentido común). Sin embargo, su fundamento, el principio de uniformidad de la naturaleza, no puede, a su vez, ser fundamentado. ¿Por qué entonces, lo aceptamos? Tras estudiar con detenimiento la cuestión, Hume concluye que aceptamos ese principio como una creencia, es decir que, en realidad, y dado que no puede ser demostrado, pero que no estamos dispuestos a desecharlo como base de nuestro saber, lo que hacemos es creer en él. Según Hume, lo que sucede cuando razonamos causalmente es que asumimos un tipo especial de confianza en que la naturaleza es constante en su curso. Pero, exactamente, ¿qué es una creencia? ¿en qué consiste? Hume intenta explicar ahora de qué tipo es nuestra creencia en la constancia de las leyes de la naturaleza. ¿Será la creencia alguna idea de tipo especial? No. Una creencia no puede consistir en una idea que sea añadida a la aceptación casual de un hecho, por dos razones: 1. Si fuera una idea tendría que poseer una impresión anterior, cosa que no sucede con las creencias, obviamente (tenemos impresiones de hechos, de objetos, pero no de creencias). 2. Pero, además, si la creencia, digamos, en que mañana seguirá saliendo el sol por el mismo sitio, fuera algún tipo especial de idea, estaría sometida al propio principio de causalidad. Y volveríamos a caer en la petición de principio (pues habríamos construido esa idea, como todas, de acuerdo con el hábito y la costumbre, y a su vez, la utilizaríamos para explicar el hábito y la costumbre de construir ideas). No puede, pues, tener el mismo fundamento que el resto de nuestras ideas. Pero, dado que Hume no acepta que en la mente pueda haber otros contenidos que las impresiones y las ideas, para explicar la creencia sin recurrir a ellos sólo puede afirmar que la creencia consiste en una manera diferente de percibir un hecho, una circunstancia o una relación entre objetos. Creer en algo no es más que concebirlo de manera diferente a como se concibe una relación causal, o un enunciado científico. Cuando constato, o concibo, como dice Hume, una cuestión de hecho lo hago aportando razones y argumentos; cuando “creo” en un efecto o en una circunstancia, en realidad tengo un sentimiento de aceptación, sentimiento que no pertenece ya al ámbito de la razón, sino que más bien abre la puerta al mundo de la moral y las pasiones. Los sentimientos pertenecen a la dimensión moral y emocional, y, en última instancia, Hume nos ha mostrado que son el fundamente de nuestro conocimiento de las cuestiones de hecho. Lo que Hume ha demostrado es que los principios epistemológicos no pueden ser fundamentados desde dentro de la propia epistemología o teoría del conocimiento. Es necesario salir fuera de ella, y, cuando lo hacemos, nos encontramos en el territorio de la moral, o, lo que es lo mismo, en el ámbito del sentimiento y de las pasiones. Si finalmente son las pasiones las que acaban fundamentando mi creencia en el conocimiento, es obvio que son, en algún sentido, superiores a éste. La famosa afirmación de Hume de que la razón es (y debe ser) esclava de las pasiones, alcanza, pues, así, su pleno sentido.