Quince días en las soledades americanas. (REIS Nº112. CRÍTICA

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ren, plantea un método de trabajo suficiente-
del nacimiento de Alexis de Tocqueville (1805-
mente enfocado y construido tanto teórica
1859) encontré casualmente, apilado junto a
como empíricamente, que puede ayudar a en-
una columna en la madrileña librería Fuenteta-
focar los problemas sociales. Un manual de in-
ja, la edición que aquí presentamos. Parece
terés para las diferentes entidades que traba-
que también a los que nos dedicamos a las
jan con las múltiples manifestaciones de la ex-
ciencias sociales, la apabullante presencia del
clusión social: asociaciones, fundaciones,
Quijote en su cuatrocientos aniversario nos ha
Administración pública, sindicatos, etc.
atolondrado lo suficiente como para dejar prácticamente pasar de largo un motivo tan bueno
Para entender el presente hay que estudiar el
como cualquier otro para celebrar y revisitar a
pasado, y sólo así lograremos preparar el futuro.
uno de los grandes clásicos de la sociología
política e histórica.
Segundo VALMORISCO PIZARRO
Quince días en las soledades americanas
(traducción libre del original, Quinze tours
dans le désert, justificada por el propio traduc-
Alexis de Tocqueville
tor porque «en nuestros tiempos la palabra
desierto está tan asociada a imágenes de
Quince días en las soledades
americanas
inhóspitos lugares de lluvia y vegetación escasas, que prácticamente ha perdido su acepción original de “lugar despoblado”»), editado
(Barcelona, Ediciones Barataria, 2005)
por primera vez por su amigo inseparable
Gustave de Beaumont —compañero de piso,
asistentes ambos a las clases de Guizot, com-
Nos preguntamos por qué singular regalo del
pañero de viaje por Argelia y América y princi-
destino, a nosotros, que habíamos podido
pal redactor del informe Écrits sur le système
contemplar las ruinas de imperios hacía ya
pénitentiaire en France et à l’éranger— en el
largo tiempo fenecidos y deambular por de-
año 1860, es un relato del viaje que juntos
siertos de factura humana, a nosotros, hijos
emprendieron desde Detroit a Saginaw entre
de un pueblo antiguo, nos había sido conce-
el 19 y el 29 de julio de 1831. Una narración
dido el privilegio de ser testigos de una de las
donde nos encontramos ante un Tocqueville
escenas del mundo primitivo y de ver la cuna
fascinado por muchos de los estímulos, imá-
todavía vacía de una gran nación (p. 85).
genes y dudas que posteriormente serán sistematizados en los dos volúmenes de La democracia en América.
I
La presente edición incluye, a modo de apéndiPocos días después de que un amigo me ad-
ce, las apresuradas notas de su cuaderno de
virtiera que este año se cumplen doscientos
viaje; el material bruto sobre el que construirá
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un relato; el primer orden que dará a los acon-
II
tecimientos. Incluido en el volumen, según el
editor, por «una cierta curiosidad de índole fun-
«Un stage-coach semejante al que me había
damentalmente literaria», al lector atento a
traído de Baltimore me llevó de Filadelfia a Nue-
cuestiones de método —estas notas incluyen
va York, ciudad alegre, populosa, mercantil, que
conversaciones y entrevistas— le ofrecerá no
sin embargo estaba lejos de ser lo que es hoy,
pocas pistas acerca de la solidez metodológica
lejos de lo que será dentro de unos años, por-
del historiador-sociólogo francés.
que los Estados Unidos crecen más rápido que
este manuscrito. Fui de peregrinación a Boston
Un viaje por América planteado como un vo-
para saludar el primer campo de batalla de la li-
luntario exilio. Un relato construido a partir de
bertad americana. Vi los campos de Lexington;
las apresuradas notas de un diario de fuga. La
busqué allí, como después en Esparta, la tum-
situación política en Francia tras la revolución
ba de esos guerreros que murieron por obede-
de julio de 1830, la revuelta contra Carlos X,
cer las sagradas leyes de la patria. ¡Memorable
las «Tres Gloriosas», y la llegada al poder de
ejemplo de la concatenación de las cosas hu-
Luis Felipe de Orleans, dejan a Tocqueville en
manas! ¡Una ley de presupuestos, aprobada
una situación personal comprometida. Un año
por el Parlamento de Inglaterra en 1765, reco-
después, dando cima a una de sus primeras
noce un nuevo Imperio en la tierra en 1782 y
incursiones en territorio norteamericano, la
hace desaparecer del mundo uno de los reinos
memoria, nítida y serena, le muestra los moti-
más antiguos de Europa en 1789!». La prosa
vos de su marcha: «Fue en medio de esta
doliente del romántico Chateaubriand, tío políti-
profunda soledad que recordamos de repente
co de Tocqueville dos generaciones mayor, re-
la Revolución de 1830 de la que se cumplía el
cordando etapas de su itinerario americano du-
primer aniversario. No puedo explicar con qué
rante los años 1791 y 1792.
impetuosidad se presentaron en mi espíritu
los recuerdos de aquel 29 de julio. Los gritos y
Leyendo simultáneamente los capítulos dedica-
la humedad del combate, los cañonazos y el
dos a América de las Memorias de ultratumba y
repiqueteo de la fusilería, los tañidos aún más
el relato de Tocqueville podemos localizar de ma-
terribles de las campanas tocando a rebato,
nera imprecisa el momento en que aparece la
todo aquel día con su inflamada atmósfera
mirada positiva. El siempre reflexivo y autocrítico
pareció surgir de repente del pasado y des-
Tocqueville desvela el decaer de sus prejuicios a
plegarse como un cuadro viviente ante mis
medida que la narración avanza. La desilusión
ojos. No fue más que una iluminación súbita,
que siente tras su primer contacto con los indios,
un sueño pasajero. Cuando al levantar la ca-
de quienes se había formado una imagen en la
beza, paseé la mirada a mi alrededor, la apa-
lectura de los relatos de Chateaubriand (quizá
rición se había desvanecido, pero nunca el si-
en la lectura de Los nátchez —1826—, novela
lencio del bosque me pareció tan gélido y sus
sobre un francés adoptado por una india que,
sombras tan sombrías, ni mi soledad tan ab-
instalado en la mirada del otro, contempla ator-
soluta» (p. 92).
mentado el destructivo e impasible avance de la
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maquinaria civilizatoria) y en la exitosa novela de
cia de unos pocos grados de longitud, toda la
Cooper El último mohicano. Tras atravesar el
historia de la humanidad»...
Mohawk, Chateaubriand se adentra por primera
vez en las soledades americanas, en los bos-
«Nada más lejos de la realidad. De todos los
ques vírgenes, y observa a un joven francés que
países del mundo, América es el menos apro-
toca el violín para un grupo de indios, tratando de
piado para aportar el espectáculo que yo iba
enseñarles danza a cambio de pieles de castor.
buscando. En América, incluso más que en Eu-
Tras la guerra había decidido quedarse en
ropa, hay una única sociedad (...) Las regiones
Nueva York, «y cuando el éxito amplió sus miras,
más antiguas y pobladas han alcanzado un
el nuevo Orfeo trajo la civilización incluso entre
alto grado de civilización, la enseñanza se ha
las hordas salvajes del Nuevo Mundo». Los in-
impartido con prodigalidad, el espíritu igualita-
dios no paraban de dar saltos. «¿No era bochor-
rio, el espíritu republicano, ha difundido un tono
noso, para un discípulo de Rousseau, que esta
singularmente uniforme sobre las costumbres
introducción a la vida salvaje se hiciera mediante
más íntimas de la vida» (p. 21).
un baile que el antiguo pinche del general Rochambeau daba a unos iroqueses? Tenía ganas
La sociología es producto de la modernidad en
de reír, pero me sentía cruelmente humillado».
no menor medida en que lo es de la Revolución. Sin la experiencia de asistir, en el trans-
Tocqueville publicó su Democracia en América
curso de una sola biografía, a la pretensión de
en pleno proceso de gestación de estas Me-
construir un orden social enteramente nuevo,
morias, a cuyas lecturas privadas acudió, en el
difícilmente podría haberse concebido una
salón de Abbaye-aux-Bois. Pero en la edición
ciencia social positiva tal y como hoy la conoce-
que dejó antes de morir lista para la imprenta
mos. En el devenir de dos generaciones, el do-
de estos Quince días en las soledades ameri-
lor romántico muta en mirada desmitificadora.
canas, casi todos los recuerdos son de des-
Apasionada aún, pero desmitificadora. En los
ilusiones. Del mismo modo que en la espesura
intentos vanos de Tocqueville por conciliar el
de los bosques se mezclaba todo tipo de vege-
sueño, acosado por los mosquitos omnipresen-
tación en distintas fases de su desaparición-re-
tes a lo largo del camino que lo lleve a tierras
generación, Tocqueville ansiaba acercase a un
aún no pisadas por ningún pionero, preocupado
lugar poblado escasa y desordenadamente,
por la posibilidad de contraer las fiebres, la na-
que le mostraría un fresco de las distintas eta-
rración de Chateaubriand le suena absurda:
pas de formación de una Sociedad y un Esta-
«Los diversos insectos carnívoros, vistos al mi-
do. En su acelerado proceso de creación, vícti-
croscopio, son animales formidables, y quizás
ma del mismo ritmo terco con que podía obser-
eran estos mismos dragones alados cuyas ana-
varse la paulatina desaparición de todo lo que
tomías reencontramos: disminuidos de tamaño
en el continente había, Tocqueville esperaba
conforme la materia disminuía de energía, esas
cabalgar a lo largo de todos y cada uno de
hidras, grifos y otros se encontrarían hoy en el
esos estadios: «Dicho en pocas palabras, aquí
estado de insectos. Los gigantes antediluvianos
esperaba encontrar desplegada, en la distan-
son los homúnculos de hoy».
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III
dera esta increíble destrucción y este crecimiento más impresionante si cabe como parte
Leyendo a Tocqueville dudando, recorriendo su
del curso natural de las cosas y a ello se acos-
narración plagada de luces y sombras, su mirar
tumbra como si del orden inmutable de la natu-
complejo y juicio ambivalente, resuenan en mi
raleza se tratara» (pp. 14-15).
cabeza las palabras incansablemente repetidas por mi profesor y amigo Manuel Rodríguez
Caminando, cabalgando y navegando junto a
Caamaño, en su empeño por hacer de mí un
su compañero de viaje, Tocqueville mastica
sociólogo de sólida formación clásica. Mientras
lentamente la inquietud que no sabe si está
leía este libro, mientras redacto estas notas, le
preparado para digerir. Observa cómo una
escucho citar de memoria: «He pensado que
nueva nación se construye tras el inalterable
serán muchos los que anuncien con gusto los
paso de la máquina civilizatoria. Pero esa fuer-
nuevos bienes que la igualdad guarda para los
te «moral de los intereses» despierta sus re-
hombres, pero pocos los que quieran avistar
celos. Ha visto cómo esos mismos ciudadanos
los peligros con que les amenaza» (La demo-
virtuosos, emprendedores, atentos para con
cracia en América, 2).
las normas morales dictadas por la religión,
son capaces de mostrar la más rotunda de las
Ya desde sus primeras páginas, la narración
insensibilidades. Ha visto cómo rondaba la ca-
nos muestra el delimitarse de la mirada ambi-
beza de todos ellos una pregunta concreta:
valente y trágica de Tocqueville. Una mirada
«¿qué valor tiene la vida de un indio?». «Los
que impregnará cada arista de la singular agu-
habitantes de Estados Unidos no persiguen a
deza analítica que caracteriza toda su obra.
los indios a sangre y fuego como los españo-
«El hombre se acostumbra a todo. A la muerte
les en México, pero aquí, como en cualquier
en el campo de batalla, en los hospitales, a
otra parte, el mismo sentimiento despiadado
matar y a sufrir. Se acostumbra a cualquier tipo
anima a la raza europea». ¿Es ésa la pregunta
de espectáculo: un pueblo antiguo, el primero y
inaugural de la nueva era de la democracia?
legítimo dueño del continente americano, se va
¿Una pregunta acerca del valor cuantificable
fundiendo día a día como la nieve bajo los ra-
de la vida humana? ¿Es el nuevo modelo
yos del sol y desaparece de la faz de la tierra a
americano de Sociedad Buena el que permiti-
ojos vista, mientras que, en ese mismo lugar y
rá también a él y sus compatriotas liberarse
ocupando su sitio, otra raza crece todavía con
por fin de esa moderna invención que es el Te-
mayor rapidez. Es esta última la que destruye
rror Político?
los bosques y deseca los pantanos, mientras
lagos semejantes a mares y ríos inmensos se
oponen en vano a su marcha triunfal. De año
IV
en año las soledades se transforman en pueblos y los pueblos en ciudades. Testigo cotidia-
El retrato del pionero, el hombre emprende-
no de semejantes maravillas, el americano no
dor que se adentra en territorio salvaje, no
ve en todo ello nada de extraordinario. Consi-
es especialmente estimulante. No es un
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hombre particularmente fuerte o curtido. Se
balgan por caminos apenas intuidos, recorrien-
puede apreciar desde la distancia que viene
do grandes distancias en una sola jornada,
de otra sociedad, de un lugar acomodado.
hasta toparse repentinamente con alguna im-
Delgado, austero, en buena medida dema-
provisada cabaña de madera donde apenas
crado, ha hecho de la inteligencia práctica
entra luz. ¡Por fin! El lugar del humilde campe-
una fuente de energía que le otorga un cierto
sino americano, el rincón destinado a la mise-
aire de serenidad. Su exilio voluntario le ha
ria. «Pero su propietario va vestido con las mis-
llevado a verse privado del bienestar que an-
mas ropas que vosotros, habla la lengua de la
tes disfrutaba. Ahora pasa penurias y conoce
ciudad, sobre la rústica mesa se apilan libros y
la miseria, no pocas veces la enfermedad, y
periódicos, y él mismo se apresurará a hacer
la presencia del riesgo se manifiesta en su
un aparte para saber de primera mano lo que
vida cotidiana de un modo casi tangible.
sucede en la vieja Europa».
«Concentrado en el único objetivo de hacer
fortuna, el emigrante ha terminado por cons-
Libros y periódicos. En cada una de estas po-
truirse una existencia totalmente individual,
bres chozas, estos «hogares primitivos» que
en la que los mismos sentimientos familiares
habitan los temerarios pioneros, que en su afán
han acabado por fundirse en un egoísmo tan
por prosperar en propiedades y riquezas desa-
vasto que es dudoso que vea en su mujer y
fían las innumerables amenazas de la vida sal-
sus hijos otra cosa que una parte segregada
vaje con las armas de la civilización, «sobre un
de sí mismo» (p. 32).
solitario anaquel de tablas mal pulidas, se alinean algunos libros desparejos: una Biblia, a la
«Esos hombres ni deben nada a nadie ni espe-
que la devoción de dos generaciones ha des-
ran, por así decirlo, nada de nadie; se conside-
gastado ya las tapas y los cantos, un libro de
ran abandonados a sí mismos, y piensan con
oraciones y, a veces, un canto de Milton o una
gusto que su destino se halla por entero en sus
tragedia de Shakespeare» (p. 31).
propias manos. Así, la democracia no sólo relega a los antepasados de un hombre al olvido,
«Poco a poco, la ilustración se difunde. Se des-
sino que le vela sus descendientes y le separa
pierta la afición a la literatura y a las artes. El
de sus contemporáneos; sin cesar lo concentra
talento llega a ser una condición del éxito. La
sobre sí mismo, amenaza encerrarlo completa-
ciencia es un medio de gobierno, la inteligencia
mente en la soledad de su propio corazón» (La
una fuerza social y los letrados tienen acceso a
democracia en América, 2).
los negocios públicos» (La democracia en
América, 1, p. 31).
V
VI
Antes de abandonar el empeño de registrar la
construcción de una sociedad nueva en sus
Podemos leer en el capítulo quince del segun-
sucesivas etapas, Tocqueville y Beaumont ca-
do volumen de su Democracia en América (De
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cómo las creencias religiosas atraen periódica-
respuesta es contundente: «Ésas son cosas difí-
mente a los americanos hacia los goces inma-
ciles de entender para los hombres rojos. Pero si
teriales): «Los americanos muestran, a través
el padre va a repetírselas a nuestros vecinos
de la práctica, que sienten la necesidad de mo-
más cercanos, los hombres blancos, y consigue
ralizar la democracia mediante la religión». Po-
con sus sermones impedir que se apoderen de
cas páginas antes, en el capítulo nueve, apun-
nuestras tierras y roben nuestros rebaños, como
ta: «Pero los predicadores americanos se re-
hacen cada día, el padre podrá regresar a visitar
fieren sin cesar a las cosas de este mundo, del
a los hombres rojos y los encontrará dispuestos
que a duras penas pueden apartar sus mira-
a escucharlo» (p. 101).
das. Para llegar mejor a sus oyentes, les hacen
ver cada día cómo las creencias religiosas fa-
Tres días después visita al señor Richard, sa-
vorecen la libertad y el orden público, y a veces
cerdote de la iglesia católica de Detroit y dipu-
resulta difícil decidir, al escucharles, si el objeto
tado por Michigan en el Congreso, que le
principal de la religión consiste en procurar la
hace un leve repaso al estado de cosas en
felicidad en el otro mundo o el bienestar en
materia de religiosidad («La población protes-
éste».
tante comienza a ser mayoritaria en Michigan
a causa de la inmigración. Por otra parte, el
En su cuaderno de notas, el 19 de julio de 1831,
catolicismo gana algunas conversiones entre
navegando el lago Erie a bordo del Ohio, Toc-
los hombres más eminentes...»). A continua-
queville apunta lo que un tal señor Spencer le
ción, Tocqueville anota en su cuaderno: «Opi-
había contado el día anterior sobre «uno de
nión del señor Richard sobre la extrema frial-
esos hombres que podríamos considerar como
dad de las clases altas americanas en mate-
los últimos indios». Uno de los mayores enemi-
ria de religión. Una de las causas de la
gos de los blancos. Enemigo del cristianismo. In-
tolerancia extrema; en todo caso, tolerancia
capaz de entender la labor de una figura institu-
completa. No se os pregunta cuál es vuestra
cional como el fiscal de distrito. Cuando los
religión, sino si sois capaces de desempeñar
presbiterianos de Boston mandaron un misione-
el empleo» (p. 104).
ro a evangelizar a los mohawks, éste fue rechazado. El «último indio» dice: «Nuestros antepasados contaron a nuestros padres que habían
VII
visto al Gran Espíritu y nosotros creemos a
nuestros padres. Se dice que los hombres blan-
El 18 de julio de 1831, Tocqueville y Beaumont
cos creen en un libro que les dio el Gran Espíri-
parten desde Canandaigua con destino a Buf-
tu, pero se dice también que cada una de las in-
falo. Una vez allí, encuentran tirado en medio
numerables tribus de los hombres blancos le da
de la calle a un joven indio, que casi ha perdido
al libro una interpretación diferente». El misione-
la conciencia, encharcado en aguardiente.
ro habla un buen rato más, explicándoles cómo
A esa hora los indios salen de la ciudad y algu-
esas discrepancias son de matiz, relativas a
nos pasan por su lado. El joven aristócrata Toc-
unos pocos aspectos muy concretos. Pero la
queville los contempla con asco: «Se hubiera
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dicho que formaban parte del populacho más
hasta que el 4 de octubre de 1877 se rindió.
abyecto de nuestras ciudades europeas. Y sin
Dijo: «Estoy cansado de luchar. Nuestros jefes
embargo seguían siendo salvajes. Los vicios
han muerto. Son ahora los jóvenes los que en
que de nosotros habían adoptado se mezcla-
el Consejo dicen sí y dicen no. Mi hermano
ban con un no sé qué de grosero e incivilizado
que los guiaba ha muerto. Hace frío y no tene-
que los hacía cien veces más repelentes (...)
mos ropas. Los niños mueren de frío. Algunos
Esos seres débiles y depravados pertenecían,
de mis hombres han huido a las montañas sin
sin embargo, a una de las más célebres tribus
ropas ni alimentos. Deseo tener tiempo y paz
del antiguo mundo americano. Teníamos ante
para ocuparme de los míos y ver a cuántos de
nosotros, y apena decirlo, a los últimos des-
ellos podré encontrar. Quizá los encuentre en-
cendientes de la célebre Confederación Iro-
tre los muertos. Escuchadme, jefes: mi cora-
quesa, cuya varonil sabiduría, no menos céle-
zón está enfermo y triste. En cuanto el sol se
bre que su bravura, mantuvo en equilibrio por
ponga, dejaré de pelear y no lucharé nunca
largo tiempo la balanza entre las dos naciones
más».
más poderosas de Europa» (pp. 16-17). Algunos indios se acercan al joven caído, pero
Héctor ROMERO RAMOS
pronto se desentienden. Están todos ebrios. Algunas personas ya se lo habían advertido.
Desaparecen día a día, no víctimas de una
guerra cruenta, sino del aguardiente barato
que les venden. Por fin, una india joven se
Ted Benton e Ian Craib
acerca y le dice algo y comprueba su respiración, tratando de reanimarlo sin éxito. Termina
golpeándolo furiosamente con pies y manos.
Hasta que se aleja riéndose.
Recuerdo ahora la carta de rendición del jefe
Philosophy of Social Science.
The Philosophical Foundations
of Social Thought
(Nueva York, Palgrave, 2001)
Joseph. Me acerco hasta mi estantería a buscar sus palabras transcritas por el filósofo catalán Miguel Morey en su ensayo Deseo de ser
A menudo, la sociología moderna olvida sus
piel roja (1994), y tomo el pasaje como una po-
orígenes filosóficos y tiende a dar la espalda a
derosa instantánea para otra sebaldiana histo-
todo pensamiento especulativo y fundamenta-
ria natural de la destrucción.
dor. Con ello, no se hace sino olvidar que
nuestra disciplina nació en el seno del pensa-
Tras negarse a trasladar a su pueblo a la re-
miento de filósofos que, buscando las implica-
serva de Idaho, emprendieron un camino lar-
ciones sociales que estaban produciendo las
go, una fuga hacia Canadá perseguidos por el
transformaciones de la sociedad industrial, co-
general Howard, derrotando en su huida al ge-
menzaron a generar un corpus heurístico y
neral Gibbon, primero, y Sturgis, después,
una perspectiva cognoscitiva que poco a poco
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