Huellas Derechos humanos y organizaciones Por Javier Roberto Suárez González “La danza”, Henri Matisse, óleo sobre lienzo. Este ensayo invita a realizar un recorrido desde la concepción tradicional de los derechos humanos hasta una idea más contemporánea de estos. La propuesta es reflexionar acerca de los derechos humanos desde la filosofía moral, es decir, pensando categorías como la compasión, la solidaridad política, la sensibilidad moral y el reconocimiento mutuo. Por último, se presenta cómo esta nueva filosofía moral de los derechos humanos podría relacionarse con las dinámicas dentro y fuera de las organizaciones. Fundamentación de los derechos humanos La carta sobre La dignidad del hombre, redactada por Giovanni Pico della Mirandola en 1486, se constituyó en una expresión humanista que buscaba destacar la singularidad del ser humano en relación con otros seres vivientes. En esta se destaca el poder y la capacidad de la naturaleza humana para definir lo que ella quiere llegar a ser y lo que debe ser. Papachinni (1999), interpretando a Pico, afirma lo siguiente: El hombre es el vocero de todas las criaturas, el intérprete de la naturaleza, el punto de intersección “entre la eternidad y el fluir del tiempo”. A diferencia de los animales, atados a las leyes del instinto, se caracteriza por la libertad de forjar su naturaleza y determinar su destino. (p. 138) Así, el centro del debate sobre los derechos humanos, en una perspectiva tradicional, no es otro que la manera de garantizar la dignidad humana, con base en el planteamiento de los mecanismos a través de los cuales la naturaleza indefinida, con la cual se ha provisto a los seres humanos, va adquiriendo la forma que cada sujeto, en su particularidad, le quiera ir dando; no solo a partir de la capacidad de discernir los mejores medios para conseguir dicho fin, sino asumiendo una actitud de no indiferencia en el ejercicio de la autonomía y la libertad, los cuales son elementos definitorios de la dignidad. Sin duda, la constitución de los derechos humanos es determinada a partir de una matriz histórica. Por ejemplo, en la Ilustración se señala el principio definitorio de esos derechos: “Obra de tal manera que trate a la humanidad, tanto en su persona como en la de cual- 14 quier otro, nunca meramente como un medio, sino en todo momento se le trate como un fin” (cfr. Kant, 1996 [1785]). Se trata de un llamado a respetar de manera incondicionada a todos los seres humanos. Por encima de intereses específicos, sean estos teóricos, militares, sociales, políticos o económicos, prevalece, en sentido fenomenológico, la cosa misma de los derechos humanos, es decir, la vida humana, su afirmación, su posibilidad, su desarrollo; y en caso de que no se esté logrando tal propósito, generar las narrativas pertinentes para cuestionar y criticar cuando se le niegue, imposibilite y limite. Indagar sobre la fundamentación de los derechos humanos no es otro asunto que el estudio sobre las condiciones que hacen efectivamente posible la vida humana de individuos y grupos cada vez más amplios, hasta llegar a aquellas condiciones que hacen posible la vida del género humano como un todo unificado. Estas condiciones, en cuanto tales, se relacionan directamente con el grado de afirmación de la misma vida humana. Cabe una pregunta a propósito de este ejercicio: ¿qué tienen que ver los derechos humanos conmigo? A nivel personal, cada uno de nosotros espera que se nos garantice la dignidad como persona; esto es, condiciones de respeto a la vida, a la autonomía moral y a la libertad de pensamiento, así como la viabilidad de dispositivos a través de los cuales podamos acceder a los medios básicos de subsistencia. Sin embargo, no sería justo que esto lo esperáramos única e irrestrictamente para cada individuo en particular. Debemos procurar que estos “bienes primarios”, tal como los denominó Rawls, sean realizables en cada época histórica, indistintamente de la posición de diversas culturas, pues se espera un reconocimiento universal, no instrumentalizado, de la persona humana. No obstante, ¿ese deseo de universalidad no puede ser una contradicción cuando se trabaja con comunidades y grupos humanos que en lugar de querer afirmarse en la universalidad buscan la reivindicación de su particularidad? Moralidad y derechos humanos Los derechos humanos están en estrecha relación con las cuestiones morales contemporáneas. Ello se justifica en que estas surgen en el contexto de las relaciones sociales y la forma que adoptan cambia de acuerdo al contexto. 15 “¿Qué tienen que ver los derechos humanos conmigo?”. En Putnam y Habermas (2004), Hillary Putnam compara la ética con una mesa de cuatro patas que aunque tambalee cuando el suelo no es firme, es difícil hacerla volcar. Según este autor, toda discusión ética debe tener en cuenta cuatro criterios –o cuatro patas según su analogía–, a saber: 1) entender que se tiene una responsabilidad en las acciones prácticas con el otro (Levinas); 2) que estas se sostienen en un principio de universalidad e igualdad (Kant); 3) que dichas acciones siempre se dirigen hacia la consecución de un fin (τέλος) (Aristóteles); y 4) que toda acción práctica tiene un sentido político enmarcado en la comunicación y la concertación en el espacio público (Dewey). A pesar de la diversidad de estos puntos de vista, tienen en común la pluralidad de los intereses humanos, cuya expresión más específica se encuentra en el horizonte normativo de los derechos humanos y la idea de conveniencia que estos entrañan con base en unos mínimos éticos que se caracterizan por su fuerza normativa. De hecho, el profesor Guillermo Hoyos, siendo director del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana, cuando aceptó hacer el prólogo del libro Concepciones del maestro sobre la ética1 planteó que la consolidación del contrato social en torno a unos mínimos políticos puede constituirse en un modelo de orden y paz. Por eso, siguiendo al profesor Hoyos, las necesidades materiales, las desigualdades sociales, la pobreza absoluta, la exclusión política y cultural de poblaciones enteras y de grupos sociales deben ser un asunto de primer orden; no solo porque en un sentido histórico los derechos humanos son la reivindicación histórica de unos bienes primarios, tal como lo afirmamos anteriormente, sino porque ellos despiertan entre las personas un sentido fuerte de sensibilidad moral (cfr. Nussbaum, 2005; 2014). Ello cambia la lógica de lo que se comprende como la universalidad de los principios morales: si en la ética kantiana moderna la universalidad está en el carácter racional del sujeto, por cuanto es aquello que lo define y lo constituye, ahora, en la contemporaneidad, esa universalidad depende de la evidencia discursiva de esa pretensión. Lo universal de los derechos humanos ahora se resignifica cuando se “Las necesidades materiales, las desigualdades sociales, la pobreza absoluta, la exclusión política y cultural de poblaciones enteras y de grupos sociales deben ser un asunto de primer orden”. define a partir de sujetos históricos, situados, en construcción de su particularidad. Se trata de que todos, de común acuerdo, puedan reconocer algo como norma universal (cfr. Habermas, 2008)2. El proyecto busca la negociación de intereses particulares e individuales, en pos de lograr acuerdos en favor de los que son más vulnerables y con menos posibilidad de reconocimiento. Negar lo anterior es apostarle a un determinado tipo de represión y violencia. Sin duda, la universalidad, como expresión de un êthos colectivo, de aceptación general, ha perdido autoridad, pues un êthos con estas características puede hacer uso de la violencia para mantener vigente su carácter colectivo. Precisamente, Adorno (2001) emplea el término violencia cuando la ética, en sus pretensiones de universalidad, desconoce que ella se define a partir de un sentido contextual, en el cual existen diversos tipos de indagación moral, pues en el presente existe “el problema social de la divergencia entre el interés universal y el interés particular … los intereses de los individuos particulares” (Adorno, 2001, p. 19) son el criterio que define el problema moral. A juicio de Adorno, “lo universal” no incluye al individuo, niega sus derechos. Judith Butler (2012), interpretando a Adorno, sugiere que una norma ética debe someterse a revisión crítica si no propone un modo de vida posible, según su apropiación, en el marco de unas condiciones sociales existentes (cfr. p. 16). El problema de la universalidad radica en que no es sensible a la particularidad cultural y no se reformula, a sí misma, en respuesta a las condiciones sociales y culturales. La universalidad no es violenta por definición, pero hay condiciones en que puede ejercer violencia al ser indiferente en relación con las condiciones sociales en las cuales podría ser posible una apropiación vital, al divorciarse de las circunstancias históricas que permiten la emergencia de los sujetos. Todo sujeto “está implicado en una temporalidad social que excede sus propias capacidades narrativas”, afirma Butler (2012, p. 19)3. En este sentido, la deliberación ética está asociada a la operación de la crítica. Siempre existe una divergencia entre lo universal y lo particular, y se constituye en la condición del cuestionamiento moral, pues está la experiencia inaugural de la moral. Este asunto es importante por cuanto en la fuerza de la moral está la producción del sujeto. Precisamente, en la reflexión e inteligibilidad de las normas y reglas, el sujeto aprende a reconocerse en el marco de una negociación vital. A partir de la construcción de una memoria, de la cual hacemos parte, se va configurando una particular conciencia de responsabilidad. Mis acciones, mis decisiones, mis actos afectan de una determinada manera al otro, a mi otro particular. Es ahí donde comenzamos a dar cuenta de nosotros mismos. Algo en mí me lleva a cuestionar si mis prácticas son coherentes con los ideales que me he planteado y, de alguna manera, el temor o el miedo a pensar que no he obrado adecuadamente me lleva a reflexionar de manera responsable. Según Nietzsche (1996 [1887]), en La genealogía de la moral, el hecho anterior se convierte en narración, en discurso, cuando un “tú” me pide que lo haga, dándole relevancia al hecho de que no me silencie, de que no calle, pues dar cuenta de sí mismo implica que existe una relación causal entre mis acciones y la manera como estas afectan al otro4. Desde este punto de vista, el momento originario de los derechos humanos, su justificación y su fundamentación, no se halla, unívocamente, como pretendía la modernidad y su proceso de Ilustración, en el formalismo de la razón, sino en la atención puesta en la sensibilidad que desacomoda cuando se percibe que en el mundo existe miseria, vulnerabilidad. Por esta razón, un sujeto que padece y sufre injusticia no puede ser visto, simplemente, como un “objeto” digno de conmiseración, pues se trata inequívocamente de un “sujeto” que ha sido expoliado (despojado) de su dignidad; una característica que, por su condición de humanidad, le pertenece y, por esa misma razón, es un asunto no negociable. Sin duda, esta afirmación permite comprender que el motivo del cuestionamiento para comprender y reflexionar sobre los derechos hu- 16 “El carnaval del Arlequín” (1924-1925), Joan Miró, óleo sobre tela. manos es, fundamentalmente, el sentimiento de compasión. Se trata de una compasión solidaria, definida como ética política, que no se satisface con el imperativo categórico kantiano, pues hay condiciones que desconocen la dignidad del otro. No es una novedad afirmar que en la realidad contemporánea las relaciones humanas no son simétricas. La relación con el otro es en solidaridad y su sentido es, en esencia, buscar una manera para actualizar las exigencias de dignidad. Es esta actitud la que despierta la solidaridad política. Consiste en una aproximación en la solidaridad que es más incluyente, y se aproxima a la idea de “sociedad civil”, de vínculo entre los unos y los otros y, por lo tanto, menos dependiente de “macrocondiciones”. Por lo anterior, los derechos humanos se fundamentan en una filosofía moral, en una concepción de la ética, basada en la compasión, cuyo principio rector es el “reconocimiento mutuo”. Su origen es específico: la evidencia de una historia humana cargada de miseria e injusticia. Esto hace que el cauce de este sentimiento, 17 la compasión, sea una cultura convertida en voz frente a esa situación de injusticia. Ahora, lo moral de la solidaridad política, en la perspectiva de los derechos humanos, depende del grado de interiorización que cada persona haga de la intersubjetividad asimétrica develada por la compasión. Si se denomina solidaridad al movimiento compasivo que va de un “yo” al “otro”, hay que nombrar al movimiento contrario, es decir, al que viene del “otro” al “yo”, como la condición que hace posible la constitución del sujeto moral, es decir, el sujeto de los derechos humanos. Si bien solo se habla de sujetos de derecho cuando la relación es simétrica, la “asimetría” no anula este presupuesto, pues en la medida en que el reconocimiento es bidireccional, si un sujeto se reconoce “como es”, con base en sus condiciones contextuales, históricas y sociales propias, se puede reconocer como vulnerable y dependiente en una relación asimétrica respecto de un otro, y es precisamente en ese acontecimiento donde surge la compasión. En consecuencia, existe la sensibilidad moral: no para homogeneizar, sino para aceptar y reconocer a otro en prácticas que se originan en la valoración de la humanidad y su condición de singularidad y vulnerabilidad. Los derechos humanos y las organizaciones Aquí la pregunta es: ¿qué relación existe entre los derechos humanos y las organizaciones? Hace unos años la filósofa española Adela Cortina afirmaba que las empresas que se conducen éticamente son las que terminan siendo más competitivas. En un primer enfoque, denominado inadecuadamente “utilitarista”, los empresarios aseguraban que el único interés y responsabilidad de las organizaciones es la eficacia y la productividad, sin importar si en esas prácticas se niegan los intereses de los trabajadores y de la comunidad en general. En este modelo, las ganancias son ganancias sin importar su origen. Un segundo enfoque, denominado “cívico”, abre a las organizaciones a pensar, explícitamente, en los derechos humanos. En este enfoque hay una integración, en el marco de una cultura ética cívica, entre una ética ciudadana y una ética dialógica5. Se trata de un proceso de humanización de las organizaciones, donde la excelencia se mide en términos de ganancia en lo humano y lo social. Estos son indicadores que se deben tener en cuenta, pues se trata del reconocimiento de una ética que acoge los valores y principios de la justicia, la responsabilidad, la tolerancia, la solidaridad, entre otros. Es, en el lenguaje de los derechos humanos, la expresión de unos mínimos morales compartidos que definen, de acuerdo con la moralidad de los derechos humanos, la condición humana. En este enfoque, el factor de reconocimiento mutuo lo define la “palabra” y las posibilidades de encuentro que se derivan de ella. Es el fundamento de una cultura dialógica a partir del cual se define moralmente una empresa, pues las relaciones humanas se construyen de manera altruista, por cuanto la confianza, el encuentro con los otros, no son solo ideales, sino prácticas definitorias de las organizaciones. En la reivindicación de lo humano se encuentra el fin de las organizaciones. Esta es la invitación: la comprensión de relación entre los derechos humanos y las organizaciones implica considerar la humanización de las relaciones sociales, tanto dentro como fuera de las organizaciones. “Un sujeto que padece y sufre injusticia no puede ser visto, simplemente, como un ‘objeto’ digno de conmiseración”. cuten, se narran, se cuentan, asuntos que los afectan (cfr. Habermas, 1987). Las organizaciones son un espacio adecuado para garantizar unos mínimos de justicia, en el marco de una ciudadanía social cosmopolita, en la cual existe un reconocimiento de los derechos humanos. El reconocimiento del otro como ciudadano social es una tarea que tienen las organizaciones en el orden local, nacional, transnacional y global. Notas 1 En 2009, la Universidad del Norte y la Fundación Promigas, a través de sus grupos de investigación STUDIA y DE NOVO, respectivamente, firmaron un convenio marco para la realización de proyectos de investigación sobre problemas de educación, ética y desarrollo del pensamiento. En ese contexto se realizó una primera investigación sobre Las concepciones del maestro sobre la ética y su incidencia en la práctica docente. En el marco de esa investigación se publicó el libro Concepciones del maestro sobre la ética (Suárez, Martín & Pájaro, 2012) con el sello editorial de la Universidad del Norte. Esta publicación es de libre acceso a través del link http://www.uninorte.edu.co/ documents/72553/427200/Concepciones_del_Maestro_Sobre_ la_Etica.pdf. 2 Axel Honneth, discípulo cercano de Habermas, consideró hacia 1983 que si bien hubo un esfuerzo en Foucault y Habermas para encontrar una salida al estancamiento en el que había caído la Teoría Crítica, dado su déficit sociológico, aun así la teoría de la acción comunicativa no era la salida definitiva de esa crisis. Partiendo de una comprensión del concepto ‘lucha’ propuesto por Habermas, Honneth encuentra que existe una condición dialéctica en la idea de lucha social, pues para Foucault esta es condición básica para las relaciones sociales, mientras que para Habermas es una deformación del entendimiento intersubjetivo. En su crítica Honneth observa que en Habermas el poder ya no es un asunto derivado de una teoría de la acción social sino de poder sistemático. Este dualismo provoca dos esferas separadas: una esfera de acción libre de normas y una esfera de comunicación libre de poder (cfr. Honneth, 1993). En la segunda, los mecanismos sistemáticos de poder amenazan las condiciones de posibilidad de la integración social, y