No existe posibilidad alguna en el futuro cercano de

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LATERCERA Domingo 5 de octubre de 2014
RR Kurdos sirios
esperando tras la frontera
para cruzar a Turquía.
FOTO: REUTERS
FOTO: REUTERS
diciones son muy precarias. Tuve
ocasión, hace pocos años, de visitar
muchos centros de refugiados africanos en Europa. En comparación
con la guerra y la violencia de la que
huyen se trata de hoteles de cinco estrellas. Pero viven en un limbo indefinido que en muchos casos no les
permite rehacer su vida ni integrarse a la sociedad aun si se trata, como
en tantísimos casos, de refugiados
legitimados.
Esta frontera -la que separa al migrante del refugiado- está muy clara para la estadística pero no siempre para las políticas que le hacen
frente. En la actualidad, un tres por
ciento de la población mundial es
inmigrante y un 0,2% es refugiada.
Pero con frecuencia la opinión pública no hace la distinción y los gobiernos se sienten obligados a actuar
como si no la hicieran.
Fue el caso, por ejemplo, de Barack
Obama este verano ante la crisis
provocada por el aumento del número de niños centroamericanos
que trataron de cruzar la frontera
entre México y Estados Unidos. El
hecho de que esa cifra creciera 88
por ciento en los primeros meses del
año en comparación con 2013 se
convirtió de inmediato en un arma
No existe posibilidad
alguna en el futuro cercano
de contener la marea de
personas que huyen de
condiciones terroríficas.
La decisión de Obama de
postergar las medidas
migratorias le puede
afectar no por el voto
xenófobo sino que por el
voto inmigrante legal.
eficaz de los sectores hostiles a la inmigración. En aquel momento Obama estaba elaborando con sus asesores una serie de medidas para sortear los obstáculos del Congreso en
lo que respecta a la política migratoria y pretendía dar órdenes ejecutivas en favor de los indocumentados. La crisis de los niños lo puso a
la defensiva y el presidente acabó
anunciando, hace muy poco, que
postergará esas medidas hasta después de las elecciones legislativas de
noviembre, un verdadero mazazo a
quienes se habían ilusionado con la
posibilidad de que la Casa Blanca
cumpliera la promesa pendiente.
Tan dura ha sido la decepción que,
paradójicamente, lo que puede afectar a Obama en noviembre no es el
voto xenófobo sino el voto inmigrante legal.
Ello no se notará necesariamente
en el resultado, pues la votación
para el Congreso no se da a escala
nacional sino en circunscripciones
o estados. Pero una disminución
significativa del voto hispano en general sí sería un aviso grave de cara
a 2016, cuando el partido de Obama
necesitará ese caudal electoral para
preservar la Casa Blanca.
Nadie pareció entender en aquellos meses combustibles que la crisis de los niños centroamericanos
poco tenía que ver con el debate
migratorio. Se trataba de una situación humanitaria excepcional, no
de una tendencia migratoria. Una
buena prueba es que a partir de
agosto el flujo disminuyó drásticamente y la crisis pasó. Hubiera bastado con ver que también otros países, como México, Costa Rica y hasta Nicaragua, se habían convertido
en destinos de los niños que huían
sin la compañía de adultos, expulsados por la violencia de las maras
y el narcotráfico, para ver que no se
trataba de un aumento de la emigración ante la perspectiva de ser
legalizados por Obama. Que esta
súbita emigración hacia distintos
destinos aumentara 712 por ciento
era un indicador de lo excepcional
de aquel flujo. Sólo un tercio de
los niños que trataron de entrar a
Estados Unidos tenían padres en
ese país. Pero el debate público inclinó las cosas de forma que la situación humanitaria pasó a ser vista como una tendencia migratoria.
Estados Unidos, por cierto, no es
ajeno a la estadística de las muertes
por cruce de fronteras. Se calcula
que unas 230 personas han perecido intentado pasar de México a Estados Unidos. La cifra no es alta en
comparación con Europa pero es
significativa porque las condiciones de vigilancia se han endurecido
exponencialmente en los últimos
años y uno de los argumentos para
justificar esa medida ha sido, justamente, evitar el peligro de muerte de
quienes se aventuran a atravesar el
desierto. En el último par de años el
gobierno estadounidense gastó más
de 20 mil millones de dólares en
esta tarea. No sólo eso: en el proyecto de ley de reforma migratoria aprobado en el Senado en junio de 2013
y luego rechazado por la Cámara de
Representantes, se destinaba unos
30 mil millones adicionales al propósito de reforzar la frontera.
