influye directamente sobre los nervios, debemos per

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influye directamente sobre los nervios, debemos persuadirnos a que esta especie de quina pertenece a la
clase de los nervinos.
Sería fuera de propósito investigar aquí el orden
de remedios nervinos a que pueda pertenecer esta
especie. Su averiguación puede ser tan inútil como la
del misterio de los períodos, cuando se trata seriamente de adelantamientos ventajosos a la práctica.
Apreciemos el pensamiento por lo mucho que puede
contribuir al bien de los mortales, distinguiendo los
casos en que convenga emplear esta especie con preferencia y ampliar sus usos a otras enfermedades que
se presentan con indicios de residir sus predisposiciones en el sistema de los nervios. Tanta es la eficacia de este remedio, que desde los primitivos tiempos
se confirmó su activa prontitud en la pequeña cantidad que regló el empirismo y como obras todos
los antídotos. Bastaban solamente dos dragmas para
lograr en aquellos tiempos las maravillosas curaciones que rara vez en los posteriores se consiguen con
dos onzas, y por lo común es necesario consumir
cinco y seis, sin traer a colación las malas resultas y
gastos inútiles que en esto sufren los enfermos, pmeba
incontestable de los errores inculpablemente cometidos por las quinas posteriormente introducidas,
fuera de otros yerros, por las preocupaciones que
hemos heredado de nuestros mayores.
Asegurado el imperio de esta quina sobre los
nervios, debieron advertir los prácticos que podía
tal vez ampliarse su aplicación a otras enfermedades?
de períodos manifiestos, con intermisión, en que
conocidamente padece el sistema nervioso. La experiencia comprobó lo bien fundadas de estas analogías y si faltan muchas veces en la práctica proviene
regularmente de no haber aplicado la especie indicada.
Es tan directo su influjo sobre las enfermedades
periódicas que no pudo contenerse el benemérito
Morton hasta ampliar sus límites a todas las calenturas remitentes, aunque fuesen acompañadas de
inflamación o de cualquiera otro modo enmascaradas,
con tal que primero se asegurase de la redidad de
algún período. En tales casos lo emprendió siempre
con tanta confianza, que jamás tuvo que arrepentirse
de sus felices atrevimientos. Conceptuemos en este
práctico a un hombre entusiasmado y de tal propensión a la quina, que padecería grandes amarguras
en su práctica, pues dejó la nota de haberla aplicado
con demasiada liberalidad en el concepto de Van
Swieten y otros profesores, jueces menos competentes y demasiado rigurosos en esta censura. Lo cierto
es que nadie como él la manejó en su tiempo; que
destituido del conocimiento de las otras especies, de
su eficacia respectiva, dejaría de hacer otras tentativas felices y que en prueba de su magisterio sabía
desistir en tiempo de su continuación en mil lances
en que le hubieran salido demasiado caras tales
pruebas. Con todo, en confirmación de lo que perjudican en la práctica las opiniones puramente sistemáticas, y a pesar del magistral manejo, en que
pocos le han igualado y todos los quinistas sucesores
lo han tomado de sus escritos para promover otros
importantes descubrimientos, dejó de hacer Morton
mayores bienes de los que hizo a la humanidad, en
fuerza de su sistema y de las leyes que se impuso.
Toda su clave sistemática la redujo a los dos grados
opuestos de demasiada expansión o desenfreno, y de
fijación o abatimiento de los espíritus en las calenturas, de cuyas clases supremas deducía otras intermedias. Reconoció en la quina alexifármaco de su
esferza capaz de fijar el desenfreno y, por lo mismo,
peligroso en las enfermedades del extremo opuesto,
para cuyo auxilio se veía obligado a buscar alexifármacos de otra naturaleza.
En disculca de esta preocupación descubrimos
una causa de las tres más principales (41) que limitaron sus felices atrevimientos. Jamás Hubo quinista
más diligente en el reconocimiento de la quina que
tomaban sus enfermos. Por esta práctica poseyó perfectamente el conocimiento de la naranjada y de la
amarilla, que tuvo por la legítima especie primitiva,
escogiendo los fragmentos más visibles de aquéllas
y separándolos de la roja, que calificó por falsa y
suplantada. Observaba los efectos de su escogido
remedio, cuya virtud no alcanzaba a domar la malignidad, a no haber empleado la excesiva cantidad que
después de un siglo consumía en tales cascs el célebre Haen, valiéndose éste, con menos propiedad, de
la amarilla. Eso hubiera sido demasiado empeño para
Morton en aquellos tiempos, rodeado de enemigos
y declamadores que naturalmente aumentarían las
angustias y recelos que consigo llevan (fol. 21) las
primeras tentativas de los Profesores de honor, y que
saben cuánto vale la vida de los mortales.
Por otra parte, en fuerza de su sistema, dió Morton en el escollo de pretender domar siempre el fermento venenoso con que suponía acometido el sistema de los nervios en todas las calenturas por medio
de los alexifármacos. En su clase de antídoto contaba
la quina, cuya eficacia limitó a las de remisión o
calenturas sinecales, según su plan de división, sin
atreverse a emplearla en las continentes o sinocales,
que en su concepto se burlaban de la actividad de
la quina, y en este dictamen solicitaba entre los
alexifármacos otros auxilios de su respectiva eficacia.
Acérrimo defensor del régimen cálido, no alcanzó a
combinar los maravillosos efectos de la quina con el
más sencillo método antiflogístico de agrios vegetales y copiosísimos diluentes, que esencialmente pide
este remedio.
Sea lo que fuere, al singular genio e inimitable
constancia de este sobresaliente profesor debe la
humanidad los mejores monumentos prácticos del
uso de la quina en la prodigiosa extensión de un remedio tan infamado en aquellos tiempos, a otras enfermedades agudas y crónicas en que posteriormente
otros Profesores adelantaron sus tentativas por las
luces de sus sutilísimos escritos y la feliz casualidad
de las otras especies introducidas.
Si la rareza del preciosísimo antídoto y la ninguna
economía con que nuestros cosecheros lo destruyeron en pocos años han producido a la salud pública
los innumerables daños que se siguieron de aplicar
otras especies sin conocimiento, tampoco podemos
negar los muchos bienes que indirectamente le han
resultado y le tenía preparados a la humanidad la
divina Providencia en la casual y tumultuaria introducción de las quinas posteriores. Quedó reservado
a la industria y arbitrio de los hombres hacer el uso
competente de ellas, hasta el tiempo en que, a luz
más clara, se conocieran sus peculiares virtudes; y
llegado el feliz momento que anunciamos, nos hallamos ya en la indispensable necesidad de proceder con
la mayor economía en la distribución del antídoto,
aplicándolo solamente en los casos más apropiados
y valiéndonos de las demás especies en innumerables
enfermedades en que será tan útil su determinada
aplicación como ineficaz y aun nociva la del antídoto.
Eí crédito que de algunos años a esta parte se ha
conciliado la quina roja, equivocada con la verdadera especie de este nombre, a consecuencia de su
doble actividad observada por habilísimos Profesores, en comparación de la amarilla, que anteriormente
se mantenía bien acreditada, es una prueba irresistible de sus virtudes eminentes en los casos de su
esfera, no menos de la ignorancia con que se ha desconocido su legítima especie equivocándola con la
verdadera roja, cuyas remesas subsistieron sin intermisión en la dilatada época de sesenta años. A pesar
de semejantes elogios volverá a caer en desprecio, por
el rudo aspecto de su cortezón, prevaleciendo siempre, y casi sin esperanzas de enmienda, en el vulgo,
la perjudicial preferencia del canutillo; pero especialmente por la equivocada substitución o mezcla de
la legítima roja (42), cuyas virtudes de diversa esfera
deberán producir los malos efectos de su indebida
aplicación, por no haberlas advertido todavía, y, por
tanto, irán desmintiendo las consecuencias generales
que se hayan deducido de aquellos aplausos.
Por ciertas noticias originales y combinaciones
muy verosímiles, puede asegurarse que la quina roja
sucedió inmediatamente a ocupar el lugar de la primitiva; pero siendo indirectamente febrífuga no debía
producir los maravillosos efectos observados en la
anterior. En su defecto no quedaba otro recurso que
valerse de ella, doblando y triplicando las tomas para
cortar las accesiones, que no siempre se lograban, y
dejaba por lo común producidas las malas resultas
de su pertinaz aplicación, en descrédito del remedio
y de los profesores. Tal fué en toda aquella dilatada
época el origen principal de las desconfianzas que
concibieron los excelentes e imparciales profesores
contra la quina.
Esta especie sucedánea sobresale entre las otras
con el carácter peculiar de ser eminentemente astringente. Su modo de obrar a golpe seguro en las gangrenas indica su imperio sobre el sistema muscular
y, por consiguiente, se extiende su eficacia a todas
las enfermedades en que conviene reanimar la acción
de los músculos (fol. 22) y producir en la masa de
los humores el calor que resulta de la mayor elasticidad de los sólidos. Tal es la virtud que se requiere
en los remedios generales antisépticos, pero que
reside con más propiedad en éste por la reunión de
su eminente astringencia con los principios o cualidades comunes a todas las quinas. De aquí resulta
ser esta especie directamente antiséptica con preferencia sobre las otras, y que sería inútil buscar auxilios de igual eficacia cuando se intenta y urge la
necesidad de resistir a los progresos de la putrefacción animal en las carnes.
Será inmortal en los fastos de la Medicina la memoria del benemérito cirujano Rushwort, a quien
debe la humanidad tan singular e importantísimo
descubrimiento, que ha salvado la vida de millares
de enfermos en este siglo. Hecho el descubrimiento
en el año de 1716 y publicado en 1731, lo confirmaron sus comprofesores Amyand, Douglas, Shipton,
como se refiere en las Actas de la Academia de Edimbourg (43). No es fácil averiguar a punto cierto los
fundamentos en que apoyaría Rushwort sus raciocinios para intentar aquella primera experiencia ni
si sería uno de aquellos felices atrevimientos que
recompensan la constante aplicación de los genios
observadores. Si valen algo las conjeturas, podemos
todavía adivinar que dirigió su vindicación principalmente por la idea de la virtud febrífuga de la quina,
pues limitaba su eficacia en sus experimentos no solamente a las gangrenas de causa interna, sino también a los casos de calentura con remisión. Posteriormente ha manifestado la experiencia que igualmente conviene en todas circunstancias y casos, como
lo comprueban las innumerables observaciones hechas
y depositadas en varios volúmenes de las citadas
actas en el Journal de Medicine de París y en otros
autores particulares.
Si reflexionamos ahora que Rushwort tenía grande
propensión al heroico remedio, pues en el año de
1694 (44) 1° había también aplicado en las calenturas
malignas acompañadas de bubones pestilenciales,
hallándose de cirujano mayor en el navio de guerra
El Aguila, que cruzaba a la altura de Ceuta, consiguiendo por este descubrimiento, también original,
salvar la vida de la tripulación apestada; si combinamos con estos hechos el profundo silencio que
constantemente guardan sobre los referidos puntos
de calenturas malignas y gangrenas, todos los predecesores de Rushwort; siendo, por otra parte, imposible que entre tantos quinistas y en el dilatado
curso de 76 años no hubiesen ocurrido casos de igual
naturaleza, ni se hubiesen practicado algunas tentativas casuales, vendremos a deducir sin violencia
que la casualidad de haber aplicado Rushwort, sin
conocimiento suyo, la quina roja, que ya prevalecía
por necesidad, le proporcionó la envidiable satisfacción de hacer estos admirables descubrimientos en
(41) Reduo'mos a tres las causas principales, aue son éstas:
no haber conocido las especies; seguir sus curaciones con el régimen
cálido; y preferir la administración del remedio en toda su substancia. Este último punto es tan esencial que merece lo tratemos de
propósito en adelante.
(42) Será un suceso bien memorable en la historia de la quina
que habiéndose remitido en varias ocasiones la legítima roja de
Santafé reconocida por Profesores inteligentes, y reputada como
de igual actividad a la de Loja, hubiese merecido a su favor repetidas reales órdenes reclamando sus acopios: que sacados de los
mismos montes, beneficiados por los mismo3 cosecheros, y aprobados por los mismos comisionados, fuesen condenados al fuego.
Estamos bien informados del origen y fines particulares que intervinieron y subsisten en estas contradicciones.
(43) En el Tomo II de la traducción francesa páginas 479, 480, se da la Historia abreviada de este descubrimiento sacada de 1 número 426 de las Transacciones Filosóficas de
Londres.
(44) Debemos esta importante noticia al famoso Mr. Luis en
la nota que puso a la época de la publicación del descubrimiento
del remedio contra las gangrenas, para concordar la que fija VanSwieten en su expresión de: ((diez años ha», que corresponde
justamente al de 31 alegado en las Actas de Edimbourg, advirtiéndonos que en 1721 había también hablado Rushwort de su descubrimiento, a la Real Sociedad de Londres, con el motivo de la
peste que desolaba la Provenza, cuyo contagio temían las naciones
vecinas. Tampoco cabe duda en esta época de 1721; pues la peste
de Provenza se difundió de la que asoló a Marsella en 1720. Véase
la nota de Mr. M. Luis en la traducción castellana de los Aforismos de Cirugía, Tomo V, pág. 126.
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