se En efecto, una ética cívica, un diálogo en la reivindicación de lo humano, según los derechos humanos, no puede ser un decálogo. Por el contrario, se trata de una nueva cultura en la que se defiende la vida, en la que los valores prácticos de la empresa emergen del reconocimiento y de los sujetos asociados a ella. Las personas son reconocidas como interlocutores válidos, y son tenidas en cuenta, dialógicamente, cuando se dis- 18 convierten en elementos para la “colonización del mundo de la vida”. El proyecto debe reorientarse hacia una teoría comunicativa que no perciba la sociedad como un sistema totalitario de poder, sino como una construcción frágil, cuya posibilidad depende del consenso moral de los implicados. Aquí está el esbozo para el proyecto posterior del pensador alemán de una teoría del reconocimiento (cfr. Honneth, 1997), de las patologías de la razón (cfr. Honneth, 2009) y del derecho a la libertad (cfr. Honneth, 2014). 3 4 5 Lo “excesivo” en relación con las capacidades narrativas del ‘sujeto’ no se refiere tanto a cómo la particularidad y, por ende, la deliberación moral de un singular es excedida por sus condiciones sociales “universales”, sino cómo el lenguaje y los contextos que el ‘sujeto’ utiliza para dar cuenta de sus acciones (“Yo hice esto porque…”) no son dependientes únicamente de él, como sujeto individual, ya que han sido “transmitidas” y “legadas”, y por eso están ligadas a una inevitable condición social. En ese sentido, no es un problema de deliberación como de atribución y aceptación de la propia responsabilidad, y cómo ello es un fracaso cuando apela solo a lo que el sujeto puede dar total cuenta narrativamente (“los motivos verdaderos de su acción” nunca son totalmente transparentes para él). La operación de la crítica es el reconocimiento de que nunca podemos dar total cuenta de las condiciones que determinan nuestros actos o decisiones –eso es, efectivamente, el cuestionamiento moral (la pregunta es: si no puedo decir plenamente por qué hice o dejé de hacer esto, ¿cómo me hago responsable de ello?–, es decir, ¿cómo es posible la agencia?). Al respecto, mirar en el libro Concepciones del maestro sobre la ética el capítulo 3, apartado 3.1.6. En este se hace una presentación de la ética discursiva y los principios para comprender la vinculación entre ética ciudadana y ética dialógica. Honneth, A. (1997). La lucha por el reconocimiento: Por una gramática moral de los conflictos sociales. M. Ballesteros (trad.). Barcelona: Crítica. Honneth, A. (2009). Patologías de la razón: Historia y actualidad de la teoría crítica. G. Mársico (trad.). Buenos Aires: Katz Editores. Honneth, A. (2014). El derecho de la libertad: Esbozo de una eticidad democrática. G. Calderón (trad.). Buenos Aires: Katz Editores. Kant, I. (1996 [1785]). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. J. Mardomingo (trad.). Barcelona: Ariel. Nietzsche, F. (1996 [1887]). La genealogía de la moral. A. Sánchez (trad.). Madrid: Alianza editorial. Nussbaum, M. (2005). El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. J. Pailaya (trad.). Barcelona: Paidós. Nussbaum, M. (2014). Emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la democracia? A. Santos (trad.). Barcelona: Paidós. Papachinni, A. (1999). Los Derechos Humanos a través de la historia. Revista colombiana de Psicología, 7, 138-200. Putnam, H. & Habermas, J. (2004). Valores y normas. J. Vega & F. K. Gil (trads.). Madrid: Trotta. Suárez, J., Martín, J. & Pájaro, C. (2012). Concepciones del maestro sobre la ética. Barranquilla: Ediciones Uninorte. Bibliografía Adorno, Th. (2001). Problems of Moral Philosophy. R. Livingstone (trad.). Stanford, California: Stanford University Press. Butler, J. (2012). Dar cuenta de sí mismo: Violencia ética y responsabilidad. H. Pons (trad.). Buenos Aires: Amorrortu. Habermas, J. (1987 [1981]). Teoría de la acción comunicativa II: Crítica de la razón funcionalista. M. Jiménez (trad.). Madrid: Taurus. Habermas, J. (2008 [1983]). Conciencia moral y acción comunicativa. R. Cotarelo (trad.). Madrid: Trotta. Honneth, A. (1993). The critique of Power: Reflective Stages in a Critical Social Theory. K. Baynes (trad.). Cambridge, Massachusetts: The MIT Press. 19 Webgrafía “La danza” (1910), Henri Matisse. Tomado de: http://www. garuyo.com/web/media/images/images/matissedance-1910.jpg “El carnaval del Arlequín” (1924-1925), Joan Miró. Tomado de: http://2.bp.blogspot.com/-XkJsJHjXLnE/VdielXv6ZHI/AAAAAAAAIFI/XNvnSddx7j0/s1600/El%2Bc arnaval%2Bdel%2Barlequin%2B4.jpg