¿Y no sería mejor limitar por ley el gasto? Que no haya voluntad política de atacar decididamente el gasto no quiere decir que no se pueda hacer. Se puede hacer en inversión, porque hay suficiente capacidad y deseo de la iniciativa privada para desarrollar las infraestructuras y las innovaciones tecnológicas. Y se puede hacer en pensiones, empleo, educación y sanidad, incluida la farmacia, pasando a un sistema de pensiones privado y de capitalización; abandonando los sistemas de protección del empleo y el desempleo, que en realidad desincentivan la creación de puestos de trabajo y fomentan el paro subvencionado; privatizando todo lo que todavía pende del Estado; dejando de financiar los centros educativos y sanitarios para financiar a los usuarios mediante cheques escolares y sanitarios progresivos, es decir, calculados según el nivel de renta, y un montón de cosas más del mismo cariz. Todo esto es posible porque, descargado el gasto y reducidos, paralelamente, los impuestos, aumenta la capacidad de los ciudadanos para atender las necesidades hoy socializadas. Por otra parte, tanto los gestores de fondos de pensiones como los centros educativos y sanitarios, dejados a la competencia, mejoran la relación calidad-coste y sus prestaciones resultan económicamente más accesibles. En el bien entendido que esta reducción del gasto, basada en la racionalización del Estado de bienestar, habría de ser de la suficiente entidad para permitir el aumento del gasto para atender las relaciones con el exterior, la defensa del territorio, el orden público y la administración de la justicia que, siendo las funciones propias del Estado, actualmente consumen menos del 7% del gasto, y así funcionan de mal, mientras que el resto es absorbido, con no mayor éxito, por aquello en lo que el papel del Estado debe ser subsidiario. [Rafael Termes es profesor del IESE. Universidad de Navarra]. El popular temor al déficit público Dado que toda la defensa del presupuesto del año 2001 está girando en torno a las ventajas del citado equilibrio presupuestario, déficit público nulo, conviene anotar algunas observaciones al respecto, tales como las siguientes: presupuesto equilibrado no identificable con presupuesto óptimo; continuidad presupuestaria; regresividad del reparto de la carga tributaria; estructura del gasto público; exigencias constitucionales; dimensión del sector público; reducción del Estado; tasa de inflación; naturaleza de la imposición e interrogantes básicas ante todo presupuesto público. 1. No cabe identificar un presupuesto equilibrado con un presupuesto óptimo, entendiendo por presupuesto óptimo aquel que responde satisfactoriamente a la cobertura de necesidades colectivas de ciudadanos, contribuyentes y votantes, bien informados fiscalmente. De otra forma dicho, un presupuesto óptimo es aquel que responde a una función de bienestar social plenamente satisfactoria para la colectividad. Un presupuesto equilibrado nada dice del reparto de la carga tributaria ni de la estructura económica y funcional del gasto ni de la dimensión del sector público. 2. Por otra parte, en sí mismo un presupuesto equilibrado, con déficit público cero, como el que ahora se pondera, es de hecho un presupuesto que mantiene la estructura del ingreso y del gasto básicamente con pautas similares, cuando no idénticas, en rúbricas importantes de ingresos y gastos públicos a las de ejercicios precedentes. 3. La financiación del presupuesto del año 2001, en el ámbito de las administraciones públicas centrales, se nutre fundamentalmente de cotizaciones sociales, imposición de las rentas de trabajo personal, impuesto sobre valor añadido e imposición sobre consumos especiales. Es decir, una financiación sobre rentas del trabajo y sobre imposición indirecta. Es decir, un reparto regresivo de la carga tributaria. 4. Tampoco explica nada un presupuesto equilibrado en sí mismo, déficit público nulo, acerca de la estructura económica ni de la estructura funcional del gasto público. Es decir, nada dice respecto a los beneficiarios del gasto y del impacto económico que tiene el peso relativo de las rúbricas que lo integran. 5. El recordatorio anterior no es obvio si tenemos en cuenta que el artículo 31 de la Constitución española de 1978 establece que tanto el reparto de la carga tributaria como la distribución de gasto público debe responder a criterios de equidad. Es decir, estamos resaltando la tesis de que los necesarios criterios de eficiencia económica que necesariamente debe articular todo presupuesto deben compatibilizarse con los referidos criterios de equidad presupuestaria. 6. Es cierto que un presupuesto equilibrado, déficit público nulo, tiene efectos concretos y beneficiosos en la actual coyuntura económica respecto al conjunto de las variables macroeconómicas del país. No obstante, habrá de reconocerse que igualmente lo tendría y con alcance diferente, un presupuesto equilibrado cuyo volumen y estructura de ingresos y gastos públicos fuese claramente distinto del que ahora se debate en el Parlamento. 7. Es importante resaltar el proceso seguido para lograr el equilibrio presupuestario. Según el propio texto del presupuesto del año 2001, la vía aplicada para la reducción, en términos de PIB, de la necesidad de financiación de las administraciones públicas ha sido: el 21,0% se debería al incremento de los ingresos (recursos no financieros), mientras que el 79% restante se debería a la disminución de los gastos (intereses de la deuda, consumo final y prestaciones por desempleo). La importancia del tema radica en que ya se anunció, por los responsables de la Hacienda pública española, próximas y adicionales rebajas impositivas. Esto comportará, necesariamente, el embridamiento y, seguramente, la reducción del gasto público. Estaremos en presencia de un proceso que se ha denominado en otras latitudes y en otros tiempos la gibarización del Estado, tema capital desde una óptica de la necesaria cobertura de necesidades colectivas con elasticidades de crecimiento superiores, en muchas ocasiones, a la tasa de crecimiento del PIB. La dimensión del sector público español es muy inferior a la de los países más desarrollados de la Unión Europea. 8. A un lado los cálculos técnicos utilizados para determinar el equilibrio presupuestario previsto, conviene retener hechos importantes acaecidos con posterioridad al proceso temporal de elaboración del proyecto de ley de este presupuesto. En concreto, fijada una tasa de inflación en el cuadro macroeconómico del presupuesto del 2%, a mediados del mes de octubre, se registra una tasa interanual de crecimiento de precios del 3,7%. Es decir, niveles similares a los de mediados de 1996. Por otra parte, y en interdependencia con lo anterior, el euro registra un nivel de en torno a 84 centavos de dólar, es decir, un dólar se cotiza ya casi a 200 pesetas. 9. En todo debate presupuestario no puede obviarse el hecho fundamental de valorar el alcance y significado de la naturaleza de la imposición. Es bien conocido en los ámbitos académicos que existen, dicho de forma esquemática, dos grandes corrientes del pensamiento. Una es aquella que identifica el impuesto con peso, carga y gravamen, por tanto, todo lo que sea reducir peso, carga o gravamen es beneficioso para el contribuyente. Pero también existe otra asociada a la tradición germánica que identifica los significados del término steauer con impuesto y con timón. Es decir, el impuesto sería un instrumento que permite dirigir la nave del Estado a objetivos tales como la asignación de recursos, la redistribución de la renta y el crecimiento económico con estabilidad. Desde esta perspectiva, la valoración de una reducción impositiva, máxime cuando afecta a impuestos personales sobre la renta, merece sin duda una valoración antagónica respecto a la otra concepción del impuesto. Este aspecto es plenamente ignorado cuando se trata, en sí mismo, de un presupuesto equilibrado. 10. Todo presupuesto público, programa de ingresos y gastos públicos del grupo político en el poder, es perfectamente comprensible a través de la respuesta que se otorga a cinco interrogantes. ¿Cuál es la dimensión del sector público?, ¿cuál es el reparto de la carga tributaria?, ¿a quién beneficia el gasto público?, ¿qué instituciones controlan el presupuesto? y ¿cuál es el impacto del presupuesto en la actividad económica general? Es claro que un presupuesto equilibrado déficit público nulo, sólo responde parcialmente a la última de las interrogantes planteadas. [María Teresa López López es decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense, y Ángel Melguizo Sánchez es economista] Déficit Cero...En Promedio El déficit cero está de moda. El gobierno anuncia a bombo y platillo que ha equilibrado el presupuesto y, no satisfecho con semejante hazaña, ahora busca aprobar una ley que ligue de manos a los futuros gobiernos obligándoles a conseguir también el déficit cero. En general, no es bueno que las administraciones se endeuden sistemáticamente. Como el resto de nosotros, los gobernantes deben entender que no pueden gastar siempre más de lo que ingresan. En un sistema político donde se ganan votos prometiendo de todo (es decir, gastando mucho) y no perjudicando a nadie con impuestos (es decir, recaudando poco), los gobiernos tienen la tendencia a generar déficits excesivos. La imposición de algún tipo de disciplina fiscal a quien administra nuestro dinero es, pues, saludable. Pero una cosa es no generar déficits sistemáticos y otra muy distinta prohibir los déficits por ley. Recuerde el lector que equilibrar el presupuesto es equivalente a no pedir prestado: cuando uno quiere gastar más de lo que gana, debe financiar la diferencia con un crédito. Obligar, pues, al gobierno a conseguir el déficit cero es equivalente a prohibirle pedir créditos. Y eso es malo. [Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra]