tivada con alguna ventaja por Sydix ó el Justo, el patriarca Noó

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tivada con alguna ventaja por Sydix ó el Justo, el
patriarca Noó, quien la enseñó á su hijo Sem para que
la trasmitiese á las futuras generaciones.
Que los Hebreos conocieron las plantas y sus virtudes, es una verdad indubitable. Las Mandragoras de
Lia corrigiendo la esterilidad de su hermana Raquel,
como el leño que dulcificó las aguas de Mará, son u n
hecho fehaciente, que corrobora el Eclesiástico cuando aconseja que no se desprecien los medicamentos. Y
si, como es natural, hemos de dar crédito á la Escrituras, los tiempos bíblicos se honraron con u n distinguido botánico, con el g r a n Salomón, que conoció
desde el Musgo que pisa nuestra planta, hasta el corpulento Cedro del Líbano. El mismo Jesucristo engrandeció esta ciencia cuando llama labrador á su
Eterno Padre, porque la agricultura no podia prosperar sin sus auxilios; aparócese á la Magdalena, y
para orgullo de la botánica se presenta en trage de
hortelano, confiriendo la ejecutoria de nobleza que
t a n apreciada fue de los romanos.
Si Diocleciano prefirió las plantas por la diadema;
si Ciro invirtió sus tesoros formando jardines; s i E v a x
dulcificó el carácter irascible de Nerón regalándole
una colección de vegetales; si Motezuma prodigaba
las yerbas medicinales, costeadas por su cuenta, á los
pobres enfermos sus subordinados, yo, á fuer de católico, diré: «que si nadie que salude la ciencia délas
plantas puede ser ateo,» puesto que por sí solas publican la existencia de Dios y su poder, las que tu• vieron la suerte de ser citadas en la Biblia, cuya historia me propongo esclarecer, son además un testimonio de la verdad revelada, como testigos perennes
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