b R23 LATERCERA Domingo 5 de octubre de 2014 RR Kurdos sirios esperando tras la frontera para cruzar a Turquía. FOTO: REUTERS FOTO: REUTERS diciones son muy precarias. Tuve ocasión, hace pocos años, de visitar muchos centros de refugiados africanos en Europa. En comparación con la guerra y la violencia de la que huyen se trata de hoteles de cinco estrellas. Pero viven en un limbo indefinido que en muchos casos no les permite rehacer su vida ni integrarse a la sociedad aun si se trata, como en tantísimos casos, de refugiados legitimados. Esta frontera -la que separa al migrante del refugiado- está muy clara para la estadística pero no siempre para las políticas que le hacen frente. En la actualidad, un tres por ciento de la población mundial es inmigrante y un 0,2% es refugiada. Pero con frecuencia la opinión pública no hace la distinción y los gobiernos se sienten obligados a actuar como si no la hicieran. Fue el caso, por ejemplo, de Barack Obama este verano ante la crisis provocada por el aumento del número de niños centroamericanos que trataron de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. El hecho de que esa cifra creciera 88 por ciento en los primeros meses del año en comparación con 2013 se convirtió de inmediato en un arma No existe posibilidad alguna en el futuro cercano de contener la marea de personas que huyen de condiciones terroríficas. La decisión de Obama de postergar las medidas migratorias le puede afectar no por el voto xenófobo sino que por el voto inmigrante legal. eficaz de los sectores hostiles a la inmigración. En aquel momento Obama estaba elaborando con sus asesores una serie de medidas para sortear los obstáculos del Congreso en lo que respecta a la política migratoria y pretendía dar órdenes ejecutivas en favor de los indocumentados. La crisis de los niños lo puso a la defensiva y el presidente acabó anunciando, hace muy poco, que postergará esas medidas hasta después de las elecciones legislativas de noviembre, un verdadero mazazo a quienes se habían ilusionado con la posibilidad de que la Casa Blanca cumpliera la promesa pendiente. Tan dura ha sido la decepción que, paradójicamente, lo que puede afectar a Obama en noviembre no es el voto xenófobo sino el voto inmigrante legal. Ello no se notará necesariamente en el resultado, pues la votación para el Congreso no se da a escala nacional sino en circunscripciones o estados. Pero una disminución significativa del voto hispano en general sí sería un aviso grave de cara a 2016, cuando el partido de Obama necesitará ese caudal electoral para preservar la Casa Blanca. Nadie pareció entender en aquellos meses combustibles que la crisis de los niños centroamericanos poco tenía que ver con el debate migratorio. Se trataba de una situación humanitaria excepcional, no de una tendencia migratoria. Una buena prueba es que a partir de agosto el flujo disminuyó drásticamente y la crisis pasó. Hubiera bastado con ver que también otros países, como México, Costa Rica y hasta Nicaragua, se habían convertido en destinos de los niños que huían sin la compañía de adultos, expulsados por la violencia de las maras y el narcotráfico, para ver que no se trataba de un aumento de la emigración ante la perspectiva de ser legalizados por Obama. Que esta súbita emigración hacia distintos destinos aumentara 712 por ciento era un indicador de lo excepcional de aquel flujo. Sólo un tercio de los niños que trataron de entrar a Estados Unidos tenían padres en ese país. Pero el debate público inclinó las cosas de forma que la situación humanitaria pasó a ser vista como una tendencia migratoria. Estados Unidos, por cierto, no es ajeno a la estadística de las muertes por cruce de fronteras. Se calcula que unas 230 personas han perecido intentado pasar de México a Estados Unidos. La cifra no es alta en comparación con Europa pero es significativa porque las condiciones de vigilancia se han endurecido exponencialmente en los últimos años y uno de los argumentos para justificar esa medida ha sido, justamente, evitar el peligro de muerte de quienes se aventuran a atravesar el desierto. En el último par de años el gobierno estadounidense gastó más de 20 mil millones de dólares en esta tarea. No sólo eso: en el proyecto de ley de reforma migratoria aprobado en el Senado en junio de 2013 y luego rechazado por la Cámara de Representantes, se destinaba unos 30 mil millones adicionales al propósito de reforzar la frontera. No existe posibilidad alguna en el futuro cercano de contener la marea de personas que huyen de condiciones terroríficas y por tanto de que los migrantes que en realidad son aspirantes a refugiados sigan muriendo. Hay unos 33 millones de desplazados en el mundo: sólo el año pasado más de ocho millones de personas tuvieron que abandonar sus casas en países como Siria, Nigeria o la República Democrática del Congo. También países latinoamericanos como Colombia, donde la situación tiende a mejorar pero la violencia aun no cesa del todo, han aumentado los desplazados según la agencia de la ONU para los refugiados. En Europa, donde se concentra el mayor peligro, como lo reflejan las estadísticas, las cosas no apuntan a mejorar. Allí se vive en parte un efecto de la crisis que empezó en 2011 con la Primavera Arabe, continuó con la intervención de Occidente en lugares como Libia, y desembocó en guerras como la de Siria o la iraquí, que continúan. En 2011, el año clave de la Primavera Arabe, fueron detectados tratando de cruzar las fronteras ilegalmente un número de personas muy parecido al de este año. Aun cuando ese “dominó” democratizador auguraba una mejora de las condiciones de coexistencia en el Medio Oriente, lo cierto es que la inestabilidad y los enfrentamientos expulsaron a muchos hacia el Mediterráneo para la travesía de la muerte. Más tarde fueron revertidas muchas de las conquistas logradas y eso también produjo una fuga masiva de personas. En seguida, la intervención de las democracias liberales en Libia debía, en principio, hacer más vivible el país para sus habitantes y, sin embargo lo que ha reemplazado a la tiranía de Muamar Gadafi ha sido un campo de Agramante, un país sin Estado en el que cada feudo lucha contra el otro según las milicias que controla. El efecto ha sido, inevitablemente, doble: por un lado la estampida de libios hacia otros lugares y por el otro el uso creciente de ese país por parte de ciudadanos de otras partes, por ejemplo Siria, para aprovechar el caos escapando por allí hacia Europa. Mientras tanto, en Estados Unidos sucede algo muy distinto: se ha estabilizado el número de inmigrantes indocumentados. El Pew Research Center publicó hace pocos días un trabajo serio (utilizando la “metodología residual” y aplicándola a las estadísticas de la Oficina del Censo) en el que se concluye que el número de ilegales es casi idéntico al que había en 2009, por tanto que no se ha producido, a pesar del discurso terrorista de los críticos, ninguna explosión migratoria hacia los Estados Unidos en años recientes. En la actualidad son 11,3 millones los indocumentados. La cifra fue en aumento durante la década de los años 90 y la primera mitad de la década de 2000 de la mano con el “boom” económico, es decir con el juego de la oferta y la demanda de trabajo en un país que vio crecer mucho su actividad productiva. Pero a partir de 2007, exactamente como había ocurrido en 2001 tras el estallido de la burbuja de las punto.com, el número de ingresos ilegales se desplomó. En este caso, además, aumentó el número de inmigrantes que salieron del país para volver a sus lugares de origen, por lo que en ciertos momentos llegó a haber una inmigración neta negativa. En 2009, pasado lo peor, las cifras registraron un aumento de quienes ingresaban a Estados Unidos por vía irregular pero la inmigración neta, en contra de lo que decían los críticos, se mantuvo estable. Han pasado casi cinco años y todavía lo está, como lo confirma el estudio de Pew. Casi tan interesante como eso es comprobar que el promedio de años de permanencia en Estados Unidos por parte de los indocumentados es de 13 años mientras que en 2003 era de ocho. Otro desmentido a los xenófobos, que argumentan sin cesar que los inmigrantes tienen cada vez menos lazos de lealtad y afinidad con Estados Unidos porque su tiempo de permanencia se ha acortado.R