13 Abril. Domingo de Ramos

Anuncio
Palm Sunday
13th. April, 2014
http://www.usccb.org/bible/
Reflexions video: 2014-04-13 Reflection (A-38)
Readings audio: Sunday, April 13, 2014 Daily Mass Reading
“Your Passion is transfusion of life to Mankind”
Gospel of Matthew 27, 11-54
Jesus stood before the governor, Pontius Pilate, who
questioned him,
“Are you the king of the Jews?”
Jesus said,
“You say so.” And when he was accused by
the chief priests and elders, he made no answer.
Then Pilate said to him,
“Do you not hear how many things they are
testifying against you?”
But he did not answer him one word, so that the
governor was greatly amazed. Now on the occasion
of the feast the governor was accustomed to release to the crowd one prisoner whom they wished. And at
that time they had a notorious prisoner called Barabbas. So when they had assembled, Pilate said to them,
“Which one do you want me to release to you, Barabbas, or Jesus called Christ?” For he knew that it
was out of envy that they had handed him over. While he was still seated on the bench, his wife sent him a
message,
“Have nothing to do with that righteous man. I suffered much in a dream today because of him.”
The chief priests and the elders persuaded the crowds to ask for Barabbas but to destroy Jesus. The
governor said to them in reply,
“Which of the two do you want me to release to you?”
They answered, “Barabbas!” Pilate said to them,
“Then what shall I do with Jesus called Christ?”
They all said, “Let him be crucified!”
But he said, “Why? What evil has he done?”
They only shouted the louder,
“Let him be crucified!” When Pilate saw that he was not succeeding at all, but that a riot was
breaking out instead, he took water and washed his hands in the sight of the crowd, saying,
“I am innocent of this man’s blood. Look to it yourselves.”
And the whole people said in reply,
“His blood be upon us and upon our children.”
Then he released Barabbas to them, but after he had Jesus scourged, he handed him over to be crucified.
Then the soldiers of the governor took Jesus inside the praetorium and gathered the whole cohort around
him. They stripped off his clothes and threw a scarlet military cloak about him. Weaving a crown out of
thorns, they placed it on his head, and a reed in his
right hand. And kneeling before him, they mocked him,
saying,
“Hail, King of the Jews!” They spat upon him and
took the reed and kept striking him on the head. And
when they had mocked him, they stripped him of the
cloak, dressed him in his own clothes, and led him off
to crucify him. As they were going out, they met a
Cyrenian named Simon; this man they pressed into
service to carry his cross. And when they came to a
place called Golgotha — which means Place of the
Skull —, they gave Jesus wine to drink mixed with gall.
But when he had tasted it, he refused to drink. After
they had crucified him, they divided his garments by casting lots; then they sat down and kept watch over
him there.
And they placed over his head the written charge against him: This is Jesus, the King of the Jews. Two
revolutionaries were crucified with him, one on his right and the other on his left. Those passing by reviled
him, shaking their heads and saying,
“You who would destroy the temple and rebuild it in three days, save yourself, if you are the Son of
God, and come down from the cross!”
Likewise the chief priests with the scribes and elders mocked him and said,
“He saved others; he cannot save himself. So he is the king of Israel! Let him come down from the
cross now, and we will believe in him. He trusted in God; let him deliver him now if he wants him. For he
said,
‘I am the Son of God.’” The revolutionaries who were crucified with him also kept abusing him in the
same way. From noon onward, darkness came over the whole land until three in the afternoon. And about
three o’clock Jesus cried out in a loud voice,
“Eli, Eli, lema sabachthani?” which
means, “My God, my God, why have you
forsaken me?” Some of the bystanders who
heard it said,
“This one is calling for Elijah.”
Immediately one of them ran to get a
sponge; he soaked it in wine, and putting it
on a reed, gave it to him to drink. But the
rest said,
‘Wait, let us see if Elijah comes to
save him.” But Jesus cried out again in a
loud voice, and gave up his spirit. Here all
kneel and pause for a short time. And
behold, the veil of the sanctuary was torn in two from top to bottom. The earth quaked, rocks were split,
tombs were opened, and the bodies of many saints who had fallen asleep were raised. And coming forth
from their tombs after his resurrection, they entered the holy city and appeared to many. The centurion and
the men with him who were keeping watch over Jesus feared greatly when they saw the earthquake and all
that was happening, and they said,
“Truly, this was the Son of God!”
Evangelio de Mateo 27, 11-54
En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
— ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le respondió:
— Tú lo dices.
Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores, no contestaba nada.
Entonces Pilato le preguntó:
— ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la
fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso
famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
— ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, al que llaman el Mesías?
Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el
tribunal, su mujer le mandó a decir:
— No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto
de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
— ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
Ellos dijeron:
— A Barrabás.
Pilato les preguntó:
— ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
Contestaron todos:
— Que lo crucifiquen.
Pilato insistió:
— Pues, ¿qué mal ha hecho?
Pero ellos gritaban más fuerte:
— ¡Que lo crucifiquen!
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó
agua y se lavó las manos en presencia del pueblo,
diciendo:
— Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
Y el pueblo entero contestó:
— ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos!
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús,
después de azotarlo, lo entregó para que lo
crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a
Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda
la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de
color púrpura y trenzando una corona de espinas se
la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la
mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se
burlaban de él diciendo:
— ¡Salve, rey de los judíos!
Luego le escupían, le quitaban la caña y le
golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron la ropa y lo
llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la
cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: “La Calavera”), le dieron a
beber vino mezclado con hiel; el lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se
repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza
colocaron un letrero con esta inscripción: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo
injuriaban y decían meneando la cabeza:
— Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres
Hijo de Dios, baja de la cruz.
Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
— A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora
de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora.
¿No decía que era Hijo de Dios?
Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A
media tarde, Jesús gritó:
— Elí, Elí, lamá sabaktaní. (Es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:
— A Elías llama este.
Uno de ellos fue corriendo; enseguida tomó una esponja empapada en vinagre y,
sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
— Déjalo, a ver si viene Elías a
salvarlo.
Jesús dio otro grito fuerte y
exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se
rasgó en dos de arriba abajo; la tierra
tembló, las rocas se rajaron, las
tumbas se abrieron y muchos cuerpos
de los santos que habían muerto
resucitaron. Después que él resucitó,
salieron de las tumbas, entraron en la
Ciudad Santa y se aparecieron a
muchos.
El centurión y sus hombres, que
custodiaban a Jesús, al ver el
terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
— Realmente este era Hijo de Dios.
******
LA CRUZ Y EL SILENCIO DE JESÚS
Enrique Martínez Lozano






Son varios los elementos llamativos de este relato de la pasión que hace Mateo:
El interés por “culpabilizar” a las autoridades judías –y, paralelamente, “desculpabilizar” a las
romanas- de la muerte de Jesús. Parece hallarse una doble intención de fondo: expresar el
enfrentamiento con el judaísmo, ya frontal en los años 80, y no “molestar” a los romanos, bajo
cuyo imperio se iban extendiendo las comunidades. A ello habría que unir, probablemente, la
intencionalidad de dejar clara la inocencia de Jesús.
La incoherencia del poder que, a pesar de tener clara la inocencia del reo, decide igualmente su
condena.
Las torturas padecidas por el condenado, que nos traen ante nuestra mirada a tantos hombres y
mujeres torturados de tantas maneras a lo largo de toda nuestra historia humana.
Las burlas de la autoridad religiosa, que recuerdan, por otro lado, las tentaciones que
acompañaron la vida de Jesús.
Las palabras que pone en boca de Jesús moribundo (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”), que no habrían sido pronunciadas por él mismo, sino que recogerían el sentir
del primer evangelista (Marcos), y que están tomadas del Salmo 22.
Los signos apocalípticos que utiliza el autor para subrayar la trascendencia de esa muerte, vista
desde su propia fe…
Sin embargo, en esta ocasión, lo que más ha “tocado” mi corazón ha sido el silencio de
Jesús. Si exceptuamos aquellas con las que se inicia el Salmo 22, y que parecen ser una atribución
del autor, de los labios de Jesús no sale una sola palabra. Incluso, en el interrogatorio a que lo
somete Pilato, y ante la extrañeza de este, Jesús calla.
Existen, ciertamente, diferentes tipos de silencio: el impuesto, el mutismo elegido, el que
expresa indiferencia, o cobardía, o incluso desprecio y descalificación del otro… No parece que el
silencio de Jesús encaje en ninguna de estas categorías.
Personalmente, alcanzo a ver tres niveles en ese silencio: por un lado, es expresión de
dignidad, propia de quien ha sido y es fiel a sí mismo; por otro, de confianza, característica de
quien se sabe sostenido y fundamentado, más allá de las circunstancias cambiantes; y, finalmente,
en una dimensión todavía más profunda, de sabiduría, es decir, de conexión con su identidad más
honda.
Tanto la dignidad como la confianza no son difíciles de comprender, sobre todo, teniendo en
cuenta que habían sido signos distintivos de la práctica y
del mensaje del maestro de Nazaret.
Pero, ¿qué significa que ese silencio sea expresión
de sabiduría? Los sabios y los místicos tienen algo que
decirnos al respecto: para ellos, el silencio no es
mutismo, sino condición necesaria para percibir en
profundidad, es decir, para acceder a aquella verdad a la
que el razonamiento no puede acceder. De hecho, todos
ellos han hablado del vacío, de la oscuridad, del nosaber, del no-pensamiento…, como requisito previo al
conocimiento más profundo.
No solo eso. El silencio, así entendido, no es
únicamente ausencia de ruido, ausencia de pensamiento
y ausencia de ego, aunque incluya todo ello. Es, básica y
fundamentalmente, un estado de consciencia, Aquello
que somos en profundidad, Eso que constituye nuestra
verdadera identidad.
En este sentido, lo opuesto a “silencio” es identificación con la mente, y con la identidad que
ella piensa: el ego. Desde aquí, vivimos necesariamente reaccionando a lo que ocurre, a lo que nos
dicen o nos hacen, desde la perspectiva y los mecanismos propios del ego.
“Silencio” es otro nombre de nuestra identidad verdadera, aquella que no puede ser
pensada, porque no es objetivable. Nos evoca la “Nada”, de Juan de la Cruz o de Miguel de
Molinos, el Vacío del zen, o el sunyata del budismo.
Molinos se refería a ello con estas palabras: “Éntrate en la verdad de tu nada y de nada te
inquietarás… Oh, ¡qué tesoro descubrirás si haces de la nada tu morada!... Si estás encerrado en la
nada, adonde no llegan los golpes de las adversidades, nada te dará pena, nada te inquietará. Por
aquí has de llegar al señorío de ti mismo, porque solo en la nada reina el perfecto y verdadero
dominio”.
Al conectar con nuestra verdadera identidad, tomamos distancia de la mente y de todos sus
movimientos (mentales y emocionales), y se nos regala acceder a esa “Espaciosidad” sin fronteras
que somos –pura consciencia de ser- y que muy bien se puede designar como “Silencio”.
Silencio es la morada del sabio: desde él se vive, o mejor dicho, permite que la Vida viva, se
exprese y fluya a través de su persona. Por eso, no hay reacciones, sino sencillamente respuestas.
En todo el proceso judicial que habría de acabar en la tortura y el ajusticiamiento, Jesús vive
en conexión con su verdadera identidad, en el Silencio, donde se siente a salvo y desde donde
puede vivir incluso la mayor injusticia con ojos de confianza y de perdón hacia sus verdugos.
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
según San Mateo (26,14–27,66):
C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para
entregarlo.
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la
Pascua en tu casa con mis discípulos.”»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. «¿Soy yo acaso, Señor?»
C. Él respondió:
+ «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está
escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho.»
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los
pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en
el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas
del rebaño.” Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+ «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.»
C . Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que
tú quieres.»
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es
decidido, pero la carne es débil.»
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por
tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos
de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con
espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta
contraseña:
S. «Al que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la
espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me
mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice
que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a
enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los
discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo
sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del
sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos
sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo
encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que
dijeron:
S. «Éste ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.”»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué
son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote
le dijo:
S. «Te conjuro por Dios vivo a que nos
digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo:
Desde ahora veréis que el Hijo del hombre
está sentado a la derecha del Todopoderoso
y que viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus
vestiduras, diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad
tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la
blasfemia. ¿Qué decidís?»
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte.»
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé qué quieres decir.»
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Éste andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo,
me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes
y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y
lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió
remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las
monedas, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso
aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y
tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y
pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.» Jesús fue llevado ante el
gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le
preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador
solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la
gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le
mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la
muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. «Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las
manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los
soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo
desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la
cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron
el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado
Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La
Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de
crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su
cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la
cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le
creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de
Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde,
vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ «Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña,
le dio a beber. Los demás decían:
S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las
tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó,
salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres,
que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para
atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al
anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a
Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que
se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo
envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro
nuevo que se había excavado en una roca, rodó una
piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí,
sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente,
pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los
sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor,
estando en vida, anunció: “A los tres días resucitaré.”
Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el
tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el
cuerpo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los
muertos.” La última impostura sería peor que la
primera.»
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia. Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.»
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.
