1 El retorno de los herederos: capital y desigualdad en el mundo contemporáneo Ralf J. Leiteritz y Nicolás A. Mejía El Conde de Montecristo es un famoso personaje ficticio de la literatura mundial, si bien la novela de Alejandro Dumas no es la única del siglo XIX en la cual jugaba un rol central el poder surgido de la riqueza heredada. Antes de la Primera Guerra Mundial, el 10% de la población más rica del mundo poseía entre el 80 y el 90% de la riqueza en Europa. Aún más desigual era la distribución, si se considera el 1% más adinerado de la población: estas personas tuvieron entre el 50 y el 60% de la riqueza total en sus manos. Uno podría estar tentado a pensar que esto es cosa del pasado. Pero Thomas Piketty, un economista francés, sostiene que el siglo XXI podría ser, en términos de la extrema desigualdad de la distribución de la riqueza, como el siglo XIX si persisten algunas de las tendencias contemporáneas. Y, al igual que en el siglo XIX, la extrema desigualdad de la riqueza podría conducir a un debate público sobre la legitimidad del capitalismo. El año pasado, Piketty publicó un libro de casi 1,000 páginas sobre el pasado y el futuro del capital y la distribución de la riqueza (Le capital au XXIe siècle). Junto con dos colegas, construyó una base de datos única que permite comparaciones internacionales de la distribución del ingreso durante largos períodos de tiempo. La principal conclusión del libro es la siguiente: un sistema económico capitalista no conduce automáticamente a una distribución específica de la riqueza. La visión de Karl Marx según la riqueza tiende a concentrarse e inevitablemente conduce a la destrucción del capitalismo mediante una revolución socialista es tan insostenible como el supuesto (de moda durante la segunda mitad del siglo XX) que el capitalismo moderno favorece la distribución equitativa de la riqueza. Piketty postula que la política tiene un papel decisivo en la distribución de la riqueza. El factor más importante para la distribución equitativa de la riqueza es la creación de capital humano. En otras palabras, con más y más personas con conocimientos y habilidades provistas por la educación (pública). Esto a su vez se reflejará en procesos de trabajo más eficientes y productivos y conducirá a salarios más altos. Por ejemplo, el "milagro económico chino" se basa en el hecho de que millones de personas poseen puestos de trabajo basados en la transferencia de conocimiento y tecnología de los países industrializados occidentales. Sin embargo, la creación y distribución del conocimiento y el uso económico de este conocimiento no es sólo un proceso económico; la política juega un papel importante en muchos aspectos. El conocimiento que se puede utilizar en la economía surge en la mayoría de las veces como resultado de la investigación básica financiada por el Estado. El éxito económico de los países emergentes orientados a la exportación se basa en una decisión política a favor del libre comercio. La distribución del capital humano puede ayudar a reducir la brecha entre los países industrializados y emergentes en términos de bienestar, si bien Piketty tiene pocas esperanzas de que contribuya a la disminución de las diferencias en la distribución de la riqueza dentro de las naciones industrializadas. La razón es simple: la mayoría de los trabajadores (con los Estados Unidos como un ejemplo extremo) se han beneficiado muy poco o nada del crecimiento económico durante los 2 últimos 25 años en términos de aumento de los salarios reales. Los frutos de éste se han concentrado en su mayoría en gerentes bien remunerados mediante ingresos, bonificaciones, y pensiones. Si estos pagos, a veces de dos dígitos de millones de dólares, se justifican o no es actualmente un tema de acalorado debate. Por ejemplo, un libro publicado en 2006 (Pay without Performance) muestra que muchos gerentes reciben altas compensaciones económicas por poco trabajo real y que los altos salarios son a menudo el resultado de una concertación entre la junta directiva y el consejo de administración en detrimento de los accionistas. Como consecuencia, el año pasado la Comisión Europea presentó una propuesta para establecer un límite superior a los salarios y bonificaciones de gerentes en el sector bancario. Una tendencia adicional que causa niveles cada vez más altos de desigualdad es el hecho de que el retorno a la riqueza financiera y de activos en muchos países es superior al crecimiento del PIB. Como consecuencia, un empleado promedio sin riqueza no tiene ninguna posibilidad de competir con las ganancias de los dueños de la riqueza y sus herederos, aun si éstos no trabajan en absoluto. Por lo tanto se discrimina relativa y permanentemente el trabajo en relación con el capital. Un indicador interesante para entender la importancia del rendimiento del capital en comparación con la mano de obra es la relación entre el capital (activo y financiero) y el PIB en Europa. Hasta mediados del siglo XIX esta relación alcanzó el 700% en un país como Francia. En ese momento, el capital se componía principalmente de tierras agrícolas y la distribución del ingreso era extremadamente desigual. Sin embargo, esta relación se contrajo sustancialmente durante la primera mitad del siglo XX – hasta 400% en el caso francés. La razón principal fue la destrucción causada por las dos guerras mundiales y la crisis económica del período de entreguerras que devalúo el capital. Como consecuencia, la distribución de la riqueza era menos desigual que en el siglo XIX. Piketty destaca que la importancia del capital ha aumentado dramáticamente después de 1990. Hoy en día, la relación entre el capital y el PIB ronda el 600%. En comparación con el siglo XIX, el capital se ha compuesto principalmente de activos inmobiliarios, no en tierras agrícolas. La continuación de estas tendencias sigue siendo una cuestión abierta: mirar hacia atrás es más fácil que mirar hacia el futuro. Sin embargo, el tema de la distribución de la riqueza, sin duda, va a ganar notoriedad en los debates públicos en el futuro cercano, y no sólo en un país como Colombia. No obstante, estos debates no deben convertirse en debates acerca de la envidia. Como Daron Acemoglu y James Robinson han demostrado en su libro ¿Por qué fracasan los países?, el bienestar económico peligra si los grupos de interés son capaces de capturar el Estado y establecer lo que ellos llaman "instituciones extractivas". El libro de Piketty nos invita a reflexionar sobre las demandas que se dirigen hacia el Estado con el fin de evitar que el rentista se convierta en un modelo a seguir para la sociedad. Ralf J. Leiteritz es profesor en las Facultades de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales en la Universidad de Rosario. Nicolás A. Mejía es Tercer Secretario de Relaciones Exteriores del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia.