Positano se rinde al gran baile - Daniele Cipriani Entertainment

Anuncio
Positano se rinde al gran baile
El Festival de los Mitos abre entregado a la memoria de Massine y Nureyev
ROGER SALAS - Positano - 31/08/2010
Una noche en que se arma un escenario con luces y tramoya pegado al agua, las sillas se anclan en
la arena gruesa y el chapoteo de unas olas tranquilas se hace fondo rutinario que no entorpece. Más
de 2.000 personas para una función que se promete mágica. Desde el principio, poesía y baile, ballet
del mejor. Jóvenes estrellas internacionales interpretando fragmentos relacionados con Massine y
Nureyev, los arquitectos de ese creciente interés que ya tiene décadas por albergar aquí la buena
danza, junto a exposiciones y coloquios.
Ellos fueron los dueños y formadores del mito moderno de la isla Li Galli, esos riscos imponentes y
a veces hasta agresivos que emergen del golfo de Positano, frente a la Playa Grande y la escarpada
colina poblada de palacios barrocos. Es un sitio singular desde la antigüedad, pero esa es la parte
gráfica, la sentimental va por dentro del aire cálido que deja un sol abrasador, la vibración que
aportan los artistas.
El Festival de los Mitos de Positano, dirigido por Manuela Rafaiani, se extiende hasta el 10 de
septiembre, y la inveterada gala dedicada a los bailarines y coreógrafos rusos Leonidas Massine
(Moscú, 1895-Weseke bei Borken, 1979) y Rudolf Nureyev (Irkust, 1938-París, 1993) se hace a pie
de ola. La función fue estructurada por Daniele Cipriani, cocinero antes que fraile, bailarín antes
que director de danza que conoce bien el repertorio. Este año dividió en dos partes el programa: una
era el ballet Parade de 1917, creación de Massine, música de Satie y trajes de Picasso que por
primera vez se lleva a un espacio abierto. La otra sección estaba compuesta por fragmentos que
relacionaban pasado y presente de esos artistas con el mundo del ballet y su dinámica.
Nureyev remontó La Bayadera en la Ópera de París en 1992 como una especie de testamento
estético, y en Positano el madrileño Carlos López, figura del American Ballet Theatre de Nueva
York desde hace ocho años, bailó el Ídolo de oro, un exigente solo masculino donde el dios Shiva
se anima desde su pedestal y hace un baile aéreo y subyugante. El único español de la velada estuvo
soberbio y se llevó la palma de los aplausos, en parte ganando el asombro de un público al ver un
ser irreal, cubierto de oro, saltar sobre una noche cerrada. La isla Li Galli estaba al fondo, solo se
intuía.
Habían abierto campo los primeros bailarines del Royal Ballet de Londres, la argentina Marianela
Núñez y el brasileño Thiago Soares, con Diana y Acteón: anillo al dedo, mitología en un sitio que
está en la Eneida y en otros referidos de los mitógrafos griegos. Exultantes y escultóricos, la diosa
cazadora y el apolíneo perseguidor, un juego coréutico que representa el vigor de la escuela
petersburguesa y su égida, tan presente hoy como ayer en el universo del ballet.
Dorothée Gilbert y Alessio Carbone, estrellas de la Ópera de París, hicieron el doliente dúo del
cuarto acto de El lago de los cisnes según la versión de Nureyev, lleno de expresividad contenida y
aliento trágico. La Gilbert es el último descubrimiento de la exigente y con pretensiones de
exquisita balletomanía francesa, pero esta vez tienen razón: la muchacha es un ángel alado que
llegará muy lejos.
Cerraron la estrella internacional Eleonora Abbagnano y el lírico parisiense Benjamin Pech con La
dama de las camelias, otro canto desesperado de lucha y pasiones encontradas, en la versión de
Neumeier, que emana directamente de otra anterior de Ashton, creada en 1963 para Nureyev y
Margot Fonteyn, y donde se evocan hasta los trajes de Cecil Beaton.
© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
Descargar