NADA LO PUDO DETENER
José Antonio Pagola
La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que
espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó
desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su
vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a
“buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus
hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas,
tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el
templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que
traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de
inseguridad, conflictos y acusaciones. Día
a día se fue reafirmando en su misión y
siguió anunciando con claridad su
mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo
en las aldeas retiradas de Galilea, sino en
el entorno peligroso del templo. Nada lo
detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado
siempre. Seguirá acogiendo a todos,
incluso a pecadores e indeseables. Si
terminan rechazándolo, morirá como un
“excluido” pero con su muerte confirmará
lo que ha sido su vida entera: confianza
total en un Dios que no rechaza ni
excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su
justicia, identificándose con los más
pobres y despreciados. Si un día lo
ejecutan en el suplicio de la cruz,
reservado para esclavos, morirá como el
más pobre y despreciado, pero con su
muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo
esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega
extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren,
gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede
creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su
empeño de salvar a sus hijos.
DABAR - El pórtico de la pasión
Pedro Fraile
Las puertas de acceso. El ser humano gusta de hacer, construir y colocar «puertas de acceso» a casi todo. Unas veces
son físicas, necesarias para delimitar espacios de propiedad, de privacidad o para salvaguardar la intimidad: puertas de
casa, de la fábrica, del negocio o del lugar de esparcimiento; están las puertas horadadas en los muros defensivos; las
puertas de las ciudades antiguas, las puertas de los castillos y bastiones. Otras veces son puertas simbólicas: los Arcos
de Triunfo de los Emperadores romanos, que no cierran nada, sino que cantan la fama y el poder de la persona a quien
se destina. Las grandes obras literarias no se escapan a estos «inicios» programáticos: la Biblia comienza con un
hermoso «pórtico» dedicado al Dios Creador que llama a la vida; el evangelio de san Juan también comienza con un
«poema-pórtico-programático» de lo que presentará a continuación. Igualmente son simbólicas las puertas de las
Iglesias y Catedrales: la Puerta del Perdón, que se abre en años de jubileo; el Pórtico de la Gloria… Las grandes gestas y
hazañas de la humanidad recuerdan entradas solemnes: unas veces los vencidos entregan humillados las «llaves de la
puerta de la ciudad» a los vencedores; otras veces los vencedores escenifican su entrada en medio de un pueblo que
les proclama como salvador o liberador, como los «desfiles triunfales» de tantas victorias de ayer y de hoy.
Jesús entra en Jerusalén. Los cuatro evangelios nos hablan de la entrada de Jesús en Jerusalén. Ahora bien, hay
muchas preguntas que se nos imponen: ¿Era necesaria esta «entrada solemne» si solo se trataba de un peregrino más
de los muchos que iban a las fiestas de la Pascua? ¿Hizo algo suficientemente señalado para que permaneciera en la
memoria de sus discípulos? ¿Jesús provocó esa entrada simbólica o fue la interpretación de la gente que tenía muchas
esperanzas puestas en él? Los textos apuntan a una entrada simbólica, preparada y con un mensaje para la gente que
le esperaba.
Anuncio de un nuevo mesianismo Jesús hace su entrada en Jerusalén en consonancia con su misión: él es el Mesías de
Dios. La fe judía esperaba (y sigue esperando) que las promesas de Dios se hagan realidad en la persona de su enviado,
de su ungido, de su Mesías. Otra cosa es cómo entender la figura del Mesías, a qué Mesías esperaban. Jesús realiza
varios signos elocuentes antes de su Pasión: uno será la forma de entra en la ciudad; otro, la purificación del Templo;
otro el lavatorio de los pies. Jesús entra en Jerusalén a lomos de un asno, no de un caballo de batalla; entra como
Mesías pacífico, como conquistador
violento. La gente le grita «Hosanna-sálvanos», y su salvación pasará por lavar los pies y por la entrega amorosa hasta
la muerte en cruz. La entrada simbólica de Jesús no es un hecho aislado en su vida y en su misión, sino que se
comprenden como una sola cosa, porque es una sola vida la que se presenta y entrega. Entra a lomos de un borrico
porque su mesianismo es humilde y pacífico.
Jesus triumphant entry into Jerusalem [Palm Sunday]
YOUTUBE
https://www.youtube.com/watch?v=rdyJO-_aAv8
Holy Moly - Palm Sunday
https://www.youtube.com/watch?v=-0Sq3jD_zDE
Skit Guys - Palm Sunday
https://www.youtube.com/watch?v=0rdrcHLIs5c
We Sing Hosanna :: Children's Easter Song :: Palm Sunday
https://www.youtube.com/watch?v=_QiMCO0WNzs
SONGS OF PRAISE 24-03-2013 pt,3-3 (PALM SUNDAY
https://www.youtube.com/watch?v=yCKaRrccD7Q
Descargar