No existe posibilidad alguna en el
futuro cercano de contener la marea
de personas que huyen de condiciones terroríficas y por tanto de que los
migrantes que en realidad son aspirantes a refugiados sigan muriendo.
Hay unos 33 millones de desplazados en el mundo: sólo el año pasado más de ocho millones de personas tuvieron que abandonar sus casas en países como Siria, Nigeria o la
República Democrática del Congo.
También países latinoamericanos
como Colombia, donde la situación
tiende a mejorar pero la violencia
aun no cesa del todo, han aumentado los desplazados según la agencia
de la ONU para los refugiados.
En Europa, donde se concentra el
mayor peligro, como lo reflejan las
estadísticas, las cosas no apuntan a
mejorar. Allí se vive en parte un
efecto de la crisis que empezó en
2011 con la Primavera Arabe, continuó con la intervención de Occidente en lugares como Libia, y desembocó en guerras como la de Siria o la iraquí, que continúan. En
2011, el año clave de la Primavera
Arabe, fueron detectados tratando
de cruzar las fronteras ilegalmente
un número de personas muy parecido al de este año. Aun cuando ese
“dominó” democratizador auguraba una mejora de las condiciones de
coexistencia en el Medio Oriente, lo
cierto es que la inestabilidad y los
enfrentamientos expulsaron a muchos hacia el Mediterráneo para la
travesía de la muerte. Más tarde fueron revertidas muchas de las conquistas logradas y eso también produjo una fuga masiva de personas.
En seguida, la intervención de las
democracias liberales en Libia debía,
en principio, hacer más vivible el
país para sus habitantes y, sin embargo lo que ha reemplazado a la tiranía de Muamar Gadafi ha sido un
campo de Agramante, un país sin Estado en el que cada feudo lucha contra el otro según las milicias que
controla. El efecto ha sido, inevitablemente, doble: por un lado la estampida de libios hacia otros lugares y por el otro el uso creciente de
ese país por parte de ciudadanos de
otras partes, por ejemplo Siria, para
aprovechar el caos escapando por allí
hacia Europa.
Mientras tanto, en Estados Unidos
sucede algo muy distinto: se ha estabilizado el número de inmigrantes indocumentados. El Pew Research Center publicó hace pocos
días un trabajo serio (utilizando la
“metodología residual” y aplicándola a las estadísticas de la Oficina del
Censo) en el que se concluye que el
número de ilegales es casi idéntico
al que había en 2009, por tanto que
no se ha producido, a pesar del discurso terrorista de los críticos, ninguna explosión migratoria hacia los
Estados Unidos en años recientes.
En la actualidad son 11,3 millones
los indocumentados. La cifra fue en
aumento durante la década de los
años 90 y la primera mitad de la
década de 2000 de la mano con el
“boom” económico, es decir con el
juego de la oferta y la demanda de
trabajo en un país que vio crecer
mucho su actividad productiva. Pero
a partir de 2007, exactamente como
había ocurrido en 2001 tras el estallido de la burbuja de las punto.com,
el número de ingresos ilegales se
desplomó. En este caso, además, aumentó el número de inmigrantes
que salieron del país para volver a
sus lugares de origen, por lo que en
ciertos momentos llegó a haber una
inmigración neta negativa. En 2009,
pasado lo peor, las cifras registraron
un aumento de quienes ingresaban
a Estados Unidos por vía irregular
pero la inmigración neta, en contra
de lo que decían los críticos, se mantuvo estable. Han pasado casi cinco
años y todavía lo está, como lo confirma el estudio de Pew.
Casi tan interesante como eso es
comprobar que el promedio de años
de permanencia en Estados Unidos por parte de los indocumentados es de 13 años mientras que en
2003 era de ocho. Otro desmentido a los xenófobos, que argumentan sin cesar que los inmigrantes
tienen cada vez menos lazos de
lealtad y afinidad con Estados Unidos porque su tiempo de permanencia se ha acortado.R
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