Though blood flowed from his wounds, Tristan walked through Tintagel town up to the castle. The crowds waved green branches and spread flowers along his path; they shouted praises to God; they hung rich tapestries from their windows; and all along the way bells pealed and trumpets sounded in joy. Before the castle Tristan fell in the arms of King Mark and fainted from his wounds. Tristan’s wounds grew worse and worse, for the Morholt had pierced him with a poisoned barb. He turned pale and his body wasted; neither doctor or magician could they find to heal him. For that poison only the sorceress Queen of Ireland, and her daughter, Assault the Fair, had the secret charms of healing. But those two magical women were in Ireland. Day and night they watched over the body of the Morholt; day and night they cursed the name of Tristan of Lyonesse; day and night they thirsted for revenge. Now Tristan knew there was no cure for him in Cornwall. But his heart told him to go to sea and seek there healing or death. “I would like to try the sea that brings all chances… I would have the sea bear me far off alone, to what land no matter, so that it heal me of my wound. And perchance some day I will once more serve you, fair uncle, as your harper, your huntsman, and your liege.” They laid him gently in a small boat, without sail or oars. He left his sword on the shore, for it could no longer help him. But he took his harp into the boat for comfort on the way. Then, with tears, they pushed him out to sea and committed him to God. And the sea drew him away… For seven days and seven nights Tristan lay upon the waters, and then he drew near a shore. In the darkness of night, fishermen heard soft melodies like silver, floating above the water. At dawn they found him, lifeless in his boat, his hand resting in his silent harp. The fishermen took Tristan ashore and sent instant word to they lady, for she had the gift of healing. Their lady was Iseult the Fair, her mother was the sorceress Queen of Ireland, and this harbor was Whitehaven, where the Morholt lay in his tomb. So they carried the wounded stranger to the Princess Iseult. Of all the women in the world, she alone could heal him. But of all the women in the world, it was she who most wished him dead. JOHNSON, Robert A., We: Understanding the Psychology of Romantic Love, Harper & Row, San Francisco, 1983. Y aunque sus heridas sangraban, Tristán caminó por el poblado de Tintagel hacia el castillo. Los habitantes agitaban verdes ramas y lanzaban flores a su paso; coreaban alabanzas a Dios, colgaban hermosos tapices de las ventanas y por todo el camino repiqueteaban las campanas y sonaban alegres las trompetas. A las puertas del castillo, Tristán cayó en brazos del rey Mark y se desmayó a causa de sus heridas. Las heridas de Tristán empeoraban más y más, ya que Morholt le había herido con una punta envenenada. Su rostro se tornó pálido, su cuerpo se agotaba y no podían hallar médico o mago que le salvara. Ya que de ese veneno sólo la reina de Irlanda, la hechicera, y su hija, Isolda la Hermosa, tenían los secretos de la cura. Pero esas dos mágicas mujeres se encontraban en Irlanda. Día y noche, ellas velaban el cuerpo de Morholt; día y noche maldecían el nombre de Tristán de Lyonesse; día y noche sentían sed de venganza. Ahora Tristán sabía que no había cura para él en Cornwall. Pero su corazón le decía que fuera al mar para buscar allí la curación o la muerte. “Me gustaría probar en el mar que trae toda suerte de oportunidades... Que me llevara solo a algún lugar remoto, no importa a qué tierra, para sanar mi herida. Y si por ventura algún día os sirvo de nuevo, mi buen tío, seré vuestro arpista, cazador y vasallo”. Le tumbaron con cuidado en un pequeño bote, sin vela ni remos. Abandonó su espada en la orilla, ya que esta ya no podía ayudarle, pero metió su arpa en el bote para que le diera consuelo en su travesía. Entonces, entre lágrimas, le empujaron hacia el mar y le encomendaron a Dios. Y el mar se lo llevó lejos... Durante siete días y siete noches, Tristán permaneció tumbado sobre las aguas hasta que llegó a una orilla. En la oscuridad de la noche, los pescadores oían melodías suaves como la plata flotando en el agua. Al amanecer lo encontraron sin vida en el bote, con la mano reposando sobre el arpa silenciosa. Los pescadores lo llevaron a tierra y enviaron un mensaje inmediato a su señora, pues ella poseía el don de la sanación. Su señora era Isolda la Hermosa; su madre, la reina hechicera de Irlanda, y el puerto era el de Whitehaven, donde Morholt yacía en su tumba. Así que llevaron al extranjero herido hasta la princesa Isolda. De todas las mujeres del mundo, sólo ella podía sanarle. Pero de todas las mujeres del mundo, ella era la que más deseaba verlo muerto. JOHNSON, Robert A., We. Comprender la psicología del amor romántico (traducción de Mónica Caldeiro), Escola de Vida, Barcelona, 2016.