Cavallo: ¿bromista o macabro?1 Eduardo Luis Curia El infalible

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Cavallo: ¿bromista o macabro?1
Eduardo Luis Curia
El infalible Domingo Cavallo sigue maravillándonos, aunque “sea al revés”. Nos
maravilló antes por su primaria responsabilidad en la tragedia económica que asoló al
país en los ’90. Por supuesto, en ello sobran responsables externos e internos, pero,
dicho colega, incluso con un bis, fue el principal artífice directo del dislate que condujo
al país a una de las peores crisis de la historia, signada por la apoteosis del
endeudamiento, la desarticulación industrial y del valor agregado nacional, el
hiperdesempleo y el estallido de la pobreza y de la indigencia.
La nueva maravillosa prestidigitación que blande ahora el ex ministro es un entretenido
artículo publicado en el diario La Nación el 22/11/2009, intitulado pomposamente “La
prueba histórica de un fraude intelectual”. Éste augura una fogosa dignificación a
posteriori de la catastrófica estrategia de los ’90 que él orientó, y, a la vez, un destino
aciago para la estrategia de tipo de cambio alto que debió “levantar” el desastre
deparado por el ex ministro: la teoría del tipo de cambio alto, dice, “va a ir al tacho de
basura”. En realidad, cuando Cavallo identifica a los defensores de la tal teoría, ataca
a los amigos del Plan Fénix. De todos modos, nosotros, aunque no lo integramos, nos
permitimos realizar algunos comentarios sobre la nota citada por cuanto nos
estremece la posibilidad de, por rebote, caer en un tacho de basura como morada
última de nuestras andanzas intelectuales.
Cavallo, en la nota, empieza rescatando el desempeño exportador de los ’90. En
síntesis, diría: “Si la Argentina quiere exportar bien, mejor tener un tipo de cambio real
deprimido”. Y, “no omite pruebas”. Por un lado, presenta porcentajes de expansión de
las exportaciones en varios lapsos que arma a gusto, abarcando a las nuestras, a las
de Chile y a las de Brasil.
Por ejemplo, y según el cuadro presentado, en el lapso 1991/2001, de cambio bajo, las
exportaciones aumentaron un 121%; en el lapso 2001/2009, de cambio alto, un 99%.
Aquí luce una primera “confirmación” de la tesis de Cavallo. Pero, examinando la
cuestión más detenidamente, nos terminamos preguntando si el ex ministro no nos
querrá tomar el pelo.
1
Publicado en Buenos Aires Económico el martes 24 de noviembre de 2009.
Por de pronto, computa 11 años para el primer período, y sólo 9 para el segundo lapso
(o 10 y 8 años respectivamente, según se asuma el año de inicio de cada lapso).
¿Qué pasó aquí para cometer semejante vicio en el manejo cuantitativo? Pero,
además, operan otros trucos que vale la pena examinar brevemente.
Por de pronto, ¿cómo computar los años “bisagra”? Veamos el 2002. Ciertamente, en
ese año se plasmó la devaluación que “inauguró” el cambio alto. Y, las exportaciones
declinaron alrededor del 4% (en el 2001, aún con la convertibilidad, las exportaciones
se estancaron). ¿Entonces? Es obvio que en esta instancia operó el conocido “efecto
J”. Lo que se producía en el 2002 era una alteración radical de régimen económico, de
la cual, la devaluación era pieza central, pero no única. En lo inmediato, es habitual
que se dé en casos así una primera reacción de retracción exportadora, que luego se
revierte al arraigar las nuevas reglas. Claro, si no se capta este resorte, se incurre en
una cómoda falacia para “tirar abajo” la serie. En rigor, Cavallo usa el mismo truco que
otras tantas comparaciones forzadas practicadas en estos años.
¿Y qué pasa con los primeros años del período del cambio bajo? Sin duda se
beneficiaron en cuanto a las exportaciones de la inercia del hiperdólar del final de la
década del ’80. Este hiperdólar, naturalmente, registraba un sumo desquicio
económico, por lo que no fundaba un régimen orgánico. Pero, sí, instigó las
exportaciones, aún en el rol de “saldos”, y esto ayudo mucho inercialmente en los
primeros años de la década de los ’90, perfilándose ya el cambio bajo. Más aún:
cuando este efecto se diluyó y el drama exportador se tornó patente, irrumpió el
“ensanchamiento del mercado” que significó el acuerdo de Ouro Preto con Brasil. Es
evidente que en el período posterior mencionado no se contó, como dato adicional,
con un factor facilitante ad hoc de tal peso. Ni qué decir que en el lapso
correspondiente al nuevo siglo surgió la monumental crisis mundial reciente, con su
enorme impacto comercial externo negativo que no tuvo parangón en cuanto a la
intensidad estricta en el período previo.
Los sofismas también abruman al hacerse comparaciones con los desempeños de los
otros países. Cavallo define un período inicial analizable que es el de 1980/1991,
dotado de un tipo de cambio real promedio alto y exportaciones de poco crecimiento.
Pero, al efecto, fabrica los promedios de la manera pintoresca que en su momento
Perón achacaba a Manrique para “hacer el asado” cuanto el último lo retó a un debate
televisivo (“El asado”): “Usted (Manrique) pone el pollo y yo (Perón) pongo la vaca”. En
efecto, en ese período, la primera parte está coloreada por el antecedente directo de
Cavallo; Martínez de Hoz, con la tablita y el hiperdólar. Recién después sube el
promedio, como se vio. Por lo demás, hasta las propias dictaduras militares de la
época, aún coincidentes en la quiebra de las libertades y los derechos, tuvieron no
obstante fuertes diferencias en lo económico. Mientras nuestra dictadura militar tuvo a
Martínez de Hoz con su política, la de Brasil tuvo a Delfim Netto con su (otra) política.
Y, en Chile de los ’80, ya a mediados de la década crujía al esquema de cambio bajo
al estilo Martínez de Hoz. Y, ya en democracia, padecimos con todo a Cavallo, con su
hiperdólar y el ultraendeudamiento externo, emulando a Martínez de Hoz (a pesar de
que, en la época de gestión de éste, lo criticaba). En definitiva, Brasil y Chile pueden
cometer errores de política económica, y a veces severos, pero, cuentan con una
estrategia más continua y “alisada”; o en otros términos: nunca tuvieron, por suerte, en
dictadura y en democracia, experiencias tan recalcitrantes y traumáticas de
hiperendeundamiento externo y de hiperdólar.
OTROS ASPECTOS
Formulado ya un planteo general, examinemos otros puntos relevantes:
1. Las exportaciones tipo “ensambladuría” de los ’90. Este es un dato vital,
trasuntado por el curso de las llamadas “exportaciones netas” (exportaciones
directas menos importaciones). En rigor, Cavallo fue campeón de la
desintegración del valor agregado nacional en la industria, algo muy instigado,
por ejemplo, por se nefasto programa de “especialización industrial”. Con lo
cual, las exportaciones, en especial en algunos ámbitos, tendían ser una mera
“rotación” con respecto a la euforia importadora que era deliberadamente
alentada. Por eso, en los ’90, cierto nivel de actividad se asociaba a estridentes
déficit comerciales externos. Mientras que, con el modelo posterior, altísimas
expansiones de actividad sostenidas coincidían con su superávit comercial
(esto, sin desconocer problemas remanentes).
2. Cavallo también cita indicadores de orden más social, señalando “las ventajas
de los ‘90”. En rigor, hasta el 2007, los indicadores sociales, en amplia gama,
algunos más que otros, mostraron mejora. Consúltese al respecto el
documento de Panigo-Neffa “El mercado de trabajo argentino en el nuevo
modelo de desarrollo” (2009). En el bienio posterior, ese progreso cede, siendo
una de las causales claves en esto el desdibujamiento modélico al que tanto
hemos aludido. Por otra parte, en el enfoque del ex ministro pareciera,
ridículamente, que las inclemencias sociales del 2002 son “producidas” por la
devaluación, más que resultar del sinceramiento de la distorsión brutal de la
convertibilidad.
3. Reconocemos, sí, que a un esquema demencial asentado en el cambio
nominal fijo, real deprimido y en el hiperendeudamiento, le es más fácil tratar a
la inflación… ¡hasta que estalla la inflación reprimida que incuba el esquema!
Reconocimos también los serios errores cometidos en recientes años en el
frente de la inflación.
4. Moraleja para el gobierno. ¿Por qué “sale” Cavallo con tamaño desparpajo?
Simple. Porque capta el debilitamiento del modelo neodesarrollista (en virtud
de
los
desvíos
incurridos)
y,
entonces,
“puede”
imputar
errores,
promiscuamente, a un esquema que ya se desvaneció. Y porque ve con
esperanza el “giro” hacia los mercados financieros externos. Su alucinante
anhelo es que así se llegue a una convertibilidad II que, de paso, eche un
bálsamo al fétido recuerdo de la convertibilidad I.
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